PEQUEÑOS EPISODIOS, David Colina Gómez

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DAVID COLINA GÓMEZ, Pequeños episodios, El Perro y la Rana, Caracas, 2007, 86 páginas.

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NARRADOR ALGUNO

   Llegué muy cerca del mendigo. Un fotógrafo que conozco me había hablado de él: «Duerme en las aceras, pero está pendiente de todo, yo le tomé estas fotos. Al rato me miró y chasqueando los dedos me dijo que me fuera, circulando, circulando, que tengo mucho trabajo». El mendigo no dormía, estaba sentado en una plaza y miraba a la gente pasar. Concentrado tal vez en quién sabe cuáles pensamientos, parecía no verme ni oírme. Lo observé con la esperanza de encontrar un ademán, una palabra, una costumbre, algo que me diera el germen de un relato para un inminente concurso literario. Una buseta se detuvo junto a él y de ella descendió una linda muchacha; mi sujeto observado le dedicó un gesto obsceno. Saqué una libreta del maletín y tomé la nota (a esta edad, uno ya no se arriesga a perder las ideas). «No me vengas a joder que no soy Guachirongo», gritó el hombre y, tomando una piedra, el muy granuja se acercó unos pasos y me la lanzó. El proyectil me partió un diente, dejándole un borde en forma de sierra. Pasando la lengua una y otra vez por aquel borde, me fui triste, pensando aún en qué cuento podría escribir.

PASILLOS DE MI MEMORIA AJENA, Mario Morenza

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MARIO MORENZA, Pasillos de mi memoria ajena, Monte Ávila, Caracas, 2007, 270 páginas.

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(ME)(MORÍ)AS

   Un señor decide escribir sus memorias cuando cumple 31 años. Empieza a escribir los hechos de su vida, como es lógico, en el punto en que tiene nueve meses antes de nacer, en un capítulo que la crítica acusó de excederse en erotismos injustificados. Cuando llega al capítulo de su nacimiento ya ha cumplido 33 años. Cuando llega al capítulo de su primer día de colegio tiene 35. Cuando llega al capítulo que relata cómo se fracturó su meñique jugando al fútbol, lleva a cabo una de las decisiones más importantes de su vida: publicar por primera vez. El primer tomo de sus memorias llega hasta sus 6 años. El segundo tomo llega hasta los 15. En el último capítulo de ese volumen, el autor juega al suspenso o a la estrategia editorial cuando en el párrafo final, «haciendo gala de una audaz narrativa» como acotaron los críticos, describe su correr tras una vecina para salvarla de ser arrollada por un camión de correos. Los siguientes tomos se hacen esperar con ansias. Cuando llega al capítulo del día en que decide escribir sus memorias tiene 50 años. En el año 2820 llega tercero en las votaciones para el Premio Nobel. Diez años después lo gana por su amplia obra auto-ficcional.

RELATOS, Paticia Highsmith

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PATRICIA HIGHSMITH, Relatos, Anagrama, Barcelona, 2018, 890 páginas.

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Esta edición de los Relatos contiene Pequeños cuentos misóginos en la traducción de Maribel de Juan.
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LA NOVELISTA

   Posee una memoria perfecta. Todo es sexo. Va por su tercer matrimonio y ha dejado tres hijos por el camino, pero ninguno de su actual marido. Grita: «¡Escuchad mi pasado! Es más importante que mi presente. Dejadme que os cuente lo cerdo que era mi último marido (o amante).»
   Su pasado es como una comida mal digerida, quizás indigerible, que se le ha quedado sentada en la boca del estómago. Uno desearía que pudiese vomitarla y olvidarla, sencillamente.
   Escribe resmas contando cuántas veces ella, o su rival, se metieron en la cama con su marido. Y cómo ella se paseaba arriba y abajo, insomne —negándose virtuosamente el consuelo de una copa—, mientras su marido pasaba la noche con la otra mujer, flagrantemente, etc., y a la mierda lo que pensaran los amigos o los vecinos. Dado que los amigos y los vecinos eran incapaces de pensar o no les interesaba la situación, no importa lo que pensasen. Se diría que éste es el momento para que un “novelista emplee su inventiva, para crear un pensamiento y una opinión pública donde no existen, pero la novelista no se molesta en inventar. Todo es tan escueto como una cojonera.
   Después de que tres amigas hayan visto y alabado el manuscrito, diciendo que es «real como la vida misma», y de haber cambiado cuatro veces los nombres de los personajes masculinos y femeninos, con considerable detrimento del aspecto del manuscrito, y después de que un amigo (posible amante) haya leído la primera página y se lo haya devuelto diciéndole que lo ha leído entero y le encanta, envía el manuscrito a un editor. Recibe una rápida y cortés negativa.
   Comienza a ser más cautelosa, a obtener cartas de presentación de amigos escritores, vagas, indirectas recomendaciones logradas a costa de comidas y cenas regadas con vino.
   Rechazo tras rechazo, a pesar de todo.
   —¡Yo sé que mi historia es importante! —le dice a su marido.
  —También lo es la vida del ratón, para él… o, quizás, para ella —contesta él. Es un hombre paciente, pero, con todo esto, está casi al límite de su resistencia.
   —¿Qué ratón?
   —Hablo con un ratón casi todas las mañanas mientras estoy en la bañera. Creo que su problema es la comida. Son dos. Uno u otro sale del agujero (hay un agujero en el rincón del cuarto de baño) y entonces les traigo algo de la nevera.
   —Estás divagando. ¿Qué tiene eso que ver con mi manuscrito?
  —Simplemente que a los ratones les preocupa un asunto más importante: la comida. No que tu marido te fuera infiel, o que tú sufrieras por ello, aunque fuese en un escenario tan maravilloso como Capri o Rapallo. Lo cual me sugiere una idea.
    —¿Cuál? —pregunta ella, con cierta ansiedad. Su marido sonríe por primera vez en varios meses. Experimentaba unos segundos de paz. No se oye en la casa el tecleo de la máquina de escribir. Su mujer le está mirando de verdad, esperando oír lo que tiene que decir.
   —Adivínalo. Tú eres la que tiene imaginación. No vendré a cenar.
   Luego se marcha del piso, llevándose su agenda y —con cierto optimismo— un pijama y un cepillo de dientes.
   Ella se acerca a la máquina y se queda mirándola, pensando que quizá podría sacar otra novela de esto, simplemente de esta noche ¿Debería hacer pedazos la novela por la que había alborotado durante tanto tiempo y empezar la nueva? ¿Quizá esta noche? ¿Ahora mismo? ¿Con quién iba a dormir él?

EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA, Trinidad Gan

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TRINIDAD GAN, El tiempo es un león de montaña, Visor, Madrid, 2018, 76 páginas.

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 Componen la sección Reflejos de un ojo felino (pp. 39*49) poemas breves.
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Hojas de otoño:
igual que lo vivido
se arremolinan,
se mezclan en por el suelo
mis máscaras antiguas.

RELATAMENTE CORTOS II, Antonio Ortuño Casas

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ANTONIO ORTUÑO CASAS, Relatamente cortos II : microrrelatos para pequeños ratos, Círculo Rojo, Sevilla, 2018, 218 páginas.
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LIBRE

   Después de tanto viaje, de un lado para otro, vivir el día a día contemplando el presente, triturando el pasado y venerando el tiempo que queda para seguir soñando.
   Después de alcanzar metas, en gran parte no previstas, de romper tus propios records, que en sueños ya habías vivido.
   Después de todo soy yo, el que ha trazado una trayectoria plagada de realidades. Cuando me la han querido imponer, he querido romper siempre las barreras y proseguir, con la cabeza bien alta, el viaje con nuevos retos y repleto de sueños.

BANDERA BLANCA, Mario Alonso

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MARIO ALONSO, Bandera blanca, Almuzara, Córdoba, 2017, 176 páginas.

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UN MINUTO DE REFLEXIÓN 

   Todos como vacas en un abrevadero. Unos pegados a otros para algo tan íntimo. Sin embargo, está socialmente aceptado en cualquier lugar del mundo. Claro, sólo es posible entre los hombres. Últimamente colocan pegatinas de moscas o arañas para no errar el tiro. En aquella película de Buñuel lo privado era comer y por eso había «servicios» para encerrarse a tomar un bocadillo. ¿Por qué no pondrán publicidad en una pequeña pantalla digital mientras dura?, seguro que tendría éxito. Se abrochó y volvió con prisa a la reunión. 

APÓCRIFO, Hiram Barrios

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HIRAM BARRIOS, Apócrifo (aforismos), Naveluz-UNAM, Ciudad de México, 2018.

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De niño hablaba con dios sin recibir respuesta; ahora, adulto, escucho los susurros del diablo sin pedirle consejo. 
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Amar es hurgar en el espejo.
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Cerebro: rémora prehistórica siempre al acecho.
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Escribir es habitar una cárcel. Leer es construir un refugio. 
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 Los espacios en blanco esconden aforismos.
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Epitafio
El peor libro que escribí fue mi vida.
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La inteligencia explica; la memoria implica.
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Pensar es observarse en un espejo cuarteado. Escribir es cortarse con él. 
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La vida es un naufragio permanente: nunca dejas de hundirte. 
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En todo lo que nos rodea habita un acertijo que no es necesario resolver.

VIDAS A LA INTEMPERIE, Marc Badal

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MARC BADAL, Vidas a la intemperie, Pepitas de calabaza, Logroño, 2017, 224 páginas.

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Irene García Roces presenta estos textos con los que Badal trasciende a los neorurrales que convierten el campo en decorado.
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MIRADAS

   La imagen que nos devuelve el espejo es la síntesis más precisa de nuestras satisfacciones y desgracias. Escribimos nuestra historia personal con arrugas y cicatrices. El campesinado escogió otra superficie textual. La faz de la tierra.
   En ella podemos leer la acumulación de sucesos que conformaron su carácter. Eran gentes del país. Y éste imprimía de manera innegociable las cláusulas del contrato vital. Los campesinos vivían en el lugar donde nacieron sus abuelos y en el que morirían sus nietos. Los riscos pedregosos o el llano fértil. El desierto del páramo o la dehesa. La arquitectura de un espacio condiciona las circulaciones permitidas. Las trayectorias disponibles, las mutaciones adaptativas. Pero los campesinos siempre anduvieron por su propio pie. No manaban de la tierra para dejarse deslizar por la ladera. El suyo no era el discurrir del torrente. Sabían que en el fondo del valle residía su perdición. Vivían a contracorriente. Contener la inercia, siempre más poderosa, de lo salvaje era imposible. Hubieran sido arrollados. Lo que sí podían hacer era sortear sus embestidas y domesticar su instinto.
   Los campesinos han morado la tierra civilizándola. Vivimos en el mundo que crearon. No podemos dar un solo paso sin pisar el resultado de su trabajo. Tampoco abrir los ojos sin ver el trazo de su huella.Una obra que es todo lo que nos rodea. Todo aquello que pensamos que es tan nuestro por el hecho de estar ahí. De toda la vida. Los bosques de castaños y las praderas. Los senderos y los puentes. Pero no es sólo el desconocimiento el que nos hacer ser tan ingratos. A los campesinos se les paso por alto un pequeño detalle. Olvidaron reivindicar su autoría.
   A diferencia de los canteros que tallaron las piedras de las grandes iglesias, los campesinos no firmaban sus trabajos.
   La suya es una creación que nos llega de forma anónima. Lo cual no significa que lo fuera en el momento de su materialización. Tal vez no creyeron necesario explicarle a la posteridad quién había levantado aquel muro de piedra seca. Quién había roturado el bosque para que pastaran las ovejas. 
   Probablemente ni se lo plantearon. Todos los que vivían en ese momento sabían perfectamente quién había realizado el trabajo. Habían visto cómo lo hacía y además llevaba grabada su impronta. La memoria se encargaría del resto. Las siguientes generaciones evocarían el recuerdo del bisabuelo cada vez que pasaran por aquel camino empedrado o cuando en otoño recogieran las nueces del gran nogal de casa.
   La memoria se ha roto. Ha perdido el mundo que la engendró. El mundo al que ella daba coherencia.
   Los nietos de los campesinos viven en la ciudad y no recuerdan nada. O viven todavía en el pueblo y lo han olvidado casi todo.
   Miramos alrededor y no reconocemos la mano de nuestros bisabuelos.

CLÁSICOS PARA LA VIDA, Nuccio Ordine

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NUCCIO ORDINE, Clásicos para la vida, Acantilado, Barcelona, 2017, 192 páginas.

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Es Si no salvamos los Clásicos y la Escuela,  los Clásicos y la escuela no podrán salvarnos (pp. 7-48) una magnífica reflexión sobre la importancia de la Escuela (negada por una hedonista sociedad  contemporánea que promueve el simple existir), en la trasmisión de la cultura humanística para enseñar a las nuevas generaciones el arte de vivir que deviene de la lectura de Ciudadela de Saint-Exupéry,  Mendel el de los libros de Zweig o Ítaca de Cavafis.
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PENSAMIENTOS
MONTESQUIEU  [1689-1755]

   Si supiera de alguna cosa que me fuese útil y que resultara perjudicial para mi familia, la expulsaría de mi mente. Si supiera de alguna cosa útil para mi familia, pero que no lo fuese para mi patria, trataría de olvidarla. Si supiera de alguna cosa útil para mi patria, pero perjudicial para Europa y para el género humano, la consideraría un crimen. 

PARA SEGUIR VIVIENDO, APOSTEMOS POR LA SOLIDARIDAD

   En sus Pensamientos, Montesquieu nos recuerda que en la escala de las prioridades —nosotros mismos, la familia, la patria, Europa— la más importante es sin duda la pertenencia al género humano: «Si supiera de una cosa útil para mi patria pero perjudicial para otra, no la propondría a mi príncipe, pues, antes que francés, soy un ser humano, o mejor, porque soy un ser humano por necesidad mientras que soy francés sólo por azar». En un momento tan difícil para la vida política de Europa, estas máximas ponen de relieve la mezquindad de un Parlamento Europeo en el cual la solidaridad es pisoteada cada día por los intereses particulares de esta o de aquella nación. Han sido precisos miles de muertos en el Mediterráneo para hacer comprender que el dramático problema de los inmigrantes en busca de la dignidad humana no es un asunto exclusivamente italiano. De igual modo, la delicada cuestión de la reestructuración de la deuda griega no sólo concierne a Grecia: ¿es posible imaginar la recuperación de países arruinados—por culpa de la «crisis», pero sobre todo de una clase política corrupta—que con el dinero que les presta Europa apenas pueden pagar los intereses a la banca, y que no pueden destinar más que migajas al relanzamiento de las actividades productivas? La política basada en el interés exclusivo de un Estado no produce buenos resultados. Ni en el plano económico ni en el social. Y proliferan viejos y nuevos partidos que, aprovechándose del sufrimiento generalizado, fomentan intolerables formas de egoísmo y de racismo para satisfacer momentáneas ambiciones electoralistas. Europa no avanza por el camino de la solidaridad, en nombre del interés común, será difícil imaginar un futuro para el viejo continente.

31 de julio de 2015

ESCANDINAVIA Y OTROS DESTINOS, Odette da Silva

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ODETTE DA SILVA, Escandinavia y otros destinos, Monte Ávila, Caracas, 2006, 70 páginas.

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BUENOS AIRES

   Te salven los dioses María Santa María del Buen Ayre llena eres de tango de milonga de arrabales el señor Borges Cortázar el señor Sábato es contigo somos todos contigo bendita eres entre todas las ciudades bendito el fruto de tu vientre el bandoneón de Piazzolla santa Maradona madre de los goles ruega por nosotros hijos bastardos de Europa ruega porque podamos adorar tu arrogancia comprensible Amén.

PETRICOR, Manu Espada

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MANU ESPADA, Petricor, Cuadernos del Vigía, Granada, 2018, 140 páginas.

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Al ritmo de las tres partes en que se estructura el volumen (Garúa, Galerna, Diluvio), sus páginas se van empapando de una comunicación y fantasía que arrecian los aciertos de estos microrrelatos. Petricor no es sólo el olor de la tierra seca recién mojada por la lluvia, es la alquimia de una palabra casi en desuso que los textos de Manu Espada devuelven a los ojos de los lectores, donde la lluvia de unas logradas microficciones despierta el olor de la literatura, el olor de esa humedad entrenzada a la melancolía y el humor a la que solemos llamar vida.

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REPÚBLICA

   Entre la calderilla del cesto, el mendigo descubre una moneda antigua con la cara de su padre.

SED REALISTAS, PEDID LO IMPOSIBLE, Manuel Serrat Crespo

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MANUEL SERRAT CRESPO, Sed realistas, pedid lo imposible, Edhasa, Barcelona, 2018, 160 páginas.

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En el prólogo Venid y vamos todos (pp. 7-10) Manuel Serrat Crespo, responsable de la recopilación de Pintadas, eslóganes y carteles del mayo francés sentencia: «Sólo las revoluciones que fracasan son efectivas».
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No permitáis que los demagogos os hagan cosquillas.

NO ME ACUERDO, Gabriel Quindós

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GABRIEL QUINDÓS, No me acuerdo, Mr. Griffin, León, 2016, 135 páginas.

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En Otro prólogo para el olvido (p. 5) Gabriel Quindós y Yago Ferreiro escriben: «El hombre es su pasado. [...] Menos será cuanto más se esfume su ayer». En este homenaje compartido a Brainard y a Perec, sus olvidos no se dan la espalda.
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He olvidado que cada cuita de amor tiene su canción, cada pérdida su verso, cada inquietud del hombre su adjetivo, cada alegría y llanto su relato, cada lucha su canto, cada tema su ensayo y cada forma y hallazgo literario un canónico modelo que lo supera y, sin embargo, tras cultivar la cruel certeza de que todo lo que importa ya se ha descrito con pluma excelsa, me siento frente al ordenador para ser un eslabón más de la cadena de ingenuos que quieren contar lo que ya se ha contado y se ha contado mejor. 
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He olvidado cuándo dejó de parecerme triste la tristeza y, en amigable y armoniosa convivencia, empecé a considerarla otra más de esas particularidades livianas que son inherentes a uno aunque uno nunca las eligiera, como lo serían el tener los ojos castaños o haber nacido en marzo, salvo que se distinguiría de las otras por una deferencia que obliga a esconderla ante los demás. 
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He olvidado si alguna vez culpé al mundo de mi vida malograda. No lo creo: tuve buenas cartas, pero no supe o no quise amoldarme al juego. Eso fue todo, y con ello vivo.

BILLIE RUTH, Edmundo Paz Soldán

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EDMUNDO PAZ SOLDÁN, Billie Ruth, Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 152 páginas.
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BERNHARD EN EL CEMENTERIO 
A Miguel Sáenz

   Estabas en el sanatorio de Grafenhof cuando te enteraste de la muerte de tu madre. Tenías esa incontrolable adicción a los periódicos, leías cuatro o cinco todos los días; leíste en uno de ellos: «Herta Pavian, cuarenta y seis años». No podía ser otra que ella a pesar del craso error, tu madre apellidaba Fabjan y no Pavian. Poco después te lo confirmaron. A tu madre le había llegado la corrección, estabas muy enfermo y a cualquiera de los dos podía haberle llegado primero la corrección. Tenías una sombra en tu pulmón, una sombra que caía sobre toda tu existencia. Grafenhof era una palabra aterradora. Tenías morbus boeck o sarcoidosis, te habían diagnosticado tuberculosis abierta, pero toda enfermedad puede llamarse enfermedad del alma. La esencia de la enfermedad es tan oscura como la esencia de la vida. Te considerabas afortunado por tener sólo un neumoperitoneo, sólo un agujero en el pulmón, sólo una tuberculosis contagiosa y no un cáncer de pulmón. Tu madre tenía un cáncer de matriz. Te habían dado de alta, entrabas y salías del sanatorio, y pudiste despedirte de ella, que estaba en casa, y consideraste que ella era afortunada, los enfermos de muerte deben estar en casa, morir en casa, sobre todo no en un hospital, sobre todo no entre sus iguales, no hay horror mayor. La inteligencia de ella era clara, ella vivía aún, estaba ahí, pero en el piso reinaba ya el vacío de después de ella, todos lo notaban. Volviste a Grafenhof, ahora tu cuerpo estaba hinchado, inflado por el neumoperitoneo, abultado por todos los medicamentos imaginables que te atiborraban, tenías un aspecto debidamente enfermo. Aquellas noches fueron las más largas de tu vida. Fue en Grafenhof que leíste el periódico, Pavian y no Fabjan, grosero error, «pavian» es babuino y tu madre no era un babuino, aunque todos los hombres son quizás poco menos que babuinos mientras esperan que les llegue la verdadera corrección o aplazan ellos su propia corrección. Herta sería enterrada el 17 de octubre de 1950, en Henndorf del Wallersee, su querido, su amado pueblo. Pediste permiso del sanatorio para ir al entierro, para volver a despedirte de tu madre. Estuviste en el cortejo fúnebre, viste todos esos rostros graves, solemnes, rostros de gente en espera de su corrección, gente que debía ser capaz de corregirse a sí misma. Ya en el cementerio, pensaste en las líneas de un poema que algún día escribirías: En la cámara mortuaria yace un rostro blanco, puedes alzarlo/ y llevártelo a casa, pero será mejor que lo sepultes en la tumba paterna, / antes de que el invierno irrumpa y cubra con su nieve la hermosa sonrisa de tu madre. Luego comenzaste a repetir, Fabjan, Pavian, Fabjan, Pavian, Fabjan, Pavian. Era un error que merecía ser corregido, o quizás no, tú no podías corregirlo, de pronto sólo podías pronunciar Pavian, Pavian, Pavian, y te dio un ataque de risa, todos te miraban y tú no podías dejar de reírte, Pavian, querían que te corrigieras y tú no podías corregirte, querías pero no podías, Pavian, muchos queremos ser capaces de la verdadera corrección y no podemos, y la aplazamos continuamente, o creemos que la aplazamos cuando en realidad lo que ocurre es que no podemos, no somos capaces, tenemos miedo. Como no amainaba el ataque de risa no te quedó otra que irte del cementerio sin volver a despedirte de tu madre. Preferiste no volver al sanatorio, Grafenhof era una palabra aterradora. Fuiste a tu casa de Salzburgo y te acurrucaste en un rincón del piso y esperaste, profundamente asustado, el regreso de los tuyos.

LOS 500 MEJORES LUGARES PARA VIAJAR, Varios Autores

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VARIOS AUTORES, Los 500 mejores lugares del planeta para viajar, GeoPlaneta, Barcelona, 2016, 328 páginas.

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La selección definitiva de Lonely Planet es el resultado de pedir a toda la comunidad Lonely Planet que votara sus 20 lugares preferidos.
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ALAMBRA [España]

   El complejo palacial de la Alhambra de Granada es una de las estructuras arquitectónicas más extraordinarias del planeta, posiblemente la muestra más refinada de arte islámico del mundo y el símbolo más perdurable de al-Andalus, los 800 años de gobierno ilustrado morisco en la España medieval. Desde lejos, las torres de su fortaleza dominan el horizonte granadino, con los escarpados muros rojos alzándose desde bosques de cipreses y olmos, y los picos nevados de Sierra Nevada como telón de fondo. En su interior hay una red de palacios lujosamente decorados y jardines, fuente de leyendas y fantasías.
   Lo que da a la Alhambra su apabullante encanto es la combinación del detalle minucioso y el gran tamaño. Los jardines del Generalife, perfectamente proporcionados, evocan la visión morisca del Paraíso, mientras que las creaciones del corazón de la Alhambra tienen una belleza que va más allá de cualquier creencia. Las numerosas habitaciones de los Palacios Nazaries, el complejo central del palacio, son la cumbre del diseño de la Alhambra, una armoniosa síntesis de espacio, luz, sombra, agua y verdor que buscaba proporcionar un paraíso en la Tierra a los gobernantes que moraban en ella. Las paredes estén decoradas con azulejos, mocárabes y estucos, y el Patio de los Leones es una obra de arte de diseño geométrico islámico. En resumen, un monumento de belleza indiscutible.




RUMOR DE ACEQUIA, León Molina

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LEÓN MOLINA, Rumor de acequia, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2018, 172 páginas.

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LUNA 

   Desperté en medio de la noche. Desde la cama, a través de la ventana pude ver un leve resplandor sobre la línea que marca el contorno de las montañas. Me incorporé y vi cómo la luz se iba haciendo poco a poco más intensa. Finalmente asomó la curva rojiza de la luna. En apenas unos minutos quedó completamente a la vista en el cielo oscuro al tiempo que fue cambiando de color. El pájaro nocturno que compartió conmigo este nacimiento siguió cantando mientras yo regresaba dulcemente al sueño. 

Nace amarilla 
tras el monte la luna. 
Luego blanquea. 

NO ME ACUERDO, Yago Ferreiro

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YAGO FERREIRO, No me acuerdo, Mr. Griffin, León, 2016, 55 páginas.

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En Otro prólogo para el olvido (p. 5) Gabriel Quindós y Yago Ferreiro escriben: «La memoria es esquiva, maleable, embustera». En este homenaje compartido a Brainard y a Perec, sus olvidos no se dan la espalda.
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No me acuerdo de cómo regresé a Provincia.
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No me acuerdo de haber tenido un sueño remotamente original desde que volví a Provincia. Siempre que recuerdo un sueño, aparezco trabajando.
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No me acuerdo de cuándo fue la última vez que escribí una carta de mi puño y letra, ni de la necesidad que tendría en ese momento para hacerlo, ni de a qué extraña dirección de mi memoria tuve que enviarla, pero al llegar a mi buzón una carta escrita con pulso nada tembloroso, que parece decidida a reclamar de mí una urgente contestación, pienso en la carta, en la persona que hubo de sentarse al menos durante unos minutos armada de su memoria y de un bolígrafo negro. Pienso en su reconocible letra redonda, en cómo cerró el sobre y cómo pegó el sello, en cómo caminó no sé cuántos metros hasta dar con una estafeta. Pero sobre todo pienso en la finalidad de todos sus actos, algo tan básico como una simple respuesta y que es mucho más de lo que consigo hacer al terminar de leer su firma. Rompo a llorar.
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No me acuerdo de haber seducido a alguien empezado desde cero, esto es, desde el desconocimiento absoluto de su nombre. Desear a alguien es saber nombrarlo.

POTROS SALVAJES Y MUJERES BAILANDO ENTRE FLORES, María Vila Rebolo

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MARÍA VILA REBOLO, Potros salvajes y mujeres bailando entre flores, Caligrama, Sevilla, 2018, 74 páginas.
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DOS VELAS

   El invierno se marcharía pronto, esta vez había pasado inadvertido, apenas unas frías ventoleras alocadas, y la humedad compañera de la noche. Dentro de casa, con la chimenea rugiendo se estaba tan bien que el invierno parecía primavera. Y la primavera ya pedía lo suyo con esas flores multicolores que engalanaban prados, macetas y jardines. La huerta luchaba por crecer casi sin agua.
   Dos velas encendidas narraban la historia de un par de almas gemelas que brillaban con la misma intensidad y que por ello se habían encontrado y reposaban complacientes sobre la mesa.
   Una llama miraba a la otra y ambas se afanaban en ofrecer luz y más luz, al fin y al cabo, ese era su cometido en la vida. 
   También podrían ser partidas y sus pedazos ser utilizados para encender una hoguera, quizás, pero entonces ya no serían lo que tenían que ser, dos llamas que iluminan cuando todo está oscuro. 

BREVES RELATOS SOBRE HECHOS NO OCURRIDOS, Daniela Anselmo

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DANIELA ANSELMO, Breves relatos sobre hechos no ocurridos, Edición de autor, 2017, 264 páginas.

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Mi madre suele decirme que tengo una imaginación demasiado activa. Que debo controlarla o pronto ya no podré diferenciar la realidad de mis propios inventos. Por momentos me fastidia que me insista tanto con eso, pero creo que habla desde la experiencia. Después de todo, ella es la que sigue imaginando que yo sí nací.

FÉRTIL MISERIA, Harry Almela

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HARRY ALMELA, Fértil miseria, Dharma, Maracaibo, 1992.

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POST-SCRIPTUM

   Yo sólo sabía de mapas y desdeñaba el territorio. Amaba la espuma, olvidando la quilla del trirreme.
   El día señalado, apareció el pergamino debajo de mi puerta. Estos códices fueron dictados a la luz de la hoguera.
   Guardo todavía algunos fragmentos. Ese peso es útil: me ata a lo que perece. Evito el terror a lo leve.
   Mientras pase esta noche, cultivo el arte de convertirme en vasija. ¿De qué sirve el infinito sin un cuenco que lo justifique?
   La página en blanco también habla.

PARAÍSOS PARALELOS, Eduardo Gotthelf

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EDUARDO GOTTHELF, Paraísos paralelos, Axioma, Río Negro, 2012.
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PARAÍSOS PARALELOS

   Existen infinitos universos paralelos pero, sólo en el nuestro, Adán y Eva fueron echados del paraíso. En los demás, por diversos motivos, la tentación no funcionó.
   Aquella temprana expulsión nos dejó la nostalgia de lo que nunca tuvimos. 

K’AMÉKUARHU, Juan Manuel Uría

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JUAN MANUEL URÍA, K’amékuarhu, Luces de Gálibo, Málaga, 2018, 80 páginas.

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Lloverá, sí,
sobre el árbol quemado.
Renacimiento.

EL ÁNGEL. EL MOLINO. EL CARACOL DEL FARO, Gabriel Miró

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GABRIEL MIRÓ, El ángel. El molino. El caracol del faro, Biblioteca Nueva, Madrid, 1938 (1921), 152 páginas.
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EL ÁGUILA Y EL PASTOR

   Un águila seguía siempre al rebaño. Su grito resonaba en todo el ámbito azul del día; las ovejas se paraban mirándola; a veces volaba tan terrera que se sentía el ruido de sus plumas y de su pico, y toda su sombra pasaba por los vellones de las reses.
   Tendíase el pastor encima de la grama; y se apretaba el ganado contra el peñascal del resistero. Todo el hondo era de sol: labranza roja, árboles tiernos, huertas cerradas, caseríos como escombros, caminos hundidos en el horizonte de humo…
   El pastor pensó: “veo más mundo del que podré caminar en mi vida, y él no me ve; si ahora viniese el hijo del amo, y yo lo despeñara, nadie lo sabría, estando delante de tanta tierra.”
   Se revolvía muy contento, hundiendo la nuca en el Herbazal; pero le roía la frente una inquietud como de párpado que quiere abrirse, y alzaba los ojos. Agarrada a las esquinas de un tajo, doblándose toda, le miraba el águila. El pastor botaba, y maldecía, y apuñalaba el aire como un poseído. Crujía su honda, y zumbaba su cayado. Y el águila se iba elevando.
   Cuando se acostaba en la besana la sombra del monte, el pastor recogía su rebujal; el mastín sendereaba a los recentales y acudía por las ovejas zagueras. Arriba, despacio y recta volaba el águila, vigilándoles su camino.
   Toda la soledad estaba para el hombre llena del furor de los ojos del ave flaca y rubia; se sentía adivinado en sus pensamientos. ¿No hubo palomas enamoradas de hombres y corderos apasionados de mujeres? Pues el pastor y el águila se aborrecían. “¿Desde dónde estará mirándome ahora?”, se preguntaba de noche el pastor. Y escondió armandijos cerca de la majada, y les puso cebo de carroña, de tasajo y hasta el pan de su comida.
   Despertábale un temblor de huesos, de aletazos, de gañiles. En los cepos se retorcían raposas, grajas, perros, búhos…; y el pastor los aplastaba con sus esperteñas y con sus manos. No eran ellos los aborrecidos, y porque no eran los aborrecía y los chafaba. Y una mañana su risa y su voz rodaron triunfalmente por el valle. El águila aleteaba, desgraciada y magnífica, sangrándole las garras entre los muelles de presas. Recostóse el pastor a su lado y estuvo aguantando todo el sol para regodearse mirándola; quiso verse dentro de sus ojos inmóviles de brasas redondas, y en esas lumbres se estremecía una frialdad de bravura y de señorío indomable. Se los hubiera reventado, mordiéndolos como un fruto, lo mismo que ella a él, si el pastor hubiese muerto en el desamparo del monte. Pero cegándola, ya no sabría que él la miraba. La miraba implacablemente. El águila entreabrió el pico convulso; se le doblaban las alas como unos hombros desventurados con su manto de hermosura a cuestas como una cruz. Vino el mastín; la rodeó latiéndole y humeándole las fauces. La cabeza del águila se erguía, toda tallada sobre el azul, como la proa de una nave sobre el horizonte, y en sus ojos encendidos se reflejaba el perro, el pastor y un círculo gozoso de la mañana campesina.
   “¿Cómo la mataré?”, pensaba el pastor. ¿Cómo la mataría para que durase mucho muriendo? Entonces el mastín y el amo se miraron culpablemente; y el perro embistió. No pudo llegar a la cautiva, y le brincó la lengua en la tierra como un sacre herido, y le crujieron las quijadas. “¡No te atreves con ella!” –le dijo sin voz la risa gorda del amo-. Era verdad: no se atrevía. En torno del águila bramaba el aire con el ímpetu de su aliento, de sus plumas erizadas, de su rencor trágico. Y al pastor se le hinchaban de rabia las venas de su frontal, porque tampoco él osaba agarrarla ni acometerla. Levantóse de súbito, y se fue a su rancho. Dejó al mastín guardando el águila. No podía escaparse, pero es que no quería que descansara viéndose sola ni un instante. Un instante tardó en volver; trajo un bozal viejo.
   Acudió gente: un labrador, una vieja del caserío, un arriero que pasaba, un chico que iba a la escuela rural. Y le preguntaron:
   -¿Es esta el águila que te seguía siempre como tu alma?
   El chico quería que se la diesen para holgarse en la lección. La vieja le pidió una pluma remera y una uña, y el entresijo, para hacer remedios de aojamientos y enfermedades. Todos rodearon al águila y le pusieron el bozal de perro trenzándole las ataderas de alambre. Después la arrancaron del cepo como si ya fuese una oca. Le colgaba un dedo, y el pastor se lo quebró del todo, tirándoselo al mastín que lo cogió de un brinco y en seguida lo soltó y le huía como si le diese la sensación de toda el ave. Se la llegaba el pastor a los ojos. Dentro de la reja del bozal, la cabeza del águila tenía un infortunio pavoroso, y su mirada ardía tan humanamente que el pastor se la apartó, porque, estando tan cerca, le angustiaba el bozal, como si fuese él quien lo llevara clavado en su carne y en su sangre.
   Todos la cogían, pasándola de brazo en brazo; la tentaban la pechuga, soplándole al plumón para verle los piojos en la piel desnuda; le apretaban el pico, quitándole el resuello; sentían el palpitar de sus párpados; le rascaban las conchas y el calo de sus garfas. Removióse todo el animal en una sacudida delirante; tronó un aletazo duro y brincó entre el sol.
   Y la gente decía:
   -Se morirá como un perro, un perro en el cielo y en las cumbres.
   -Se morirá de reconcomio como una persona y cuando era feliz.
   Y la miraban, riéndose. El águila iba entrándose en el azul, gloriosa y libre, con el bozal de perro.

45 CUENTOS SINIESTROS

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ELVIO GANDOLFO Y SAMUEL WOLPIN (editores), 45 cuentos siniestros, La Flor, Buenos Aires, 1975, 314 páginas.
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EL PULPO QUE NO MURIÓ

   Un pulpo que agonizaba de hambre fue encerrado en un acuario por muchísimo tiempo. Una pálida luz se filtraba a través del vidrio y se difundía tristemente en la densa sombra de la roca. Todo el mundo se olvidó de este lóbrego acuario. Se podía suponer que el pulpo estaba muerto y sólo se veía el agua podrida iluminada apenas por la luz del crepúsculo. Pero el pulpo no había muerto. Permanecía escondido detrás de la roca. Y cuando despertó de su sueño tuvo que sufrir un hambre terrible, día tras día en esa prisión solitaria, pues no había carnada alguna ni comida para él. Entonces comenzó a comerse sus propios tentáculos. Primero uno, después otro. Cuando ya no tenía tentáculos comenzó a devorar poco a poco sus entrañas, una parte tras otra.
   En esta forma el pulpo terminó comiéndose todo su cuerpo, su piel, su cerebro, su estómago; absolutamente todo.
   Una mañana llegó un cuidador, miró dentro del acuario y sólo vio el agua sombría y las algas ondulantes. El pulpo prácticamente había desaparecido.
   Pero el pulpo no había muerto. Aún estaba vivo en ese acuario mustio y abandonado. Por espacio de siglos, tal vez eternamente, continuaba viva allí una criatura invisible, presa de horrendas escasez e insatisfacción.

Sakutaro Hagiwara (Japón, 1886-1942)

NOCHES SIN NOCHE Y ALGUNOS DÍAS SIN DÍA, Michel Leiris

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MICHEL LEIRIS, Noches sin noche y algunos días sin día, Sexto Piso, Madrid, 2017, 248 páginas.

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En traducción de David M. Copé, este volumen presenta las anotaciones oníricas de Michel Leiris  durante un periodo superior a treinta y cinco años.
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12-13 DE ABRIL DE 1923

   Una tarde, al entrar en mi habitación, me encuentro a mí mismo sentado en la cama. De un puñetazo, acabo con el fantasma que me ha robado la apariencia. En ese momento, mi madre asoma por el umbral de una puerta en el preciso instante en que su doble, una réplica exacta del original, entra por la puerta que hay justo enfrente. Grito con fuerza, pero mi hermano acude, también él acompañado de su doble, que me ordena callar diciendo que voy a asustar a mi madre.

MISANTROPÍAS, Benjamín Barajas

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BENJAMÍN BARAJAS, Misantropías, Libros al Albur, Sevilla, 2016, 62 páginas.
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Todo el mundo suele repudiar la guerra, pero se aprovecha de sus despojos.
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Para cualquier imbécil un enemigo es un lujo.
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Sólo deberíamos confiar en el delicado equilibrio de lo provisional.
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En el rostro agraciado vemos a intervalos la belleza y su ruina.
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Sólo nos angustia y nos desgarra el amor posible.
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No hay mejor festín antropofágico que aquel donde se engulle la miseria ajena.
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Uno empieza a envejecer cuando asume la tarea de disimular la edad. 
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La cumbre de todo héroe es la caricatura.
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El narrador es una figura que el lector fácilmente olvida en cuanto la historia resulta de su interés. De algún modo, este personaje es un gusano que produce luz.
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A los ojos de la muerte la vejez es imperdonable.

LO GROTESCO, Santiago Eximeno

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SANTIAGO EXIMENO, Lo grotesco, Enkuadres, Valencia, 2017, 180 páginas.
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A SU LADO

   Por segunda vez en lo que va de noche, llora. Antonio tarda menos de un minuto en levantarse de la cama y acudir al cuarto de María, su hija, pero cuando entorna la puerta ella ya ha callado. Como siempre. La misma rutina que se repite todas las noches desde que encontró a Alicia en la bañera.
   En la habitación de la niña hace frío, y Antonio se frota los antebrazos desnudos antes de entrar. Sabe que Alicia, su mujer, está allí. Como siempre. Nunca ha sido capaz de llegar antes que ella a atender a la niña, y por lo que parece eso no va a cambiar. Alicia le sonríe cuando lo ve allí, parado en el umbral, con ese esbozo de sonrisa que tanto le entristece. Pero Antonio no protesta, no le reprocha nada. Se limita a quedarse allí, apoyado en la jamba de la puerta del cuarto de su hija, mientras ve cómo su madre la sostiene entre sus brazos, cómo la acuna, cómo le susurra palabras en su oído. Palabras que él no entiende, que prefiere no entender.
   María tiene los ojos cerrados, se deja querer. Tiene el chupete en la boca y succiona de esa forma tan característica, tan adorable. Todavía no ha cumplido un año, y Antonio ha pensado varias veces en volver a ubicar la cuna en su dormitorio. No lo hace porque fue una decisión de ambos llevar a la niña a su propia habitación, y no quiere entristecer a Alicia. Eso dice. Eso quiere creer. La realidad es que tampoco se siente con fuerzas para encontrarse con Alicia en su propia cama todas las noches. Allí, en el cuarto de la niña, sentada en la mecedora, con María entre los brazos, se la ve hermosa. Si estuviera más cerca, si pretendiera tocarle, Antonio sabe con certeza que echaría a correr.
   María se queda dormida y Alicia la deposita con cuidado de nuevo en la cuna. Mientras lo hace le sonríe, esa sonrisa triste desdibujada, y cuando termina levanta la mano izquierda en señal de despedida. Antonio puede ver las cicatrices en forma de cruz en su muñeca desnuda, porque Alicia está vestida con la misma ropa que llevaba cuando la encontró, hace ya más de dos meses, tumbada en la bañera, medio sumergida en el agua turbia. Solo lleva puesta su ropa interior, y su presencia en el cuarto de la niña es perturbadora. Alicia se despide de nuevo y después, ajena a la gravedad de la situación, simplemente se desvanece. Como si nunca hubiera estado allí.
   La temperatura del cuarto asciende con rapidez varios grados, y Antonio se decide, entra y acaricia la cabeza de la niña antes de salir de nuevo y cerrar la puerta tras él.
   Vuelve al dormitorio, se tumba en esa cama que ya no es de ellos, sino suya. Una cama demasiado grande, demasiado vacía. Piensa en Alicia. En su sonrisa triste, en su perenne tristeza, en su depresión. Y por segunda vez en lo que va de noche, llora.

88 SUEÑOS, Juan Eduardo Cirlot

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JUAN EDUARDO CIRLOT, 88 sueños, Moreno-Ávila, Madrid, 1988, 124 páginas.
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Me entregan uno de los libros que yo he escrito, encuadernado en seda rosa quemada por los bordes.
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Unas manos llegaban a mi corazón, pero otra mirada permanecía en el horizonte.
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Una ciudad se derrite lentamente como carcomida por un incendio invisible.
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Al tener que ponerme una máscara, yo elegía una de demonio y , en el momento de estrenarla, se abría un hueco en la pared y advertía que una extraña mujer me estaba observando.
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Atravieso habitaciones y habitaciones, todas iguales, en las que sólo el papel de las paredes cambia de color. No hay muebles en ninguna de ellas. No encuentro lo que busco.
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Transito por el espacio y veo las ciudades a mis pies. No vuelo, sino que ando por el aire.
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El espíritu es una prisión más monstruosa que la carne, oí que me decían. Era una reunión de ancianos, gente de pueblo reunida en la plaza mayor, tal vez para juzgarme.
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No me interesa la otra vida, dije, puesto que en ella también hay suplicios y verdugos.
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Claro del bosque. Una mujer desnuda y transparente está sobre mí, pero yo no sólo estoy en mi cuerpo, sino en todos los elementos del bosque.

LAS SEMILLAS DEL TIEMPO, Juan Carlos Botero

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JUAN CARLOS BOTERO,  Las semillas del tiempo: epífanos, Norma, Bogotá, 2008, 234 páginas.

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LA AGONÍA

   Durante tres días agonizó el mendigo. Según informaron las autoridades, el viejo caminaba hacia un centro de salud pero se desmayó en la zona verde junto al instituto, a sólo veinte metros de distancia. En el primer día, los médicos del centro y los vecinos del lugar lo advirtieron pero siguieron de largo. En el segundo día, un transeúnte telefoneó al instituto y les comunicó el caso del viejo, sin embargo, le dijeron que el asunto no les correspondía. Esa tarde, una pareja que pasaba lo cubrió con un plástico pues no había dejado de llover en toda la semana. Al tercer día, un lunes sin sol, amaneció muerto. La policía lo recogió por la tarde, y le informó a los medios que había muerto de hambre. En la acera opuesta a la zona verde hay cuatro restaurantes, dos de comida rápida. Los noticieros filmaron el levantamiento del cadáver, y un testigo que había visto al moribundo tres días antes se lamentó mientras chupaba una paleta: "Nos hemos insensibilizado".

LOS HAIKU DEL VIEJO LIBO, César Bianchi

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CÉSAR BIANCHI, Los haiku del Viejo Libo, El Aleph, Buenos Aires, 2006, 106 páginas.
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altas estrellas
en las constelaciones
leo tu nombre

EL DEMONIO RAQUÍTICO, Marco Gentile

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MARCO GENTILE, El demonio raquítico, El Perro y la Rana, Caracas, 2007, 64 páginas.

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LA SOMBRA SONRIENTE

   Desde hace varios días mi sombra anda pelándole el diente a todo mundo. Nadie me saluda, me ignoran para prestarle atención a ella, dicen que es locuaz, ingeniosa y carismática. Se pone mi ropa y me ordena silencio. Ya estoy harto de su petulancia: un día de éstos le entierro un rayo de luz en el pecho.