LA OTRA ORILLA, Julio Cortázar

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JULIO CORTÁZAR, La otra orilla, Punto de Lectura, Madrid, 2008, 176 páginas.

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DE LA SIMETRÍA INTERPLANETARIA
This is very disgusting.
Donald Duck

   Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956.
   Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña (suponiendo una araña verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres; fui acogido con innegable simpatía.
   Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía -pronunciándolos a través de un silbato de hueso que fabriqué diestramente-. Me explicaron que profesaban el monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del todo desprestigiado y que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos. El problema actual parecía consistir en Illi. Descubrí que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la fe en los sistemas vasculares ("corazones" no sería morfológicamente exacto) y que estaba en camino de conseguirlo.
    Me llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a Ili. Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa, en Faros) comiendo y predicando. Lo escuchaban con atención, parecían adorarlo, mientras Illi hablaba y hablaba.
   Yo no conseguía entender sino pocas palabras. A través de ellas me formé una alta idea de Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber retrocedido a las épocas terrestres en que se gestaban las religiones definitivas. Me acordé del Rabbi Jesús. También el Rabbi Jesús hablaba, comía y hablaba, mientras los demás lo escuchaban con atención y parecían adorarlo.
  Pensé: "¿Y si éste fuera también Jesús? No es novedad la hipótesis de que bien podría el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiendo a los universales. ¿Por qué iba a dedicarse con exclusividad a la tierra? Ya no estamos en la era geocéntrica; concedámosle el derecho a cumplir su dura misión en todas partes."
   Illi seguía adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció que aquel farense podía ser Jesús. "Qué tremenda tarea", pensé. "Y monótona, además. Lo que falta saber es si los seres reaccionan igualmente en todos lados. ¿Lo crucificarían en Marte, en Júpiter, en Plutón...?" 
   Hombre de la Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. El Calvario era un estigma coterráneo, pero también una definición. Probablemente habíamos sido los únicos capaces de una villanía semejante ¡Clavar en un madero al hijo de Dios...!
   Los farenses, para mi completa confusión, aumentaban las muestras de su cariño; prosternados (no intentaré describir el aspecto que tenían) adoraban al maestro. De pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y las patas de un farense son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe sobre la punta de la pirámide (la mesa). Instantáneamente quedó negro y callado; pregunté, y me dijeron que estaba muerto. Parece que le habían puesto veneno en la comida.

CUENTOS COMPLETOS, Javier Tomeo

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JAVIER TOMEO, Cuentos completos, Páginas de espuma, Madrid, 2012, 867 páginas.
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Estos Cuentos completos, en la titánica edición encargada por Páginas de Espuma a Daniel Gascón, recogen, además de Bestiario, Historias mínimas, Problemas oculares, Zoopatías y zoofilias, El nuevo bestiario, Cuentos perversos y Los nuevos inquisidores, una copiosa colección de Inéditos y reescrituras (pp. 589-866). Del maestro Tomeo dice Gascón: "Hay muchos escritores buenos. Pero no son tan frecuentes los que inventan una manera de ver el mundo y consiguen contagiarla a los lectores".
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LA SOLEDAD DE LOS DINOSAURIOS

   —Los dinosaurios me explica esta tarde Ramón— desaparecieron de la faz de la tierra porque tenían un cerebro minúsculo, es decir, por tulpa de su poco seso.
   —Sin embargo —observo—, somos muchos los tontos que sobrevivimos.
   —A los dinosaurios —sigue explicándome Ramón— les faltaba sensibilidad y recibían tarde y mal los mensajes dolorosos que les llegaban al cerebro.
   —¿Tan grave es eso?
   —Te lo explicaré en cuatro palabras. Cuando llegaba la noche y aquellos gigantes (soñando tal vez amores imposibles) se quedaban dormidos a la luz de la luna, otros animales más pequeños se los comían vivos impunemente. Antes o después, los dinosaurios se despertaban, eso es cierto, pero entonces era ya demasiado tarde. Hubo más de uno de aquellos gigantescos reptiles que, al levantar la cabeza, se encontró prácticamente convertido en un inmenso esqueleto.
   Ramón me explica todo eso con la voz cavernosa de las grandes ocasiones.
   —Debe de ser mala cosa —añade, tras un suspiro—, despertarse y encontrarse convertido en una serie de huesos mejor o peor dispuestos. Mala cosa, sobre todo, desbubrir que nuestros enormes y leales corazones de herbívoros, aunque sea por poco tiempo, continúan latiendo entre las costillas mientras las hienas, ahítas de carne, se ríen a lo lejos.
   —Puede que aquellos dinosaurios se muriesen de pena al descubrirse convertidos en un montón de huesos —observo—, pero puede, también, que muriesen avergonzados por sus dimensiones, es decir, por verse tan enormes en un mundo en el que empezaba a prevalecer lo políticamente correcto.
   —Sí, puede que se muriesen al verse distintos —suspira Ramón, mientras empieza a llover suavemente y se caen las últimas hojas de los árboles.

PEQUEÑAS HISTORIAS DE LA CALLE SAINT-NICOLAS, Line Amselem

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LINE AMSELEM, Pequeñas historias de la calle Saint-Nicolas, Xordica, Zaragoza, 2012, 232 páginas.
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Line Amselem compone una novela con estas historias encontradas que permiten una lectura yuxtapuesta fragmentaria e independiente.
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LOS ARISTOGATOS


   Esther tiene el álbum Panini de cromos de Los aristoga­tos. En la portada se ve al mayordomo con gatos en las manos, en los brazos y hasta uno en la cabeza. Un sobre de pegatinas cuesta cincuenta céntimos. Esther los com­pra en la tienda de Lili, y después cambia los repetidos con sus amigas. En televisión pusieron el tráiler de la película y dan ganas de ver la película entera. Una vez fuimos al cine a ver Los diez mandamientos, de Cecil B. de Mille. Aquel día, Papá había vuelto más temprano de la tienda y habíamos salido los cinco juntos. A partir de entonces, para Pésah, cuando el más joven de la fa­milia tiene que preguntar por qué se celebra la Pascua, Papá ya no se calienta la cabeza y contesta: «¿Miratis la película? ¡Wa ya está!». Pero después, a pesar de todo, Papá cuenta un poquito cómo los judíos salieron de Egipto con Moshé Rabbenu (así llamamos nosotros a Moisés).
   Otro día, mi amiga Magali Legal me invitó al cine a ver Blancanieves con ella y con su mamá, pero cuando estábamos delante del cine me pidió el dinero y yo no llevaba. Creo que no había entendido muy bien lo de la invitación. Entonces me inventé algo y me volví para casa.
   No sabemos por qué motivo Mamá aceptó llevarnos a los tres a ver Los aristogatos un miércoles por la tarde. Era la primera vez que íbamos al cine con ella. Echa­ban la película en la calle Lyon. Antes de ir compramos chucherías en la panadería de enfrente y lo más gracioso fue que tenían gatitos de regaliz. Nos plantamos en la taquilla del cine, Mamá ya había abierto el bolso para sacar las entradas, pero cuando dijimos la película que queríamos ver no nos dejaron entrar. Sería porque la sala ya estaba llena o porque Mamá se había equivo­cado al leer la cartelera. No podíamos esperar a que empezara la siguiente sesión, porque entre pitos y flau­tas se nos hubiera hecho la hora en que Papá volvería del trabajo. Entonces, dimos media vuelta y tomamos la avenida Ledru-Rollin Nos sentíamos raros volviendo tan pronto después de haber salido tan contentos y re­cuperando el curso de un miércoles cualquiera.
Menos mal que a Mama se le ocurrió pasarse por el cine del Faubourg Saint-Antoine para ver si podíamos entrar. En la taquilla no nos pusieron ninguna pega. La verdad es que quedaba mucho sitio en la sala, es­cogimos buenos asientos en medio de una fila y empe­zamos a comer los gatitos de regaliz. Estábamos en la gloria y tardamos en darnos cuenta de que la película que estábamos viendo no era la de Los aristogatos sino una historia del Oeste con gente que metía agujas en unas muñecas de trapo. Después, los vaqueros se caían al suelo vomitando espuma blanca. Vimos de cerca la cara de muchos señores que se morían retorciéndose,  empapados de sudor y echando baba.
   Al final, salimos con la sensación de haber hecho una tontería con Mamá. Durante mucho tiempo, a raíz de ese suceso, nos despertamos por la noche con pesadillas. Pero, como podemos contárnoslas, dan menos miedo que otras.

VILANOS, Clara Janés

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CLARA JANÉS, Vilanos, Adamar Ediciones, Madrid, 2004, 58 páginas.

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Fruto de una correspondecia electrónica, estos poemas reciben como subtítulo (E-mails).
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La muerte está detrás de la puerta.
Sadré yo primero para asustarla
con la risa loca de mi amor.

NARRATIVA BREVE COMPLETA, Carlos Casares

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CARLOS CASARES, Narrativa breve completa, Libros del silencio, Barcelona, 2012, 309 páginas.

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En El sobrecogedor filo de la navaja (pp. 5-11) Juan Cruz Ruiz escribe: "Casares prolongó la leyenda humana de Cunqueiro, y en estos cuentos ha querido prolongar también su pericia para narrar historias que nunca pasaron pero que ya forman parte de la realidad que dibujó". Recoge, en traducción de del propio Casares y Xesús Rábade Paredes, El juego de la guerra y otros cuentos, Los oscuros sueños de Clío y otros Relatos dispersos.
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 ANTE EL RETRATO

   Ahora estoy aquí, solo en este cuarto oscuro lleno de libros, rodeado de dibujos que representan campesinos de cara machacada, recios dibujos que no gustan a nadie. Estoy solo en esta habitación rosa, ante el retrato pobre, sin marco ni cristal, este hombre bueno, de este hombre alto, cegato de mirada triste, que murió más allá del Atlántico, que murió, que te has muerto lejos, Castelao.
   Hoy llueve y yo hago números, hago cuentas, multiplico para saber cuánto falta aún, cuánto hace falta para que allá, la Xironda, aquí, a pocos kilómetros, una vieja que se llama Dina coma durante trescientos sesenta y cinco días de diez ferrados de centeno que recoge al año y para saber cuánto les sobra a unos amigos de Vilaseca que recogen tres ferrados para cuatro personas, cuánto les sobra, digo, para pagar además el diezmo, además, para saber cuánto hace falta, cuánto, para saber cuántas Dinas quedan aquí, cuántas buenas Dinas, pobres Dinas, viejas Dinas quedan. Hago cuentas, hombre mío de las lentes y del retrato sin marco ni cristal, hago números para conocer los grados Fahrenheit o Réaumur que marca el termómetro de la dignidad, el termómetro de la vergüenza y de la verdad, el termómetro nuestro, todos los termómetros subyu gados que ya no sirven, que ya no marcan, que ya no tienen el mercurio para que suba aunque solo sea un poco, solo un poquito. ¿Qué pasa aquí, mi viejo artista desgarbado? ¿Qué pasa aquí para que se marche tanto hijo de maestro a los conventos, sin saber por qué, ni para qué, sin saber que en el instituto no, que allí no, porque no señor, porque no, sin más explicaciones económicas sobre la carestía o baratura o hartura? ¿Qué pasa aquí para que un hombre nuestro nos coja en una taberna por la noche para hablarnos de eso, una y otra vez, de eso, de un tiro en una pierna y sin pensión, del año del hambre?

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Ferrado: Unidad de medida que equivale a quince kilogramos de grano, aproximadamente. (N del T)


ARTE DEL AIRE, Joaquín Araújo & Juan Varela

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JOAQUÍN ARAÚJO & JUAN VARELA, Arte del aire, Lynx Edicions, Barcelona, 2004, 120 páginas.

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Juan Varela ilustra con sus dibujos y su tintas los haikus y "naturismos" escritos por Joaquín Araújo.
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Despega un ave.
Se detiene el tiempo.
Volverá a volver.

 
Las aves sonríen cada vez que sobrevuelan una frontera.
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Cada pájaro es un oasis en el desierto del aire.
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Hay bandadas que son el humo del atardecer.

 

NOTAS DE UN SIMULADOR, José Ángel Valente

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JOSÉ ÁNGEL VALENTE, Notas de un simulador, Ediciones La Palma, Madrid, 1997, 47 páginas.

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En el aforismo confluyen poesía y pensamiento. Quizá no se da ahora entre nosotros por ausencia flagrante de ambos.
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Disidencias, formas persistentes de aparición del otro, que denuncian la irreparable vaciedad del sí mismo.
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Multiplicador de sentidos, el poema es superior a todos sus sentidos posibles. Y aunque todos ellos nos hubieran sido dados, el poema habría de retener aún de su naturaleza lo que en rigor lo constituye, la fascinación del enigma.
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Escribir es una aventura totalmente personal. No merece juicio. Ni lo pide. Puede engendrar a veces en otro una volición, una afección, un adentramiento. Otra aventura personal. Eso es todo.
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La esfera de lo que llamamos real o realidad suele quedar acotada por lo que somos capaces de imaginar como real en un momento dado. La realidad y sus realismos suelen ser el fruto de una imaginación impotente, no capaz de imaginar otra cosa.

REVÓLVER Y OTRAS HISTORIAS DEL LADO SUAVE, Alejandro Bentivoglio

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ALEJANDRO BENTIVOGLIO, Revólver y otras historias del lado suave, Letras del Sur, Buenos Aires, 2007, 84 páginas.

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Avalados por la elogiosa introducción de Ana María Shua, las páginas que le siguen servirán para confirmar que "los textos de Bentivoglio son perfectos. Su prosa se desliza suave, tranquila, para distraer al lector de los filos ocultos. No hay ni uno sólo de estos cuentos de los cuales se pueda salir indemne".

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LOS AMANTES

   Él quiso creer que ella era un ángel porque de vez en cuando bebía el vino amargo de sus pechos. Pero no había nada divino en la forma en la que ella se recostaba en la cama y se dejaba amar laxa, como un bote deslizándose en la corriente.
   Cada vez que se besaban se sentían solos, como si alguien los observara a través de un vidrio, como esas cabinas de nudistas de peep show. Se tocaban con violencia indiferente. Se separaban en medio de la noche y se juntaban más tarde, en días sin fecha, en hoteles sin ubicación geográfica precisa. Eran habitantes de una ciudad propia, sin mapas. Cuando ella despertó, se dio cuenta que no había nadie en el cuarto. Cuando él despertó, también.

PAPELES PÓSTUMOS, Ángel Sánchez Rivero

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ÁNGEL SÁNCHEZ RIVERO, Papeles póstumos. Fragmentos de un diario disperso (1925-1930), Llibros del Pexe, Gijón, 1997, 152 páginas.

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Según explica Manuel Neila en el prólogo, "estas anotaciones fragmentarias contienen, in nuce, las preocupaciones fundamentales del malogrado escritor" (…), conformando una colección aforística que toma como punto de partida las "impresiones que produce en sus más íntimos recintos personales el mundo que le rodea, bajo cualquiera de sus manifestaciones: históricas políticas y sociales; filosóficas, artísticas y morales".

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El estilo de un escritor está orientado por la actitud en que el escritor se imagina a sí mismo en el momento de escribir. Al posarse ante la hoja de papel, uno se imagina como pronunciando un discurso ante un auditorio; el estilo resulta oratoria. Otro mueve la pluma como si estuviera razonando en un grupo de contradictores; el estilo toma el tono de polémica. El mejor estilo, creo, resultaría de un estado de ánimo en que el escritor no pensase ni en la discusión ni en el discurso, sino que fueses escribiendo como en una confesión íntima.
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Nuestra imagen de las cosas tiene dos interpretaciones posibles, según acentuemos lo que tiene de nuestra o lo que tiene de las cosas. La propensión hacia una u otra interpretación decide el estilo de una época.
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Tal vez la fuerza más rica de la conciencia contemporánea sea una cierta sensibilidad para lo precario, sintiéndolo como tal, sin aspiración a la persistencia.
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En las grandes épocas creadoras no se ha tenido inconveniente en recoger los temas tradicionales y continuar su colaboración. Así se ha llegado a la verdadera originalidad profunda.

GRIEGO PARA PERROS, Antonio Báez

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ANTONIO BÁEZ, Griego para perros, Sabara, 2012, 216 páginas.

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JAZZ

   Se prendió en un incendio provocado por él mismo. Por un cigarrillo en la cama. Todos los periódicos locales dando la noticia. Dejó la noche cuando se cansó de la noche. Lo dejó todo. Cerró El Cantor de Jazz, al que tantas veces fui, solo o con Lola, solo o con alguien, y comenzó una vida diurna de universitario juvenilmente envejecido. Era fácil verlo, bohemio descolocado, a lomos de una bici llena de óxido. Ahora poemas, pastillas, alcohol y caída. Lo mejor del jazz. La muerte rondadora. Su padre murió de alcoholismo, su hermana se suicidó y su madre, como él, refrita en un incendio. Organizó hermosos, espeluznantes recitales. Al cabo de uno de ellos interpeló así al poeta:
   —Maestro, creo que no llegaré a viejo.
   —Llegarás a viejo, y antes de lo que te imaginas, le replicó éste.
   Luego un libro póstumo para coleccionistas de alfabetos, que dejó grabado en un CD, Love´s Labours Lost, bajo este amparo shakesperiano, con el título de Las calles del miedo. Su nombre era Miguel Hernández, como el poeta, seguido de Torralbo.





ACONTECIMIENTOS Y RELATOS, Thomas Bernhard

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THOMAS BERNHARD, Acontecimientos y relatos, Alianza, Madrid, 1997, 144 páginas.

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   El profesor se ha vuelto loco estudiando a las mariposas. Primero lo llevaron a un establecimiento, pero al cabo de dos años volvieron a soltarlo, al llegar a la conclusion de que su locura no era peligrosa para la gente. Tenía la originalidad de corretear por el parque con un cazamariposas, lo que resultaba muy divertido, porque el profesor es un personaje más bien enclenque. Casi no hace ninguna comida y, por deseo suyo, colocan en su habitacion una gran pizarra negra en la que escribe la palabra ALEGRÍA. Siempre que escribe en ella la palabra ALEGRÍA, llama a un enfermero que tiene que borrarla con una gran esponja. Y cada vez recibe por ello una moneda del profesor, de modo que ya tiene un saco repleto de esas monedas. Cuando el profesor tiene que salir del sanatorio, lo cual lo entristece mucho, ruega que dejen la palabra ALEGRÍA escrita en la pizarra. Dice que dará al enfermero la orden de borrarla en un momento todavia muy lejano. Realmente los empleados del establecimiento se muestran inconsolables cuando vienen a buscar al profesor y se lo llevan a la finca de su hermana. Allí puede moverse libremente, pero él sólo vive recordando su estancia en el establecimiento. Todo lo ocurrido antes lo ha olvidado hace tiempo. Allí en la finca, en verano, viste trajes blancos y de color crema. Los aldeanos se burlan de él cuando lo ven paseando por las colinas con su cazamariposas. No obstante, apartir de cierto dia, solo quiere salir de casa de noche, lo que no quieren consentir su hermana y el médico de la familia, que le dedican todo su existencia. Sin embargo, él logra imponer su voluntad. Dice que quiere atrapar las luces, porque no hay nada más precioso que la luz. Dice que quiere coleccionar las luces, conservarlas en un sitio seguro y publicar un libro sobre ellas.De modo que por la noche se pasea sin ser molestado. Una noche llega a la vía ferrea. Levanta su cazamariposas hacia las dos luces del expreso que van aumentando rapidamente de tamaño. Cuando están justo delante de él las atrapa con un veloz movimiento de sus manitas juntas.

ENTRE PARÉNTESIS, Ana Pérez Cañamares

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ANA PÉREZ CAÑAMARES, Entre paréntesis, La Baragaña, Palma de Mallorca, 2013, 118 páginas.

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Abrazo al árbol.
Y le pido disculpas
por ser su jaula.

LAS HOJAS DE HIPNOS, René Char

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RENÉ CHAR, Las hojas de Hipnos, Visor, Madrid, 1973, 80 páginas.

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En la memoria no hay acción sobre el recuerdo. El recuerdo no tiene fuerza contra la memoria. La dicha ya no sube.
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Lo que más importa en ciertas situaciones es domar la euforia a tiempo.
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Pienso en la mujer que quiero. Su rostro de repente se enmascaró. A su vez el vacío se enferma. 
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Desde el beso en la montaña, el tiempo se guía por el verano áureo de sus manos y la hiedra oblicua.
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Las cenizas del frío están en el fuego que canta el rechazo.
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La pérdida de la verdad, la opresión de esta ignominia dirigida se titula bien (el mal, no depravado, inspirado, antojadizo, es útil) ha abierto una llaga en el costado del hombre, que sola la esperanza del gran lejos informulado (lo vivo inesperado) atenúa. Si lo absurdo, lo antiestético, aquello que más me acerca a las suertes patéticas. Soy hombre de márgenes —cavadura e inflamación— por no poder siempre serlo de torrente.
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¿Comenzaría la vida por una explosión y acabaría por un concordato? Es absurdo.
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El consentimiento ilumina el rostro. El rechazo le da belleza.
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El hombre es capaz de hacer lo que es incapaz de imaginar. Su cabeza ara la galaxia del absurdo.

HISTORIAS NATURALES, Jules Renard

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JULES RENARD, Historias naturales, Analecta Malacitana, Málaga, 1998, 175 páginas.

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R. Redoli Morales en la Introducción (11-25) a esta nueva traducción que se presenta en edición bilingüe, dedica espacio a demostrar la posible influencia de Renard en la creación de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna. Por ello, ocupa las últimas páginas de este volumen una antología de "renarderías".
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EL SAPO

   Nacido de una piedra, vive bajo una piedra y en ella se cavará su tumba.
   Le visito con frecuencia y, cada vez que levanto su piedra, temo encontrarle de nuevo y también temo que ya no esté.
   Sigue ahí.
   Oculto en ese seco escondrijo —limpio, estrecho, tan suyo— que ocupa su totalidad, hinchado como bolsa de avaro.
   Si una lluvia le hace salir, se planta delante de mí. Unos torpes saltos me mira con ojos enrojecidos.
   Si este injusto mundo le trata como a un leproso, a mí no me da miedo agacharme junto a él y acercar mi rostro humano al suyo.
   En seguida, dominaré un gesto de desagrado y te acariciaré con mi mano, ¡oh, sapo!
   En esta vida hay que aguantar a algunos que dan mucho más asco.
   Ayer, sin embargo, me faltó un poco de tacto. Él hervía y rezumaba por todas sus verrugas reventadas.
   —Mi pobre amigo —le dije—, no quisiera entristecerte, pero, ¡mira que eres feo!
   Abrió su boca infantil y desdentada de aliento cálido, y me respondió con un ligero acento inglés:
   —¡Pues anda que tú!

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El grillo da cuerda a su minúsculo reloj.
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La cucaracha es negra y embutida como ojo de cerradura.
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Las hormigas son perlas negras que se engarzan.
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El caracol es hogareño.
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La rosa, cuando tiene frío, se pone una oruga alrededor del cuello.
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El avestruz tiene alas de pollito y gorra de jefe de estación responsable.
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Las cigüeñas siempre se están encogiendo de hombros.

EL HACEDOR DE REYES Y OTROS CUENTOS, Víctor González

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VÍCTOR GONZÁLEZ, El Hacedor de reyes y otros cuentos, Pearson, Madrid, 2011, 128 páginas.
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LO DE LA MUERTE NO ES FÁCIL

   El trabajo de la Muerte no es fácil; de hecho, nadie quiere hacerlo. Tiene muchos inconvenientes y a menudo resulta agotador.
   La mayor parte de la gente piensa que la Muerte llega, mata y ya está, pero no. No es tan sencillo. Por ejemplo, si la Muerte tiene que matar a alguien en un sitio muy concurrido como un macroconcierto o un centro comercial, lo pasa realmente mal, porque tiene que adentrarse en la multitud muy pendiente de todas y cada una de las demás personas para esquivarlas. La Muerte no puede permitirse el lujo de tocar ni un pelo a ninguna otra persona excepto a la elegida y eso es muy difícil, sobre todo en esos sitios que están hasta la bandera. Y mucho más aun con la guadaña a cuestas, que es un estorbo de caray.
   Todo es por culpa de su invisibilidad. Si la Muerte fuera visible, su trabajo sería mucho más fácil. Al verla venir, todo el mundo se apartaría para hacerle un pasillo y no habría ningún problema. Pero no. Tchk. Mala suerte.
   Lo que más aborrece la Muerte es tener que ir a los parques infantiles. Eso es lo peor de todo; siempre lo dice. En los parques, los niños andan corriendo como locos por ahí, jugando al fútbol o a lo que sea, y ¡se abalanzan sobre ella! Es tremendo. A veces tiene que hacer fintas increíbles, más propias de un contorsionista y, a fin de cuentas, ella es una anciana. Hasta ha llegado a dar saltos mortales para esquivar a algún niño. Es como conducir en medio de un montón de coches locos. Eso produce mucho estrés.
   En cierta ocasión un niño pequeño se lanzó sobre ella desde lo alto de un columpio. ¡Lo que tuvo que hacer la pobre para evitar que le cayera encima!
   Mejor ni lo cuento.

PALABRAS DE LUZ. 90 HAIKUS, Ueshima Onitsura

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UESHIMA ONITSURA, Palabras de luz (Tomoshibi no kotoba). 90 Haikus, Miraguano, Madrid, 2009, 128 páginas. Edición de Yoshihiko Uchida, Vicente Haya y Akiko Yamada.

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Contemporáneo del reconocido maestro Matsuo Bashô, Ueshima Onitsura (1661-1738) es, en palabras de Vicente Haya, "sin duda alguna, el gran desconocido del haiku japonés y su injusticia más manifiesta". En su introducción no se olvida de destacar los aciertos del escritor, considerándolos como el "lugar donde la sencillez se hace un logro imposible para los mediocres"; una sencillez, además, sobre la que construye imágenes poéticas rebosantes de modernidad. El recorrido biobibliográfico a cargo de Yoshihiko Uchida (en versión bilingüe, al igual que los 90 haikus del volumen) complementa la documentada y atrayente presentación que se ofrece de este poeta clásico.

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kakemawaru yume ya yakeno no kaze no oto



Mis sueños merodean
por campos quemados...
El sonido del viento

BOMBÁSTICA NATURALIS, Bombastus Dulcimer

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BOMBASTUS DULCIMER, Bombastica naturalis, A Buen Paso, Barcelona, 48 páginas.

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Abre el editor de este bello tratado de botánica, Iban Barrenetxea, con el Prólogo de la primera edición de Bombástica Naturalis, por el eminente Doctor, Botánico y Filósofo Natural, BOMBASTUS DULCIMER. En él, dejó dicho Dulcimer en 1810: "...querido lector, planto ante tu mirada algunas de las especies de mi creación. Y las planto con el humilde propósito de que este libro se convierta en una semilla de la que broten los futuros del futuro".
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GOSSYPIUM CALCEATUS [Algodonero calcetinero] Recientes investigaciones evidencian que los calcetines que brotan de este algodonero son tejidos por una pequeña oruga tejedora que habita en sus hojas; probablemente una rara variedad de la oruga Bombyx textrix minima (Bestiarium impossibile, Doctor Octavius Gamelan, 1776, p 159).
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HELIANTUS CALIDARIUM [Girasol placa solar] Flor que posee la cualidad de captar la luz solar. Durante la noche libera por techos y paredes de la casa el calor acumulado, caldeando todas y cada una de las habitaciones.
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ILEX CANCELLI [Acebo verja] Los bordes espinosos de sus hojas mantienen alejados a los intrusos. Resulta llamativo que en épocas navideñas esa planta cause el efecto contrario.


DIBUJOS, Franz Kafka

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FRANZ KAFKA, Dibujos, Sexto Piso, Madrid, 2011, 144 páginas.
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En Kafka, un gran dibujante (p. 95-109) leemos: "En los últimos años de la carrera de Derecho (1903-1905), el aburrimiento llevaba a Kafka a garabatear "acertijos" en el margen de sus apuntes. Max Brod los tomaba prestados, reconociendo su valor, y tuvo la perspicacia de recortar y archivar los dibujos". Los editores Niels Bokhove y Marijke van Dorst han concretado en este libro el "cartapacio Kafka". Lo componen cuarenta y una ilustaciones que están acompañadas oportunamente por fragmentos procedentes de diversas obras perfectamente referenciadas.
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PASEANDO SIN PANTALONES POR EL TEJADO

   Cuando se pasea de noche por una calleja y un hombre, visible ya desde lejos —pues tenemos la calleja ante nosotros y hay luna llena—, viene corriendo en nuestra dirección, nunca lo detendremos, incluso si es débil y andrajoso, incluso si alguien va corriendo y gritando tras él, sino que lo dejaremos seguir corriendo. Porque es de noche y no podemos evitar que la calleja esté ante nosotros, bajo la luna llena, y quizá estos dos han organizado la persecución para entretenerse, quizá ambos persiguen a un tercero, quizá el primer perseguido sea inocente, quizá el segundo vaya a asesinarlo y seamos, entonces, cómplices de asesinato, quizá esos dos no saben nada el uno del otro y cada uno va corriendo por gusto hacia su propia cama, quizá vagan en la noche, quizá el primero vaya armado. Y, al final, ¿es que no tenemos derecho a estar cansados tras haber bebido tanto vino? Estamos contentos, ya no logramos ver al segundo.

[Los que pasan corriendo (anterior a 1908)]




LA VIDA IMPOSIBLE, Eduardo Berti

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EDUARDO BERTI, La vida imposible, Emecé, Buenos Aires, 2002, 178 páginas.

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DOBLE VIDA

   En cuanto supe que mi padre había llevado en sus últimos treinta años una doble vida, sucumbí a la curiosidad y averigüé el nombre de su otra mujer y la dirección del otro hogar. Llamé a la puerta con una excusa cualquiera -una inspección de la compañía de seguros, o algo así– y una mujer alta y equina me invitó a entrar. Entonces, no pude dar crédito a lo que veía: el interior de aquel hogar era una réplica perfecta del que habíamos compartido mi padre, mi madre y yo; los mismos muebles, los mismos sillones con el mismo tapizado distribuidos exactamente igual, y hasta los mismos cuadros, los mismos platos de porcelana y las mismas esculturas de yeso.
   De vuelta en casa, esa noche me dediqué con malévolo placer a desordenar los muebles y a revolver las cosas en los estantes. Mi madre seguía perpleja mis movimientos, pero no le dije nada de mi visita a la casa y cenamos en silencio.
   De pronto recordé la vez que, siendo un niño, había roto el jarrón chino que flanqueaba el diván. El enojo de mi padre al saber del accidente me había parecido, en aquel momento, desproporcionado. Ahora podía entenderlo. Podía incluso imaginarlo al día siguiente, destruyendo a conciencia el jarrón igual, sólo para conservar la simetría con su otro hogar.

EL PUENTE DE FUEGO, Rafael Argullol

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RAFAEL ARGULLOL, El puente de fuego. Cuaderno de travesía (1996-2002), Destino, Barcelona, 2004, 149 páginas.
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En Los nombres y las formas  (pp. 9-16) leemos "El espacio genuino del Cuaderno de travesía es el de los intersticios: una escritura en la frontera y asimismo una escritura sobre la marcha".
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Ir por delante toda la carrera y detenerse a un metro de la meta sigue siendo el mayor lujo que puede permitirse un hombre.
(Lujo)
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No cierres la puerta al huésped que llega de improviso, por temor o por fastidio. Puede ser que haya llegado a tu casa la mejor parte de ti mismo.
(El huésped)
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El conocimiento exige a menudo dejar atrás profundas convicciones, como la serpiente que abandona su vieja y gastada piel en algún recodo del camino.
(La piel gastada)
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El tiempo del enfermo transcurre con extrema lentitud: serpiente de incontables anillos, repta por nuestro cuerpo, milímetro a milímetro, mostrándonos la ilimitada variedad de venenos que puede inocularnos.
(El enfermo)
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Alcanzamos la madurez cuando reconocemos, por fin, que la muerte no tiene ningún atributo, ningún valor, ningún heroísmo, y que los poetas que se han llenado la boca con su nombre y los filósofos que la han convocado como protagonistas de sus pensamientos no eran sino niños que gritaban y gesticulaban para ocultar el terror que les embargaba. Lamentablemente, con frecuencia es demasiado tarde.
(La mala muerte)


NO TE QUITES LA COSTRA QUE TE QUEDARÁ MARCA, Dominique Vernay

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ABNEGACIÓN

   Ahora mi padre se pasa el día buscando sus gafas, sus llaves, su madre... sus palabras.
   Sin embargo, recuerdo que hubo un tiempo en el que ninguna palabra se le resistía y, tarde o temprano, todas terminaban encerradas en unos enormes crucigramas dominicales.
   A veces me hacía sitio en su butaca y jugábamos a que yo era la que sabía. Una noche, acurrucada contra él y resistiéndome a ir a la cama, me dijo: –Ayúdame, que esta es una difícil: «Sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus afectos o de sus intereses»; empieza por ab, termina por on
   –Pues sí que es difícil, vuélveme a leer lo que ponen –le pedí como quien está a punto de acertar.
   Entonces mi padre repitió la definición añadiendo con sutileza: –Dar todo a cambio de nada.
   –¡Ya lo tengo!, absurdición –exclamé victoriosa.

ME LLAMAN CAPUCHINO, Daniil Jarms

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DANIIL JARMS, Me llaman capuchino, Automática, Madrid, 2012, 176 páginas.
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En el epílogo que firma Jesús García Gabaldón, además de funcionar como carta de presentación de este escritor ruso de la primera mitad del siglo XX, se acierta al destacar que "el humor y, sobre todo, el humor negro e hiperbólico que desemboca tanto en la irrealidad como en la crueldad, es el procedimiento desdramatizador, grotesco por excelencia, usado por Jarms para dar cuenta de una realidad social dogmática, asfixiante y absurda".
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VIEJAS QUE CAEN

   Una vieja, excesivamente curiosa, se cayó por la ventana, se estampó contra el suelo y se hizo puré.
   Otra vieja se asomó a la ventana y se puso a mirar a la que se había caído, pero, por culpa de su excesiva curiosidad, también se cayó por la ventana y se estampó contra el suelo.
   A continuación, una tercera vieja se cayó por la ventana, luego una cuarta, luego una quinta.
   Cuando se cayó la sexta vieja, yo me harté del espectáculo y me fui al mercado Máltsevski, donde, al parecer, le habían regalado una bufanda de punto a un ciego.

LAS NOCHES DIFÍCILES, Dino Buzzati

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DINO BUZZATI, Las noches difíciles, Acantilado, Barcelona, 2010, 320 páginas.

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LA GRABADORA

   Le había dicho (muy bajito) le había suplicado estate callada por favor, la grabadora está grabando de la radio no hagas ruido sabes que lo adoro, está grabando El Rey Arturo de Purcell, precioso, puro. Pero ella exasperante pasota canalla de aquí para allá con los tacones rotundos por el puro gusto de verlo sulfurarse y luego se aclaraba la voz y luego tosía (aposta) y luego reía socarronamente sola y encendía el fósforo de modo que hiciera el máximo ruido y luego de nuevo pasos vigorosos de aquí para allá arrogante, y mientras Purcell Mozart Bach Palestrina los puros y divinos sonaban inútilmente, ella miserable pulga piojo angustia de mi vida, así no era posible durar. 
   Y ahora, después de tanto tiempo, él pone en marcha la vieja cinta de marras, vuelve el maestro, el sumo, vuelve Purcell Bach Mozart Palestrina. 
   Ella ya no está, se ha ido, lo ha dejado, ha preferido dejarlo, él no sabe siquiera vagamente dónde habrá ido a parar. 
   Aquí están Purcell Mozart Bach Palestrina sonando sonando más que estúpidos insoportables nauseabundos. Aquel repiqueteo de aquí para allá, aquellos tacones, aquellas risitas (la segunda especialmente), aquella carraspera en la garganta, la tos. Ésa sí, música divina. 
   Él escucha. Bajo la luz de la lámpara, sentado, escucha. Petrificado en el viejo sillón hundido, escucha. Sin mover mínimamente ninguno de sus miembros, está sentado escuchando: aquellos ruidos, aquellos gritos, aquella tos, aquellos sonidos adorados, supremos. Que ya no existen, nunca más existirán.

UN VASTO Y DESIERTO PAISAJE, Kjell Askildsen

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KJELL ASKILDSEN, Un vasto y desierto paisaje, Lengua de Trapo, Madrid, 2002, 112 páginas.

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LA COLISIÓN

   Llevaba un rato junto a la ventana abierta mirando la acera. Estaba vacía, era domingo a primera hora de la tarde, y también él se sentía vacío por dentro, como si lo desierto de la acera hubiese penetrado en él, y cuando su mujer, desde el sillón al fondo de la habitación, le preguntó algo que sólo requería un sí o un no por respuesta, él no contestó. No contestó, él mismo era una acera completamente vacía. Salió de la habitación sin mirarla, y al cerrar la puerta le oyó decir: «Anton, Anton, ¿qué te pasa?». Él salió a la entrada, bajó los cuarenta y ocho desgastados escalones de la escalera y se adentró en el terrible domingo. Me he marchado, pensó, así de fácil. Entonces se percató del calor y de la intensa luz solar. Cruzó la calle en busca de la sombra de la acera de enfrente. Allí se detuvo. Levantó la vista y miró hacia las ventanas, no la vio. Echó a andar, a la sombra de los edificios de cuatro plantas. Tras unos cien metros, se detuvo en un cruce para dejar pasar un coche blanco. En dirección contraria se acercaba un coche gris; por lo demás, apenas había tráfico. Los dos coches iban muy despacio. Será porque es domingo, pensó. Y porque hace mucho calor. Al llegar los dos coches al cruce, chocaron. El coche gris giró hacia la derecha, y el blanco, al girar hacia la izquierda, golpeó la puerta trasera izquierda del coche gris. Resultó cómico. El conductor del coche gris empezó a soltar improperios por la ventanilla bajada.
   —¡Me cago en Dios, hombre! ¿No sabes mirar o qué, joder?
   —No te he visto.
   —¿Que no me has visto? ¿Pero cómo coño has hecho para no verme? —No lo sé. No me he fijado. ¿No puedes abrir la puerta?
   —No, joder, se ha bloqueado.
   —Inténtalo con la otra.
   —Pero, por Dios, ¿crees que soy tan idiota como tú o qué?
   —Te he dicho que no te he visto. Ni siquiera he frenado. Sal y compruébalo. No hay rastro de huellas de frenos. Reconozco que soy culpable, pero no he podido remediarlo.
   —¡No he podido remediarlo! ¿No has podido remediarlo? Pues no estarás bien de la cabeza, joder.
   Se desplazó al otro asiento y logró salir del coche. Fue a contemplar los desperfectos. Se golpeó la cabeza con el puño. El otro conductor se le acercó. Anton Hellmann ya no podía oír lo que decían. Se puso a desandar el camino por el que había venido. Sudaba. Le parecía que tenía polvo en la cara. Tendré que darme una ducha, pensó. Vio a su mujer asomada a la ventana mirando. Hizo como si no la viera. No me ha hecho nada, pensó. Pero que no grite. Miró la acera bajo sus pies. La pobre no puede remediarlo. Pero que no diga nada hasta que me haya duchado. Cruzó la calle y se metió en el portal, luego subió por la escalera.
   Ella estaba en la entrada. 
   —¿Qué pasa, Anton?
   —Nada.
   —Sí, Anton, algo tiene que pasar. No me contestaste cuando te hablé antes, te marchaste sin más. Dime lo que pasa, por favor.
   —No es nada. Vaya darme una ducha.
   —Por favor, Anton. Me preocupas, no sé qué pensar.
   —Pues no pienses nada. Voy a ducharme.
   Se metió en el baño. Se desnudó. No hay nada que decir, pensó, ella no lo entendería, no tiene ningún abismo dentro. Abrió los grifos y los reguló hasta que el agua salió casi fría. Se quedó de pie bajo el chorro hasta que tuvo tanto frío que fue incapaz de pensar en otra cosa que en aguantar un poco más. Luego ya no pudo aguantar más. Cerró los grifos y se sentó sobre la tapa del váter. Puedo poner como pretexto que es domingo, pensó. Permaneció sentado inmóvil durante unos minutos, luego se secó el pelo y se vistió. Su mujer había hecho café y se había puesto pinzas en el pelo. Lo miró y le sonrió infeliz. Él recapacitó.
   —Me ha venido bien —dijo, y se sentó.
   Ella echaba el café en las tazas mientras decía:
   —¿Te has cansado de mí?
   —Pero, Vera, qué susceptible eres. No tiene nada que ver contigo. 
   —¿Hay otra?
   —No, en ese caso sí tendría que ver contigo.
   —Tiene que ver conmigo. Fue a mí a quien no contestaste dos veces, y de mí te marchaste sin una palabra.
   —Sólo tiene que ver conmigo, conmigo y con estos jodidos domingos. 
   —No digas palabrotas, por favor.
   —Sabes muy bien cómo me siento algunos domingos.
   —Son los únicos días en que estamos solos.
   Él no contestó. Sí, pensó. La miró. Ella lo miró a él.
   —No contestas —dijo ella.
   —No sirve de nada. Gracias por el café.
   Y se levantó.
   —Pero si no te lo has tomado.
   —Sí, lo he hecho —dijo él.
   —Pero Anton, no seas infantil. No te lo has tomado.
   —Sí que me lo he tomado.

LÓBREGO ROMANCE, PÁLIDO FANTASMA, Jack Mircala

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JACK MIRCALA, Lóbrego Romance, Pálido Fantasma, El Patito Editorial, Santiago de Compostela, 2010,  46 páginas.
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Subtitulado Las leyendas espectrales de Maldavia este bello libro ilustrado se divide en dos secciones: Verlián y el talismán extraviado y Cuentos del Castillo de Maldavia. A esta parte pertenecen estos seis cuentos escritos en versos octosilábicos que constituyen una original modalidad de microrrelato. 
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EL RETRATO DE LA VIOLINISTA


   Entre tanta antigüedad, cuelga un retrato discreto de fina tonalidad con un terrible secreto que causa incredulidad. ¶ Tras dos capas de barniz, una joven cuyo gesto muestra un trágico matiz toca en un violín funesto algo que la hace infeliz. ¶ Era ya noche cerrada cuando escuché un dulce son, una exquisita tonada. Salí de mi habitación, pero no se oía nada. ¶ ¡Mas qué inquietante visión! En el cuadro descubrí que sólo había un borrón. Ni la mujer ni el violín decoraban ya el salón.
   § Algo resonó al momento, y allí mismo pude ver que un huésped a ritmo lento, el duque de Fontelier,  ¡tocaba el vil instrumento! ¶ Se paró justo a mi lado profundamente dormido, y en tal letárgico estado, por el cuadro fue engullido cual si lo hubieran pintado. ¶ Y en aquel formato extraño Fontelier quedó esgrimiendo la herramienta del engaño con cara de estar diciendo «¿qué pinto yo en este paño?» ¶ Fui corriendo al aposento del duque de Fontelier y hallé, sin conocimiento, a la muchacha que ayer era de tela y pigmento.
   § La incorporé y me abrazó calmada por mi presencia; su nombre me reveló, resultó llamarse Mencia, y esto es lo que me contó: ¶ Me detalló con soltura cómo hacía ya cien años, una melodía oscura la sedujo con engaños convirtiéndola en pintura. ¶ Y en tal pictórico estado perduró hasta que el violín, nuevamente encaprichado, la dejó salir al fin a cambio de un desdichado. ¶ Parece ser, se deduce, que el violín allí pintado tiene un poder que seduce, y al infeliz designado bajo el barniz introduce. 
 
 

UN CAMINO QUE CUENTA, Beatriz Rodríguez Delgado & Leonor Medel Fernández (editoras)

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BEATRIZ RODRÍGUEZ DELGADO & LEONOR MEDEL FERNÁNDEZ, Un camino que cuenta, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2010, 95 páginas.

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Esta publicación subtitulada Cuentos y Leyendas del Camino de Santiago, refleja una tarea colectiva en la que participan los recopiladores de estos ocho cuentos y diez leyendas Carles García Domingo, Laureano García, Roser Ros y Antton Irusta, las antólogas y adaptadores BEATRIZ RODRÍGUEZ DELGADO & LEONOR MEDEL FERNÁNDEZ, el ilustrador Adriá Fruitós y los diversos actores y escritores (de María Galiana o Pere Ponce a Antonio Rodríguez Almodóvar o Eduardo Mendoza) cuya lectura de las narraciones recoge el CD anexo al tomo.
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DE LOS AMORES DE CARLOMAGNO

   Tras la derrota de Roncesvalles, Carlomagno andaba triste y cabizbajo. Sus caballeros estaban preocupados por su estado y por lo que podía pasar con el reino si se extendía la noticia de que el emperador había perdido su fuerza.
   Pero su ánimo cambió totalmente cuando Carlomagno conoció a una mujer mientras paseaba por sus jardines. Esta mujer se llamaba Adelinda y nadie la conocía ni sabía de dónde había salido. El caso es que el emperador volvió a tener alegría y fuerza.
   En la corte se alegraron mucho de esta nueva situación. Pero pronto comenzaron las preocupaciones, ya que Carlomagno no se separaba de su nuevo amor. Siempre estaba junto a Adelinda, la acompañaba a todos lados y comenzó a despreocuparse de las labores del reinado.
   Esto continuó así durante mucho tiempo, hasta que un día Adelinda murió. Y Carlomagno se encerró en una habitación con el cuerpo de su amante, negándose a que la enterraran.
   Tan preocupados estaban los caballeros, que mandaron llamar al obispo. Este entró en la estancia donde estaba el cadáver de Adelinda, con Carlomagno sentado a su lado. El obispo vio espantado que el cuerpo de la mujer se conservaba perfectamente y el emperador no se separaba de su lado ni para comer. Inquieto por esta visión, el obispo pensó que aquello era cosa de brujería. Cuando Carlomagno se quedó dormido, el obispo entró en la habitación y comenzó a mirar el cuerpo de la mujer sin encontrar nada extraño, hasta que le miró las manos y vio que llevaba un anillo con símbolos diabólicos. Enseguida se dio cuenta de que el emperador estaba hechizado.
   Le quitó a la doncella muerta el anillo e, inmediatamente, Carlomagno perdió todo interés por el cuerpo de la mujer. Su interés se centraba ahora en el obispo. Durante el día lo seguía por todas partes, y por la noche, no consentía en separarse de los pies de su cama.
   El obispo, más preocupado que nunca, intentó hacer al anillo todo tipo de exorcismos, pero no sirvió de nada. Y no se le ocurrió otra cosa más que arrojarlo al fondo de un lago.
   Dicen que Carlomagno ya no pudo separarse nunca de ese lago y que junto a sus orillas envejeció y murió.

DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR, Raymond Carver

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RAYMOND CARVER, De qué hablamos cuando hablamos de amor, Anagrama, 2008 (1993), 160 páginas.

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MECÁNICA POPULAR

   Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana ―una ventana abierta a la altura del hombro― que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa.
   Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.
   ¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas!, gritó. ¿Me oyes?
   Él siguió metiendo sus cosas en la maleta.
   ¡Hijo de perra! ¡Estoy contentísima de que te vayas! Empezó a llorar. Ni siquiera te atreves a mirarme a la cara, ¿no es cierto?
   Entonces ella vio la fotografía del niño encima de la cama, y la cogió.
   Él la miró; ella se secó los ojos y se quedó mirándole fijamente, y después se dio la vuelta y volvió a la sala.
   Trae aquí eso, le ordenó él.
   Coge tus cosas y lárgate, contestó ella.
   Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, miró a su alrededor antes de apagar la luz. Luego pasó a la sala.
   Ella estaba en el umbral de la cocina, con el niño en brazos.
   Quiero el niño, dijo él.
   ¿Estás loco?
   No, pero quiero al niño. Mandaré a alguien a recoger sus cosas.
   A este niño no lo tocas, advirtió ella.
   El niño se había puesto a llorar, y ella le retiró la manta que le abrigaba la cabeza.
   Oh, oh, exclamó ella mirando al niño.
   Él avanzó hacia ella.
   ¡Por el amor de Dios!, se lamentó ella. Retrocedió unos pasos hacia el interior de la cocina.
   Quiero el niño.
   ¡Fuera de aquí!
   Ella se volvió y trató de refugiarse con el niño en un rincón, detrás de la cocina. Pero él les alcanzó. Alargó las manos por encima de la cocina y agarró al niño con fuerza.
   Suéltalo, dijo.
   ¡Apártate! ¡Apártate!, gritó ella.
   El bebé, congestionado, gritaba. En la pelea tiraron una maceta que colgaba detrás de la cocina.
   Él la aprisionó contra la pared, tratando de que soltara al niño. Siguió agarrando con fuerza al niño y empujó con todo su peso.
   Suéltalo, repitió.
   No, dijo ella. Le estás haciendo daño al niño.
   No le estoy haciendo daño.
   Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En la oscuridad él trató de abrir los aferrados dedos ella con una mano, mientras con la otra agarraba al niño, que no paraba de chillar, por un brazo, cerca del hombro.
   Ella sintió que sus dedos iban a abrirse. Sintió que el bebé se le iba de las manos.
   ¡No!, gritó al darse cuenta de que sus manos cedían.
   Tenía que retener a su bebé. Trató de agarrarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y se echó hacia atrás.
   Pero él no lo soltaba.
   Él vio que el bebé se le escurría de las manos, y estiró con todas sus fuerzas. Así, la cuestión quedó zanjada.

CUARENTA MICRORRELATOS: DIEZ JÓVENES ESCRITORES, UN VINO ÚNICO

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Cuarenta microrrelatos: diez jóvenes escritores, un vino único, Covinca, Longares, 2012, 80 páginas.

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Partiendo de un propósito comercial (textos escritos para adornar etiquetas de botellas), el resultado permite degustar una notable simbiosis entre el vino y la literatura breve.


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MÓVIL

   El sonido del móvil en mitad de la madrugada no suele ser señal de buenas noticias. Hay gente que apaga el teléfono antes de dormir esperando que los malos augurios se cansen de esperar hasta la llegada del alba. No esperábamos gran cosa de aquella noche, así que nos fuimos pronto a la cama. Cuando llamaron a las tres de la mañana y mi amigo gritó que su hijo ya había nacido pensé que habría que seguir dando oportunidades a la vida.