QUERIDA, Pepe Verdes
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Diecinueva autores aceptaron el encargo del editor: intentar «descubrir si existía el supuesto abismo que se abre delante de algunos hombres a la hora de comunicarse con las mujeres». De entre todas, sobresale «el gran regalo que el poeta Ángel González dejó, antes de morir, a su esposa, Susana Rivera».
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Septiembre de 2000
Queridísima Susi,
Alguna vez tenía que ser. Esto no hay quien lo evite. Sólo por una razón me entristece la muerte: porque ya no voy a volver a verte. Eres la persona que más quiero en este mundo: también la más honesta, la más íntegra, la más buena: la mejor.
Gracias por toda la felicidad que me diste. Recuerda tú los momentos de felicidad que vivimos juntos y que esos recuerdos te sirvan de ayuda en estos momentos tristes. No te dejes dominar por la tristeza. Trata de ser feliz y de que sobreviva en o siempre ese maravilloso espíritu de alegría que tuviste siempre. No pierdas nunca esa maravillosa sonrisa que iluminaba el mundo. Hazlo por el amor que sentí —que siento todavía cuando escribo ahora— por ti.
Con ese inmenso amor pienso y pensaré siempre. en ti.
Un beso muy largo, interminable,
Ángel
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