RUEGO A LA MARIPOSA, Masaoka Shiki

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MASAOKA SHIKI, Ruego a la mariposa, Satori, Gijón, 2013, 160 páginas. Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.
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夏嵐
机上の白紙
飛び尽す



natsu arashi
kijoo no hakushi
tobichirasu




Tormenta de verano.
Papeles de mi mesa
salen volando.

LOS SUEÑOS, Naguib Mahfuz

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NAGUIB MAHFUZ, Los sueños, Alianza Editorial, Madrid, 2014, 384 páginas.

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Raymond Stock en la Introducción (pp. 13-28) presenta estos textos que el Nobel comenzó a escribir tras los cuatro años de silencio provocados por el atentado integrista islámico. 
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SUEÑO 164

   En la casa de mi novia, la señora de «H», la hija de su hermana me contó que había ido al médico, y que a ella le gustaría tomar un poco de café. Así, inspirado porque estábamos juntos solos, la agarré de la mano y la atraje hacia mi.
   De pronto entró la señora «H», y su expresión cambió.
   —Ve con tu madre inmediatamente —ordenó a la chica. Luego clavó en mi una mirada glacial, y me marché.
   Empezó a llover con fuerza, y yo —añorando a la chica— salí de la casa ajeno a todo lo que me rodeaba, llamándola mientras avanzaba bajo el diluvio.
   Pronto oí la voz de la señora «H» que me gritaba, mientras los tres nos empapábamos bajo la lluvia.

MÁS QUE PALABRAS, Benjamín Prado

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BENJAMÍN PRADOMás que palabrasHiperión, Madrid, 2015, 132 páginas.

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Antes de ponerme a prueba, asegúrate de que quieres saber hasta dónde puedo llegar.
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Para que dos personas se distancien no es necesario que ninguna de ellas se mueva.
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Hay quienes confunden darte un consejo con dejarte una multa en el parabrisas.
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Una persona está sola de verdad cuando preferiría estar mal acompañada.
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Mi meta en la vida es tardar lo más posible en cruzarla.
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La alegría se recuerda; el dolor, se vuelve a sentir.
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Todo lo conquistado pasa a la resistencia.
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Pedimos ideas y nos ofrecen ídolos.
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La vida es demasiado corta como para no perderla contigo.
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Es increíble lo fuerte que golpea la gente que no pretendía hacerte daño.

LONDON CALLING, Juan Pedro Aparicio

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JUAN PEDRO APARICIO, London Calling, Páginas de Espuma, Madrid, 2015, 184 páginas.

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Las ilustraciones de Fernando Vicente armonizan con esta colección de microrrelatos para componer una agradable canción británica.

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EL BESO

   —Ah, yo sé muy bien el apego de los ingleses hacia los animales —dijo el embajador—. Durante mi primer destino en Inglaterra, en la Oficina para Asuntos Culturales, hace ya de esto algunos años, todos los días solía sacar a mi perro a dar un paseo. Era una perrita labrador negra, no muy alta y con el típico rabo de visón, una mirada tierna y brillante y la trufa algo respingona. Iba con ella de Queens Gate a Kensington Gardens y daba un largo paseo entre los árboles. A la vuelta, al cruzar el semáforo en el cruce con Queens Gate, un hombre, que venía en la dirección opuesta me miró con insistencia, lo que como saben no es frecuente en Inglaterra. Me di cuenta además de que no era la primera vez que lo hacía, pues días atrás me había llamado la atención que, al abrirse el semáforo, se quedara quieto esperando a que yo cruzara. Como me lo encontraba a diario en el mismo sitio empecé a preocuparme y llegué a sospechar que se trataba de un terrorista o de un homosexual, o de, no sé, alguien que tuviera alguna fijación obsesiva conmigo. Lo comenté con algún compañero, y hubo quien me aconsejó que lo denunciara a Scotland Yard. Yo no hice nada y seguí saliendo con mi perrita. Un día el hombre, enjuto, de rostro sonrosado y pelo pajizo, me detuvo cuando llegué a su altura. Su mirada de cerca me pareció tan amigable y franca como la de mi perrita. Me la señaló con mucha timidez, casi con miedo y me preguntó: ¿Puedo besarla? Sorprendido, asentí aliviado. Él se inclinó y le dio un beso en la cabeza negra, un beso tan cargado de cariño que me emocionó.

EL QUE ESPERA, Andrés Neuman

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ANDRÉS NEUMAN, El que espera, Páginas de Espuma, Madrid, 2015, 128 páginas.

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Páginas de Espuma reedita el primer libro de cuentos de Neuman. En Breve nota tras la espera (p. 123) el autor confiesa haber suprimido "una docena de textos que, con toda franzqueza, encontré por debajo de lo que un lector y su paciencia merecen" y haber añadido "siete inéditos" escritos en esa misma época".
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LA CITA DE SU VIDA

   El lunes comienza a soñar con el encuentro. El martes se entusiasma pensando en que se acerca. El miércoles revisa su vestuario. El jueves pide turno en la peluquería. El viernes lo soporta como puede. El sábado aborda la calle con una sonrisa de expectación. Durante la mañana del domingo llora. Cuando nota que vuelve a soñar, ya es lunes y hay trabajo.


LA SOLEDAD DE LOS VENTRÍLOCUOS, Matías Candeira

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MATÍAS CANDEIRA, La soledad de los ventrílocuos, Tropo, Huesca, 2008, 178 páginas.

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TODAS LAS POSIBILIDADES

   No mucha gente sabe que hay un almacén de armas en la parte norte de esa montaña que se vislumbra al fondo, rodeada de bruma, prohibida, y no hay que dar más explicaciones. En la oscuridad, al cruzar la puerta llena de cerraduras (¿demasiadas, quizás?) se mueven voces discretas, el corazón del visitante puede comprimirse un poco ante tal cantidad de receptáculos, y el resto ya se conoce. Cabe la posibilidad de ponerse andar y estudiar este gran muestrario: sables brillantes, piedras, innegables ametralladoras todavía echando humo por el cañón. Ah, pero también hay frasquitos con líquidos verdes y sospechosos, útiles para pavos, faisanes o copas de vino si el rey tiene a bien dormirse. Y del mismo modo allí el visitante encuentra, puede ser que respirando más agitadamente en este punto, esas otras armas de tanto renombre y tradición: una quijada, una cobra viva, una guillotina del color exacto de un hueso (¿serán esos restos la sangre de María Antonieta?).
   Ante tal lección dc historia humana, en este almacén, hemos dicho prohibido (se nos olvidó el término «terrible»), ¿qué podría esperarse que sucediera? ¿Sentiría el visitante de pronto, como ahora, una avidez inesperada? ¿Sería posible?
   En este almacén las cosas suelen seguir su curso, su oscuridad se hace más tibia, fluye. Y aunque esta afirmación no siempre es exacta del todo, parece que el visitante empieza a buscar un interlocutor y explora esas otras cavidades, las que están a su izquierda y son más profundas, seguramente con intenciones nada amistosas. Pero la certeza de este instante es terrible, porque rara vez encuentra ninguno. Casi siempre corre hacia la puerta —¿no hemos dicho ya que tenía demasiadas cerraduras?—, intenta abrirla, chilla, la golpea, y después, sabiendo quizás que nadie va a descorrer esos cerrojos, el visitante escoge una de estas armas, ahora tan útiles.

LUZ, MÁS LUZ, Jordi Vicente & Carlos Cubeiro

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JORDI VICENTE & CARLOS CUBEIRO, Luz, más luz, Comanegra, Barcelona, 2014, 108 páginas.

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El subtítulo es bien indicativo: 50 últimas palabras de personajes célebres ilustradas y comentadas. Carlos Cubeiro, ilustra; Jordi Vicente, escribe.
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Tocad aquel último compás muy suavemente

Anna Pávlova  ✝ 1931

   Anna Pávlova (San Petersburgo, 1881) es una famosa bailarina rusa de ballet, conocida como el Cisne Inmortal por sus famosas representaciones de La muerte del cisne (obra creada por Michel Fokine a partir de una pieza musical de Camille Saint-Saéns). Al finalizar su última gira europea en 1930, Pávlova decide tomarse unos días de descanso en Cannes (Francia) y poder tratarse una rodilla que le provoca molestias. A finales de 1930 se dirige en tren hacia París; en plena noche, el convoy sufre un accidente. La bailarina, que solo está ligeramente contusionada, sale al exterior sin abrigarse para socorrer a los heridos. Por culpa del intenso frío y la nieve, sufre un enfriamiento, que se agrava al coger fiebre y un fuerte catarro. La bailarina opta por no ir al hospital sino a su casa en La Haya. Días después, contrae una pulmonía doble por la que fallece el 28 de enero de 1931. La noche de su muerte, le pide a su doncella que prepare el traje de cisne porque al día siguiente quiere ir a ensayar; cuentan que las últimas palabras que pronuncia son: «Tocad aquel último compás muy suavemente». La ceremonia fúnebre se realiza en la Iglesia Ortodoxa Rusa de Londres y la bailarina es incinerada en el Crematorio Golders Green de la misma ciudad, donde reposan sus cenizas.


LA REALIDAD INVISIBLE, Vicente Núñez

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VICENTE NÚÑEZ, La realidad invisible, Calambur, Madrid, 2014, 214 páginas.

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Juan Carlos Mestre selecciona poemas y sofismas; José Antonio Robés los ilustra con sus fotografías; Miguel Casado aporta tres ensayos, el último de los cuales está dedicado a sus singulares aforismos: Los sofismas. Un balance de lectura.(pp. 203-214). En ese estudio, Casado sentencia: "Digamos que los sofismas de Vicente Núñez son aforismos por sus dimensiones y su formulación a menudo apodíptica; pero que son fragmentos por sus relaciones con la lengua y con la lógica, por su esencial desobediencia, por su peculiar escepticismo.
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Todas las noches venía a verme un ciego.
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Toda memoria inventa sus genealogías.
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Una lectura nueva de lo caduco es la máxima vanguardia.
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La poesía te da una bandeja de falsas perlas a cambio de tu vida.
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Un rostro no es más que el resultado de otra sombra añadida.
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Tengo una hora para escribir y otra para no escribir. Ambas son las misma hora, es decir, la misma escritura.
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Amar es hallar en cada momento una hora que los demás no encuentran.

VISIÓN DE LA MEMORIA, Tomas Tranströmer

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TOMAS TRANSTRÖMER, Visión de la memoriaNórdica, Madrid, 2012, 80 páginas.

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A través de ocho breves narraciones autobiográficas, el Nobel sueco hace partícipes a sus lectores de un recorrido por la memoria de su infancia y adolescencia.
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LA GUERRA

   Era la primavera de 1940. Yo era un muchacho flaco de nueve años que se inclinaba sobre el mapa de la guerra en los diarios, en donde las ofensivas de las divisiones acorazadas alemanas estaban representadas con flechas negras. Las flechas penetraban en Francia y vivían también como parásitos en nuestros cuerpos, enemigos de Hitler. Yo me contaba realmente entre ellos. ¡Nunca estuve tan seriamente comprometido en política!
   Provoca un sentimiento de ridículo el escribir sobre el compromiso político de un niño de nueve años, pero no se trataba de política en el sentido habitual. Fue así como participé en la guerra. Sobre cuestiones sociales, sobre clases, sindicatos, economía, reparto de los recursos, socialismo versus capitalismo, etc.: yo no tenía una idea de estas cosas. «Comunista» era la denominación de una persona que defendía a Rusia. «Derecha» era algo sospechoso porque parte de este partido simpatizaba con Alemania. Lo que yo entendía, por lo demás, de la derecha, era que uno la votaba si era rico. Pero ¿qué se quería decir exactamente con ser Rico? Algunas veces fuimos a cenar a casa de una familia que describían como rica. Vivían en Äpperlviken, el señor de la casa era mayorista. Una gran casa, servidumbre vestida en blanco y negro. Noté que el niño de la familia —que tenía mi misma edad— tenía un fantástico y enorme auto de juguete, un coche de bomberos, muy fascinante. ¿Cómo se conseguía uno así? Por un instante apareció la certeza de que la familia pertenecía a otra clase social, una en la cual uno podía tener este tipo de autos de juguete de gran tamaño. Aparece como un recuerdo fugaz y de poca importancia.
   Otro recuerdo: durante una visita a casa de un compañero de clase, me asombro al descubrir que en su casa no hay inodoro sino una letrina como la que nosotros teníamos en el campo. Había que orinar en un recipiente que la madre arrojaba en el desagüe de la cocina. Un detalle pintoresco. Por lo demás, no pensé que la familia de mi compañero tuviese carencias. Y la casa de Äppelviken no me parecía admirable. Me encontraba muy lejos de esa capacidad que muchos parecen tener desde la edad primera: con una sola mirada, poder interpretar la pertenencia de clase y el estándar económico. Muchos niños parecen ser capaces de esto, pero para mí no era así.
   Mis instintos «políticos» estaban enfocados directamente hacia la guerra y el nazismo. Para mí se trataba de ser pro-nazi o anti-nazi. La extendida tibieza de los suecos, el oportunismo incipiente, eran cosas que yo no entendía. Yo lo interpretaba como un apoyo no formulado a los Aliados, o como nazismo disfrazado. Cuando me daba cuenta de que alguna persona que me agradaba era «amigo de Alemania» sentía inmediatamente una terrible presión en el pecho. Todo terminaba allí. Ya no podíamos tener cosas en común.
   De las personas cercanas me esperaba una adhesión sin reservas. Una noche, cuando estábamos en casa de tío Elof y tía Agda, escuché decir a mi silencioso tío, después de las noticias: «Y los ingleses hacen victoriosas retiradas...». Lo dijo casi con pesar, pero había algo irónico en el comentario (habitualmente la ironía era algo ajeno al tío) y sentí enseguida la presión sobre el pecho. La historia escrita por los Aliados no se podía cuestionar. Me quedé mirando amargamente la lámpara del techo. En ella podía encontrar consuelo. Tenía la forma misma de los cascos de acero ingleses: como un plato de sopa.
   Los domingos cenábamos habitualmente en casa de mis otros tíos, los del barrio de Enskede, que funcionaba como una especie de familia de apoyo para mi madre después del divorcio. Era parte del ritual sintonizar las trasmisiones en sueco de la BBC.
   Nunca olvido la sintonía de ese programa. La sintonía de la V se escuchaba al principio y luego la melodía de rúbrica que se anunciaba como «Trompeta Voluntaria de Purcell» (que en realidad era un pomposo arreglo de una pieza para címbalo de Jeremiah Clarke). La voz tranquila del locutor, con un pequeño acento, me hablaba directamente desde un mundo de simpáticos héroes que seguían su vida corriente aunque lloviesen las bombas.
   Cuando íbamos en el tren suburbano hacia Enskede yo deseaba siempre que mamá —que odiaba llamar la atención— mostrase el periódico de propaganda Novedades de Gran Bretaña y de esta manera hacer pública nuestra solidaridad. Ella lo hacía todo por mí, también esto.
   A papá lo veía rara vez durante los años de la guerra. Pero un día apareció y me llevó a un banquete de colegas periodistas. Las copas estaban dispuestas, había bullicio y risas y mucho humo de cigarrillo. Recorrí las mesas, saludé y respondí preguntas. Había un clima de regocijo y tolerancia, y uno hacía lo que quería. Yo desaparecí y anduve examinando los anaqueles de la casa extraña.
   Allí había un libro recién aparecido, El martirio de Polonia. Documental. Me senté en el suelo y lo leí de cabo a rabo, mientras las voces sonaban por encima de mí. El terrible libro —que nunca más he visto— contenía mis temores, o tal vez lo que esperaba. ¡Los nazis eran tan inhumanos como me los imaginaba, y más! Leía con fascinación y náuseas y al mismo tiempo crecía en mí un sentimiento de triunfo: ¡Yo tenía razón! Todo estaba en el libro, estaba probado. Un día todo sería revelado, los que dudaban verían un día la verdad desnuda. Era solo cuestión de esperar. Y así sucedió.

TERRESTRE OCÉANO, Tere Susmozas

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TERE SUSMOZAS: Terrestre océano, Ediciones Torremozas, Madrid, 2015, 124 páginas.

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LA PLENITUD DEL CÍCLOPE

   Esto es la ciudad de los cíclopes.
   Sin duda, un cíclope está siempre satisfecho. Allí donde posa su vista, eso es lo que llena todo su ser. Ni lo que sucede a su derecha, ni lo que acontece a su izquierda, inquieta su estado de ánimo.

APÓLOGOS, Luis Martín Santos

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LUIS MARTÍN SANTOS, Apólogos, Seix Barral, Barcelona, 1970, 160 páginas.

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Salvador Clotas en el Prólogo (pp. 8-19) señala la relevancia de la obra de Martín Santos en la transformación de la literatura española de posguerra. Además de estos apólogos (emparentados certeramente por Clotas con los microrrelatos de Kafka), el libro contiene diversos artículos y ensayos y el prólogo a Tiempo de destrucción.
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EL CEMENTERIO CONSIDERADO COMO LUGAR DE MEDITACIÓN

   El hombre es un animal meditativo. Para sus fines utiliza complacido los bosques, las montañas, las llanuras; en ocasiones también la soledad del gabinete o hasta el tráfago violento de un café. Pero lugar especialmente apto para la meditación, resulta ser el cementerio.
   El porqué no ha dejado de intrigarme. Bajo el verde césped o bajo las losas blancas —según el sistema empleado— no que­da ya nada de la maravillosa estructura orgánica a la que dimos nuestro afecto. El recuerdo es puro producto de nuestra me­moria y no parece necesario, para suscitarlo, recurrir a la visión directa de la tumba. Por otra parte, la violencia de la pena no favorece, sino que más bien impide la meditación. ¿Medita realmente esta joven viuda que —oculto el rostro por el velo—deposita cada día un ramillete de flores en la tumba del difun­to? No medita; recuerda. Y al recordar, imagina escenas, las revive cálidamente y acaso, por un breve instante, logra ignorar la evidencia de la ausencia. En tal momento vive como si el muerto viviera y el recuerdo revivido —que es ya nueva vi­vencia, no recuerdo— llega a conmoverla físicamente. Sorpren­dida de este modo por la vida se sienta sobre la losa —ignora que está fría— descubre el rostro oculto retirando el velo y mira.
   Su atención se fija en el verde tierno de una yerba, en el pájaro que picotea un invisible alimento entre la grava.
   Yo me aproximo, la saludo con una respetuosa inclinación de mi cabeza y alcanzo apenas a ver cómo, sobre el rostro vivo, coloca apresuradamente la máscara del dolor.
   —Aprecié a su esposo —digo—. Era un hombre estimable.
   —Era un ser odioso —me contesta—. Arruinó mi vida.
   Cubre de nuevo su mirada con el velo —no sin que sus ojos oscuros me hayan herido gravemente— y sin despedirse, camina con paso rápido hacia la salida.

GOTAS TÓXICAS, Sergio Golwarz

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SERGIO GOLWARZ, Gotas tóxicas (Aforismos y minificciones), Cuadrivio, México D.F., 2015.

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Hiram Barrios es el responsable de seleccionar y prologar esta colección de aforismos y microficciones del polifacético artista mexicano.

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RELATIVIDAD

   En el infierno todo era confusión y anarquía. El mismo demonio se había sobresaltado a pesar de su condición inconmovible. "¿Por qué blasfema ese impertinente? ¿No sabe que está prohibido jurar en este sagrado recinto?", preguntó. Alguien había blasfemado, alguien había osado alterar el equilibrio demoniacamente perfecto del reino de las sombras y de la tortura. Un inconsciente había osado decir: "¡Por todos los ángeles del cielo!"

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El verdadero héroe de algunas obras literarias es el lector que las aguanta.
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Todos escribimos buscando la aprobación de dos o tres admirables talentos, que no nos leen ni por casualidad.
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Existen palabras que son frases hechas.
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 Cuando escribo en serio me da risa, igual que a los lectores.
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Apenas un literato despierta nuestra admiración, comenzamos a robarle ideas.

SALVAVIDAS PARA UN INSTANTE, José Zurriaga

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JOSÉ ZURRIAGA, Salvavidas para un instante: máximas y mínimas, Fundación Cultural Olivar de Castillejo, Madrid, 2004, 106 páginas.

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El silencio es el puñal que mata todos los corazones, pero ten cuidado al empuñarlo, porque su uso exagerado te hará mudo.
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El índice de civilización de una persona o de una cultura es directamente proporcional al grado de impotencia con que se enfrenta a sus asuntos particulares.
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Es incierto que exista una religión verdadera y digna de todo crédito: véanse los juegos de azar en sus catedrales, sean casinos o estadios, y compruébese como los dioses obran regularmente el milagro de expresar su voluntad, dándoles la razón a unos y quitándosela a otros.
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El laberinto es la cifra del Universo, pues la Naturaleza odia la línea recta y ama los quiebros, las vueltas y revueltas. Sólo el hombre quiere perderse y para ello concibió lo rectilíneo.
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Recuerda para no hacer. Haz para no tener que recordar.
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La vida es un desierto hecho de infinito número de relojes de arena rotos. Siempre pisamos los cristales, pero sólo nos damos cuenta algunas veces, cuando nuestro calzado necesita un remendón; entonces, descalzos, nuestra sangre gotea y da forma a alguno de esos infinitos relojes. Ése, precisamente ése, es el tiempo de nuestra vida que merece la pena.

LADY OFELIA Y OTROS MICRORRELATOS, Atilano Sevillano

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ATILANO SEVILLANO, Lady Ofelia y otros microrrelatos, Amarante, Salamanca, 2015, 218 páginas.

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RELATO (DE)CONSTRUIDO

  • Carta de amor incriminante escrita por prostituta a su amante.
  • Pistola. Prueba incriminatoria de asesinato.
  • Loción para después del afeitado confiscada.
  • Libro de tarot abierto por la lección nueve de sánscrito, encontrado en la mesita de noche también confiscado.
  • Fotografías del estado en que se encontró el fiambre tras ser arrojado desde el noveno piso como evidencia.
  • Falso carnet de identificación policial usado por el proxeneta.
  • Media de seda utilizada por el psicólogo en el interrogatorio policial.
  • Desaparecida “pata de cabra”, herramienta utilizada para forzar la entrada.

MI NUEVA PRIMAVERA, Kobayashi Issa

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KOBAYASHI ISSA, Mi nueva primavera, Satori, Gijón, 2015, 160 páginas. Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.

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月花や
四十九年の
むだ歩き



tsuki hana ya 
shijuuku-nen no 
muda aruki




Flores y luna;
cuarenta y nueve años
de andar sin rumbo.

AFORISMOS, Zarko Petan

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ZARKO PETAN, Aforismos, Bassarai, Zarautz, 2004, 98 páginas.

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Santiago Martín, en Zarko Petan: escritor con vocación de humorista (pp. 7-19), recoge la siguiente definición del autor esloveno: "El aforismo es una frase breve y aguda que resuena mejor en una cabeza llena que en una vacía. La palabra aforismo proviene del griego y significa delimitar
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Donde solo hay un camino, el hombre se desvía con más facilidad.
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Toda ruina presume de haber sido antes un palacio.
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El amor es ciego: por eso a los amantes les gusta tocarse tanto.
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Los historiadores falsifican el pasado, los ideólogos, el futuro.
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Deseo que mi último deseo sea el penúltimo.
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La verdad es una mentira que cree la mayoría.

MITOS, LEYENDAS Y CUENTOS PERUANOS, José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos

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JOSÉ MARÍA ARGUEDAS & FRANCISCO IZQUIERDO, Mitos, leyendas y cuentos peruanos, Siruela, Madrid, 2009, 166 páginas.

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En Algunas consideraciones acerca del contenido y la finalidad de este libro (pp. 17-24) explica uno de los editores, José María Arguedas, cómo este proyecto de recuperación de la literatura oral, publicado en 1947, utilizó la red de escuelas peruanas; por ello, el agradecimiento a todos los maestros. Sybila Arredondo de Arguedas recuerda, en su nota a la presente edición, que los cuentos y las leyendas transmiten la imagen total de un pueblo.
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EL PUMA Y EL ZORRO

(San Martín)

   Una mañana encontrábase un venado en la espesura del bosque be­biendo agua fresca de un manantial. Un puma, que en ese momento cami­naba por aquel sitio, vio al inocente animal, midió con la vista la distancia que le separaba y dio un salto sobre su víctima, devorándolo en seguida.
   La parte que sobró del banquete la escondió entre ramas y hojas se­cas, continuando, luego, satisfecho su paseo.
   Un zorro contemplaba desde lo alto de un árbol esa escena. Sin más demora bajó del árbol, descubrió el «tapado» y comió la carne. Con el estómago repleto el zorro prosiguió su camino.
   Al caer la tarde, cuando el sol daba ya sus últimos reflejos, regresó el puma por el resto y no encontró nada; entonces, lleno de ira, corrió por el bosque lanzando terribles bramidos. Caminando y caminando encontró al zorro que estaba durmiendo bajo un árbol; el puma tomó un manojo de pajas y, burlonamente, le pasó por la boca; sintiendo el cos­quilleo el zorro, semidormido, decía: «Quítense, quítense moscas, que recién acabo de arrebatar su presa al puma».
   El puma, sin esperar más, se lanzó sobre el zorro semidormido y lo devoró.

EL EMPERADOR DE CHINA Y OTROS CUENTOS, Marco Denevi

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MARCOS DENEVI, El emperador de China y otros cuentos, Librería Huemul, Buenos Aires, 1970, 78 páginas.

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LA INMOLACIÓN POR LA BELLEZA

   El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
   Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.
   Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.
   El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso. 

EL OMBLIGO DEL MAR, Luís Pousa

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LUÍS POUSA, El ombligo del mar, Reino de Cordelia, Madrid, 2015, 96 páginas.

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En su prólogo, Eduardo Lago comenta que este libro, escrito desde la perspectiva homérica del viaje, despliega distintas "unidades textuales que alternan entre el poema entendido como forma sin ataduras y el párrafo en prosa, [...] dos manifestaciones a una manera única de sentir, a un intento único que busca llegar al alma del lenguaje y describir su lucha por atrapar algo que, a falta de mejor nombre, describimos como «realidad» [...]".

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Nubes barrocas.
Huele a estrellas de mar muertas.
Océano ebrio.
El mar y el cielo fornican sobre el horizonte.

ENJAMBRE DE HISTORIAS, Javier Perucho

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JAVIER PERUCHO, Enjambre de historias, UNAM-CCH Naucalpan, México, 2015, 75 páginas.

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Hasta ahora Javier Perucho visitaba la mesa camilla de Micronesia para tomar café con Máximo y parlotear sobre sus distintas antologías y estudios sobre el microrrelato. Hoy, mientras esperan que les sirvan sus consumiciones, la conversación gravita en torno a su primera obra de creación. En las distintas secciones de Enjambre de historias (Qué noche tan triste, Los derrumbres de la noche, Enjambre de historias, Lola la parvularia y Pregones), se suceden distintas narraciones seriadas que le permiten al autor construir un espacio nítido en el que las referencias intertextuales dan la mano a las preocupaciones sociales y la denuncia bien fundada. Embellecen esta hermosa edición las ilustraciones de Rubén Guerra.
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PASTRANA

   ¿Qué si soy la mujer más fea del mundo? ¿Acaso no se han visto por la mañana en el espejo? Pues háganlo seguido, así entenderán por qué me cepillo la barba, la cabellera encrespada y pespunto mi luengo bigote. Las pilosidades también me crecen en demasía en recodos ignotos, pero eso a ustedes no les importa, ni les hablaré de ello, aunque sí les aseguro que tengo quien me atienda esas zonas, no sólo el zopenco de mi marido, sino también el domador, el acróbata y el contorsionista, pero ya estoy incumpliendo una palabra empeñada entre las sábanas. ¡Ultimadamadremente qué!, ¿a ustedes les importa mi vida entre los colchones? ¿Qué no me preguntaron? Entonces sigo con lo mío. ¿Se miraron cuando enjugaban su rostro en el lavabo? Yo lo hago cada mañana, antes del ocaso y cuando comparezco por las inclemencias del insomnio. Nada les pasará cuando se miren. Después de contemplarse ya no querrán salir a la calle blandiendo una daga, ni querrán guarecerla en el vientre de su esposa, menos aun empuñar la espada para trozar al vecino escandaloso.
   Apenas me miro en el espejo entiendo por qué me endilgaron los motes de Mujer Oso, Hembra Lobo, La Más Fea, comprendo entonces por qué ladro, aúllo o rebuzno mientras contemplo mi rostro en esa planicie cenagosa intitulada espejo, ese maldito azogue que titila una belleza de otro tiempo. Una beldad arrancada de otras comarcas. En cuanto me ojeo, abandono la daga que acampa en mi cintura y plugo al Señor que nadie se espante cuando vagabundeo por la calle, o que ninguna señora cuchichee en esa lengua de perros mientras la estilista me aplaca el demasiado cabello.
   Si se asoma el temor en la pupila de los peatones, o aquellas metiches bisbisean mi fealdad mientras paseo, yo los maldigo, ¡Infelices! ¿Qué no se han visto ante el espejo? ¡Háganlo, Julia Pastrana se los encomienda! Cuando así comparezcan, dispondremos de menos huérfanos, pocas viudas y entierros menos. Entonces entenderán que ninguna belleza los acompaña, que debajo de su piel supura el odio contra sus semejantes. Entonces entenderán que aún no han aplacado a ese maldito mal emboscado en su alma. La bella soy yo, se los digo a ustedes antes de que partan a sus hogares cuando termine la función. Y antes de que concluya mi acto les pregunto, ¿se miraron en el espejo por la mañana? Ya lo sabremos en el desayuno, cuando el voceador pregone los muertos abandonados a la vera del camino.

PÁJAROS DE LA LUZ Y LA LLUVIA, Jesús Aguilar Marina

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JESÚS AGUILAR MARINA, Pájaros de la luz y la lluvia, El Desvelo, Santander, 2015, 64 páginas.

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Una de las secciones de este poemario se titula inequívocamente 18 haikus.
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Sucias palabras
por el viento se arrrastran,
indiferentes.

LA DESGRACIA DE SER GRIEGO, Nikos Dimou

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NIKOS DIMOU, La desgracia de ser griego, Anagrama, Barcelona, 2012, 104 páginas.

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Estas 193 microrreflexiones pretenden retratar la idiosincrasia del pueblo griego y su propensión a un destino que linda con lo trágico.

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Definimos la felicidad como el estado (por lo general pasajero) en el que la realidad coincide con nuestros deseos.
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La exageración no es sólo un defecto nacional. Es una manera de vivir de los griegos. Es la resultante de su carácter nacional. Es la causa fundamental de su desgracia, pero también su mayor gloria. Pues, en la autoconciencia, la exageración se llama pundonor. En el comportamiento, la exageración se llama gallardía.
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Cuando los griegos hablan de «Europa», excluyen automáticamente a Grecia. Cuando los extranjeros hablan de Europa, no concebimos que puedan no incluir a Grecia.
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Contrariamente a los animales, el ser huma­no tiene deseos que, «por naturaleza y por posi­ción», son irrealizables. Anhela la inmortalidad. Lo único, sin embargo, que sabe con certeza so­bre su futuro es que un día morirá.
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Para los griegos, la negación es una posición. De suene que cuando tienen una posición, la niegan, para empezar de nuevo desde una negación.
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La «ley de Parkinson» griega: dos griegos (a causa del desacuerdo) hacen en dos horas lo que un griego hace en una.
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Cuanto más humano es alguien tanto más desea y demanda, tanto mayor es la brecha. Y si es héroe, lucha y perece. Y si es artista, intenta llenar la brecha con formas.

ESPECTRAL, Ángel Guinda

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ÁNGEL GUINDA, Espectral, Olifante, Zaragoza, 2011, 104 páginas.

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Cada uno de los fragmentos de este poema permite una lectura independiente.
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Las voces de los muertos son carbones que centellean a mi alrededor, hachas de ausencia abriéndome camino. ¡Mi cabeza es un nido de tormentas! ¡Mi corazón, un frasco de temblor vapuleado por el sulfumán! ¿Soy un iceberg que desafía al sol? ¿Un volcán que se extingue? ¡Soy el poseso que rajó el espacio para ver más allá!

GRANDES MENTIRAS DE LA HISTORIA, Pedro Voltes

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PEDRO VOLTES, Grandes mentiras de la historia, Espasa, Madrid, 2007, 286 páginas.

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Pedro Voltes es capaz de añadir ingenio y entretenimiento a tu tarea de desmitificación de lugares comunes.
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ERNEST HEMINGWAY COMO PERSONAJE INVENTADO

   Y, ciertamente, él mismo fue el peor de los personajes fic­ticios que creó, según resume el crítico norteamericano Ed­mund Wilson y recoge Jeffrey Meyers en el libro que dedicó en 1985 al premio Nobel, según luego veremos. No fue, sin duda, el primero de los escritores norteamericanos que se lu­cran de exhibir un perfil romancesco y accidentado, como si fuera un desdoro que un hombre de letras hubiera pasado la mayor parte de sus años entre libros. Semejante tendencia tie­ne parangón no menos curioso con la afición a escribir por lo menos un libro que tienen los hombres de acción norteameri­canos, sean generales, banqueros, deportistas o fabricantes.
   Sobre ese telón de fondo, el señor Hemingway (1899-1961) determinó que a él no le ganaría nadie en revestirse de connotaciones novelescas, y que la mejor publicidad que po­día proporcionar a sus escritos estribaba en sugerir que no contenían ni la décima parte de las trapisondas que podría re­flejar con solo repasar someramente sus recuerdos. Presumió sobre todo de dos excelencias: la de su historial épico y la de su conocimiento profundo y reposado de las cosas auténticas: el vino, el amor, los toros, el boxeo, la pesca, la caza, y así. En realidad, ni pegó un tiro en ninguna guerra ni sus vivencias fueron más notables que las de otros muchos hijos de vecino que no las han voceado por dinero.
   Tuvo Hemingway la enorme suerte de que le hirieran, en el curso de la Primera Guerra Mundial. A los diecinueve años de edad, se había apuntado como voluntario en la Cruz Roja para ver mundo y le habían enviado a las cercanías del frente de Italia. En la campaña del Piave, le hirió de cierta gravedad una granada de mortero mientras estaba repartiendo golosi­nas entre los soldados. Convaleció en Milán y el Gobierno ita­liano le dio una condecoración. El resto de los actos de guerra en Italia que él se atribuía son mentira. El profesor Kenneth Lynn tuvo la paciente severidad de irlos revisando en un libro que escribió sobre él en 1987 y llegó a la conclusión de que ni fue el primer norteamericano herido en Italia, ni llevó a cues­tas a un soldado italiano herido para ponerlo a salvo, ni reci­bió otras heridas de bala, ni se alistó en ningún regimiento, ni tomó parte en batalla alguna, ni vivió ninguna otra de las ex­periencias que él se adjudicaba.
   Acaso sea su novela más famosa Por quién doblan las cam­panas, que dio a conocer en 1940, pretendiendo describir una guerrilla de republicanos españoles que durante la guerra de 1936-1939 actúa detrás de las líneas enemigas. Un idealista norteamericano se suma a tales esfuerzos, introduciendo una nota de eficacia técnica y ayudando a sugerir la tesis básica de la novela: que el pueblo español fue utilizado y defraudado tanto por las naciones capitalistas y las fascistas como por el comunismo. Y por los literatos que medraron dando a su tra­gedia un falso colorido y un retumbo de aliño, podrían haber añadido.
   Hemingway había estado en España ya, en su época de jo­ven periodista, gestando su exitosa novela de 1926 Fiesta (The Sun also Rises,); y regresó durante la guerra para dedicar más horas a las barras de bar que a unas visitas esporádicas a los frentes. Está viva mucha gente que se acuerda de la frescura de los escritores y periodistas extranjeros que se pasearon por ambos bandos de la España ensangrentada, con mucho cuida­do de no salpicarse. Sin preocuparse mucho por quién había ganado la guerra, como dice Andrés Trapiello, Hemingway si­guió luego viniendo a fotografiarse con Baroja y decirle, con sobrado fundamento, que era el anciano moribundo quien se merecía el Nobel de Literatura; visita melancólica de la que se distrajo yéndose a los Sanfermines, a los toros, y demás.
   Si los españoles podemos formar este frío concepto de su conexión con nosotros, en París son dueños de pensar tres cuartos de lo mismo al reparar las páginas que dedicó a sus submundos. En The Sun also Rises, además Hemingway dejó pistas de su llamativa afinidad con «un hombre que está apa­sionadamente enamorado de una mujer sexualmente agresiva, de nombre andrógino y peinado varonil; un hombre que tiene el problema, como una lesbiana, de que no puede penetrar el cuerpo de su amada con el suyo». Son palabras del citado profesor Lynn, el cual señala, para remachar la indicación, que en 1986 se publicó un manuscrito inacabado de Heming­way, The Garden of Eden, donde cultiva fantasías transexuales y da a entender un amplio margen de ambivalencia en la ma­teria, más lato de lo que cabe tolerar en un macho de su re­nombre.
   Un personaje de Hemingway, en Soldier’s Home, se dedi­caba a «decir mentiras sin importancia que consistían en atri­buirse cosas que otros hombres habían visto, hecho u oído», y el propio escritor defendía, ya poniéndose él mismo ante las candilejas, que «no es anormal que los mejores escritores sean unos embusteros...; una gran parte de su oficio consiste en mentir o inventar y mentirán cuando estén borrachos, o se mentirán a sí mismos o a los demás». Así, Hemingway no va­ciló en decir o hacer decir que, en España, escribía crónicas solo para disimular que en realidad ejercía altas funciones militares en el campo republicano. Dentro de la misma mito­manía, anota Jeffrey Meyers que Hemingway había pretendi­do haberse dedicado a tocar el violonchelo durante un año que estuvo expulsado de la escuela, que se escapó de casa en su niñez, que boxeó y se dañó un ojo en un combate, que se implicó en los quehaceres de una banda de gángsters; que tuvo un romance con Mata Han, entre otros muchos de la misma especie fantasiosa; que reseñó batallas vividas por él en Anatolia entre griegos y turcos, que tenía una amante en Sicilia y una rótula de aluminio, qué sé yo.
   El 2 de julio de 1961 se suicidó en su casa de Ketchum, en Idaho.


LOS HAIKÚS DEL TREN, Eduardo Moga

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EDUARDO MOGA, Los haikús del tren, El Gaviero Ediciones, Almeria, 2007, 132 páginas.

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En el Prefacio (pp. 9-14) declara: "El haikú, como todo poema, nace en la piel, pero crece tras ella: en la razón y en la sinrazón, en la sintaxis y en la subversión de la sintaxis". Escritos entre 1999-2000, estos 101 haikús se encapsulan en el precioso diseño gráfico de Ana Santos Payán y Pedro J. Miguel. 
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En la ceniza
de la escarcha, el ascua
del gorrión.

ME ACUERDO, Elías Moro & Daniel Casado

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ELÍAS MORO & DANIEL CASADO, Me acuerdo, De la Luna libros, Mérida, 1999, 66 páginas.

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En Me acuerdo de "Je me souviens" (pp. 7-9) los autores señalan que con esta autoría bicéfala ofrecen una de las posibles variaciones propuestas por Perec.
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Me acuerdo de mi madre cantando aquellas coplas que aprendió de pequeña, cuando la guerra.
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Me acuerdo de aquellas dos gemelas del instituto. Nunca supe de cuál estaba enamorado.
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Me acuerdo de la simetría radial de los arenques en aquellas cajas de madera a la puerta de los colmados.
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Me acuerdo de sueños que nunca veré cumplidos.

Elías Moro

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Me acuerdo del hermano que nunca tuve, las patadas que nunca nos dimos, los juegos que nunca jugamos, los llantos no llorados, las risas no reídas, las meriendas que fueron sólo para mí.
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Me acuerdo del disco de vinilo y aquel hijo suyo, el single. Se enamoró de la radio. El cassette los casó. El compact disc los enterró.
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Me acuerdo de los campos donde la infancia me jugó.
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Me acuerdo de todas las cosas que me hicieron olvidar.
 Daniel Casado

FINAL ABIERTO, Rogelio Dalmaroni

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ROGELIO DALMARONI, Final abiertoVinciguerra, Buenos Aires, Argentina, 2014, 88 páginas.

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La microficción comparte espacio con poemas mínimos a lo largo de este volumen.

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EL LECTOR

   Luego de unos meses y con algunos cuentos, ilegibles de tan corregidos, la idea de que no tenía sentido continuar escribiendo se volvía más recurrente y agobiante.
   Fui perdiendo paulatinamente el entusiasmo.
   En otoño comencé a sentir una levedad creciente.
   Me fui transformando en un papel, con mis cuentos de mierda.
   Me arrugué más y más… me hice un bollo… y caí en el cesto.
   En el basural, un cartonero abrió el papel, leyó los cuentos y se emocionó. 

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entra en mis poros
el sudor de tu constelación
ya no tengo sed 

LOS PELIGROS DE PAULINA, Salvador Garmendia

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SALVADOR GARMENDIA, Los peligros de Paulina y otros cuentos selectos, Salto de Página, Madrid, 2014, 352 páginas.

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Viviana Paletta traza en Salvador Garmendia: ficciones para "una conciencia rodeada de sombras" (pp. 5-14) la semblanza vital y literaria del autor venezolano, quien, según Óscar Rodríguez Ortiz, explora en sus relatos "los límites entre la vigilia y la ensoñación, la pesadilla, en medio del alienante tráfago de las ciudades".
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TIGRE

Para David Alizo

   Un tigre salta del papel y queda parado encima de mi mesa. Sus poderosos cuartos, juiciosamente articulados, están protegidos exteriormente por verdaderas capas de silencio; y esto le permite desplazarse de manera que cada movimiento que realiza parece que hiciera el vacío alrededor.
   Sus zarpas no quebrantan la hierba. Su respiración uniforme es la de un niño.
   Lo estoy viendo ahora parado en la alfombra, convertido en la réplica viviente de un tigre de peluche. Hasta su tamaño  ha lle­gado a ser, más o menos, el de un gato corriente de almohadón; y así me mira desde abajo con ojos redondos y aburridos.
   Pero otras veces lo veo saltar por la ventana, recuperando toda su magnitud elástica; y en esos momentos llega a atemori­zarme, aunque sea sólo por unos segundos, ya que su imagen se transparenta y desaparece apenas toca con la luz exterior.
   Siempre que se echa a dormir a mis pies, bajo la mesa donde leo o escribo, y mis pantuflas le tropiezan casualmente en el vientre transmitiéndome el movimiento de su respiración, no dejo de bajar la cabeza y echarle una mirada.

CUENTOS DE LA MADRE TIERRA, Rolande Causse, Nane & Jean-Luc Vézinet

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ROLANDE CAUSSE, NANE & JEAN-LUC VÉZINET, Cuentos de la Madre Tierra, Editorial Juventud, Barcelona, 2014, 46 páginas.

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Ilustra estas nueve lecciones de ecología y amor a la Tierra Amélie Fontaine.
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LA MALICIA DE LOS ANIMALES

Cuento francés de La Picardía



   Cuentan que en otro tiempo existía un cazador temible. Recorría sin tregua todos los bosques de su región para acechar su caza. Tan hábil como rápido, nunca le faltaban presas. Perdices, liebres, ciervos, jabalíes, osos, lobos, águilas e incluso leones, todos, pequeños y grandes, temblaban cuando se acercaba.
   Una noche, para intentar poner fin a la carnicería que diezmaba a sus familias, los animales se reunieron en el corazón del bosque, en un claro, para celebrar un consejo entre el mayor de los secretos. El jabalí, proclamado rey de la selva en ausencia del león, gravemente herido por el cazador, tomó la palabra:
   —Este hombre es peligroso: caza no solo para alimentarse sino por el placer de matar. ¡Además, al parecer diseca nuestras cabezas para hacer trofeos ridículos que vende a precio de oro a sus semejantes! Es preciso que nos libremos de él. Tenemos que tenderle una trampa.
   Todos los animales estuvieron de acuerdo y tramaron una estratagema.
   Convinieron que uno de ellos se expondría a las balas del cazador. Ocultos entre la maleza, los demás se precipitarían sobre él cuando dejase en el suelo su arma y se acercase a su víctima. Pero ningún animal quiso ofrecerse voluntario para enfrentarse al fusil del cazador. Entre un gran silencio, cada uno de ellos miraba a su vecino, esperando que alguno se ofreciese.
   —Bueno —dijo el jabalí, que se tomaba su cargo muy en serio—, ya que nadie se presenta voluntario, debo sacrificarme. Tengo la piel tan dura que una bala apenas me hará daño.
   Y así se hizo. Tal como esperaba, el jabalí solo resultó ligeramente herido. Cuando el cazador se aproximó a su víctima, que se hacía el muerto, fue asaltado por una horda de animales furiosos que, a golpe de garras, mordiscos, picotazos y coces, le hicieron pasar de vivo a difunto.
   —¡Nos hemos librado de nuestro enemigo! —exclamaron al unísono liebres, perdices, zorros, ciervos y lobos.
   Entonces el oso tomó la palabra:
   —Amigos míos, obremos como criaturas civilizadas: debemos dar al cazador el tributo que merece todo difunto de su especie. Organicemos sus funerales.
   Sin tardar, la garduña y el topo cavaron una fosa en el claro, mientras el oso derribaba un hermoso roble para hacer un ataúd, con la ayuda del talento de los castores.
   Cuando todo estuvo preparado, la comitiva se puso en marcha. El zorro iba a la cabeza, fingiendo rezar como un cura con su misal. El oso y el lobo trans­portaban el ataúd, seguidos del ciervo, que lloraba a lágrima viva. Los demás animales seguían el cortejo fúnebre con cara triste. El zorro pronunció un sermón que emocionó a todos los reunidos. Después los pájaros transportaron en su pico flores del campo que depositaron sobre la tumba.
   La ceremonia terminó y todos regresaron a sus casas. Cuando la garduña y el topo cerraban el ataúd, escucharon un fuerte grito.
   —¡No, piedad! ¡Deteneos! ¡No me matéis! No me enterréis! Jamás os volveré a hacer daño!
   —¿Por qué gritas de esta manera? —dijo la mujer del cazador, que dormía a su lado—. Sin duda has tenido una pesadilla...
   —No, uf... sí..., ¡creía que me había llegado la hora! ¡Todos los animales del bosque iban a enterrarme!
   Aquella misma mañana, el hombre rompió su fusil y ya nunca más volvió a cazar.
   Y así fue cómo, gracias a un sueño, los animales vivieron por fin en paz.

   Contra la barbarie del hombre, toda la naturaleza se alía.
   Quien siembra destrucción y muerte, cosechará pesadillas.


ESTAMOS TODOS, AQUÍ NO HAY NADIE, José Ignacio Montoto

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JOSÉ IGNACIO MONTOTO, Estamos todos, aquí no hay nadie, Renacimiento, Sevilla, 2015, 120 páginas.

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   Sí, es cierto. Por las noches frecuento algún suburbio. Siempre el mismo: pesadilla. En los primeros días de verano los cuerpos sudan más de lo normal, entiéndelo. Yo le llamo deshidratación progresiva de nuestros sueños. En la calle suena el mismo motor de todos los veranos. Siempre el mismo. Ya sabes, el insomnio es un estado vital.

LIBRO DE RECLAMACIONES, Marina Pérez & Dani Niño

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MARINA PÉREZ & DANI NIÑO, Libro de reclamaciones, Léeme Libros, Madrid, 2015, 256 páginas.



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Subtitulado Reclamaciones de grandes personajes históricos, abre el volumen ilustrado por Estíbaliz Gabilondo, un Próloco (pp. 1-2) del hilarante Javier Coronas que antecede a la Introducción (pp. 3-4) en la que los autores declaran su denodado afán por "hallar la verdadera explicación de los acontecimientos que han marcado la historia". Sus concienzudas investigaciones han servido para desmotar ciertos pasajes de la historia protagonizados, entre otros, por Moisés, el Rey Arturo, Mata Hari, Aldolf HItler o la perra Laika.
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EVA

Viendo quién es la autora de esta carta bien pudiera parecer que ha sido inventada. Nos ofende que alguien pueda pensar eso. Esta carta fue tallada en piedra y legada de padres a hijos hasta que uno de esos descen­dientes, cantero de profesión, la rompió por error. Desde entonces ha sido transmitida de forma oral.


   A mis nietos y bisnietos, que conforman lo que viene siendo la hu­manidad al completo:
   Quiero limpiar mi imagen de las cosas que posiblemente hayáis oído sobre mí. Sé que hay un best seller que viene teniendo éxito desde hace algún tiempo, la Biblia. Me gustaría que no dieseis credibilidad a todo lo que se dice de mí en ella. El éxito de este libro pasará pronto, esto de la religión parece ser una moda pasajera. Lo sé porque en mi club de lectura no se hablaba de otra cosa, pero últimamente va cogiendo fama una nueva historia: 50 sombras de un eunuco (unas tablas inscritas que tratan sobre un hombre al que le gusta seducir mujeres, pero que, a la hora de la verdad, resulta ser algo decepcionante).
   Volviendo al tema que nos ocupa, si no habéis leído la Biblia, lo cual no es de extrañar dado el alto nivel de analfabetismo de nuestros días, es posible que hayáis escuchado algunas historias. Hacedme caso, todo lo que se dice es mentira, falsos testimonios sobre vuestra respetada y querida abuela. Y espero de vosotros que limpiéis mi nombre, porque debéis saber que esto es algo que afecta a toda la familia, por no hablar del lugar tan poco respetable en el que deja a las mujeres en general.
   En realidad todo esto responde a mi enemistad con Dios y ese libro, que es su palabra, pues no es más que una clara venganza por su parte para intentar herirme. Para empezar el libro dice que salí de la costilla de Adán. Por favor, cómo alguien podría creerse semejante tontería.
   Lamentablemente todos habéis conocido a vuestro abuelo y sabéis perfectamente que si hubiera podido quitarse costillas así como así se hubiera entretenido la mar de bien él solito en el paraíso y nunca nos hubiésemos conocido.
   Pero esto no es lo peor, lo que más me molesta es que van diciendo por ahí que yo convencí a Adán para que comiese el fruto del árbol prohibido. Hay que tener poca vergüenza. Para empezar... ¿Paraíso? ¿Jardín del Edén? Por favor, Dios nos tuvo presos durante años en un huerto. Niños, tenéis suerte de que nos expulsaran del Paraíso. No sa­béis lo que era ir con un hoja de parra todo el día, creedme, cuando te sientas en la hierba o hay bichitos, eso no protege lo más mínimo.
   Y por si fuera poco, tiene la sinvergonzonería de decirnos que pode­mos comer de todos los árboles menos de uno. Y así, sin más, porque al señorito le da por ponerse caprichoso, se supone que yo tengo que renunciar a comerme mi manzana diaria, cosa que como bien sabéis aleja al doctor (algo que, en una época donde la medicina no estaba tan avanzada, era bastante de agradecer). Según Dios, ¿qué se supone que deberíamos haber hecho? ¿Comer pizza y hacer el amor sin parar? Y encima que velo por nuestra salud, entre Adán y él me cul­pan de querer poner un poquito de cabeza en todo esto. Típico de los hombres, hacer equipo y dejarnos fuera.
   Qué bonito era todo para Adán, con su increíble constitución for­nida. «No comas tantas manzanas», me decía, «me gustas como eres». ¡Ja! Muy bonito todo. Pero al cumplir cincuenta me cambió por otra más joven. Fue muy doloroso y a decir verdad, y teniendo en cuenta que todos sois descendientes nuestros, bastante escandaloso también.
   Lo cierto es que Dios es un rencoroso. No quería que comiéramos el fruto del árbol porque entonces seríamos tan sabios como él. ¿Os po­déis imaginar semejante maldad? Vendría a ser lo que ahora se co­noce como tirano. Menos mal que la humanidad está evolucionando y dentro de unos años será imposible que un señor desde su sofá mire como gente desnuda e ignorante hacen su día a día a través de una ventanita, como si de un voyeur se tratase.
   Dios dijo que la culpa era de los dos, pero adivinad qué. A mí me castigo diciendo que pariría con dolor y a él que del polvo vendría y en polvo se convertiría. Decid la verdad, ¿no veis los castigos algo descompensa­dos? Por no hablar de la actitud inmadura de un Dios que se supone que debe cuidar de todos nosotros. ¿Qué es eso de parirás con dolor? ¿Qué eres, un Dios o una gitana enfadada porque no te he pagado la ra­mita de romero? Esto último fue justo lo que le dije y claro, no se lo tomó muy bien, así que yo ahora también me convertiré en polvo. Por eso mi afán de defenderme, porque veo que me muero y que mi nombre quedará mancillado para siempre.
   Así que pido que, leáis lo que leáis, intentéis pensar por vosotros mis­mos. Ese libro no hace más que airear nuestros problemas familiares y quiero que sepáis que me marcho, pero que dejo todo en manos de mis abogados. Es una vergüenza que un libro trate de hacer dinero con nuestras miserias. Vale que Caín le reventó la cabeza a Abel con la quijada de un burro, pero las riñas entre hermanos pasan hasta en las mejores familias. Repito que menos mal que la Humanidad está evolucionando y en el futuro será impensable que se vayan aireando las intimidades de la gente célebre sólo para hacer negocio.
   Os quiero y espero que esta carta haya servido para que tengáis una idea más aproximada de cómo era vuestra verdadera abuela y bis­abuela. Una mujer a la que no controlaba ni Dios, nunca mejor dicho.

Eva (Sin apellidos por ser la primera)

PD. Por cierto, respecto a los problemas que pueda tener Dios en un futuro hacia los primogénitos en general, no le hagáis mucho caso. Es el hermano pequeño de su familia y los tiene un poco cruzados. Pero esa es una larga historia y ya casi me he quedado sin saliva... Ya que Dios no sólo ha tenido a bien sacarnos del Paraíso, sino que además ¡nos ha soltado en medio del puto desierto donde no hay una triste fuente! Ay, qué gusto da desahogarse. En fin, queridos, confío en vosotros y espero que sepáis construir una Humanidad de la que me sienta orgullosa.