KALILA Y DIMNA, Ramsay Wood

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RAMSAY WOOD, Kalila y Dimna, Kairós, Barcelona, 1999, 288 páginas.

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Doris Lessing en la Introducción (pp. 9-20) a estas Fábulas selectas de Bidpai contadas por  Ramsay Wood recuerda que «no es posible rastrear las influencias» de este libro tan viajero, cuyo poder seminal es innegable: desde el folklore de la mayoría de los países europeos y orientales, a Esopo o La Fontaine. De la versión de Wood dice: «es contemporánea, viva, enérgica, llena de entusiasmo».
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LOS RATONES COMEDORES DE HIERRO

   Érase una vez un rico y joven comerciante que fue a hacer el negocio de su vida en un país lejano. No obstante, antes de marcharse, como precaución contra la pérdida de todo lo que poseía, depositó un par de toneladas de hierro en casa de un amigo, estimando, con razón según se vio después, que el precio del hierro nunca bajaría y que, pasara lo que pasara, siempre podría volver a casa y volver a empezar echando mano de sus ahorros.
   El negocio de su vida se fue al traste; regresó algunos años más tarde prácticamente arruinado. A fin de conseguir dinero líquido acudió a casa de su amigo y le pidió el hierro, pues deseaba venderlo. Su amigo, quien el año anterior se había visto atrapado estrechamente por una red de deudas, ya lo había vendido en beneficio propio.
   —¡Ah, por fin! —dijo—. Me tranquiliza mucho verte. He estado preocupado durante meses. Ha sucedido algo horrible y no sabía cómo ponerme en contacto contigo.
   —¿Qué pasa? —preguntó el comerciante, oliéndose el principio de algún fraude.
   —Verás —dijo su amigo—, ¿recuerdas que almacenamos todo tu hierro en esa habitación del fondo bajo llave? No tenía la menor idea de que el lugar estaba infestado de ratones: cientos de ellos, según parece. Siento mucho tener que decírtelo, pero tu hierro ha desaparecido por completo. ¡Lo han devorado esas miserables criaturas! ¡Se han comido tu hierro!
   Ahora bien, aquel joven comerciante no era tonto y no iba a acusarle de algo tan obvio. El trato con su amigo había sido sólo de palabra; no había recibos ni contratos, y deseaba evitar pleitos legales prolongados. «Aquí hay gato encerrado —pensó para sus adentros—. Dejemos que se desenmarañe un poco más, quizás podamos tomar un cabo y tirar de él hasta obtener la verdad.»
   —¿Comido por los ratones? —dijo en voz alta.—¡Oh, no!, ¡otra vez no! Ya me ha sucedido varias veces a lo largo de mi carrera. Sencillamente ya no hacen el hierro como antes: hoy en día es demasiado dulce y blando. El hombre que me lo sirvió seguramente tuvo la insensatez de untarlo con uno de esos aceites antioxidantes que a nuestros amiguitos peludos les resulta exquisito. Seguramente se lo tragaron como si fuera jarabe. En fin, de nada sirve el quejarse. Estoy vivo y tengo manos para trabajar. Hay que saber tomarse a bien estos pequeños percances. ¡Ja, ja!
   Tan contento estaba el amigo por aquella actitud despreocupada que inmediatamente le invitó a comer con la esperanza de que si le mostraba mucha hospitalidad el desafortunado incidente quedaría relegado al olvido. Anfitrión y huésped pasaron una tarde agradable, riendo y bebiendo juntos en una perfecta demostración de camaradería. Cuando llegó la hora de irse, el huésped salió afuera y consiguió secuestrar en secreto al único hijo y heredero del anfitrión. Condujo al muchacho a casa y lo encerró bajo llave en el sótano.
   Al día siguiente, cuando el comerciante andaba ocupandóse de sus asuntos en la ciudad, se encontró amigo que parecía loco de inquietud.
  —¡Dios mío! —exclamó—. ¿Qué te pasa?
  —Es mi hijo —gimió el otro hombre—. Está desaparecido desde anoche. Hemos buscado en todas partes, pero hasta ahora no tenemos ninguna pista.
  —Es curioso —señaló el comerciante—. Ahora que lo dices, recuerdo haber visto a un niño a lo lejos ayer por la noche cuando me marché de tu casa. Es rubio, ¿verdad? Si, sí, bien pudo haber sido él. Se lo llevaba un gavilán. Lo tenía agarrado por el pelo con las garras y se marchaba volando hacia el cielo.
   —¡Qué me estás diciendo, mentiroso? —protestó el otro hombre—. ¿Mi hijo secuestrado por un gavilán? ¡Eso es ridículo! Debería darte una buena p…
   —Querido amigo —interrumpió el comerciante—, tranquilízate, por favor, ¡y haz el favor de ser razonable! En una ciudad en la que los ratones pueden tragarse dos toneladas de hierro, ¿qué tiene de raro que un gavilán se lleve a un niño? ¡No me extrañaría nada ver a uno con un elefante a cuestas!
   Entonces el otro entendió que todo había terminado y que el comerciante no era el mentecato que él había supuesto. Agachó la cabeza y confesó.
   —No te enfades —dijo—, pero los ratones no se comieron tu hierro.
   —No te entristezcas —dijo el comerciante—, pero ningún gavilán ha secuestrado a tu hijo. Paga el valor del hierro y recupera a tu hijo.
   Convinieron en ello, pero los dos hombres no volvieron a dirigirse la palabra jamás.

QUERIDA, Pepe Verdes

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PEPE VERDES, Querida, Península, Barcelona, 2009, 192 páginas.

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Diecinueva autores aceptaron el encargo del editor: intentar «descubrir si existía el supuesto abismo que se abre delante de algunos hombres a la hora de comunicarse con las mujeres». De entre todas, sobresale «el gran regalo que el poeta Ángel González dejó, antes de morir, a su esposa, Susana Rivera».
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Septiembre de 2000


Queridísima Susi,

   Alguna vez tenía que ser. Esto no hay quien lo evite. Sólo por una razón me entristece la muerte: porque ya no voy a volver a verte. Eres la persona que más quiero en este mundo: también la más honesta, la más íntegra, la más buena: la mejor.
   Gracias por toda la felicidad que me diste. Recuerda tú los momentos de felicidad que vivimos juntos y que esos recuerdos te sirvan de ayuda en estos momentos tristes. No te dejes dominar por la tristeza. Trata de ser feliz y de que sobreviva en o siempre ese maravilloso espíritu de alegría que tuviste siempre. No pierdas nunca esa maravillosa sonrisa que iluminaba el mundo. Hazlo por el amor que sentí —que siento todavía cuando escribo ahora— por ti.
   Con ese inmenso amor pienso y pensaré siempre. en ti.
   Un beso muy largo, interminable, 


Ángel

ATLAS DE UNA PASIÓN ESFÉRICA, Toni Padilla

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TONI PADILLA, Atlas de una pasión esférica, GeoPlaneta, Barcelona, 2017, 144 páginas.

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En La pelota siempre ha estado ahí Toni Padilla dice: «El fútbol, menospreciado por muchos intelectuales que no toleran su popularidad, y maltratado por los que sí lo valoran y lo usan en su provecho, también es una forma de viajar por los libros de historia y los mapas del mundo». Las ilustraciones de Pep Boadella engalanan este viaje alrededor del planeta-balón.
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JUGAR EN UNA PRISIÓN DE HIELO [Antártida, 1914]

   Ernest Shackleton notó las miradas de los 27 miembros de la tripulación. Marineros con experiencia en naves de guerra, graduados en Cambridge, científicos y un experto en fotografía esperaban, nerviosos, sus órdenes. Temían por sus vidas después de haber quedado atrapados por el hielo en el lugar más frío de la Tierra. Shackleton pensó en el anuncio que había escrito para reclutarlos: «Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. No se asegura el regreso». Más de cinco mil personas habían contestado al anuncio. Y todo, gracias al prestigio de quien lo firmaba.
   Nacido en Irlanda, Shackleton preparaba su tercera expedición a la Antártida. En la primera, tuvo que volver a casa por una enfermedad antes de alcanzar el continente antártico, cosa que lo dejó con el orgullo herido, pues su sueño era acompañar al líder de la expedición, el famoso Robert Falcon Scott. En la segunda, en 1907, Shackleton ya ejerció de líder de la expedición Nimrod. Llegó al punto más al sur jamás pisado por el hombre. Por esta aventura recibió el título de sir. En 1911, preparó el tercer viaje con un objetivo: ser el primero en cruzar la Antártida de punta a punta pasando a través del polo. La llamada Expedición Imperial Transantártica constaría de dos naves: la principal, el Endurance, llevaría al equipo principal hasta el mar de Weddell, donde empezaría la ruta. La segunda, el Aurora, transportaría desde Australia otro equipo que dejaría provisiones en la parte final del recorrido.
   La expedición partió en 1914, pese al estallido de la Primera Guerra Mundial. El primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill, autorizó la misión, pero no sin antes avisar a Shackleton: en caso de problemas, las naves de la marina estarían ocupadas persiguiendo alemanes. Y, por desgracia, los problemas llegaron. Antes de alcanzar el punto de desembarco, los hielos se cerraron alrededor del Endurance, que quedó atrapado. La tripulación miró a Shackleton en busca de respuestas y el Jefe, como lo llamaban, ordenó que con barras de metal se agujereara el hielo de forma diaria para aliviar la presión sobre la nave.
   Para levantar la moral de la tropa, se organizaron partidos de fútbol, los primeras jugados en la Antártida. Incluso se registraron los resultados. El médico escocés Alexander Macklin, herido por la mordedura de un perro, se ofreció como arbitro. Durante más de dos meses se jugaron más de veinte partidos de forma regular. Hasta que el hielo destrozó el Endurance.
   En una de las aventuras más apasionantes de todos los tiempos, esos 28 hombres recorrieron por el hielo más de 600 km hasta llegar a la isla Elefante, en las Shetland del Sur. Una vez allí, Shackleton y cinco marineros se subieron al bote James Caird y recorrieron más de 1280 km hasta la isla de Georgia del Sur, que tuvieron que cruzar a pie hasta encontrar una base ballenera. El 30 de agosto de 1916, Shackleton regresó a la isla Elefante, donde esperaba el resto de la tripulación, a bordo de un remolcador chileno. Después de dos años atrapados en el hielo, nadie había fallecido. Como recuerdo quedó una fotografía del primer partido jugado en la Antártida, justo delante del Endurance, el prisionero de los hielos del sur.

307 HAIKUS, Luis Enrique de la Villa Gil

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LUIS ENRIQUE DE LA VILLA GIL, 307 haikus, El Espolón Encendido, Madrid, 2017, 324 páginas.

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Alfredo Pérez Alencart en Un haiyin llamado Luis Enrique de la Villa Gil (pp. 7-14) destaca el feliz desapego de la ortodoxia del autor, quien, por ejemplo, elige titular todas sus composiciones.
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MEMBRILLO

Fruto de otoño.
De madera amarilla,
exige alquimia.


MACANUDO 2, Liniers

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LINIERS, Macanudo Número 2, Reservoir Books, Barcelona, 2007, 96 páginas.

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LAS CIUDADES DEL HOMBRE, Antonio Rivero Taravillo

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ANTONIO RIVERO TARAVILLO, Las ciudades del hombre, Llibros del Pexe, Gijón, 1999, 120 páginas.
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En (pp. 7-8) Rivero Taravillo presenta estas prosas como «impresiones, casi siempre literaturizadas, de un viajero curioso y algo melancólico que da en escribir sobre algunos lugares en los que ha estado y sobre otros en que algún otro momento ha pensado que quería estar».
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MONDOÑEDO

   En un poema de Guillermo IX Duque de Aquitania, que canta desde la página 38 de sus canciones completas editadas por Luis Alberto de Cuenca y Miguel Ángel Elvira en la asesinada Editora Nacional, éste —Guillermo— anuncia: Farai un vers de dreit nien («Haré un poema de la pura nada»). Un portento así sólo podía darse en una sociedad, la medieval, en la que la paradoja, prima hermana de la magia, campaba por sus respetos como el duque por su condado de Poitiers, en la Provenza luminosa del siglo XI.
   Ese propósito, esa empresa imposible es frontispicio que conviene a estos párrafos sobre una ciudad en la que si he estado sólo lo ha sido en mi magín, que es palabra que brota de mi guía en esta peripecia: Don Álvaro Cunqueiro. Pues de Mondoñedo sólo sé que alberga catedral, que es cosa principal para una villa, y lo que él haya querido contarme en sus deliciosos libros. Anda por mi biblioteca, descarriado, un pequeño volumen hoy inencontrable en librerías Las historias gallegas. Allí descubrí a Cunqueiro cuando él hacía poco que se había ido (1981). Allí está «Tristán García», la mejor y más conmovedora recreación del mito de Tristán e Isolda que nos haya sido dado leer nunca. Allí también unos tipos humanos tan increíbles que sólo podemos asentir y reconocer que salen de su patria chica. De la Galicia toda, sus personajes. Pero de su localidad lucense, por próxima a su corazón de cronista fantástico, algunos de los más curiosos tipos y sucesos.
   Qué bien nos cuenta, y cómo no podemos sino creerle, algunos episodios de su Mondoñedo mágico: Penedo de Rúa que, agradecido a su cuervo, fue a ver al señor Domingo, el sombrerero de los soportales de la plaza. «Este le hizo una montera para el cuervo, tomando las medidas a una paloma. Una montera forrada y con una cinta de lentejuela. —¡Va a lucir mucho!— dijo el sombrerero. —¡Es un cuervo muy humano!.— comentó Penedo.»
   Cuando Cunqueiro nos presenta a su monte, el Padornelo, lo hace calificándolo así: «un león tendido que muere con la cabeza entre las manos». Lo cual nos recuerda a otro monte céltico, esta vez de Sligo, en Manda. Pues allí donde acaba el camino que va a Innisfree, la islita asociada ya para siempre a W. B Yeats, se divisa «El Guerrero Dormido», una formación de roca antropomorfa, como zooforma es la de Cunqueiro. Y es que nada más pagano (en el sentido etimológico de pagus: lugar) que estas montañas vivas en estado latente, estribaciones de la fábula y el prodigio.
   El Mondoñedo que yo pienso no necesita grandes carreteras ni industrias florecientes, y para tiendas me conformo con un colmado de ultramarinos, una posada donde corra el vino del país, humilde y suficiente. Tiene que haber una puente, así en femenino, que es esencial para un viaje de ida o vuelta a algún gran misterio, y calles empedradas en cuyos resquicios nunca falte un poco de lluvia, recuerdo de la reciente y heraldo de la que ya en el cielo asoma, como a los ojos —también nublados—la hermosura antigua de una plaza y sus pórticos. Ha de haber laureles, jueves de feria, y un bosque, el de Silva, que es redondo nombre para un bosque. Una catedral (de la Asunción) y un seminario (el Real de Santa Catalina).
   Cuando me llevan los demonios y la bilis del mundo destila agrios humores, cojo un libro de Cunqueiro, lo abro y por su ventana veo correr el río de la vida, y en viéndolo pasar, ensimismado —cura de melancólicos, según los antiguos—, me reconcilio conmigo mismo y con mi prójimo. Tiene Cunqueiro una condición beatífica de pan bueno y recién horneado entre latines de tahona de claustro. Y uno se hace pájaro que pica sus miguitas sobre el ensotanado regazo —el negativo de tantas páginas en blanco, hueras— de este laico y pícaro canónigo, que no me negarán que de canónigo sabio son las trazas de su rostro.

EL TALLER DEL ARQUERO, León Molina

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LEÓN MOLINA, El taller del arquero, La Garúa, Santa Coloma de Gramenet, 2014, 108 páginas.

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Sólo dos piedras
bastan para cruzar
hoy el arroyo.

ELLAS HICIERON HISTORIA, Marta Rivera de la Cruz

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MARTA RIVERA DE LA CRUZ, Ellas hicieron historia, Anaya, Madrid, 2011, 64 páginas.

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Cecilia Varela ilustra estas seis semblanzas de Mujeres admirables: la Condesa de Benavente, María Guerrero, María Moliner, Clara Campoamor, Rosalía de Castro, Matilde Montoya, María Zambrano y Anaïs Napoleón. 
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MARÍA MOLINER

   Muy cerca del teatro hay una biblioteca donde trabaja Pedro, el tío de Samuel, que va a buscarle y espera a que termine su turno leyendo un cuento. Luego se sientan en una terraza a tomar un refresco. Samuel cuenta a su tío en qué consisten sus deberes.
   —Debes hablar de María Moliner, que escribió sola todo un diccionario.
   —¿Un diccionario? ¿Entero? Cuéntame cómo lo hizo...
   —Verás, ella nació en un pueblo de Zaragoza en 1900. Sus padres le dieron una buena educación. Estudió Filosofía y letras, y acabó la carrera con sobresaliente. Después ganó unas oposiciones para bibliotecarios y, recién casada con un catedrático de Física llamado Fernando Ramón y Ferrando, se trasladó a Valencia. Allí, María empezó a colaborar en actividades educativas dando clases gratuitas de Literatura y Gramática. Ayudó a poner en marcha pequeñas bibliotecas en los pueblos de la provincia, e incluso escribió una guía donde explicaba los pasos a seguir para formar una biblioteca.
   —¿Para venderla?
   —¡Qué va! Ella decía que el acceso a los libros era fundamental para el progreso de la sociedad, y hacía lo posible para fomentar la lectura. En 1936, empezó a dirigir la biblioteca de la Universidad de Valencia. Por desgracia, la Guerra Civil vino a cambiarlo todo. María, que era fiel a la república, trabajó en puestos relacionados con la organización de archivos, y redactó un plan de bibliotecas para todo el estado. Como la república perdió la guerra, María y su marido fueron apartados de sus trabajos, aunque con el tiempo se les restituiría. Y en 1950 empieza su gran proyecto: escribir un diccionario de uso del español.
    —¿Y cómo lo hizo?
   —Fue un trabajo muy duro: entonces no había ordenadores, y María Moliner tenía que pasar a máquina miles de fichas. Dedicó a esta tarea todo el tiempo que le dejaba su trabajo en la universidad, pero en 1966 el Diccionario de uso del español estaba en la calle. Los estudiantes y los profesores lo recibieron con entusiasmo, pues era un diccionario práctico que explicaba el uso y significado de las palabras y las expresiones populares. María Moliner era una apasionada del español, y quería ayudar a la gente a escribirlo y hablarlo bien. Con su diccionario lo consiguió. A pesar de ello, en 1972 se le negó el ingreso en la Real Academia Española.
    —¿Por qué?
   —Pues eso digo yo: ¿cómo demostrar un mayor afecto por nuestro idioma que escribiendo un diccionario? La historia ha sido injusta con María Moliner, y ojalá las nuevas generaciones se acuerden de ella para así, de algún modo, reparar esa injusticia.

LA LÓGICA DEL DELIRIO, Francesc Marzo Bellot

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FRANCESC MARZO BELLOT, La lógica del delirio, Carena, Barcelona, 2017, 74 páginas.

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A LA VEZ

   Me abalancé sobre la puerta de su casa gritando su nombre, empezando —con la mano izquierda— a dar salvajes golpes, conjugando con la derecha un movimiento repetitivo en el timbre. De repente, paré en seco, percatándome de que algo punzante me había atravesado. A medida que iba cayendo al suelo, mis ojos pudieron observar cómo el mismo fluido rojo que yo perdía a borbotones, empezaba a salir también por la puerta.

CURIOSOS DINOSAURIOS, Agnese Baruzzi

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AGNESE BARUZZI, Curiosos dinosaurios, San Pablo, Madrid, 2016, 70 páginas.


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Subtitulado Mezcla e inventa nuevas especies permite al neolector la documentación y el juego lingüístico y naturalista.
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DICCIONARIO DEL DANDI, Giuseppe Scaraffia

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GIUSEPPE SCARAFFIA, Diccionario del dandi, Machado Libros, Madrid, 2009, 222 páginas.

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Puede leerse en el muy documentado Prefacio (9-71): «el dandi es una suerte de irónico santo, un eremita mundano, un mártir de lujo».
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MISTERIO

   La imagen del dandi, si se hace caso a quien no lo comprende, es en realidad el espejo de su observador, quien, incapaz de reconocer la profunda naturalidad de esa figura, le presta su propia artificiosidad y su sistemática falsificación del yo.
   La mejor actitud es la de admiración silenciosa, la única que puede abarcar, sin someterlo a una forma, todo el ser del dandi.
   Huyendo de la lógica habitual, el dandi se pretende misterioso, pero de un misterio simple, sin embargo, que todo lo produce y lo asume en él mismo; el misterio de un hombre que sabe ser libre.
   El misterio del que el dandi se rodea es una llamada a la mirada ajena, para lo cual se abre a ese misterio en el que, en una época de masificación, todo hombre queda. Y no es enigmático sino en la medida en que lo es una cumbre que se yergue sobre un territorio artificialmente apaisado. Contra la falsa igualdad de la democracia, él se erige para afirmar la diversidad absoluta de cada hombre respecto a otro, de cada hoja respecto a otra (Nietzsche), y la misteriosa superioridad que deriva precisamente de la libertad que práctica.
   Su misterio se crea y se disuelve, precisamente en el instante en que se crea su propia libertad. Es el reflejo de lo transparente, inasible en sí, que subyace a toda libertad.
   En la época del cientifismo, en la que claridad y distinción han pasado a ser aparente y definitivamente operantes, él ofrece con su misterio la doble cara, por un lado, de su propia libertad, y por otro, del misterio que también envuelve la «sencilla» existencia de los demás, despertando el deseo de indagar, más allá de las limpias superficies de lo vivido cotidiano, el misterio de la alienación que lo genera. De tal modo, en cada ocasión el dandi se propone como espejo bifronte: de lo real y de su negación. El dandismo es la máscara que esconde aquello que enseña.
   Los largos silencios de Brummell, como sus rápidas y fulgurantes apariciones en público lo envuelven en un halo misterioso. En otros casos, en Sue como en D'Annunzio, el misterio acabó por transferirse a las fabulosas y fabuladas moradas de los dandis, de cuyo excéntrico fasto emanaba un perfume a bacanales y droga. El misterio del dandi es la tela sobre la que se proyecta la imaginación del observador, consiguiendo así conocerse, si bien no siempre reconocerse.

MACANUDO 1, Liniers

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LINIERS, Macanudo 1, Reservoir Books, Barcelona, 2006, 96 páginas.

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OBJETOS FRÁGILES, Inés Mendoza

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INÉS MENDOZA, Objetos frágiles, Páginas de Espuma, Madrid, 2017, 104 páginas.

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DESPEDIDA

   Las pequeñas muertes: el fondo del vino que, por cortesía, el amigo tan querido de Brâncusi apura de un último trago. Esa misma copa vacía que la mano fraterna acaba de posar sobre la mesa del salón. Algunas arrugas de la falda que la otra amiga termina de alisar con las manos al levantarse. La reposada espalda de un tercer invitado que ahora mismo se incorpora desde el sofá.
   Cierta sonrisa nerviosa, una broma que Brâncusi no llega a decir. Ese postrer momento del tiempo que querría borrar con todas sus fuerzas: otra despedida.
   Los tres amigos alejándose ya, agitando las manos desde las ventanillas del coche. Y de nuevo la mirada desierta que, de pie en el portal de su casa, Brâncusi deja escapar como quien suelta un perro. La duda de siempre que le asalta: si valdrá la pena la amistad. 
   La voluble felicidad de aquello que nos envuelve y que también nos abandona.

LA DAMA BLANCA, Christian Bobin

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CHRISTIAN BOBIN, La Dama Blanca, Árdora, Madrid, 2018, 124 páginas.

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Árdora Ediciones suma una nueva entrega de Christian Bobin en la traducción de José Areán. Esta aproximación lírica a la biografía de Emily Dickinson está atravesada por el estilo lapidario del autor francés.
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La poesía es hija achacosa del cielo, la silenciosa derrota del mundo y de la ciencia.
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Quien ha perdido todo puede salvar todo.
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Cada uno hace de su desgracia su propia casa.
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La muerte es un alfarera que hace su trabajo al revés.
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El paraíso es el lugar donde ya no necesitaremos que nos tranquilicen.
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Escribir es una manera de saciar la fiebre de la primera mañana del mundo, que cada día vuelve.
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La audacia es como el fuego al que no le preocupa ningún matiz de la madera.
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Los poetas engendran un sol más puro que el sol, su verano nunca declina y el paraíso solo es bello cuando es pintado por ellos.
***

Igual que el diamante solo es un trozo de de carbono hasta que no está cristalizado, el hombre solo es la nada hasta que el pensamiento no haya tallado su alma como una joya en la que cada faceta celebra la luz eterna.

CASI TODO BAXTER. NUEVAS Y ESCOGIDAS OCURRENCIAS, Glen Baxter

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GLEN BAXTER, Casi todo Baxter. Nuevas y escogidas ocurrencias, Anagrama, Barcelona, 2017, 160 páginas.

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Jordi Costa en El misterio Baxter. Unas tentativas de explicación (pp. IX-XIV) señala: «Como Gorey o como los creadores de Oulipo, Glen Baxter es un artista que se crece ante el desafío de la limitación, ante la presión del corsé». Sinsentido y sensibilidad (pp. V-VIII), el genial texto de Joaquín Reyes, más que un prólogo de encargo, es puro Baxter.
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AUNQUE OFICIALMENTE ESTABA PROHIBIDO
TENER MASCOTAS, SIEMPRE HABÍA ALGUNOS
QUE, AL ANOCHECER, DECIDÍAN NO HACER
CASO DE LAS NORMAS DE LA ESCUELA

HAIKUS DEL PARQUE, Ángel Aguilar & Frutos Soriano

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ÁNGEL AGUILAR & FRUTOS SORIANO, Haikus del parque, Librería Popular, Albacete, 2002.
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Hacia el colegio
acompañado sólo
por las acacias.
***
Como una hoja
la pluma de paloma
despacio cae.

MICRORRELATOS PARA NIÑOS INTELIGENTES, Antonio Martínez Polo

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ANTONIO MARTÍNEZ POLO, Microrrelatos para niños inteligentesFinis Terrae Ediciones, Santiago de Compostela, 2013.
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EXTRAÑO CAJÓN 

   —Había una vez un cuento que nunca empezó… 
   —Esos cuentos no existen, abuelo. 
   —Sí existen. Están en el mismo cajón que los besos que no se dan. 
   Mi hermana pequeña pensó, y le dio un beso al abuelo. Él, a cambio, le contó uno de esos cuentos. 

LA NAVE DE LOS LOCOS, Pedro Gómez Valderrama

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PEDRO GÓMEZ VALDERRAMA, La nave de los locos y otros relatos, Alianza, Madrid, 1984, 160 páginas.

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EL TAPIZ DEL VIRREY

   Cuando el virrey subió a su coche con la virreina, para dirigirse al baile en casa del marqués, el criado mulato se quedó escondido en un rincón del patio, hasta que cesaron todos los ruidos del palacio. Sacó entonces una inmensa llave, y abrió la puerta del salón central. Encendió una antorcha y se situó ante el gran tapiz que adornaba el fondo del salón, y que representaba una hermosa escena de bacantes y caballeros desnudos.
   El mulato extendió las manos y acarició el cuerpo de una Diana que se adelantaba sobre el tapiz. Murmuraba en voz baja, hasta que de pronto gritó:
   -¡Venid! ¡Danzad!
   Los personajes tomaron movimiento y fueron descendiendo al salón. Comenzó la música del sabbat, y la danza de los cuerpos en medio de las antorchas. Ante el mulato, los personajes del tapiz iban cumpliendo el rito de adoración al macho cabrío.
   Diana permanecía a su lado, besándole de vez en cuando con golosa codicia.
   Después de consumidas las viandas del banquete, vino el momento de la fornicación, hasta que sonó el canto del gallo y los personajes se fueron metiendo uno tras otro en el tejido. Sólo quedaron, trenzados en el suelo, Diana y el mulato, al cual encontraron a la mañana siguiente desnudo y muerto en el suelo con unos desconocidos pámpanos manchados de sangre en la mano. Diana no estaba en el tapiz.

CUENTOS DE BARRO, Salarrué

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SALARRUÉ [SALVADOR SALAZAR ARRUÉ], Cuentos de barro, Dirección de Publicaciones e impresos, El Salvador, 2011 (1933).
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Publicado por primera vez en 1933, este volumen de relatos es justamente destacado por escritores como Miguel Á. Zapata, quien lo considera "una auténtica maravilla sobre la dignidad de los desposeídos, compuesto con una finura y un aliento poético insuperables".
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SEMOS MALOS

   Loyo Cuestas y su «cipote» hicieron un «arresto», y se «jueron» para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en la bandolera; el muchacho, la bolsa de los discos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de «lata» monstruosa que «perjumaba» con música.
   -Dicen quen Honduras abunda la plata.
   -Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo, dicen...
   -Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán trés choya.
   -¡Ah!, es que el cincho me viene jodiendo el lomo.
   -Apechálo, no siás bruto.
   «Apiaban» para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con ocote. En el bosque de «zunzas», las «taltuzás» comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces «bían» visto el rastro de la culebra «carretía», angostito como «fuella» de «pial». Al «sesteyo», mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un «fostró». Tres días estuvieron andando en lodo, atascado hasta la rodilla. El chico lloraba, el «tata» maldecía y se «reiba» sus ratos.
   El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de «pasantes». Por eso, al crepúsculo, Goyo y su hijo se internaban en la montaña; limpiaban un puestecito al pie «diún palo» y pasaban allí la noche, oyendo cantar los «chiquirines», oyendo zumbar los zancudos «culuazul», enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y de miedo.
   -¡Tata: brán tamagases?...
   -Nóijo, yo ixaminé el tronco cuando anochecía y no tiene cuevas.
   -Si juma, jume bajo el sombrero, tata. Si miran la brasa, nos hallan.
   -Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.
   -Es que currucado no me puedo dormir luego.
   -Estírate, pué...
   -No puedo, tata, mucho yelo...
   -¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué...
   Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un «tapexco»; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara «añudada» de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros «clareyos» los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la «manga» rota, sucia y rayada como una cebra.
   Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.
Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conectar la bocina. La luna llena hacía saltar «chingastes» de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado «olisco».
   -Te dijo ques fológrafo.
   -¿Vos bis visto cómo lo tocan?
   -iAjú!... En los bananales los ei visto...
   -¡Yastuvo!...
   La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.
   Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los «blanquiyos» manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su «cipote» huían a pedazos en los picos de los «zopes»; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas tal vez para un sauce, tal vez para un pino...
   Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.
Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.
   Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la «prima» lamentaba una injusticia.
   Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...
   Uno de ellos se echó a llorar en la «manga». El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo «barrioso», donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:
   -Semos malos.
   Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.

CUENTOS PARA EL ADIÓS, Begoña Ibarrola

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BEGOÑA IBARROLA, Cuentos para el adiós, SM, Madrid, 2006, 202 páginas.

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Estos cuentos infantiles «están pensados para ayudarles a sacar su dolor y a expresar toda la inmensa gama de sentimentos y emociones que la muerte o el abandono provocan», escribe Ibarrola en Nota de la autora (pp. 7-14) sobre estos cuentos a los que acompaña una batería de preguntas que promueven la reflexión del neolector.
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PIZARRAS DE ARENA

   Como todos los días, Leyla salía a la calle temprano para intentar conseguir un poco de comida. Pero ese día no pudo porque el sonido de las metralletas se oía demasiado cerca.
   —Otro día sin poder salir —dijo Leyla en voz alta pensando que su hija todavía dormía.
   Yamina, sin embargo, oyó desde la cama la voz desesperada de su madre y supo que ese día tampoco desayunarían.
   —¡Yamina, levántate! —le dijo su madre—, tenemos que irnos de aquí.
   Yamina se levantó con rapidez, se vistió y siguió a su madre a través de unas callejuelas estrechas hasta llegar a las afueras del pueblo.
   No preguntaba nada porque sabía que su madre cuidaba de ella y se sentía segura a su lado, fueran donde fueran.
   Mientras caminaba recordó el día que unos hombres armados entraron en su casa y se llevaron a su padre y a su hermano para luchar con ellos. Desde ese día no habían sabido nada de ellos, y su madre se ponía a llorar cada vez que lo recordaba.
   —Mamá, ¿adonde vamos? Estoy muy cansada —le dijo Yamina.
   —Nos aguarda un largo camino, hija; espero que el campamento esté cerca porque tenemos muy poca comida y poca bebida. ¿Crees que podrás aguantar la caminata?
   —Sí, mamá, no te preocupes, cuando me canse te lo diré.
   Fue un viaje agotador de varios días, pero las dos consiguieron llegar al campo de refugiados, donde les dieron comida y bebida y, sobre todo, un lugar bajo una tienda donde protegerse del sol y poder, por fin, descansar.
   Yamina miraba el horizonte y soñaba que algún día conseguiría vivir en un lugar donde no se oyeran los disparos y pudiera vivir con sus padres y su hermano en paz.
   La vida en el campamento no fue fácil porque había poco espacio para tanta gente, pero al menos no les faltaban alimentos y podían dormir sin sobresaltos.
   Una tarde, mientras su madre descansaba, Yamina cogió un palo y se puso a dibujar en el suelo.
   —¿Qué haces? —le preguntó un niño—. Me gustan esos dibujos.
   —No son dibujos, son letras —le contestó Yamina—. Las aprendí en la escuela y no quiero que se me olviden, por eso voy a escribirlas todos los días.
   —¿Quieres enseñarme las letras? Yo no he podido ir a la escuela y no las conozco.
   Yamina le dio un palo y allí, sobre la arena, improvisó una pizarra donde fue escribiendo las letras, una por una, y el niño las fue copiando debajo.
   Y sin darse cuenta se convirtió en una pequeña maestra a la que se acercaban, cada tarde, más niños que querían aprender a escribir las letras. 
   Poco a poco se corrió la voz en el campamento y algunas personas mayores decidieron también aprender a escribir. Entre todos limpiaron un espacio más grande de suelo y alisaron la arena para poder escribir mejor, mientras Yamina se sentía ilusionada con su nuevo trabajo. ¿Cómo se iba a imaginar que acabaría siendo maestra en un campamento de refugiados?
   Pasó el tiempo y una niña mayor que sabía leer comenzó a enseñarles la magia de las palabras. Pero cuando el viento soplaba, se llevaba las letras escritas en la pizarra de arena, así que buscaron entre todos la manera de poder escribir sin que las letras se borraran.
   Encontraron trozos de cartón de los envases de comida que llegaban al campamento, sacos de tela que antes habían contenido harina y arroz, incluso pequeños trozos de madera que no servían para otra cosa.
   Para Yamina y los demás niños fue emocionante poder escribir y que las letras se quedaran allí sin que se las llevara el viento y que cualquiera las pudiera leer.
   —Si juntamos varios cartones podremos hacer libros y escribir en ellos todo lo que sabemos para que no se pierda y pase a nuestros hijos —dijo un día una de las mujeres del campamento.
   La idea fue muy bien recibida y, por las noches, los hombres y mujeres más ancianos empezaron a contar los cuentos que sus padres les habían contado, sus tradiciones, sus canciones, y los niños las escribían con ilusión sobre los trozos de cartón. Cuando tenían unos cuantos ya escritos, los envolvían en la tela de saco y así se conservaban mejor.
   Y así, día a día, se fue creando una curiosa y pequeña biblioteca, a la que se iban añadiendo los sucesos del campamento y las noticias que iban llegando sobre sus pueblos de origen.
   Yamina seguía mirando al horizonte con ilusión mientras su madre miraba justamente hacia el lado opuesto, el lugar que un día habían tenido que abandonar, donde su marido y su hijo, si aún vivían, estarían luchando.
   —Hija, me gustaría volver algún día a nuestro pueblo y buscar a tu padre y a tu hermano, pero mientras dure la guerra es muy peligroso —le dijo su madre.
   —Espero que estén bien, y que algún día volvamos a estar todos juntos, en el pueblo o en otro lugar donde podamos vivir en paz —le contestó Yamina con tristeza.
   La vida en el campamento siguió su curso.
  Yamina siguió enseñando las letras a los más pequeños, aprendió a leer, y enseñó a leer a los mayores, y la biblioteca siguió creciendo.
   Y cada tarde, al mirar el horizonte, esperaba con ilusión el momento de salir de allí con su madre, sin importarle ya cuál fuera su destino.

MUESTRARIO, William Guillén Padilla

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WILLIAM GUILLÉN PADILLA, Muestrario (2004-2016), Sumeria, Cajamarca, 2017, 106 páginas.

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LA GRANDEZA DE POSEIDÓN

   Los diez mil peces del banco de sardinas huimos despavoridos de las bocas sanguinarias de los predadores gigantes y de los pescadores incansables y sus redes insalvables.
   Pero, como Poseidón es grande, una cueva nos permitió refugiarnos.
   Demasiada grandeza.
   Aquel refugio era la boca grande y oscura de un hambriento tiburón ballena.

A LA LUZ DE LA FLOR DEL ALMENDRO, Carlos Castilho Pais & Gregorio Muelas Bermúdez

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CARLOS CASTILHO PAIS & GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ, A la luz de la flor del almendro. À luz da flor da amendoeira, Karima, Mairena del Aljarafe, 2017. 

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Las ilustraciones de Ricardo Ranz aderezan este proyecto bilingüe.

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Nunca se casaram
todavia lhes bastaram
os dias de amor.

No se casaron nunca
les bastaron sin embargo
los días de amor.

DESAPARECER EN UN SOLO DE COLTRANE, José Vidal Valicourt

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JOSÉ VIDAL VALICOURT, Desaparecer en un solo de Coltrane, Pre-Textos, Valencia, 2017, 216 páginas.
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MODO 13 

   Los niños caminan durante mucho tiempo por las playas. Saben que sus madres han desaparecido. Les aguarda un futuro de sal, una orfandad sin explicaciones. A veces, celebran un hallazgo: el cráneo de un perro o una pareja que copula. Ya han conocido el cansancio del pan y la electricidad del sexo. Que no os extrañe, pues, su circunspección anciana, su gravedad de ajedrecistas soviéticos. Han leído toda la literatura ácida. Conocen todos los oficios de vivir. Pavese arde en sus gargantas. Escriben poemas y lemas destructivos en los muros de hormigón. Ellos siempre han querido vivir dentro de los libros. 

CIENCIA EN GRAGEAS, José Antonio López Guerrero

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JOSÉ ANTONIO LÓPEZ GUERRERO, Ciencia en grageas, Turpial, Madrid, 2012, 248 páginas.

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López Guerrero ofrece amenidad y conocimiento en cápsulas.
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CUANDO EL CERDO ESTORNUDA...

   Se cuenta que la costumbre de decir «Jesús» cuando alguien estornuda procede del siglo XIII o XIV, y era una forma de invocar la protección divina cuando en plena pandemia de peste negra un simple estornudo podía indicar, en pocos días, un familiar menos. En los últimos tempos y gracias a tanta locura informativa, cuando alguien estornuda los de alrededor pueden pensar: «Vaya, ya está aquí el cerdo constipado», con perdón. 
   La nueva paranoia, esté o no justificada, por la gripe porcina recuerda a la de no hace mucho, cuando caminábamos mirando a los cielos por si veíamos algún pato mareado.
   ¿Está justificado tanto ruido mediático? ¿Tanta alarma social? Pues esta pregunta es la que tratamos de responder los científicos, guiándonos por el rigor en la información, la prevención epidemiológica y, claro está, el intento de no provocar una estampida social cuyos estragos serían peores que los del virus per se.
   En dos frases, por lo mucho que ya se ha mareado la perdiz, digo el marrano, querría contribuir a relajar la tensión. El virus de la gripe tiene varios mecanismos para modificar su autenticidad, es decir, la forma en que nuestro sistema inmune se lo encuentra. Al parecer, la actual combinación entre trozos de virus humano, de cerdo y de ave ha originado una variedad nueva, y de ahí la alarma de todos los centros de vigilancia epidemiológica, pero en este momento eso no significa que el virus sea peligroso. Para ello tenemos que ver la evolución y confiar en las autoridades, además de estar pendientes de nuestro propio cuerpo e ir al médico si nos sentimos con los síntomas típicos de la gripe. Por lo tanto, como despedida quiero citar un proverbio matemático: «Lo que no tiene solución, por definición, no es un problema».

BOB DYLAN. 99 RAZONES PARA AMARLO (O NO),

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JORDI SIERRA, Bob Dylan. 99 razones para amarlo (o no), CrossBooks, Barcelona, 2017, 192 páginas.

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En Prólogo 1 [2016] (pp. 7-10), Sierra confiesa: «he optado por hacer un manual de urgencia, centrarme en 99 partes, 99 facetas, 99 puntos esenciales del universo dylaniano y comentarlos desde el amor, pero también desde la crítica, la seriedad o la ironía que tan bien le va al personaje».
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 A HARD RAIN'S A-GONNA FALL (O CUANDO LA BOMBA ESTÁ A PUNTO DE CAER)

  
   Desde que Fidel Castro entró en La Habana el 1 de enero de 1959 e instauró un régimen comunista a doscientos cincuenta kilómetros de la costa americana, los yanquis miraban más que de reojo a Cuba. Eran un peck in the neck («grano en el cogote»). El chapucero intento de provocar una contrarrevolución, ayudando a unos cientos de exiliados cubanos a volver a la isla con apoyo americano, se había saldado con un desastre y una vergüenza nacional. En sesenta y cinco horas, del 15 al 19 de abril de 1961, el ejército cubano mató a más de cien invasores, apresó a mil doscientos y se quedó con todas las armas de la llamada invasión de Bahía Cochinos (para los cubanos, la batalla de la playa de Girón). Kennedy auspició la invasión, pero no la secundó con los apoyos necesarios, entre ellos el aéreo, para no meterse directamente en una guerra. Castro propinaba así una sonora bofetada al imperio.
   La tensión seguía.
   Entonces, a mediados de octubre de 1962, los servicios de espionaje de Estados Unidos descubrieron que en Cuba se estaban instalando rampas de lanzamiento de misiles rusos.
   Esta vez a Kennedy no le tembló el pulso.
   El 22 de octubre, el presidente se dirigió a su pueblo por televisión en un discurso de diecisiete minutos. Se iniciaba un bloqueo naval y aéreo a la isla, se exhortaba a los cubanos a desmantelar las rampas, y a los soviéticos, a llevarse sus misiles. En caso contrario...
   El temible botón rojo.
   «La bomba.»
   El mundo jamás estuvo tan cerca de una guerra nuclear como en aquella larga semana. Dos gallos de pelea frente a frente: Kennedy, escarmentado por Bahía Cochinos, y Krushchov, el premier ruso capaz de quitarse un zapato y golpear con él una mesa en la mismísima ONU. Krushchov habló de «agresión» y dijo que los barcos rusos no darían la vuelta. Las órdenes de la armada americana eran simples: disparar si cruzaban la línea de bloqueo.
   Hubo negociaciones sotto voce, pactos que no se dieron a conocer hasta años después. Los americanos se avinieron a retirar sus misiles de Turquía. Los barcos rusos dieron media vuelta y las rampas se desmantelaron. El mundo respiró tranquilo.
   Pero muy poco antes de todo esto, apenas un mes, un inspirado Bob Dylan escribió su portentosa A hard rain's a-gonna fall («Es muy dura la lluvia que va a caer»). Quizá se inspiró en el discurso que Kennedy pronunció el 9 de septiembre, instando al gobernador Wallace, de Alabama, a terminar de una vez con la segregación racial. Estados Unidos estaba en guerra consigo mismo. La compuso en casa de su amigo Chip Monck, en el Village, y se convirtió en uno de los temas más simbólicos de aquellos días y de todas las veces en las que el mundo estuvo después rozando la locura. Nuestro héroe ya era premonitorio.

CORDILLERANOS, Ramón Quinchiyao

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RAMÓN QUINCHIYAO FIGUEROA, Cordilleranos. Cuentos y relatos de la montaña, Ediciones Barba de Palo, Valdivia, 2000, 100 páginas.
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LA VIUDA

    La viuda, entre suspiro y suspiro me miraba desde el otro lado del ataúd. Y entre suspiro y sollozo se nos fue la noche. 
   Al llegar la helada mañana, unas tristes mujeres ingresaron silenciosamente a la humilde habitación, y con delicadeza y suma rapidez procedieron a apagar las velas y a retirar las escasas flores marchitas que yacían junto al lecho mortuorio. 
   Seguidamente los amigos, vecinos, familiares y parientes del difunto tomaron la urna y la fueron retirando respetuosamente de la pequeña habitación. Tras ello, uno a uno, los pocos acompañantes compungidos y cabizbajos fuimos saliendo. 
   La viuda comenzó a caminar lentamente tras el cortejo; yo cogí un puñado de velas con mi mano derecha, luego junté ambas manos bajo mi manta, cruzadas por delante de mi pelvis y me fui tras los pasos de la dolida comitiva. En el estrecho umbral alcanzo a la mujer; mi ancho pecho toca la espalda de la viuda. Ella quiere salir, yo también, ella intenta avanzar y yo la imito en el movimiento, ella frena de golpe, y mi cuerpo inadvertido se estrella íntegro contra la retaguardia de la viuda. Un clavo negro semidoblado se ha enganchado en su oscuro abrigo. Ella quiere salir, yo también, pero el clavo resiste. Ella que tira y yo que empujo con mi cuerpo el cuerpo de la mujer. Por fin la viuda, volteando la cabeza, con lánguida mirada y con la voz sospechosamente ahogada me dice: 
    —Don Alejo, espérese un momento, enterremos primero al finao.

NOTAS A PIE DE INSTANTE, Jesús Montiel

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JESÚS MONTIEL, Notas a pie de instante, Esdrújula, Granada, 2018, 70 páginas.

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En palabras de Juan Gracia Armendáriz, prologuista de esta colección de bellos apuntes, "Notas a pie de instante toca con delicadeza y honestidad casi escandalosa asuntos que no suelen ser enunciados. Acaso escandalice a los beatos de lo intrascendente. Lejos de la bisutería espiritual, donde la búsqueda de la otredad se rodea de budas de plástico, Montiel se toma muy en serio su forma de estar y el vínculo con lo sagrado."

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De los árboles me gusta que se han edificado a partir de una semilla. Todos los hombres, por grandes que sean en el tablero del mundo, tienen su origen en un niño.
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Las primeras ramas que trepé fueron los brazos de mi madre.
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Hay libros que cierran el infierno.
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Siendo niño me gustaba mirar a la abuela partiendo almendras en el huerto, debajo de los árboles antiguos. Tenía a sus pies dos canastas de esparto, una para la cáscara y otra para el fruto. Lo que hacemos con el tiempop es algo parecido: hemos de escoger qué hacer con él a cada instante, si dárselo al amor a la tiniebla.
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Uno de los gatos del barrio, el más anaranjado, toma impulso, salta, describe en la altura una acrobacia y al caer su peso levanta un palacio hecho con luz y hojas muertas. Ha sido apenas nada, dos segundos de arquitectura. Luego se marcha sin engreírse, como un antiguo constructor de catedrales.
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No para escaparme de la realidad: escribir para que la realidad no se me escape.