SINCRONÍAS, Enrique Jaramillo Levi

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ENRIQUE JARAMILLO LEVI, Sincronías9 Signos, Panamá, 2012, 218 páginas.

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EN EL MUELLE

   Apoyado en la baranda del largo muelle del puerto, mira mar afuera y muy pronto se le viene al rostro un suspiro inmenso al contacto con los recuerdos. Cuando su abuelo tenía la edad que ahora él tiene y él era un niño de apenas diez años, en un par de días de alguna semana de verano le había enseñado a pescar exactamente en ese sitio pródigo frente a la bahía. Aquello se hizo costumbre y después se quedaban por horas pescando todos los sábados y domingos en la tarde y no se iban hasta que empezaba a oscurecer. Sin prisa metían su variado cargamento de pescado en raídos sacos de harina que llevaban para ese fin, y cada vez más bronceados por un sol inclemente se marchaban platicando como dos buenos amigos.
   Ahora, la mañana esplende, y en su mente se inserta un primer gajo de confusión. No percibe diferencia alguna entre el presente y el pasado tantas veces repetido que recuerda, que vive una vez más. Abuelo y nieto conviven en el muelle, su muelle del alma. La quietud, plateada hasta donde se extiende la vista, es absoluta, y el mar un gran espejo bajo las inmóviles nubes. Y en la superficie reverberante de las aguas una brisa tímida apenas las zarandea a ratos de aquí para allá. Poco después resiente la claridad, que oblicuamente le hiere los ojos bajo la gorra obligándolo a entrecerrarlos. Pronto empieza a sentir el fogaje quemándole mejillas, cuello y brazos, y preocupado por la blanca piel del nieto a su lado quien una vez más ha olvidado protegerse del sol y se ha puesto exageradamente colorado como siempre que se inicia el verano, decide que deben retirarse. Además, debe reconocer que hoy no han tenido suerte. ¡Vámonos ya, Luisito, se hace tarde, y mira cómo te has quemado! El chico no quiere irse, entretenido como está nutriendo pacientemente el anzuelo, pero pronto logra convencerlo.
   Ligeramente encorvado, camina despacio sobre los viejos tablones rajados creyendo ser el abuelo que va del brazo del nieto, conversando animadamente, hasta arribar al otro extremo, donde el sitio en que se inicia el largo muelle se topa con la estrecha carretera de piedra que bordea el paraje y que, como en tantas otras ocasiones, los conducirá hasta el pueblo. La próxima vez no sales sin untarte bronceador, le dice a la figura que no es más que aire y nostalgia trastocada.

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