AFORISMOS, Juan Luis Lorda

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JUAN LUIS LORDA, Aforismos. Humanos, cristianos y políticos, Rialp, Madrid, 2013, 136 páginas.


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Vivir con prisa es vivir sin darse cuenta.
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Los asuntos humanos son como las cuerdas: tienden a enredarse.
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Cada uno lleva puestas sus raíces y se añade unas cuantas ramas.
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Antes de escribir un libro hay que pensar si compensa cortar un árbol.
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Todos tenemos alma de novelista, pero a casi todos nos falta el cuerpo.
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La hora de comer es el límite natural de cualquier discurso.
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Levantarse de la cama ya es apostar.
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Leer es alimentarse y el peligro más común no es el empacho, sino la anemia.
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Las anécdotas históricas suelen ser falsas en lo que suponen y verdaderas en lo que sugieren.
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Las frases se deshilachan cuando cambian de sitio.

AMOR Y OTROS SUICIDIOS, Ana Clavel

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ANA CLAVELAmor y otros suicidios, Ediciones B, México D.F., 2012, 212 páginas.

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ALTURA INADECUADA

    Se arrojó desde el mirador de la Torre Latina porque sintió que no podía más. Al despertar, una enfermera le ajustaba el suero. Alcanzó a gemir “¡Oh, no…!”, pero la enfermera la tranquilizó de inmediato.
   —Tuvimos que intervenirla —le dijo— porque desde la altura de donde se lanzó usted es inevitable romperse el alma.

NOSTALGIA GEOMÉTRICA DEL CAOS, Rafael Gonzalo Verdugo

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RAFAEL GONZALO VERDUGO, Nostalgia geométrica del Caos. Aforismos Bufos, Gonzaver, Madrid, 2001, 104 páginas.

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Las olas del mar simulan un instante de vida.
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La vergüenza es la ira hacia dentro.
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La normalidad es el rodeo que da la naturaleza para hacer surgir un puñado de excepciones.
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El futuro y el pasado son contemporáneos.
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Hoy ya lo sé: ayer fui feliz.
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Seleccionamos olvidos.

ASTROLABIO, Ángel Olgoso

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ÁNGEL OLGOSO, Astrolabio, Cuadernos del Vigía, Granada, 2007, 104 páginas.

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ESPACIO
Para Miguel Ángel Muñoz

   Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias.
   Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer, cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban como una reina infinita, los temas eran desangrados a conciencia en busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes, el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo.

DOS VECES BREVE, Eduardo Enrique Vardé

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EDUARDO ENRIQUE VARDÉ, Dos veces breve, Bubok, 2013, 132 páginas.

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ZAPPING ZONE

   A veces siento que mi vida es una serie de televisión. Y que un tipo peludo, barrigón y sudoroso, con olor etílico, está sentado en el living de su casa sosteniendo el control remoto como si fuera un arma, apuntando a la pantalla. A veces no pasa nada, pero a veces temo que se aburra.

CUADERNO DE NOTAS, Anton Chéjov

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ANTON CHÉJOV, Cuaderno de notas, La Compañía / Páginas de Espuma, Madrid, 2010, 186 páginas.

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En el Posfacio, Leopoldo Brizuela destaca cómo en la idea de literatura para Chéjov subyace "la búsqueda de una manera distinta de entender el mundo", de ahí que esta colección de anotaciones, "con su aparente levedad, su falta de pretensión y ese humor que es sólo suyo, tierno y cáustico a la vez, sea uno de los más extraordinarios y conmovedores reflejos de su época".

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La muerte nos causa espanto. Pero sería aun más espantoso saber que viviremos eternamente, sin morir una vez sola.
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La universidad desarrolla todas nuestras capacidades, incluso la idiotez.
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Todo es mejor allí donde no estamos; el pasado sólo puede parecernos maravilloso cuando lo dejamos atrás.
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Se dice: al final del final la verdad triunfará. Pero no es cierto.
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La vida nos parece grande, inmensa, y la pasamos siempre ahí, sobre el mismo pequeño mendrugo de tierra.
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¿Por qué esperar a que la fosa sea invadida por las plantas o se llene de agua? Más vale saltarla o construir un puente.
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No había sido feliz más que una vez: bajo un paraguas.
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Si la humanidad ha llegado a concebir la historia como una serie de batallas, es porque antes consideró que la lucha es esencial para la vida.

PEQUEÑOS ACCIDENTES CASEROS, Berna Wang

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BERNA WANG, Pequeños accidentes caseros, AdamaRamada, Madrid, 2004, 96 páginas.

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EL GATO MUERTO


   Hoy en el parque, en medio del rectángulo de hierba que rodea la estatua del general, he visto un gato muerto. Un bulto de pelo blanco y negro. Junto a él, una hoja de papel amarillento doblada en cuatro. Estaba muerto el gato: a su alrededor volaban las moscas en círculos. Y no se movía. Sobre el césped sólo se agitaba, con la brisa, la hoja de papel.
   He pasado delante dos veces sin atreverme a acercarme. Pero después de la segunda, no he podido resistirlo: he vuelto sobre mis pasos, he mirado a uno y otro lado por si me veía alguien, y me he metido en la hierba, decidida. Luego me he agachado, he cogido el papel y lo he desdoblado con manos temblorosas.
   Y he visto que sólo era una factura.

MAÑANA LOS AMORES SERÁN ROCAS, Isabel Cienfuegos

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ISABEL CIENFUEGOS, Mañana los amores serán rocasCuadernos del Vigía, Granada, 2012, 64 páginas.

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ADIÓS

   Con dos sorbos se tragó el vaso de leche, se limpió la boca con la mano, se aplastó el pelo y salió cerrando la puerta de un golpe. Le oí bajar la escalera golpeando los barrotes con un lápiz y alcanzar el portal en un salto de cinco escalones. A través de la ventana le miré alejarse jugando a sortear los adoquines. Fue el primer día en que dobló la esquina sin volver la cabeza.

MUDO PEZ EN EL MAR, Juan Varo Zafra

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JUAN VARO ZAFRA, Mudo pez en el mar, e.d.a., Benalmádena, 2011, 92 páginas.

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El miedo no es una anticipación del dolor sino un dolor anticipado.
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Los que desean volver a la infancia suelen ser aquellos mismos que quisieron escapar de su niñez.
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¡Cuánto te gustaría sacrificar un brazo por un ser querido y pasar el resto de la vida enseñándole el muñón!
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En las estancias del dolor no hay puntos de fuga. Las aristas se cortan en un infinito tangible.
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Toda mediocre excepción sueña con haber llegado a ser excepcional.
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Clases de natación: para sobrevivir es necesario hacerse el muerto.

EL MAR DE CORAL, Patti Smith

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PATTI SMITH, El mar de coral, Lumen, Barcelona, 2012, 94 páginas.

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UN CORAZÓN SUBASTADO

   La imagen de una muchacha con un sombrero alado de encaje. Una sierva milagrosa o la hermana Mercurio. Su perfil, sus gestos antaño huidizos, expandiéndose ahora en completo detalle. Él pidió un té que tardaron mucho en servirle. Se recostó y pensó en la casa de su tío y en salón bañado de fuerte luz. En el jardín, una muchacha con una sombrilla, dándose la vuelta. Se sintió un tanto indispuesto y el té estaba tibio. Se puso las bolsas húmedas en los párpados cerrados y, al apretar, se sumergió en una serie de fotogramas, una pálida orquídea estrujada por una mano aún más pálida, una muchacha sin alhajas que ofrece su cuello desnudo. Deseo, un liquido, que le corre por la garganta, el pecho, que se desliza por sus rodillas abiertas. Él se quedo en la evanescente sombra. El llanto de la muchacha le despertó repugnancia mezclada con amor. Un amor que solo Cupido podría abrazar en la travesura del sueño. Y que solo M podría abrasar en la crueldad de despertar.

LA GRAN VENTANA DE LOS SUEÑOS, Fogwill

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FOGWILL, La gran ventana de los sueños, Alfaguara, Madrid, 2013, 144 páginas.

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LA PRÓTESIS

   Veo a una chica de catorce años. No sé por qué lo sé, pero en el sueño tiene exactamente catorce. Es como si al soñarla también hubiera soñado su pasaporte con la fecha de su nacimiento, destinando algún instante brevísimo de la carrera de imágenes del sueño a determinar su edad restando la visión de una fecha compuesta en tinta borroneada a los números del año del sueño, este presente número dos mil tres.
   No se por qué, pero con sólo verla, me he enamorado perdidamente de ella. En la realidad nunca supe bien qué significa estar enamorado y jamás sentí “perdidamente” nada.
   Pero allí estaba, enamorado de ella, y me tenía sin cuidado la diferencia de edad. No sé cuál sería mi edad en el sueño: tal vez tuviese otros catorce, también yo. En tal caso, tendría entre catorce y quince pero conservando estos sesenta años de memoria desde los que escribo sin saber hacia dónde voy.
   Ah. Sí: iba hacia las tres imágenes relevantes del sueño. De una escribiría que es real. Estaba en la realidad del sueño y es la naturaleza de la piel de la chica, una epidermis suave y de color té aporcelanado que otro podría asociar a la came del durazno y que combinada con su textura yo definiría más por su familiaridad con ciertos mariscos del Pacífico Norte.
   Era el tipo de piel que sugiere un excedente de bienestar y de salud y que no invita a aproximarse para olerla porque bien desde lejos transmite, visualmente, la virtud de su aroma. Pero también era esa clase de piel que impulsa a aproximarse y oler, ya no para informarse de su olor, sino para consumirlo, como si integrándolo a la propia respiración uno pudiese apoderarse de su naturaleza.
   Una naturaleza extraña, ajena. Dante diría “divina”. Yo no. Casi he perdido todas las palabras. No las palabras mismas, que conservo aquí, en la memoria, sino el derecho a emplearlas.
   La segunda imagen hacia la que intentaba ir no es real: era algo que, sin palabras, pensé en el sueño mientras saltaba hacia ella anticipando su franca aceptación de mi acoso. Claro: no era el caso de una que acepta francamente un súbito deseo del varón, sino el de esas que se saben creadas por el acoso, que brotan sólo para ser acechadas, disueltas, consumidas.
   La tercera imagen, última del sueño, era una actuación real de la chica, ahora convertida en estudiante de danzas. El pelo tenso y recogido, el cuello largo y flexible y el cuerpo, no sé ya si desnudo o vestido, pero recorrido por las tensas señales de dolor que suceden a una larga sesión de ensayo. ¿O quizá ya era una bailarina? Toda la música estaba en su boca que simulaba las expresiones de quien se entrega al automatismo de mascar chicle. Le iba hablar de su boca y del ritmo musical que establecía esa bolita de goma cediendo y resistiendo a la presión de sus dientes al compás de la danza, cuando, como siempre sucede, advirtió mi intención y sonrió, levantando con la punta de la lengua la prótesis flexible que componía la totalidad de su dentadura inferior.
   El mismo gesto que en los viejos puede interpretarse como un descuido, o una protesta por la pérdida de sus dientes —señal de la inminente pérdida de todo—, y otras como un recurso involuntario para aliviar por un instante el ardor de las ampollas que esos artefactos han de producir, en el sueño formaba parte natural de la sonrisa que continuaba con un énfasis de aceptación, o entrega.
   Despierto a medianoche convencido de que es un sueño sobre el Dante de Vita Nova y mi madre y garabateo unas notas para reconstruirlo por la mañana con la fidelidad que ambos merecerían. En ese momento recuerdo que mi madre se llamaba Beatriz y me da por pensar que este sueño forma parte de una familia de sueños sobre la entrega y la familiaridad.

POESÍA VERTICAL, Roberto Juarroz

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ROBERTO JUARROZ, Poesía vertical, Cátedra, Madrid, 2012, 322 páginas.

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En la sección Fragmentos verticales (pp. 314-318), la reflexión poética de este autor toma el molde del aforismo.

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Me falla la memoria: recuerdo demasiado. Recuerdo, por ejemplo, que no era.
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Pensar entre dos, como si hacer el pensamiento fuera igual a hacer el amor.
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El pájaro caído no se puede tocar el ala herida, pero algo que no es él mismo se la toca.
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Apagar la luz me deslumbra más que encenderla.
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La noche se vuelve a veces de piedra y se cierra sobre el hombre. Se convierte así en la tumba más perfecta.
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La poesía es una arena tan sensible que registra la edad de nuestra sombra.
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La esperanza ha perdido sus raíces. Sólo la espera puede ocupar su lugar. Quizá la espera sea una forma más pura de la fe. La poesía es una profundización de la espera.

EL HOMBRE DE LOS PIES PERDIDOS, Gabriel Jiménez Emán

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN, El hombre de los pies perdidos, Thule, Barcelona, 2005, 128 páginas.
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LA TRISTE HISTORIA DE FINIA, UNA GALLINA ENAMORADA

A Orlando Flores y Orlando Barreto

   Una gallina rara de esas que se alejan de las demás después de comer y se pegan a los alambres del gallinero a hacer la digestión y a reflexionar sobre su triste destino, no es conocida por todos. Cualquiera que la vea ahí, con el pico entre los alambres, susurrando una inaudible canción de amor, debe por reglas del alma, conmoverse. 
   Busquémosle un nombre para identificarnos con ella: Finia, por ejemplo. Pues bien, Finia, además de ser muy hermosa y muy triste, está también muy enamorada de un gallo que oye cantar todas las mañanas, y deduce que por su canto debe ser el gallo más amoroso y comprensivo de la tierra.
   El canto del gallo le traspasa el alma, y ella, encerrada en su triste y húmedo gallinero, llora sin lágrimas, pues ya sabemos que a las gallinas no le salen lágrimas por los ojos, ni siquiera cuando les tuercen el pescuezo.
   Finia, al fin, fortalecida por su amor, logra pasar increíblemente por un orificio demasiado estrecho para su cuerpo, rompiéndose así las plumas, parte de la cabeza, e inutilizándose por completo una pata. Después con el plumaje lleno de sangre, espera que despunte el alba y aguarda el canto de su gallo; luego, guiada por su corazón y conducida por el canto más melodioso de la tierra, llega hasta el hogar de su gran gallo, poseedor de sus infinitas ilusiones. Y allí está él, con las alas extendidas al viento y al mundo, con un plumaje que podría desafiar a los pavos reales, con el pico hacia el cielo. Y allí está ella, llorando, porque Finia es la única gallina que ha llorado, y ahora está parada ahí, al final de su vida, porque en ese momento alguien le agarra el pescuezo y se lo tuerce.
   Después, el señor de la casa comentará: «Qué gallina más buena», sin saber, ahora ni nunca, que estaba llena de amor hasta los huesos.

SUEÑO DE LA LIBÉLULA, Natsume Soseki

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NATSUME SOSEKI, Sueño de la libélula, Satori, Gijón, 2013, 160 páginas.

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En la Introducción (pp. 7-12)  Fernando Rodríguez-Izquierdo, responsable también de la selección y la traducción, recuerda el lema del autor: "sokuten kyoshi identificarse con los caminos del cielo, renunciando al propio yo".
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吹き上げて
塔より上の
落葉かな



fuki-agete
too yori ue no
ochiba kana





Cayeron hojas,
y el viento las encumbra
sobre las torres.

RELATA2X1, Luis Rafael (editor)

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VARIOS AUTORES, Relata2x1, Verbum, Madrid, 2013, 108 páginas.

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En 2x1. Prólogo y decálogo (pp. 9-14) explica Luis Rafael el proyecto de este libro subtitulado Cuentos interactivos: "Con el precedente de algunos textos de Julio Cortázar, Gianni Rodari y otros narradores interesados en que el lector se implique y seleccione la senda por la que debe marchar la ficción, los cuentos que antologamos permiten al menos dos alternativas, según elijamos un comienzo, desarrollo o final, a partir de las opciones que nos regalan los autores". Escriben Marta Pastor, John Sebastian Cardinale, Elena Fernández Ruíz, Concha Fernández Fabrellas, Gonzalo García Prieto, Fermín Caballero Bojart, Ángel Luis del Castillo Gordo, Rafael Guerrero Ríos, quienes también aportan su decálogo sobre la narración.
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EL GOL DE LA MUERTE

   —¡Una de bravas!
   —¡Oído cocina!—responde una voz del más allá.
   —Tres cañas y un clarete.
   Manolo se detiene en seco, consulta la libreta y retoma el tono por encima del barullo.
   —¡Marchando la cuenta de la siete!
  
   El televisor panorámico que preside la sala, abrigada de banderas azules y blancas, es exprimido por una caterva de ultras que vacían sus pintas de cerveza. Algo fatídico se respira en el ambiente. El empate supone la salvación pero jugar fuera de casa, contra el líder invicto, es como un cocodrilo mordiendo las entrepiernas de los ídolos.
   Antes de asomarse a la terraza del Triplete, Manolo menudea por la cocina del bar. Prepara tapas de boquerón, platillos de aceitunas y rondas de queso que parte con un cuchillo, siempre bien afilado. A veces lo guarda en una funda de cuero bajo el delantal, para trocearles jamón, sobre la mesa, a los clientes.
  —Un día de estos te vas a cortar —le dice el cocinero.
   —Conozco este cuchillo como mi peine. Ni corta, ni pincha, ni peina la mar.
   Y el cocinero, ajeno a la retahíla de Manolo, se lo vuelve a recordar a media tarde:
   —Déjate de cortar fiambre en las mesas que hoy los clientes están alterados.
   Durante los quince minutos del descanso los hinchas salen al callejón donde el humo de cannabis deja a Manolo de mal humor. Como fieles seguidores acuden al Triplete, a su cita dominical con el fútbol. Derrota tras derrota jamás dejan de animar y hoy justifican su existencia, más que nunca, porque pelean por evitar el descenso frente al eterno rival.
   Manolo entra y sale con la bandeja cargada de consumiciones para los clientes de la terraza, ajenos al aire prebélico. Esquiva a los más violentos que esperan de pie, a los que brincan en sus sillas o los que se cruzan en su camino. Al girarse con la bandeja tropieza con Petrovic, el jefe de los Puñales Muertos, al que un permiso penitenciario le ha llevado al ansiado partido.
   El fuerte golpe de los vasos contra el suelo no altera a la afición engalanada de desprecio, sumisa al áspero delincuente. Petrovic perdona la vida al camarero que se ha interpuesto en su viaje hacia el polvo blanco del cuarto de baño. De regreso a la manada le encuentra barriendo los cristales y con un rodillazo le desequilibra.
   —No te tires. Aquí no hay árbitros.
   Un gol en contra desarma a los Puñales. Codiciar el empate les transforma en una masa sin gracia, de desdibujados rostros, que agoniza con cada embestida del equipo contrario.
   Manolo, desde el suelo, le mira con desgana:
   —Sabes que no me gustan ni el fútbol ni los líos.
   La afición ruge ante un contragolpe del delantero albiceleste, viendo cómo se queda solo delante del portero rival, que le derriba dentro del área. La bronca del césped se conjura en la sala del Triplete.
   —¡Vuelve a barrer cabrón!
   La clientela de la terraza se agolpa en la puerta del bar. Gritos, manos alzadas, empujones y vasos volando hacia la barra.
   Penalti y expulsión del cancerbero.
   —¡Barre esta puta basura!
   —Tengo mucho trabajo. Trataré de dejarlo limpio.
   Valiéndose del mostrador, el camarero se levanta con fatiga. El sanguinario cabecilla se desentiende del partido, ajeno a la pena máxima, se encara de nuevo a Manolo y le reta.

FINAL A
   Crecido con una navaja hace frente a una bandeja y una escoba. El televisor repite la agresión de un contrario. Las sirenas azules, cada vez más intensas, traspasan los ventanales del tugurio, donde la jauría espera la inmediata ejecución de la pena. El camarero, empujado hasta la puerta del lavabo y acorralado por la blanca hoja de hielo, resiste con el escudo hasta que una cuchillada le deja sin respiración. El pendenciero Petrovic falla por milímetros.
   El jugador se dispone a chutar y el silbato da la orden. Los policías antidisturbios asaltan la terraza y se posicionan frente al bar. Un golazo por la escuadra perfora la malla de la portería igualando la contienda en el último minuto. La pelota, como una bala de cañón, es devorada por la cámara del fondo del campo y, con una estela de vidrios, revienta la televisión penetrando en la batalla campal del Triplete; rebota en la barra y con un certero golpe en la nuca hace de Petrovic un hombre herido de muerte.
   Manolo doblegado sobre la pared, echa el cerrojo del cuarto de baño, aprieta con fuerza sus párpados y se orina encima, mientras la sangre de un puñal muerto, que asoma por debajo de la puerta, le recuerda que esta vez se ha salvado por el empate.


FINAL B
   Devolviendo la mirada a Petrovic le insinúa, con la barbilla, la puerta de la calle. Avanzan raudos, a empujones, hasta el extremo de la terraza. Donde la algarabía no les interrumpa. Esta vez no le coge por sorpresa, harto de vejaciones desenfunda el cuchillo de cocina y amenaza el pómulo del presidiario, sujetándole fuertemente por los testículos.
   —¡Hijo de puta, si vuelves a meterte conmigo te mato!
   Un clamor que celebra el empate, entre borrachos y abrazos indolentes, no les detiene.
   Con la cabeza erguida por encima del camarero respira con dificultad, asiente y acierta a decirle que lo olvide por hoy. Pasados unos eternos segundos, Manolo baja el cuchillo y afloja la mano. Le hace caminar por delante, pero apenas han dado dos pasos, el líder ultra se gira con agilidad y lanza un navajazo al pecho de su contrincante. La muerte, con profunda mirada de angustia, se lleva a Manolo ahogado en un grito de horror.
   Final del partido.

Fermín Caballero Borjat

DIÁLOGOS DE CORTESANAS SEGUIDO DE MANUAL DE URBANIDAD PARA JOVENCITAS, Pierre Louÿs

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PIERRE LOUŸS, Diálogos de cortesanas seguido de Manual de urbanidad para jovencitas, Tusquets, Barcelona, 1979, 170 páginas. Traducción de Paula Brines.

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EN EL MUSEO


   No se suba a los zócalos de las estatuas antiguas para utilizar sus órganos viriles. No se debe tocar los objetos expuestos; ni con la mano, ni con el culo.
   No dibuje bucles negros en el pubis de las Venus desnudas. Si el artista representa a la diosa sin pelos es porque Venus se afeitaba el coño.
   No pregunte al vigilante de la sala por qué Hermafrodita tiene cojones y tetas. Es una pregunta que no es de su competencia.

[De Manual de urbanidad para jovencitas]

RELATOS BREVES Y MICRORRELATOS, Heimito Von Doderer

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HEIMITO VON DODERER, Relatos breves y microrrelatos, Acantilado, Barcelona, 2013, 216 páginas.

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En estas 216 páginas predominan los relatos breves. Contiene además Nueve microrrelatos  (pp. 170-174) y Ocho ataques de ira  (pp. 162-169).
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EL AMOR

   Había puesto sus manos sobre mi corazón y de un momento a otro sus uñas se enrojecerían con mi sangre; sin embargo, como ya eran rojas, en el momento decisivo me entró el miedo y la dejé plantada delante de su puerta —¿no es lo mismo que habría hecho ella? —, despidiéndome a toda prisa con un cumplido.




EL NIÑO QUE DIBUJABA GATOS Y OTROS CUENTOS JAPONESES, Lafcadio Hearn

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LAFCADIO HEARN, El niño que dibujaba gatos y otros cuentos japoneses, Ediciones del Viento, A Coruña, 2004, 260 páginas.

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Los veintitrés relatos, procedentes de Japanes fairy tales (1918) y The boy who drew cats (1963), cuentan con las bellas ilustraciones de Mariana Riestra.
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EL VIEJO Y LOS DEMONIOS

   Hace mucho tiempo había un viejo que tenía un bulto en la mejilla derecha. Un día subió a la montaña para cortar leña, cuando de repente empezó a llover y a soplar el viento de tal forma que, al ver que era imposible regresar a casa, y muy asustado. se refugió en el hueco de un viejo árbol.
   Allí acurrucado e incapaz de conciliar el sueño, oyó un confuso sonido de varias voces que se iban acercando hacia donde él estaba. Se dijo a sí mismo: «¡Qué raro! Creía que era el único que estaba en la montaña, sin embargo oigo voces de más gente». Se atrevió a asomarse y vio una muchedumbre de extraños seres. Algunos eran rojos vestidos de verde; otros eran negros vestidos de rojo; algunos tenían un solo ojo; otros no tenían boca; la verdad es que era difícil describir su rara apariencia.
   Encendieron un fuego que dio tanta luz como si fuera de día. Se sentaron en dos filas cruzadas y comenzaron a beber vino y divertirse como si fueran humanos. Se pasaron las copas de vino tantas veces que algunos se emborracharon mucho. Uno de los jóvenes demonios se levantó y comenzó a cantar una alegre tonada y a bailar, e igual hicieron muchos otros; algunos bailaban muy bien, otros fatal. Uno dijo:
   —Lo estamos pasando inusualmente bien esta noche, pero me gustaría ver algo nuevo.
   El viejo, perdiendo el miedo, pensó que le gustaría bailar y diciendo:
   «Que sea lo que sea, si muero por ello, por lo menos habré bailado», se arrastró fuera del hueco del árbol, y con su gorra cayéndole sobre la nariz y el hacha en el cinturón, comenzó a bailar.
   Los demonios saltaron sorprendidos exclamando: «¿Quién es éste?» Y como el viejo bailaba adelante y atrás, balanceándose y haciendo contorsiones a un lado y otro, hacía reír y disfrutar a todos, que dijeron:
   —Qué bien baila este viejo. Tienes que venir siempre y unirte a nuestras fiestas; pero tememos que no vuelvas, así que debes prometernos que lo harás.
   Los demonios se reunieron a deliberar, y pensando que el bulto de su cara era señal de riqueza, demandaron que se lo entregara. El viejo replicó:
   —He tenido este bulto durante muchos años y no me separaré de él si no es por una buena razón; pero podéis quedároslo, o un ojo, o la nariz, si es vuestro deseo.
   Así que los demonios lo agarraron, retorciéndolo y tirando de él, y se lo sacaron sin hacerle el menor daño, y lo guardaron como señal de que cumpliría su promesa de regresar. Cuando comenzó a amanecer y los pájaros empezaron a cantar, los demonios desaparecieron apresuradamente.
   El hombre se acarició la cara y la notó suave y sin rastro del bulto. Se olvidó de cortar la leña y corrió hacia su casa. Su mujer, al verlo, exclamó sorprendida:
   —¿Qué te ha sucedido?
   Y él le narró lo acontecido.
   Entre los vecinos había otro viejo que tenía un bulto en la mejilla izquierda. Al oír cómo el viejo se había librado de su bulto, tomó la determinación de hacer lo mismo para ver si él se libraba también del suyo. Así que fue y se metió dentro del hueco del árbol a esperar la llegada de los demonios. Y tal como le dijeron, los demonios llegaron. Se sentaron, bebieron vino y se divirtieron como la otra vez. El viejo asustado y tembloroso salió del hueco del árbol. Los demonios le dieron la bienvenida diciendo:
   —El viejo ha vuelto, veamos cómo baila.
   Pero este viejo era torpe y no bailaba tan bien como el otro. Y los demonios le gritaron:
   —Bailas mal, y cada vez peor, te devolveremos el bulto que tomamos como prenda de tu promesa.
   Y diciendo esto, uno de los demonios trajo el bulto y se lo colocó en la otra mejilla; por lo que el viejo volvió a casa con un bulto en cada mejilla.


PEQUEÑOS CUENTOS MISÓGINOS, Patricia Highsmith

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PATRICIA HIGHSMITH, Pequeños cuentos misóginos, Alfaguara, Madrid, 1984, 144 páginas.

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LA COQUETA

   Había una vez una coqueta que tenía un pretendiente del cual no podía librarse. El se tomaba en serio sus promesas y declaraciones y no quería dejarla. Se creía hasta sus insinuaciones. Esto la irritaba, porque estorbaba sus buenas relaciones eventuales y los regalos, halagos, flores, cenas y demás que podría obtener de ellas.
   Finalmente Yvonne insultaba y mentía a su pretendiente, Bertrand, y no le daba nada, literalmente; lo que significaba menos cero en comparación con la nada que daba a sus otros amigos. Sin embargo, Bertrand no cesaba en sus atenciones porque consideraba que esa conducta era normal y femenina, un exceso de modestia. Llegó a sermonearle y, por una vez en su vida, dijo la verdad. Como él no estaba acostumbrado a la verdad y esperaba falsedades de una mujer bonita, tomó sus palabras por incoherencias y continuó cortejándola.
   Yvonne intentó envenenarle poniendo arsénico en las tazas de chocolate que tomaba en su casa, pero él se recuperó y pensó que ésta era una prueba aún mayor y más encantadora de su miedo a perder la virginidad a la edad de diez años. A su madre le dijo que la habían violado. De ese modo, Yvonne mandó a la cárcel a un hombre de treinta años. Había estado tratando de seducirle durante dos semanas, diciéndole que tenía quince años y que estaba loca por él. Había disfrutado arruinando su carrera y haciendo que su esposa se sintiera desgraciada y avergonzada y su hija de ocho años, confusa.
   Otros hombres aconsejaron a Bertrand. «Todos nos hemos divertido con ella», le dijeron, «hasta nos la hemos llevado a la cama una o dos veces. Tú ni siquiera has conseguido eso. ¡Y ella no vale nada!» Pero Bertrand pensaba que él era diferente a los ojos de Yvonne, y aunque se daba cuenta de que su perseverancia iba más allá de lo común, consideraba que esto era una virtud.
   Yvonne incitó a un nuevo pretendiente a matar a Bertrand. Logró la obediencia del nuevo pretendiente prometiéndole que se casaría con él si eliminaba a Bertrand. A Bertrand le dijo lo mismo respecto al otro hombre. El nuevo pretendiente retó a Bertrand a un duelo, falló el primer tiro y luego empezó a hablar con su proyectada víctima. (El arma de Bertrand se había negado rotundamente a disparar.) Descubrieron que ambos habían recibido promesas de matrimonio. Mientras tanto, los dos hombres le habían hecho regalos caros y le habían prestado dinero durante sus pequeñas crisis de los últimos meses.
   Estaban resentidos, pero no se les ocurría ninguna idea para castigarla. Así que decidieron matarla. El nuevo pretendiente fue a verla y le dijo que había matado al estúpido y persistente Bertrand. Entonces Bertrand llamó a la puerta. Los dos hombres fingieron una pelea. En realidad, empujaron a Yvonne entre ambos y la mataron de varios golpes en la cabeza. Dieron la versión de que ella intentó interponerse y resultó golpeada accidentalmente.
   Como el propio juez de la ciudad había sufrido, siendo objeto de las burlas de sus conciudadanos, a causa de la coquetería de Yvonne, estaba secretamente complacido por su muerte y dejó libres a los dos hombres sin más. Además, era lo bastante sabio como para comprender que no la habrían asesinado si no hubiesen estado ciegamente enamorados de ella…, y ese estado le inspiraba lástima, puesto que ya había cumplido los sesenta.
   Únicamente la doncella de Yvonne, que siempre había recibido un buen sueldo y sustanciosas propinas, asistió a su funeral. Incluso su familia detestaba a Yvonne.

MANUAL DE ZOOLOGÍA FANTÁSTICA, Jorge Luis Borges

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JORGE LUIS BORGES, Manual de Zoología fantástica, FCE, México, 2010, 159 páginas.

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Publicado originalmente en 1957 en colaboración con Margarita Guerrero, en el Prólogo ambos anuncian: "pasamos del jardín zoológico de la realidad al jardín zoológico de las mitologías, al jardín cuya fauna no es de leones sino de esfinges y de grifos y de centauros". 
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EL FÉNIX CHINO

   Los libros canónicos de los chinos suelen defraudar, porque les falta lo patético a que nos tiene acostumbrados la Biblia. De pronto, en su razonable decurso, una intimidad nos conmueve. Ésta, por ejemplo, que registra el séptimo libro de las Analectas de Confucio:
   Dijo el Maestro a sus discípulos:
   —¡Qué bajo he caído! Hace ya tiempo que no veo en mis sueños al príncipe de Chu.
   O ésta, del noveno:
   El Maestro dijo:
   —No viene el fénix, ningún signo sale del río. Estoy acabado.
   El «signo» (explican los comentadores) se refiere a una inscripción en el lomo de una tortuga mágica. En cuanto al fénix (Feng), es un pájaro de colores resplandecientes, parecido al faisán y al pavo real. En épocas prehistóricas, visitaba los jardines y los palacios de los emperadores virtuosos, como un visible testimonio del favor celestial. El macho, que tenía tres patas, habitaba en el sol.
   En el primer siglo de nuestra era, el arriesgado ateo Wang Ch’ung negó que el fénix constituyera una especie fija. Declaró que así como la serpiente se transforma en un pez y la rata en una tortuga, el ciervo, en épocas de prosperidad general, suele asumir la forma del unicornio, y el ganso, la del fénix.
   Atribuyó esta mutación al «líquido propicio» que, dos mil trescientos cincuenta y seis años antes de la era cristiana, hizo que en el patio de Yao, que fue uno de los emperadores modelo, creciera pasto de color escarlata. Como se ve, su información era deficiente o más bien excesiva.
   En las regiones infernales hay un edificio imaginario que se llama Torre del Fénix.



EL VIAJERO DEL TIEMPO, Alberto Chimal

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ALBERTO CHIMAL, El viajero del tiempo, Posdata, Monterrey, 2011, 136 páginas.

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Homenaje al personaje clásico de H. G. Wells, El Viajero del Tiempo es el segundo libro de Alberto Chimal que se escribe a partir de textos creados inicialmente en la red social Twitter.
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El Viajero del Tiempo extiende la mano y atrapa la primera gota de la lluvia. Todas las demás impiden que el mundo se entere de la hazaña.
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El Viajero del Tiempo soñaba un “flashforward”: en él se despertaba, viajaba hacia atrás en el tiempo, se dormía y soñaba un “flashforward”.
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Un pasaporte del Viajero del Tiempo lo acredita como oriundo de un país que todavía no existe y nadie, nadie recordará cuando desaparezca.
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El Viajero del Tiempo te saluda, se va 10 años, decide verte otra vez, regresa segundos antes de la primera. Déjà vu, pensarás. O piensas.
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El Viajero del Tiempo fue a 1888 y vio la cara de Jack el Destripador. Gritó: era la de todos a la vez, como dicen que era el rostro de Adán.

DE JARDINES AJENOS, Adolfo Bioy Casares

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ADOLFO BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997, 312 páginas.

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Subtitulado Libro abierto responde a la tarea, emprendida a lo largo de su vida, de recoger en cuadernos versos, frases, fragmentos de prosas que suscitaron el interés de Bioy Casares. Edita el volumen Daniel Martino. 
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Un Liberal podría ser definido aproximadamente como un hombre que, si pudiera hacer callar para siempre a todos los que engañan a la humanidad con sólo mover su mano en un cuarto a oscuras, no la movería.
Chesterton, Browning
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Inscripción en un camión:
   ANTES TE SOÑABA, AHORA NO ME DEJAS DORMIR

   Pensé que el autor se dirigía a una mujer, se dirigía a su camión.
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MRS. ASTOR: Mr. Churchill, si yo fuera su mujer, envenenaría su café.
MR. CHURCHILL: Mrs. Astor, si yo fuera su marido, lo tomaría.”

LA DAMA: Oh, Mr. Churchill, está usted borracho.
MR. CHURCHILL: Es posible, Madam, pero usted es horrible, y mañana yo estaré sobrio. 

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Vida. ¡No habías de comenzar, pero ya que comenzaste, no habías de acabar!
Baltasar Gracián, Criticón

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Le ponderé a G. los inventos que Newton había hecho antes de cumplir los treinta años. G. me dijo: "No se pasaba la tarde sonseando conmigo".

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El mundo exterior existe como un actor en un escenario: está ahí, pero es otra cosa.
Fernando Pessoa, Livro do desassossego
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La conciencia nos convierte en cobardes.
Hamlet
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Dios sí existe; nosotros somos los que no existimos.
Amado Nervo

PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN, Lola Sanabria

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LOLA SANABRIA, Partículas en suspensión, Talentura, Madrid, 2013, 140 páginas.

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PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN
A Manu Espada

   La noche, esquinada y morosa, se va, remoloneando. Y entra la luz lenta, dividida. Tímida. Apenas empuja las sombras. Parpadeo varias veces. Recorro el lugar con la mirada. Alguien arañó la pared con la uña. Aún estoy aquí, dejó escrito. Me incorporo. Siento en el costado una llama de dolor. Recuerdo. Echo la cabeza atrás, sacudo el pelo. Ese mechón, niña, ese mechón rebelde te traerá problemas, decía mi madre. Y se ha quedado pegado, con las costras que sellaron la herida en mi frente, para que viera un nuevo amanecer. El sistema. Un buen sistema defensivo el del cuerpo. Restaña, cura, se ocupa de que sobrevivas. La luz entra rayada y se dobla en la tierra apelmazada. Afuera se escucha el gorjeo de los pájaros. Incorporándose a la vida. Como mi bebé, en mis brazos. Ese instante que no me podrán arrebatar. Mi bebé y yo en un tiempo detenido en la memoria. Casi no puedo abrir el ojo izquierdo. Hinchazón de golpes. Pero tengo el otro. El otro, sí. Puedo ver el día, ahora, entrar con fuerza. Me levanto y obligo a mis piernas abotargadas a moverse. Duele. La vida siempre duele. Pero no debería tanto. Tiro de la manta y la extiendo en el suelo. Me tumbo encima. La tibieza de los rayos en la piel reconforta y aleja la negritud de la noche. Levanto la mano y la luz ilumina el hueso descarnado por la magia del sol. El sol. Yo tenía siempre ganas de sol. Amanecía y ya estaba con mi bebé a la espalda caminando por la orilla de un mar calmo. Las olas lavándome los pies. La eternidad y la risa. Enlatadas en la memoria. Adila. Adila. Lejos de la cuchilla. Me duele sonreír. Pero sonrío. Mi niña. Y el mar deja la espuma entre mis dedos. Adila. Mi niña. El hiyad huele a ella, mi pequeña waris.
    El sol se come los barrotes, y si quisiera podría salir fuera. No hay nada que me lo impida. A no ser por ellos que siempre están de guardia, irritados porque no pudieron someterme, porque no consiguieron su propósito: mutilarla. Ella, lejos de sus brazos que aprisionan. De sus manos que atenazan. De la cuchilla de la arpía. Yo machaqué comida para ella, desdentada, para que no muriera. Y reía las gracias de la nieta. Tan preciosa con el brillo en sus ojos enormes como dos tizones calientes. Ríe, ríe, la animaba con sus palmas. Aprovecha este mar amable que te saluda y te lava. Coge las caracolas y sopla dentro para que quede tu aliento de niña, eterno, sin tiempo que lo vuelva agrio y raspe árido como la arena del desierto. Ese instante. Su abuela aplaudiendo el chapoteo en el agua azul y blanca, el giro de sus rizos en el aire, el grito de alegría porque estaba viva y su piel recogía toda la luz de la mañana y la hacía resplandecer en pequeñas gotas como lágrimas. Disfruta del momento, pequeña Adila. Reía con su boca desdentada. Como si de verdad la quisiera.
   Ahora siento el calor. Es lo único que importa. Sentir la vida derramándose en mi cara. ¿Qué me quedan, unos minutos, unas horas, días? No lo sé. Nadie lo sabe. Sólo temo el dolor. Esa piedra que no da en el sitio preciso. Mi fiel Farah lo hará si llega el momento. Pero ahora la vida fluye por mis venas. Ahora el sol calienta mi cuerpo. Y ella está fuera del alcance de la vieja y de su cuchilla. Los pájaros alborotan en el Khat cercano. O tal vez sean los hombres, preparándose. Ellos. Se creen grandes guerreros y tienen que encontrar el valor en sus hojas. Casi los oigo llegar. Sus cuchicheos. Mi marido. Su madre. Intrigando a mis espaldas. Preparándose para la mutilación. Cargados de razones. ¿Quién machacará la comida para ella? Eso no importa. El odio es tan grande. Todo lo arrasa. Pero mi niña no ha hecho nada. Cuando nació yo le conté los deditos uno a uno, cinco, no le faltaba nada. Y nada ha de faltarle. Si nacimos así, así debemos morir. Yo no tuve opción. Mi madre no supo negarse. Le temblaba la barbilla cuando me llevaron. Tragó amargura y levantó la cabeza. No es una tragedia, no dejaba de decirle otra vieja. Será una buena esposa. Y lo soy. Lo fui. Mi marido me ha repudiado y no quiere verme, ni traerme agua. Farah tira cubos por la ventana y yo me acerco con la boca abierta y es como si estuviera bajo unas cataratas. Trago y trago hasta que la tierra se la lleva toda a sus entrañas. Hace tiempo. No sé cuánto. Aquí eso no importa. Importa la sed. Importan esas partículas suspendidas en el aire que intento coger y no se dejan. Libres. Jugando al escondite con los pliegues de mi mano. Libres. Como yo, cuando abrazaba a mi bebé contra mi pecho; como Adila cuando jugaba con las caracolas; como mi hija paseando de la mano de Adela, esa mujer valiente, amiga, que la ha rescatado; como yo que me baño en la luz dorada de este inicio de la mañana y juego a ser otra vez niña que aún no conoce el dolor intenso al que te llevan los de tu propia sangre. Libre porque este instante es, será ya, para siempre imborrable y eterno.

ALTERACIONES, Ricardo Calderón Inca

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RICARDO CALDERÓN INCA, Alteraciones, Orem, Trujillo, 2013.

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DOBLAJE

   Dos hombres se cruzan, se miran, se dan cuenta que son idénticos. Luego regresan y vuelven a observarse. Soy hermoso, se dice uno, el otro afirma con la cabeza.
Luego, ambos se abrazan dulcemente, hasta terminar por devorarse, el uno al otro. 

ESTAMPIDA DE POEMAS MÍNIMOS, Efraín Huerta

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EFRAÍN HUERTA, Estampida de poemínimos, Premiá Editora, México, 1980, 88 páginas.

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TANGO

Hoy
Amanecí
Dichosamente
Herido
De
Muerte
Natural

LAS OCURRENCIAS DEL INCREÍBLE MULÁ NASRUDÍN, Idries Shah

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IDRIES SHAH, Las ocurrencias del increíble Mulá Nasrudín, Paidós, Barcelona, 2013, 232 páginas. Ilustraciones de Richard Williams.

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AUN EL FUEGO

   El Mulá intentaba encender el fuego, pero a pesar de lo mucho que las soplaba, las llamas no brotaban de las brasas.
   Perdiendo los estribos gritó:
   —¡Traeré a mi esposa si no se encienden! —y sopló aún más fuerte.
   El carbón comenzó a arder vivamente, de modo que para mejorar el efecto tomó el sombrero de su esposa y se lo puso en la cabeza. De pronto asomó una llama.
   Nasrudín sonrió.
   —¡Aun el fuego le teme a mi mujer!.




RUMOR EN EL CAMPUS, FOTOS INDECENTES Y ¡ASADA OTRA VEZ!, Jan Harold Brunvand

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JAN HAROLD BRUNVAND, Rumor en el campus, fotos indecentes y ¡asada otra vez!, Alba Editorial, Barcelona, 1999, 120 páginas.

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Según me contaron, una señora iba en tren. Y entró un tipo que llevaba puesta una gabardina. Se sentó, pero estaba como nervioso e inquieto. Ella se percató de que tenía sangre alrededor de uno de los bolsillos de la gabardina. Parecía que saliera del bolsillo, y el tipo llevaba la mano metida en él. Entonces, la señora se levantó y fue a buscar a un policía. Supongo que luego el policía le cachearía o le registraría o lo que fuera. Y se encontró con que tenía un dedo de mujer en el bolsillo y en el dedo un diamante.

AL VIENTO, Gerardo Suzán

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GERARDO SUZÁN, Al viento. Antología de haikús, Alfaguara, México, 2008, 56 páginas.

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Se encarga Gerardo Suzán de compilar e ilustrar treinta y cinco haikus de Matsuo Basho, Yosa Buson, Masaoka Shiki y Kobayashi Issa en esta feliz iniciativa destinada a iniciar en la lectura a un público infantil.
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Noche fría.
Sorbidos del perro que vino
a beber agua.
Masaoka Shiki

PEQUEÑOS RELATOS ILUSTRADOS, Ramón Gómez de la Serna

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RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, Pequeños relatos ilustrados, Ediciones de la Torre, Madrid, 1987, 126 páginas.

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En la Introducción (pp. 9-25), José Luis Rodríguez de la Flor, responsable de la edición, glosa con precisión y sencillez la trayectoria vital y literaria de Ramón. Los relatos incluidos "fueron publicados por Ramón Gómez de la Serna en la revista Buen Humor".
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COSAS DE LAS PLAYAS
   
   Las playas engañan al veraneante, hechas, como están, con aserrín del sol, menudo aserrín que echa en espuertas sobre la tierra.
   No es sólo engañoso el nombre que escribe una sombrilla en su jergón, sino el jergón mismo.
   Engañan, pero se las vuelve a buscar siempre y hasta se hace a ellas esas excursiones, de noche, que hunden inútilmente en su arena, produciéndose en sus hoyos la sordera de todos los jazz band, que siempre suenan en el mundo.
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   Lo único que tiene de bueno la playa es que en ella la propiedad es libre y puede fijarse un toldo en los sitios libres que se escojan. Hay unos gitanos elegantes que se establecen para todo un verano en la tienda de campaña simple, y allí cocinan, duermen, toman el té, hacen las finas labores de aguja.
   De la antigua manera con que la Humanidad acampaba en las praderas y los pináculos, sólo quedan dos supervivencias: la de los gitanos en los campos y la de los veraneantes en las playas.
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   En las playas se pierden todas las novelas leídas y las novelas vividas. Es un gran papel secante de todo lo que sucede en ella. De las memorias pasadas no guarda ningún recuerdo, y donde más se pierde la presunción del presumido es en la playa en que luce sus zapatos blancos con vivos de charol negro.
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   Parece muchas veces la playa un tendedero de ropa, en que los trajes blancos se reblanquean más.
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   El que sorprende a unas cuantas muchachas tendidas en la playa teme que, al sentir sus pasos, todas escapen volanderas.
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   En la disputa de los novios, el más iracundo echaría de buena gana polvorones de arena en la boca del otro.
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   Las sombrillas en la playa debían ser como velas que empujasen al que camina.
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   El niño de los barquillos es un niño que se come al día varios miles de barquillos, llegando a sonar a barquillo quebradizo cuando se le besa y a saber a barquillo relleno.

UN TAL LUCAS, Julio Cortázar

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JULIO CORTÁZAR, Un tal Lucas, Punto de Lectura, Madrid, 2008 (1979), 192 páginas.

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LAZOS DE FAMILIA


   Odian de tal manera a la tía Angustias que se aprovechan hasta de las vacaciones para hacérselo saber. Apenas la familia sale hacia diversos rumbos turísticos, diluvio de tarjetas postales en Agfacolor, en kodachrome, hasta en blanco y negro si no hay otras a tiro, pero todas sin excepción recubiertas de insultos. De Rosario, de San Andrés de Giles, de Chivilcoy, de la esquina de Chacabuco y Moreno, los carteros cinco o seis veces por día a las puteadas, la tía Angustias feliz. Ella no sale nunca de su casa, le gusta quedarse en el patio, se pasa los días recibiendo las tarjetas postales y está encantada
   Modelos de tarjetas: «Salud, asquerosa, que te parta un rayo, Gustavo». «Te escupo en el tejido, Josefina». «Que el gato te seque a meadas los malvones, tu hermanita». Y así consecutivamente.
   La tía Angustias se levanta temprano para atender a los carteros y darles propinas. Lee las tarjetas, admira las fotografías y vuelve a leer los saludos. De noche saca su álbum de recuerdos y va colocando con mucho cuidado la cosecha del día, de manera que se puedan ver las vistas pero también los saludos. «Pobres ángeles, cuántas postales me mandan», piensa la tía Angustias, «ésta con la vaquita, ésta con la iglesia, aquí el lago Traful, aquí el ramo de flores», mirándolas una a una enternecida y clavando alfileres en cada postal, cosa de que no vayan a salirse del álbum, aunque eso sí clavándolas siempre en las firmas, vaya a saber por qué.

POSTALES, Adriana Azucena Rodríguez

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ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ, Postales (Mini-hiper-ficciones), México, Fósforo-Inba, 2013, 117 páginas. 

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Componen el libro catorce secciones: Princesas, Algunos sentidos, Estaciones, Medievalia, Semanario, La otra realidad, Historias de la literatura, Bestiario, Geografías improbables, Crónicos y Crónicas, Amantes, Canciones populares, Cajón de sastre y Finales para un libro. Lo abren Cuentos mínimos a grandes rasgos (nodecálogo) (p. 7) y Carta a una aprendiz de cuentista (p. 8).
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ELLA, ÉL, YO

   Él siempre fue, en lo que podría llamar nuestra relación, la mujer. Yo, el hombre. Estuve ahí cuando me necesitó. ¿Un problema económico? Le deposité dinero esa misma noche. ¿Una operación urgente o dentro de tres meses? Le llamé al otro día y le pedí que me avisara cuándo le iba bien que le hiciera una visita, después de su familia y sus novios
—perdón, novias—, de quienes nunca me contaba nada para seguir contando conmigo. Me invitaba a huir juntos para realizar viajes absurdos, aventuras infantiles, fantasías sexuales enternecedoras.
   Me trataba mal, pues yo era el hombre. No me dejaba acercarme si notaba que olía a sudor. Yo, entonces, pagaba las cuentas con satisfacción, pues el dinero que gastaba era fruto de ese sudor. Si tardaba en llamar, me contestaba feliz; si le hablaba con regularidad, sus padres me informaban aburridos que no estaba y no sabían a qué hora regresaría.
   Eso que podría llamar nuestra relación terminó cuando bailamos por primera vez. Él cree que baila bien, pero lo hace fatal: no sabe llevar. Y me di cuenta porque yo soy la mujer.
 

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CUENTOS MÍNIMOS A GRANDES RASGOS (NODECÁLOGO)
  1. Nunca renuncie a ser un Balzac, un Stendhal o un Proust, aunque de su pluma sólo surja una línea al año. 
  2. De los maestros, copie lo que hacen y no haga lo que dicen.
  3. No sucumba a la tentación de llevar un extenso cuaderno de notas o de sacar mucha punta a su lápiz.
  4. Recuerde que su nada efímero propósito requiere, sin embargo, de lo efímero: el sentido de la historia, la muerte del individuo, el chiste de moda.
  5. Ande siempre al acecho de sus propios monstruos: dinosaurios, dioses, fantasmas, vampiros, reflejos en el espejo y entes similares; algunos como la madre, el hijo o el padre son espeluznantes.
  6. No haga chillar a las pobres palabras, pero tampoco les permita salirse del huacal. Evite el desperdicio: que la situación se comprima en un puño y que lleve sus huellas digitales.
  7. No olvide, nunca, al lector: su complicidad es imprescindible. Para mejores resultados, invéntese uno.
  8. Redacte su relato: recorte, añada, hilvane, recorte nuevamente (esta cláusula, por ejemplo, podría ser recortada). 
  9. Si se atreve, ofrézcalo a la publicación, y espere pacientemente a que nadie lo tome en serio.