NONSENSE, Edward Lear

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EDWARD LEAR, Nonsense, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2014, 286 páginas.

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Ángel María Fernández y Elvira Valgañón, responsables también de la traducción, destacan en Edward Lear, nonsense, el mundo al revés (pp. 13-16) que los poemas del dibujante Lear "se alejaban de los relatos con moraleja que predominaban en la literatura infantil de la época victoriana y presentaban un universo propio, un mundo patas arriba."
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Había una joven y blanca dama
que a la noche profunda se asomaba;
pero todos los pájaros del cielo
colmaban su corazón con desepero
y amargaban a la joven y blanca dama.

There was a young lady in white,
Who looked out at the depths of the night;
But the birds of the air,
Filled her heart with despair,
And oppressed that young lady in white.

SOBRE EL SENTIDO DE LA VIDA EN GENERAL Y DEL TRABAJO EN PARTICULAR, Yun Sun Limet

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YUN SUN LIMET, Sobre el sentido de la vida en general y del trabajo en particular, Errata naturae, Madrid, 2016, 136 páginas.

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Escritos desde la convalencia de una grave enfermedad, estos correos electrónicos enviados a Rose, Grégoire y Madelaine no sólo comparten reflexiones sobre la fragilidad del ser humano, sino también sobre la historia de la consideración social e individual del trabajo: entre la tortura (trepalium) y el ocio (otium).

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CARTA VI

Para: madeleine@swift.eu

   Querida Madeleine:

   Me he enterado de lo que le ha pasado a tu hermana, y lo siento mucho. La información me ha llegado hace poco, porque tal vez ya sabes que estoy gravemente enferma. Me habían dicho que la empresa renqueaba. Pero eso es brutal, lo reconozco. Ya ves, el gran drama es que nos hemos convertido en «recursos humanos». Recurso significa medios, dinero, capital. Material. No individuos únicos. Como en los grandes mítines fascistas, todos con el mismo traje, el mismo movimiento, y entre el tercero de la segunda fila o el quinto de la vigésimo tercera, ninguna diferencia, somos intercambiables, nadie se inmuta. Estamos nivelados, neutralizados en la masa en pos del beneficio. Porque es ése el único objetivo. Y si el recurso A cuesta más barato que el B, intercambiémoslo. Él, ella, tú o yo, es igual. André Gorz escribió textos realmente esclarecedores sobre aquello que somos a través del trabajo. Un momento de cambio importante se produjo cuando el trabajo del artesano, en su relación única con el objeto fabricado, con un saber hacer ligado a su persona, se transformó en capital, cuando se convirtió en «trabajador», lo que produce una suma cuantificable, verificable de trabajo, ella misma ajustable a merced de la coyuntura económica. Somos intercambiables, eyectables. Y cuando vemos en la televisión a los obreros de la industria luchando desesperadamente por conservar su empleo, en un combate perdido de antemano, sé que muchos piensan: «Es normal, es la crisis, ya no se vende suficiente metal, coches, electrodomésticos, etc., se equivocan al persistir». Ellos. ¿Quiénes son ellos? Anónimos estandarizados en cifras, barritas de colores de abacos que brillan en los powerpoints de reuniones estratégicas, inversamente proporcionales a las tasas de rentabilidad que hay que hacer crecer. No existen tantas variables de ajuste. Lo último que sigue siendo lo suficientemente maleable son los recursos humanos. Ellos. Tu hermana Élise, cuarenta y ocho años, nacida en Langres, casada, después divorciada en 2007, un hijo Julien, en primero de Bachillerato de Ciencias Sociales en el Instituto Michelet, propietaria de un pisito de tres habitaciones en Vanves, letras que durarán hasta 2021 de 720,12 euros al mes más el seguro, le gusta la música barroca, canta en el coro del barrio, tiene una mancha de nacimiento rosácea en el muslo izquierdo, se enamoró hace dos años de un hombre más joven que ella, lo dejó antes de que la dejara él, todavía discute con vuestra madre por teléfono, no irá de vacaciones este año, tiene previsto revender su piso, se pregunta ciertamente cómo va a hacer con un cuarenta por ciento menos de su salario todos los meses durante un año, las salidas que no hará, las clases de tenis de Julien que tendrá que pagar la abuelita, hasta que sea posible, toda la ropa que deberá comprar de segunda mano, rezar para que la nevera aguante, y desde luego privarse de algunos productos biológicos que ha integrado en su alimentación, todo ello para ayudar a enderezar la curva de rentabilidad que hay que presentar a los accionistas. ¿Lo saben, ellos, lo que le pasa a Élise, una verdadera Élise, con su cuerpo, su alma, y no un trazo, un elemento de una estadística?

   Pienso en ti y en Élise.
   Recuerdos,
                               ysl

LAS TRISTES, Pía Barros

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PÍA BARROS, Las Tristes, Asterión, Santiago de Chile, 2015, 96 páginas.

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EXILIOS

   La ropa atada a la espalda, y la lengua pegada al paladar, aún duelen las plantas de los pies, pero camina, camina hasta desollarse porque más allá está la salida, la única salida lejos de su madre, de sus costumbres, de los hábitos cotidianos y la marraqueta caliente. Camina porque no entiende que jamás regresará, que contará una y mil veces lo que le hicieron sus compatriotas y nunca dejará de escocerle el alma en el recuerdo, camina porque morirá extranjero, y no lo sabe.

LAS RUINAS DEL CIELO, Christian Bobin

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CHRISTIAN BOBIN, Las ruinas del cielo, Sibiriana, Zaragoza, 2012, 134 páginas.

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Los libros son la segunda residencia del alma.
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A Dios le gusta hablar a través de bocas desdentadas, es su encanto. 
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No hay infinito sin clausura. 
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La vida a cada segundo se aleja de nosotros como la lechuza despliega sus alas nevadas en el instante en que la descubrimos.  
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Cada día tiene su veneno y, para el que sabe ver, su antídoto. 
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No es complicado escribir: basta con entregarle cada segundo de vida.  
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Cada una de nuestras alegrías es una figura en una vidriera. Nuestra muerte es el plomo que sujeta el conjunto.  
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"No saben lo que hacen" es la frase más inteligente jamás dicha.  
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La verdad es un ambiente: se abre un libro, se entra en un lugar y se sabe.  
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Se trata de escribir una pizca más rápido que la muerte. 

LA MUERTE NUESTRA DE CADA VIDA,Yanitzia Canetti

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YANITZIA CANETTI, La muerte nuestra de cada vida, CBH Books, Lawrence, 2009, 96 páginas.

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CARONTE

   Caronte era un hombre alto y delgado, con un rostro alargado y unos brazos menudos como bambú. Era un hombre que mantenía una seriedad digna de su oficio, casi estoica. Era chofer de carros fúnebres. 
   Respetaba las leyes del tránsito como si en ello le fuera la vida. Y jamás sobrepasó los treinta kilómetros por hora, así estuviese retrasado por las indeseadas roturas de una calle. 
   Llevaba más de cuatro décadas guiando ataúdes hasta su última morada. Y lo hacía con solemnidad, actitud indeleble, casi con gracia. A tal punto, que sus compañeros de trabajo sentían hacia él una bien justificada envidia: era siempre el elegido por los familiares de los difuntos más célebres. Adalberto Radamés Fornaris, Eloísa Zacarías Jota, Augusto Mendoza Gárgara, Rinaldo Valle del Monte y Facunda Palomino Vergara, por mencionar solo algunos de los más conocidos.
   A pesar de que su fama se extendió por los barrios colindantes, y que fue seleccionado en más de nueve ocasiones como el chofer del año, un día ocurrió algo paradójico e injusto, por llamarlo de alguna manera. Caronte fue víctima de su abnegada profesión. En su habitual trayecto hacia el cementerio, fue impactado por un camión que no se percató de la enorme caravana de dolientes compungidos que con ojos lluviosos, agitaban sus pañuelos almidonados por la excesiva secreción nasal. Caronte no sobrevivió al accidente. 
   Uno de los familiares del ser que trasladaban, y que por suerte iba junto al chofer, tomó sin demora el volante del abollado automóvil y —tras observar lo irremediable de los hechos se dirigió al cementerio con los dos cadáveres. 
   Caronte fue llevado a una funeraria donde recibió pocos llantos e hilarantes comentarios, y conducido luego por uno de sus compañeros de trabajo —que más que solemne, parecía somnoliento— hasta su última morada. 


LAS METAMORFOSIS DE DIANA, José Manuel Ortiz Soto

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JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO, Las metamorfosis de Diana. Fábulas para leer en el naufragio, LagartAzul, México D.F., 2015.

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ACECHO

   Diana es una planta sexual que inunda con su aroma la atmósfera oscura del jardín. Hurto una de sus flores, pero el gruñido de la pantera que acecha entre la espesura me obliga retroceder. Con el corazón en un hilo, me agazapo a la espera del zarpazo definitivo, de la dolorosa y fatal dentellada. Un viento azul de muerte estremece mi carne. “Tómame”, susurra una voz vidriosa sobre la cama. Lleno con su imagen mi cabeza y caigo en el abismo de su cuerpo abierto.

PEQUEÑAS TEORÍAS SOBRE EL COMPORTAMIENTO ANIMAL, Andrés Sobico

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ANDRÉS SOBICO, Pequeñas teorías sobre el comportamiento animal, La Bohemia, Madrid, 2014, 44 páginas.
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Esta colección de breves textos cercanos a la greguería incluye las ilustraciones de Josefina Wolf.
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El gusanito despertó malhumorado: ruidos molestos del otro lado de la manzana.
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Ahí se oye al pájaro carpintero enamorado tallando corazones.
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La excitante diversión de la ameba: dividirse.
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Los vampiros serían murciélagos que progresaron.
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La esquizofrenia genética del ornitorrinco.    
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Esa marmota era lenta y pesada: cargaba con su nombre.
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Desde chiquitos, a los gatos les enseñan a contar hasta siete.
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El topo, allí en lo oscuro con su miedo a caer al cielo.

CUENTOS GNÓMICOS, Tomás Borrás

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TOMÁS BORRÁS, Cuentos gnómicos, Anthropos, Barcelona, 2013, 104 páginas.

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Borras denominaba "gnómicos" a sus eclécticas piezas breves —microrrelato, microensayo, fábula, boutade...— que fue incluyendo en sus obras narrativas. Esta edición, preparada por Javier Barreiro y con el análisis literario de Miguel Pardeza, presenta sesenta y cuatro de esos textos, casi un tercio de los que el autor vanguardista llegó a publicar.

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EL HABITANTE DE MARTE

   Vino a la tierra en un platillo volante, la recorrió, escuchó entremetido entre los hombres, invisible; enteróse de sus costumbres, de sus ideas, de sus maneras de ser.
   Al regreso de su excursión —vacaciones de fin de siglo, las que se toman los marcianos, turistas por los restantes planetas— sus amigos le preguntaron por los habitantes del diminuto grano de polvo que en el espacio sin límites flota alrededor de uno de los soles más pequeños.
   —¿Cuál es la clave del carácter de ésos de abajo?
   —Muy extraña su mente —contestaba el marciano, observador—. Inventan los nombres y después se asustan de los nombres.

DE NOCHE VIENES, Elena Poniatowska

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ELENA PONIATOWSKA, De noche vienes, Grijalbo, México D.F., 1979, 232 páginas.

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ESTADO DE SITIO

   Camino por las grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las que caben todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos. Ninguno da la menor señal de reconocimiento. Insisto. Ámenme. Ayúdenme. Sí, todos. Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada resbala encima de mí, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en cualquier cosa, y yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma, en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los pienso, los recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres atesoramos los rostros; de hecho, en un momento dado, la vida se convierte en un solo rostro al que podemos tocar con los labios. Ámenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas de la vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: “Señor, señora, soy yo”, pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de enfrente. Debería gritarles: “Su sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina como yo, nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás verán a una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro dentro de su hombro…señores, señoras, niños, perros, gatos, pobladores del mundo entero, créanme, es la verdad, les hago falta.”
   Me gustaría pensar que me oyen pero sé que no es cierto. Nadie me espera. Sin embargo, todos los días tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas avenidas, a ese gran desierto íntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra extensión de chapopote, necesito ver mi muerte.

EN TORNO A BASHO Y OTROS ASUNTOS, Rafael Cadenas

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RAFAEL CADENAS, En torno a Basho y otros asuntos, Pre-Textos, Valencia, 2016, 82 páginas.
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En la primera de las tres secciones que componen el libro, el poeta venezolano ofrece sus permutaciones y comentarios sobre el famoso haiku de Basho: Un viejo estanque: / salta la rana, / ruido de agua. En las dos siguientes, el lector puede seguir disfrutando de otras formas breves.
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Si el desengaño, ese sol,
no te despierta,
te inmovilizas, repetido
y tu camino deja de esperarte.

POR LOS CAMINOS DEL VIENTO, Ángel López Guerra

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ÁNGEL LÓPEZ GUERRA, Por los caminos del viento, Fullcolor Printcolor, Barcelona, 2016, 118 páginas.

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Este libro de textos breves, entre los que destaca un conjunto de aforismos dispuestos en verso, se presenta cuidadosamente maquetado por Verónica Casais, y embellecido por un trabajo de la ilustradora Alba Rozas que abarca tanto la cubierta como las imágenes interiores.

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Tras la felicidad vamos,
igual que el galgo
tras la liebre mecánica.
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El tiempo es lento
pero letal.
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El mundo,
en cuanto lo terminen,
quedará bien.
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Veintisiete letras
bastan para describir el universo;
diez dígitos,
para hallar su circunferencia.

LOS ÚLTIMOS DE LA ESTIRPE, Fleur Jaeggy

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FLEUR JAEGGY, Los últimos de la estirpe, Tusquets, Barcelona, 2016, 188 páginas.

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Entre los veinte relatos que contiene este libro lleno de homenajes a Oliver Sacks, Joseph Brodsky o Ingeborg Bachmann, el lector hallará narraciones cortas. 
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LA SALA ASÉPTICA

   Una vez Ingeborg y yo hablamos de la vejez, ella sonreía al oír esa palabra, pero esa palabra no iba acompañada ni del corazón ni de una verdadera sonrisa. Yo imaginaba una longevidad sin muerte, una casa de campo, un muro, le describía la arquitectura exterior y la ataba con una cuerda. Y un jardín entre los muros y todavía le decía nosotras dos. Estaba terriblemente convencida. La soberbia convicción de lo que no se cumple. Imaginábamos las visitas, los huéspedes y hablábamos de los nombres de los huéspedes, bebiendo un gin-tonic. Ella sentada en el sofá Biedermeier, de madera rubia —la tapicería a rayas, la mesa redonda Biedermeier con un jarro de flores parecían escuchar. Sin embargo, no me convencía del todo su participación, estaba amable y algo distraída. «¿No quieres que vayamos a vivir juntas cuando seamos viejas?» Yo insistía. Entonces Ingeborg (creo que para complacerme) asentía. Pero lo hacía como si no previera un futuro. Yo no hablaba de vejez como futuro, más bien como de una premonición, un temor...
   La vejez, dijo, es horrible. Pero todo es horrible, le decía yo. Con una especie de alegría. Intentaba convencerla de que todo es realmente horrible (en aquel momento nuestras vidas no iban mal en absoluto) y no en broma. Entonces sus ojos irradiaban felicidad, y pasaron los años. Breves. Iba todos los días al Sant'Eugenio, unidad de grandes quemados. Dos veces entré en una sala que debía ser aséptica.

IMAGINA CUÁNTAS PALABRAS, Carolina Martínez & Clemente Bernad

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CAROLINA MARTÍNEZ & CLEMENTE BERNAD, Imagina cuántas palabras, Alkibla, Pamplona, 2013, 254 páginas.
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50 poetas y escritores aceptaron el reto: escribir alrededor de las fotografías que Cemente Bernad había tomado en La Corrala de Vecinas La Utopía de Sevilla, empleando las 50 palabras propuestas por los alumnos de Educación primaria del Colegio Público Cardenal Ilundain de Pamplona. En el Prólogo (pp, 9-13) Víctor Moreno recuerda: "Cuantas menos palabras tengamops, nuestra representación del mundo será más insustancial e inexacta. Y daremos pésima cuenta de lo que en él sucede". Entre la larga nómina de los literatos que exhiben su atrevimiento están Ángel Petisme, Guadalupe Grande, Isaac Rosa, Raúl Vacas o Manuel Rivas. 
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   Se puso las gafas para dormir. La diversión comenzaba y había que estar alerta.
   Cuando el mar se detuvo los peces se quedaron sordos y la playa dejó de ser el estuche entusiasta de la felicidad. Las piscinas se convirtieron en iglúes, en el bachillerato del hielo, en el apogeo de un día de deberes con ordenadores sin paisaje, sin apenas un cuento para poder hacer del esternocleidomastoideo ese corazón que bombeara la remota posibilidad de que una mariposa y un hámster se entendiesen, se cogieran cariño, recorrieran juntos los juegos de la amistad.
   Confundieron una televisión por su casa y los coches de los anuncios por un perro fiel. Olvidaron que el arcoiris era la diadema con flores de la naturaleza y que papá y mamá también habían bailado azules en los días de colegio. Pero el mar detenido no iluminaba el sol ni invitaba a irse de vacaciones. Ya no cantarían ninguna música pasada de moda. Un equipo de fútbol se convirtió en uno de baloncesto y todo parecía el mundo al revés. Ni el amor, ni la paz, ni jugar con amigos proporcionarían ningún tipo de felicidad... Ni algo parecido a la alegría de comer una pizza jugosa, calentita.
   De repente un balón volcó el vaso de agua de la mesilla de noche y se despertó. Miró el reloj, se quitó aliviado las gafas y pensó en lo que acababa de soñar. Pese a lo extraño de lo vivido, sí, lo mejor que había hecho esa semana era empezar a leer. Los libros eran el pasto de la imaginación.

Marta Agudo

AMO DE LLAVES, José-Miguel Ullán

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JOSÉ-MIGUEL ULLÁN, Amo de llaves, Losada, Madrid, 2004, 230 páginas.

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Ojos vendados:
ni el amante se acuerda
de desvendarlos.


HISTORIETAS, CUENTOS Y FÁBULAS, Marqués de Sade

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MARQUÉS DE SADE, Cuentos, historietas y fábulas, Edimat, Barcelona, 2003, 248 páginas.

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En el Prólogo el también traductor Luis Rutiaga anota: "Calificadas de obscenas en su día, la descripción de distintos tipos de perversión sexual constituye su tema principal, aunque no el único: en cierto sentido, Sade puede considerarse un moralista que denuncia en sus trabajos la hipocresía de su época."
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¡QUE ME ENGAÑEN SIEMPRE ASÍ!

   Hay pocos seres en el mundo tan libertinos como el cardenal de…, cuyo nombre, teniendo en cuenta su todavía sana y vigorosa existencia, me permitiréis que calle. Su Eminencia tiene concertado un arreglo, en Roma, con una de esas mujeres cuya servicial profesión es la de proporcionar a los libertinos el material que necesitan como sustento de sus pasiones; todas las mañanas le lleva una muchachita de trece o catorce años, todo lo más, pero con la que monseñor no goza más que de esa incongruente manera que hace, por lo general, las delicias de los italianos, gracias a lo cual la vestal sale de las manos de Su Ilustrísima poco más o menos tan virgen como llegó a ellas, y puede ser revendida otra vez como doncella a algún libertino más decente. A aquella matrona, que se conocía perfectamente las máximas del cardenal, no hallando un día a mano el material que se había comprometido a suministrar diariamente, se le ocurrió hacer vestir de niña a un guapísimo niño del coro de la iglesia del jefe de los apóstoles; le peinaron, le pusieron una cofia, unas enaguas y todos los atavíos necesarios para convencer al santo hombre de Dios. No le pudieron prestar, sin embargo, lo que le habría asegurado verdaderamente un parecido perfecto con el sexo al que tenía que suplantar, pero este detalle preocupaba poquísimo a la alcahueta… «En su vida ha puesto la mano en ese sitio —comentaba ésta a la compañera que la ayudaba en la superchería—; sin ninguna duda explorará única y exclusivamente aquello que hace a este niño igual a todas las niñas del universo; así, pues, no tenemos nada que temer…».
   Pero la comadre se equivocaba. Ignoraba sin duda que un cardenal italiano tiene un tacto demasiado delicado y un paladar demasiado exquisito como para equivocarse en cosas semejantes; comparece la víctima, el gran sacerdote la inmola, pero a la tercera sacudida:
   —¡Per Dio santo! —exclama el hombre de Dios—. ¡Sono ingannato, quésto bambino è ragazzo, mai non fu putana!
   Y lo comprueba… No viendo nada, sin embargo, excesivamente enojoso en esta aventura para un habitante de la ciudad santa, Su Eminencia sigue su camino diciendo tal vez como aquel campesino al que le sirvieron trufas en lugar de patatas: «¡Qué me engañen siempre así!». Pero cuando la operación ha terminado:
   —Señora —dice a la dueña—, no os culpo por vuestro error.
   —Perdonad, monseñor.
   —No, no, os repito, no os culpo por ello, pero si esto os vuelve a suceder no dejéis de advertírmelo, porque… lo que no vea al principio lo descubriré más adelante.

69. ANTOLOGÍA DE MICRORRELATOS ERÓTICOS II, Carolina Cisneros

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CAROLINA CISNEROS, 69. Antología de microrrelatos eróticos II, Altazor, Lima, 2016, 96 páginas.

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Carolina Cisneros detalla en el prólogo el origen del proyecto: "69 palabras por 69 escritoras: la alquimia perfecta para desafiar a la creatividad con un número exacto de palabras y recibir el elixir de la energía sexual, capaz de motivar, poner al mundo en movimiento y transformar un par de condiciones en 69 insinuantes relatos". Al lector le espera disfrutar "sin el más mínimo remordimiento".
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SENTIR

   Estoy gorda. Mi marido no me toca desde hace cuatro años. En agosto trajo a su padre a casa. Mientras hacía las camas, el viejo me miraba con ojillos acuosos. Un día fui a despertarlo y metió su mano huesuda entre mis piernas. Me levanté la falda y cabalgué sobre su lengua. Su deseo me devolvió la vida. Tiré las acelgas y preparé un cochinillo al horno. Sigo gorda.

Inma Porcel
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AXIOMAS
   En reunión de trabajo, los amantes de las matemáticas exploran mundos alternos y nuevos teoremas. Llegada la hora del cucú, se miran a los ojos y, en carrera veloz, comprenden que los números son el principio sobre el que descansan todas las cosas. Se escuchan suspiros y ayes de amor, han descubierto nuevos atajos topológicos, intensos axiomas en las membranas, hasta que el asombrado cucú anuncia el nuevo día.

Nana Rodríguez Romero

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SILENO

   Su ideal era un hombre pequeño, macizo, velludo y fuerte. Debía ser juerguista y muy potente en el lecho. No le importaba el olor a chivo y sí que fuera bien dotado, de falo grueso y recio, siempre dispuesto al deleite. Le placía incansable, tosco y desvergonzado en el amor.
   Un día en el bosque encontró el indicado.
   La dicha duró poco. Él la abandonó por un tal Dioniso.

Violeta Rojo
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METAMORFOSIS

   Ella era diferente. Yo lo supe desde el principio y así lo acepté, aunque me costara comprender la fijación que ella tenía por mis glúteos.
   Los separaba suavemente y se quedaba extasiada. Decía que mi ano le parecía una oruga que golosa se mordía la cola. Pasaba mucho tiempo lamiéndolo ávidamente con la esperanza de verlo convertido en mariposa.
   El día que levantó vuelo, finalmente ella llegó al orgasmo.
Nastia T
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ANAL/ISTA

   Ella fuma y apoya sus nalgas desnudas sobre la falda de él. Él acaricia su piel y la olfatea. Ella asiente complacida, mientras la toma de las caderas entumecido de emoción. Agitado. Rígido. Delirante.
   Ella sonríe aliviada, lo toca pero ya no se mueve y tampoco respira. Entonces agarra su dinero y se marcha. Al final, él tenía razón, a veces cuando das la espalda el enemigo te sorprende.

Mónica Cazón
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LA VENGADORA

   Abre las piernas y te inclinas a beber de ella como un sediento. Aferrado a sus caderas, lames para perderte de ti mismo, enmarañado en los recuerdos de todas las otras. Se aúnan olores y mareas que arrasan todo a su paso. Bebes, te empequeñeces, bebes hasta ser ese diminuto que ella, la de piernas abiertas, fagocita. Ahora navegas junto a otros en el fondo de sus ojos insaciables.

Pía Barros
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FOLLAR ES UNA FIESTA

   Fanáticos filipinos, florentinas flexibles, farmacéuticos fracasados, fotógrafos fisgones, futbolistas famosos... fueron a la fiesta de Fernanda.
   Fadir y Felicia, felices, se frotan con fervor y fiereza. Filósofas fenomenales fantasean. Físicos flacos fingen fortaleza.
   Fabio y Fanny furtivamente flirtean, fraguan flagelaciones ficcionales: la flama del fuego los forja; con frenesí flexionan, friccionan, flotan, funden, florecen, fulguran, fornican, follan. Fanfarrones franceses se fijan fascinados.
   Fernanda y una fila de feligreses festejan.

Dina Grijalva Monteverde

BIBLIOTECA EN LLAMAS, Juan Bonilla

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JUAN BONILLA, Biblioteca en llamas, Renacimiento, Sevilla, 2016, 284 páginas.

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En La velocidad correcta (pp. 259-277), épilogo que cierra esta selección de textos publicados en Clarín, Vanity Fair, Cuadernos Hispanoamericanos o en el blog del autor, Biblioteca en llamas, define, con una certera metáfora, quién es poeta: aquel que "produce con seda y sed unos hilos con los que compone un artefacto de singular belleza cuyo objetivo no es ser bello, sino hacer caer en ellos a unos cuantos lectores". Al nosotros nos corresponde gozar de su tela de araña.
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MARQUE 575 Y DEJE UN HAIKU CUANDO OIGA LA SEÑAL


SUSANA BENET Y FRUTOS SORIANO, Un viejo estanque. Antología del haiku en español

   Yo soy poco cátaro en nada, si por cátaro entendemos puro -de catarsis, purificación. Ni  siquiera con el flamenco, a pesar de ser de Jerez, que es a la vez la cuna de la pureza -Agujetas y todo eso- y de la más descarada antipureza emprendida por los gitanos -de Diego Carrasco a Los Delinqüentes. No digo yo que la pureza no proporcione belleza y hondura: sólo digo que las mezclas no tienen por qué rebajar el nivel de la belleza y la hondura, que éstas, en cualquier caso, no se deberán a la pureza de cualquier obra para con la disciplina a la que pertenezca, sino más bien a su capacidad para tirarte un pellizco o dejarte como estabas. A mucho cantaor puro ha escuchado uno sin que se le conmoviera un solo nervio, y sin embargo, te pones a escuchar a la Bernarda metiendo por bulerías la Guía Telefónica de Pamplona, y se te quitan las tapaderas del sentido.
   Con la cosa del haiku, pasa un poco igual. Hay mucho purismo japonés en España, por raro que suene. El haiku es una composición nacida en Japón que empezó a dar sus primeros pasos en español a principios de siglo cuando, en 1907, Díez Canedo incluye algunas composiciones traducidas en Del Cercado ajeno. También dejó su huella en Machado y en Juan Ramón, y, tan pronto como en 1916, Francisco Vighi escribe sus primeros haikais -aunque es probable que la fecha sea una impostura. Unos cuantos poetas mexicanos, el más reconocido de los cuales es José Juan Tablada, aunque no menos admirables sean J. Rubén Romero -autor de Tacámbaro-, Rafael Lozano o el haijin comunista Gutiérrez Cruz, hicieron del haiku una vía de expresión constante, pero también en España caló la moda, y en los años 20 todo el mundo hacía haikus, desde el joven Ruano a Guillermo de Torre, que cierra su legendario libro Hélices con unos haikus occidentales. Las vanguardias usaron mucho la composición japonesa de 17 sílabas, desvirtuándola en forma o en fondo -a veces no tenían 17 sílabas repartidas en tres versos, como los maravillosos haikus de Adriano del Valle, muchas veces su aspiración no era detener un relámpago o escuchar un silencio o fijar un gesto de la naturaleza-. El catalán J.M. Junoy llegó a publicar un libro entero de haikus -que los puristas no admitirían como haikus- y Alejandro MacKinley otro -titulado Hai-Kais- bastante penoso, todo hay que decirlo. En Latinoamérica destacó Flavio Herrera -precioso su libro Cosmos indio-, Ávila Jiménez -con su libro Cronos- y, sobre todo, Carrera Andrade -que fue embajador de Ecuador en Japón, donde publicó Microgramas.
   Un temprano estudio de Fernando Rodríguez Izquierdo -El haiku japonés- fue el primer acercamiento académico al asunto en España (1972), donde la traducción de Octavio Paz de Basho y los haikus de Borges abrieron de nuevo, después de muchos años en los que apenas se asomaron a él unos cuantos poetas, la moda japonesa que alcanzaría la cima en la que quizá todavía está. En los 80, Jimenez Losantos publicó en Trieste Diván de Albarracín, donde ya había alguna japonería, como había haikus en La destrucción o el humor de Javier Salvago. Koldo Artieda publicó, también en Trieste, todo un libro de haikus, La Rosa Firme. De Koldo Artieda me sé un haiku que a mí me parece buenísimo y a los puristas, supongo que ni fu ni fa:
   Un solitario/ en el piso contiguo/ mueve una mesa.
   También de los 80 es Papel japonés de Justo Navarro y Rosa Romojaro, donde está este haiku del primero de ellos:
   Zigzagueó/ la grieta en la pared/ salamanquesa.
   Japonerías  de Felipe Benítez Reyes reunía los estupendos haikus y tankas del autor. De él es esta maravilla:
   Luna menguante/ ¿En qué otro mundo brilla/ su otro paréntesis?
   En Sevilla, Abel Feu, especialista en el tema que tiene en marcha una tesis sobre el haiku en español, dirigió una preciosa colección de cuadernillos de haikus donde comparecieron poetas como García Máiquez, José Mateos y otros. De uno de esos cuadernillos, Todo a Zen, este haiku estupendo de Guillermo López Gallego:
   Un murmullo de agua/ Otro año/ que llenan la piscina.
   Vicente Haya ha publicado varios estudios defendiendo el purismo del haiku y cargando contra poetas como Benedetti, en cuyo libro de haikus no encuentra uno solo que pueda salvarse como tal haiku. En su incansable defensa de la pureza del haiku, Haya ha acercado a algunos maestros japoneses que, la verdad, traducidos, no parecían comunicarnos el temblor, el vértigo o el misterio que en ellos encontraba su traductor. Un par de ejemplos:
   Andando con sus patitas mojadas,/ el gorrión/ por la terraza de madera.
  Nadie que vaya / por este camino./ Crepúsculo de otoño. (De este famoso haiku de Basho hay otra versión, Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, no sé si menos ajustada al original pero que nos dice muchísimo más: Este camino/ ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo).
   En Aware, libro por lo demás muy recomendable, Haya dice que el haijin hace haikus como respira, pero también que hacer un haiku es como cocinar. Si se aplican las reglas de la lógica a las dos sentencias te sale que hay que cocinar como se respira o respirar como se cocina, no sé. Haya, por supuesto, está, como gran especialista que es, en su derecho de defender la pureza del haiku y no darle el sello de "made in japan" a supuestos haikus que, cumpliendo con los requisitos métricos de la forma, no cumplan con el fondo -casi religioso- de la composición. Escribe Haya: "El haiku japonés es una vía espiritual (dô), un modo de entrenamiento del yo, un proceso de despertar de los sentidos, de atención, de naturalidad, de autenticidad, de paciencia, de desprendimiento, de extinción de la vanidad... y hasta del yo. Los maestros de haiku enseñan que el poeta debe eliminarse de su poesía para que sus versos capten la esencia dinámica de la realidad". Pero eso no servirá para impedir que, de vez en cuando, alguien acierte a encapsular en una estrofa remedada del haiku una imagen lo suficientemente potente y poética para que podamos prescindir sin mucho dolor del purismo y del sello de autenticidad: parecerá un haiku pero no será un haiku, de acuerdo, pero será poesía, que al fin y al cabo es lo que importa. ¿Enseña el haiku al poeta a eliminarse de su poesía? Puede que sí, y puede que los mejores haikus no sean reconocibles por su autor, sino por su impacto, pero es que el propio Haya cataloga muy bien a los distintos maestros del haiku y cada uno de ellos tiene perfiles que hablan a las claras de su evidente personalidad.
   A mi juicio, hay algo que un haiku no debe nunca pronunciar: una obviedad. Ni siquiera para embellecerla. Por ejemplo, un aplaudido haiku de Miguel d'Ors -a quien elijo porque es uno de mis poetas favoritos- dice:
   Para el aroma/ nocturno del jardín/ no hay alambradas.
   Lo lees y dices: ah, bonito. Pero es fácil darse cuenta de que para el hedor diurno de las sardinas que cocina mi vecina tampoco hay alambradas, que no hay alambradas para ningún olor penetrante. Y eso es lo que dice el haiku: una obviedad bien disfrazada.
   En español, poetas como Benjamín Prado, Andres Neuman, José Cereijo, Emilio Gavilanes, Gabriel Insausti, Fernando Menéndez, Susana Benet y Frutos Soriano publicaron libros de haikus. Con internet, los haikus se multiplicaron produciendo algo que quizá sólo se pueda producir con los géneros que tienen a la brevedad por condición sine qua non: que acertasen a escribir una pieza memorable y genial, personas que sólo estaban destinadas a escribir esa pieza memorable y genial. No una ni dos ni tres, sino decenas de personas, haijines de un solo haiku memorable. Esto apenas pasa con la fotografía, género en el que quien más y quien menos ha podido producir una obra maestra, y entre cuyos grandes libros del siglo XX hay dos o tres que son recopilaciones de instantáneas de fotógrafos anónimos compiladas por buscadores de fotos. La autoría de una obra, sobra.
   Susana Benet y Frutos Soriano, haijines muy reconocidos ambos, han compilado en un precioso tomo de La Veleta una antología del haiku español contemporáneo. Abundan los nombres de autores que no han publicado ningún libro, que han hecho unos cuantos haikus publicados en una página de internet -el rincón del haiku-, y que me resisto a llamar "amateurs" porque eso significaría que en esta antología también hay "profesionales". En fin, hay autores conocidos y otros que seguramente comparecen por primera vez en un libro que pasa por imprenta. Es lo de menos. Lo de más es que, habiendo dado el haiku en España tan excelentes resultados -bien es verdad que a costa de una superproducción y abundancia muy fatigosas que ha llegado hasta la consagración cuando los de Muchachada Nui hacen la parodia de uno que escribe haikus-, la antología Un viejo estanque tiene algo de ocasión perdida, de aburrido muestrario de los peligros del purismo donde son muchas más las piezas que ni fu ni fa, que las que te piden una alcayata para colgarla en una pared de la memoria.
   Por supuesto que con esto no digo que en el libro no haya piezas de antología. Hay unos cuantos haikus espléndidos: son precisamente los que te obligan a cerrar el libro, porque te golpean. Y no es que te golpeen como lo hacen porque te los has encontrado entre tantísima hojarasca: te golpean, porque es para lo que está hecho el haiku (por lo menos el moderno, el que ha aprendido lenguas), para golpear. Los compiladores dicen en la nota inicial del libro que su intención era reunir una amplia muestra de piezas que cumpliesen con los principios del estilo tradicional japonés. Todos las piezas aquí reunidas incumplen el primero de esos requisitos: no hay ninguno escrito en japonés. Es lo que tiene el purismo: que si quieres cantar por soleá y ser puro y gitano, mejor que no lo intentes en ruso porque no te va a salir.
   Por fortuna, como digo, hay piezas monumentales como un vaso de agua (según el haiku de Francisco Umbral). Aquí van unos cuantos -unos están en la antología y otros me los saco de la memoria, que es donde deben ir los haikus.
   Uno de José Cereijo:
   Pequeña flor/ ¿cómo cabe en tu aroma/ tanto pasado?
   Este de Jesús Aguado:
   Impermanencia/ Cada día te olvido/ de una manera.
   Este buenísimo de Josep M. Rodríguez:
   Tiendo la ropa/ Es una cuerda más/ el horizonte
   Esta magnífica estampa de Miguel d'Ors:
   Para su esposa/ el viejo casca almendras/ sobre una piedra
   Y para el final, esta obra maestra de la propia Susana Benet
   Un niño juega/ a enterrar a su padre./ Día de playa.

SONETOS Y AFORISMOS, R. D. Laing

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R. D. LAING, Sonetos y aforismos, Crítica, Barcelona, 1982, 118 páginas.

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Sí. Es una vergüenza que el deseo sea tan a menudo tan cruel.
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Toda virtud tiene su doble mal. Los ángeles caídos pueden cantar en perfecto contrapunto.
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¡Qué difícil resulta percatarnos de que nuestra honradez no son más que sucios harapos!
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Goethe es estimado por la siguiente observación: se dice que a medida que crecemos aumentamos en sabiduría, pero lo cierto es que resulta muy difícil permanecer tan sabios como fuimos una vez.
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Es irritante sostener algo contra alguien y no poder recordar qué es.
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La muerte está allí donde acabamos.

CUENTOMANCIA, Fernando Sánchez Clelo

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FERNANDO SÁNCHEZ CLELO, Cuentomancia, BUAP, Puebla, 2008, 56 páginas.

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EL EMPERADOR

   Bajo la tempestad de escarnios, la muchedumbre atosiga al Emperador, que arrastra los pies encadenados rumbo a la guillotina. Él escarba en sus recuerdos bíblicos para obtener un poco de consuelo, pero sólo encuentra la cabeza de Goliat sangrando en las manos del niño David, a Judith decapitando a Holofernes, y a Salomé bailando desnuda con la cabeza de Juan Bautista en una charola de plata. Su fuerza real se desvanece.
   Ya en el patíbulo, con la hoja de hierro afilada pendiendo sobre su cuello, levanta la vista: la multitud que ahora aplaude su muerte, antes temblaba bajo su mirada. Con la evocación de los rostros cobardes, recobra su despotismo imperial y ruge la última orden:
   —¡Que me corten la cabeza!
   Su pueblo lo obedece temeroso.

CUENTOS REUNIDOS, Clarice Lispector

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CLARICE LISPECTOR, Cuentos reunidos, Alfaguara, Madrid, 2002, 532 páginas.

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Miguel Cossío Woodward en De Clarice (pp. 11-29) señala que el los cuentos de Lispector "hay, ciertamente, el vuelo ensayśitico, la figuración poética, el golpe chato de la realidad cotidiana, la historia interrumpida que podría continuar, como la vida, más allá de la anécdota".
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EL MUERTO EN EL MAR DE URCA

   Yo estaba en el apartamento de doña Lourdes, cos­turera, probándome mi vestido pintado por Olly, y doña Lourdes dijo: murió un hombre en el mar, mire a los bom­beros. Miré y sólo vi el mar que debía estar muy salado, mar azul, casas blancas. ¿Y el muerto?
   El muerto en salmuera. ¡No quiero morir!, grité para mí misma, muda dentro de mi vestido. El vestido es amarillo y azul. ¿Y yo? Muerta de calor, no muerta en el mar azul.
   Voy a contar un secreto: mi vestido es lindo y no quiero morir. El viernes el vestido estará en casa, el sábado me lo pondré. Sin muerte, sólo mar azul. ¿Existen las nubes amarillas? Existen doradas. Yo no tengo historia. ¿El muer­to la tiene? Sí: fue a bañarse al mar de Urca, el bobo, y murió; ¿quién lo mandó? Yo me baño en el mar con cuida­do, no soy tonta, y sólo voy a Urca para probarme el vestido. Y tres blusas. S. fue conmigo. Ella es minuciosa en la prue­ba. ¿Y el muerto? ¿Minuciosamente muerto?
   Voy a contar una historia: era una vez un muchacho joven a quien le gustaba bañarse en el mar. Por eso, fue una mañana de miércoles a Urca. En Urca, en las piedras de Urca, está lleno de ratones, por eso yo no voy. Pero el joven no les prestaba atención a los ratones. Ni los ratones le prestaban atención a él. Al caserío blanco de Urca, a eso no le pres­taba atención. Y había una mujer probándose un vestido y que llegó demasiado tarde: el joven ya estaba muerto. Sala­do. ¿Había pirañas en el mar? Hice como que no entendía. No entiendo la muerte. ¿Un joven muerto?
   Muerto por bobo que era. Sólo se debe ir a Urca para probarse un vestido alegre. La mujer, que soy yo, sólo quie­re alegría. Pero yo me inclino frente a la muerte. Que ven­drá, vendrá, vendrá. ¿Cuándo? Ahí está, puede venir en cual­quier momento. Pero yo, que estaba probándome un vesti­do al calor de la mañana, pedí una prueba de Dios. Y sentí una cosa intensísima, un perfume demasiado intenso a ro­sas. Entonces, tuve la prueba. Dos pruebas: de Dios y del vestido.
   Sólo se debe morir de muerte natural, nunca por un desastre, nunca por ahogo en el mar. Yo pido protección para los míos, que son muchos. Y la protección, estoy segu­ra, vendrá.
   Pero ¿y el joven? ¿Y su historia? Es posible que fuera estudiante. Nunca lo sabré. Me quedé sólo mirando el mar y el caserío. Doña Lourdes, imperturbable, preguntando si ajustaba más la cintura. Yo le dije que sí, que la cintura tiene que verse apretada. Pero estaba atónita. Atónita en mi precioso vestido.

LA TIGRA, Laura Nicastro

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LAURA NICASTRO, La tigra, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2009, 122 páginas.

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SAXO EN LA FRONTERA

   Huyeron en el tren de las cuatro, cuando a la hora de la siesta la locomotora hundió su miriñaque negro de humo en la estación. Ella era menor de edad y él tenía su saxo y su talento.
   Con el tiempo, aprendieron que la mujer de un músico es una sombra quieta a un costado del escenario hasta que llega la hora del descanso compartido. Siempre volvían anhelantes de las funciones. Las manos sabias de él la recorrían minuciosamente: alcanzaban la nota más alta, la más intensa. Era la ternura, la furia, el éxtasis. Por esa época él también compuso una obra, "Desértico".
   Han transcurrido unos años. El presente es otro: cuando él termina de ensayar, después de la siesta, ella guarda el saxo en su estuche. La funda es de seda, ella lo acaricia (le gusta sentir la suavidad de la tela rozando sus yemas), entorna los párpados. Se toman de la mano y parten caminando, en la oscuridad de la noche, hacia el local donde él actuará. Después de la función les dan algunos pesos y un plato de comida. No siempre la salsa está fría, pero se han acostumbrado a no reclamar; es inútil. Regresan despacio. Se acuestan. Ella se queda quieta, esperando. La respiración de él se torna regular como un metrónomo.
   Cierta vez ella quiso revivir la tarde lejana. Se descalzó, cerró los ojos para no ver los hombros caídos y el torso fatigado de su hombre. Empezó a moverse con la cadencia del saxo. Él preguntó qué estaba haciendo. "Nada, querido, nada". Así ella comenzó a pensar en concretar lo que vino después.

   Cambian las geografías. Los rostros del público, a fuerza de ser diferentes, terminan por ser iguales. Noches de humo, de ocasionales aplausos. Días de luz solar excluida del cuarto de pensión. Afuera se oyen pájaros. Ella mira el saxo, lo odia un poco. Con el tiempo, el instrumento le ha robado las caricias que eran suyas.
   Una tarde (cualquiera, ya tan distinta de la primera, la del tren, iniciática) la mujer aprovecha la siesta profunda y sale. Si él pudiera verla cuando regresa, le sorprendería su expresión casi radiante. Es una idea audaz la de ella. Pero sirva para pagar los gastos.
   Y la mujer repite la salida, tiempo después, en un pueblo ahogado por la selva donde la pasión por las riñas de gallos y la ginebra son el único pasatiempo. Esa misma madrugada, al regresar a la habitación de los suburbios a la que ellos llaman "casa" alquilada a la viuda de un guardabarreras, él comenta:
   - Me contaron algo sobre un hotel de lujo, a unos kilómetros. Dan espectáculos, dicen. El mejor es el de una mujer que baila lento. Lo hace con "Desértico" ... ¿te das cuenta?. Con "Desértico". No lo puedo creer.
   Y a la escasa luz del candil (porque en el pueblo el generador se apaga a medianoche), ella comprueba cómo él se ha exaltado. Esa vez el descanso compartido es como al principio: él la dibuja con sus caricias, se enardece, sigue la pequeña muerte final.
   Cambia ligeramente la rutina cotidiana. Él ensaya (o compone de oído) hasta bien entrada la hora de la siesta, comen algo liviano. Se acuestan para descansar. Unas pocas gotas que ha ingerido sin saberlo aseguran el sueño profundo del hombre. Al oscurecer la mujer se desprende de su abrazo y se incorpora sigilosamente. Sale. A su regreso, ella lo despierta, le ayuda a vestirse, acomoda el saxo en su estuche y, juntos, van caminando hasta donde el músico debe cumplir con su contrato de la noche.
   Y en todos los lugares que recorren oyen rumores acerca de esa mujer que baila con la música que él ha compuesto. Pero nadie vio su rostro. El rumor crece y pasa de boca en boca.
   Una noche tardía, cuando regresan y ya en la habitación, él pregunta (curiosidad nomás) cómo será la mujer, la de los hoteles de lujo, la de los cabarets del otro lado de la frontera. Y su rostro vuelve a exaltarse, como iluminado por dentro. Ella empieza a acecharlo. Le oye las ejecuciones más gloriosas cuando esa luz le transforma el semblante. Entonces el saxofonista se pone de pie e inclinando el torso y la cabeza hacia atrás, ofrenda el pequeño concierto a la desconocida que ha mostrado lo oculto al son de su melodía. Respira con la música, su corazón late en cada nota. El hombre se mueve como aquella tarde en que ella, ahora compañera de ruta, lo vio a través de una ventana, el día que le cambió la vida. Ella lo había buscado caminando por una calle de tierra barrida por el tedio y el viento, recuerda, y ni ella ni el rostro por él desconocido ocupaban un espacio en el alma de su hombre. Esa tarde de polvo y agobio en un pueblo cuyo nombre ni siquiera merece un espacio en el mapa, la entonces adolescente se detuvo al oír las notas de bronce que la habían atraído desde lejos, como un cebo. Apoyó la mano en el alambrado, recuerda, cubierto de grandes campanillas azules exangües de calor (hasta eso vuelve: el color intenso, sus finas nervaduras, las corolas tiernas, el centro blanco, los estambres sutiles).
   Ahora ya lo odia un poquito.
   Una vez, al volver de su misteriosa salida, mientras se lava las manos, estudia su propia imagen en el espejo. ¿Cómo será la que él imagina? Con rabia, arroja el dinero dentro de la lata. El metal hace mucho ruido, pero él no despierta con el estrépito. La mujer recuerda (y esto es un hábito reciente) que ha ido aumentando la dosis del somnífero para que él no registre ni su partida ni su regreso. El hombre apenas deja de roncar. Sin embargo, cuando al final de la noche salen del humo de los cigarrillos hacia el fresco de la madrugada que no se apiada ni de sus ojeras ni de su palidez, todo vuelve a ser como antes, pero más pleno. Durante el descanso ella lo abraza con fuerza, le besa la frente, los labios endurecidos por la boquilla del saxo, el cuello, murmura palabras que nunca ha pronunciado antes. No quiere perderlo y ya lo ha perdido. Él se deja adorar.
   Con el tiempo, la mujer ha aprendido a abrir y cerrar sin estrépito las puertas de todas las pensiones. También ha aprendido a grabar sigilosamente cada melodía que él compone. En cada lugar de trabajo (cambia, según cambian los pueblos que visitan), ella coloca en el pasacintas la composición que ha elegido. Los ruidos de la sala se aplacan, calla el tintineo de los cubiertos, las conversaciones, los cubos de hielo detienen la danza circular dentro de los vasos. La mujer se tapa el rostro con el antifaz de lentejuelas (le cubre las ojeras, las arrugas que comienzan a insinuarse) y sale a escena. Evoca el momento primero y el impulso irrefrenable de aquella tarde, y la juventud, y las ilusiones. Todo por venir. Igual que en aquel entonces, se mueve para él aunque no la vea. Se imagina a su ídolo observándola por esa ventana y que ella vuelve a bailar sobre la calle de tierra como lo hace ahora, aun cuando él no haya podido verle el rostro. No oye los gritos soeces, ignora las miradas lascivas. Cuando termina la música, huye del escenario sin saludar, se arranca el antifaz, cobra el dinero ganado. Regresa rápidamente a la pensión.
   Hoy ha descubierto que su ídolo demuestra su exaltación hasta en sueños. Lo mataría. En cambio, lo despierta con una caricia. (No quiere perderlo y ya lo ha perdido.) Le ayuda a vestirse. Salen.
   Como siempre, ella toma el saxo para que él pueda manejar el bastón blanco con la mano libre.

ARMADURA DE VALOR, Mariángeles Abelli Bonardi

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MARIÁNGELES ABELLI BONARDI, Armadura de valor, Macedonia, Morón, 2016.

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ARMADURA DE VALOR

   Quizás mañana, se dijo, sin mucha convicción. Quizás mañana, con la noche de por medio, descubriera de dónde venía. Había revisado milimétricamente, ajustando todo, y aún así, no lograba eliminar el chirrido. ¿Le seguiría faltando? Imposible; todavía escarmentaba la carencia de la última vez. Como quien pone un manto de piedad, se tapó con la sábana. ¿Que no era perfecta? ¿Que no resplandecía? Eso está por verse, alcanzó a murmurar antes de que el sueño lo venciera. Cansado, desvencijado por el temor, el sufrido metal de su armadura quedó en silencio.

PLANCTON, Sergio Arroyo

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SERGIO ARROYO, Plancton, EUNED, San José, 2016, 186 páginas.

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RECURSOS HUMANOS

   No sabía si actuaba por odio o por venganza. Quizás todo se debía a la soledad de la jubilación o, simplemente, a la belleza del acto. Tenía la mitad de la ciudad rotulada con pancartas o simples hojas impresas con ofertas de empleo. Todas eran falsas. A veces pasaban dos días enteros sin recibir ninguna llamada, a veces cinco, pero todas las semanas al menos una persona lo llamaba para preguntar por un puesto de cocinera o una plaza de albañil. Él abandonaba cualquier cosa que estuviera haciendo y se entregaba a la conversación, extendiéndola tanto como fuera posible. Al final siempre desestimaba a los solicitantes diciéndoles que recién habían dado el puesto a una cocinera de mucha experiencia, o que acababan de contratar a un joven albañil. Luego les prometía considerarlos para la próxima plaza vacante y se despedía con calurosos agradecimientos, que eran las únicas palabras sinceras de su farsa. Luego de colgar, se descubría con el corazón acelerado y las mejillas tibias. Lo emocionaban mucho los breves momentos que compartía con personas necesitadas. En muy poco tiempo se había vuelto adicto al hambre de los demás.

CRÓNICAS MARCIANAS, Ray Bradbury

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RAY BRADBURY, Crónicas marcianas, Minotauro, Barcelona, 2015, 360 páginas.

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La famosa crónica de colonización del planeta rojo, a cargo de Ray Bradbury y su maestría para la ciencia ficción, está construida a partir de breves relatos.

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enero de 1999

EL VERANO DEL COHETE

   Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, los carámbanos bordeaban los techos, los niños esquiaban en las pendientes; las mujeres envueltas en abrigos de piel caminaban pesadamente por las calles heladas como grandes osos negros.
   Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire cálido, como si alguien hubiera dejado abierta la puerta de un horno. El calor latió entre las casas y los arbustos y los niños. Los carámabanos cayeron, se quebraron y se fundieron. Las puertas se abrieron de par en par; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres guardaron en los armarios los disfraces de oso; la nieve se derritió, descubriendo los prados verdes y antiguos del último verano.
   El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico cambió los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Los esquíes y los trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que caía sobre el pueblo desde los cielos helados, llegaba al suelo transformada en una lluvia tórrida.
   El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches goteantes y observaba el cielo, cada vez más rojo.
   El cohete, instalado en la plataforma de lanzamiento, soplaba rosadas nubes de fuego y calor de horno. El cohete se alzaba en la fría mañana de invierno, creaba verano con cada aliento de los poderosos escapes. El cohete transformaba los climas, y durante unos instantes fue verano en la tierra...

ÁNGELES Y VERDUGOS, Diego Muñoz Valenzuela

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DIEGO MUÑOZ VALENZUELA, Ángeles y verdugos, Macedonia, Morón, 2016.

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AMOR CIBERNAUTA

   Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro brutal de neanderthal: cabeza enorme, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual, similar, aunque enriquecida por historias y percepcio¬nes diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibilidad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le narraba con gracia los pormenores de su agitada vida social, burlándose agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones de sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso encontrarse en el mundo real. Y fue un amor de sueños, de mensajes, de versos, de canciones. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.

ORQUESTA DE DESAPARECIDOS, Francisco Javier Irazoki

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FRANCISCO JAVIER IRAZOKI, Orquesta de desaparecidos, Hiperión, Madrid, 2015, 136 páginas.

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Con la arquitectura de una casa que, por ritmo y referencias, se encuentra cimentada sobre música, estas breves piezas en prosa abren sus puertas a la luminosidad y el pequeño asombro frente al olvido; habitaciones poéticas que erigen un hogar para la memoria.

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SIN CELDAS

   Después de baldear el suelo de nuestra historia, dispersaré las cenizas de la casa de mi padre. A puñados las arrojaré a los lindes de otras tierras.
   Las cenizas llevarán adheridas nuestras palabras para el encuentro con los sonidos de identidades lejanas.
   Desconociéndose, también los dolores se retirarán a unos hilos de polvo.
   Ya no juzgaremos desde la superioridad irrisoria y nadie se lastimará con la alambrada de las leyendas.
   Calcularemos, sí, cuánta grandeza extraviada cabía en los himnos.
   Un fuerte viento mental va arrancando los jardines, postigos, vigas y escaleras de todas las patrias. 

ÉRASE UNA VEZ, Ana Vidal

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ANA VIDAL PÉREZ DE LA OSSA, Érase una vez, Encuadres, Valencia, 2016, 100 páginas.

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MONTAÑA RUSA

   Entro en el vagón, me siento y bajo la barra de seguridad. Suena un pitido y empezamos a avanzar por los carriles. Primero una subida lenta, muy lenta, que hace presagiar una bajada vertiginosa; pero no, hay un llano y después cae con suavidad, luego otra subida y ahora sí, triple vuelta de campana, estómago en la garganta, ojos fuera, gritos de pánico. Llano rápido y una bajada, ya caemos en picado, los pelos se quedan arriba, las manos aferradas a la barra, hasta te levantas un poco del asiento. Subida otra vez y luego vuelta, giro, vuelta, giro, un llano largo lleno de temores y por fin una bajada por un túnel que parece no terminar nunca. Al salir, media vuelta y se terminó. Respiro. Ahora por fin sé que ya te has ido para siempre. 

SESENTA Y CINCO MOMENTOS EN LA VIDA DE UN ESCRITOR DE POSDATAS, Álex Chico

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ÁLEX CHICO, Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2016, 88 páginas.

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De este volumen, ya sería de gran interés, simplemente, el juego de cajas chinas que en él se encierra: el autor, Álex Chico, como editor que selecciona las posdatas de un escritor-personaje, E.P., que son a su vez fragmentos extraídos anteriormente de entre sus propias obras. Sin embargo, lo realmente destacable, en realidad, son la calidad de estas reflexiones: aforismos, apuntes, registros más o menos breves sobre la creación literaria, la relación con el espacio y la memoria, que dialogan entre sí y con la misma forma del libro con notable e incansable acierto, para componer, en suma, esta brillante propuesta metaliteraria.

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Alguien le preguntó al escritor de posdatas a qué se refería cuando hablaba de crear un personaje que fuera un pirata literario. ¿Un ladrón de historias?, preguntaron. En absoluto, respondió el escritor. Y siguió diciendo: No se trata de un personaje que robe historias ajenas. Como sabéis, un pirata es alguien que ve por un solo ojo, porque uno de ellos lo tiene tapado. Pues bien, ese ojo con parche es el que le permite observar lo que sucede. Su escritura se limita a describir su propia oscuridad.

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La creación literaria supone una particular caída al vacío. La función de la literatura sería trasmitir lo que encuentra en ese descenso.

(Si es que son ajenas las palabras, 1987)
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La poesía sucede en un estado anterior a su escritura. Adquirimos, escribe Seamus Heaney, un conocimiento previo de ciertas cosas y, por ese motivo, tenemos la sensación de recordarlas de antemano. Encontrar el lenguaje adecuado y adaptarlo a esa vieja realidad exige un esfuerzo hercúleo, casi inhumano.

(En préstamo, 1997)
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En una ocasión encontré a E.P. recortando imágenes de una revista. Me dijo que, en realidad, estaba escribiendo. Dos días más tarde volví y pude verlo en su escritorio, con una máquina de escribir Olivetti. Me dijo que estaba mirando viejas fotografías.

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Para eso sirve, si es que sirve para algo, la literatura: para recomponer o para dar sentido a las piezas que previamente hemos roto.

(Libro de las anotaciones, 1984)
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Siempre he sentido una especial predilección por un chiste, el del tipo que cada día se sitúa al lado de su bañera mientras sujeta entre sus manos una caña de pescar. El siquiatra le pregunta si alguna vez ha pescado algo, a lo que el tipo responde: ¿Cómo voy a pescar, si es una bañera?

Como sabemos, todo exceso de lógica puede conducirnos al absurdo.

(Si es que son ajenas las palabras, 1987)
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La literatura es un diálogo con lo que ya no somos, con lo que fuimos.

(Cuaderno de apuntes, 1980)
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Habitamos dos tipos de libros: aquellos que nos gustaría haber escrito y aquellos que desearíamos haber pensado.

(Si es que son ajenas las palabras, 1987)
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Quizás sólo sigamos escribiendo libros por este motivo: para encontrar un verso o una línea a la que parecíamos destinados desde el comienzo. Lo único por lo que verdaderamente mereceríamos ser recordados.

(Confesión en Santa Marta, 1992)

EL SEXtO ANIMAL, Luis Eduardo Aute

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LUIS EDUARDO AUTE, El SEXtO animal, Espasa, Barcelona, 2016, 270 páginas.

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En el prólogo de este volumen subtitulado Poemigas y otras icognografíasAutenasia (pp. 7-9) celebra Fernando Beltrán la poética del artista multidisciplinar: Aute elige "el berbiquí y la garlopa, la música, la pintura, la poesía, el taller a destajo de su oficio: tallar una canción, una pintura, tallar incluso un poema, aunque sabe que de este último quehacer no sale ileso nadie".   
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CONTRATIEMPO DEL AMOR

Sólo el amor detiene
la violencia del paso del tiempo
en su eterna
fugacidad.

EL ANILLO MÁGICO Y OTROS CUENTOS POPULARES RUSOS, Alexandr Nikoláievich Afanásiev

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ALEXANDR NIKOLÁIEVICH AFANÁSIEV, El anillo mágico y otros cuentos populares rusos, Páginas de Espuma, Madrid, 2004, 274 páginas.

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José Manuel Pedrosa firma un extenso Prólogo (pp. 9-47) con el que permite al lector desmitificar las figuras de Afanásiev y Vladimir Propp, ambos folkoristas de salón. Afanásiev se limitó a utilizar los textos "depositados en la Sociedad Geográfica Rusa; Propp a estudiar la gramática del cuento en estas colecciones que le permitieron desatender los estudios de campo.
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LA ESPOSA TRANSFORMADA EN ANIMAL Y LA BRUJA IMPOSTORA

   Un anciano tenía una hermosa hija, con la que vivía en paz y armonía, has­ta que él se casó con otra mujer. Y ésta era una malvada bruja. No quería a su hijastra, y no paraba de insistir al anciano:
   —¡Échala de casa, no puedo ni verla!
   Al anciano no se le ocurrió otra cosa que casar a su hija con un buen hom­bre. Ella y su esposo vivieron felices y, al poco tiempo, tuvieron un hijo.
   Pero la bruja se enfureció aún más: la envidiaba por su feliz y tranquila vida. En un momento dado, convirtió a su hijastra en un animal llamado Arys, y la envió a un espeso bosque, vistió a su propia hija con las ropas de la hijastra, y la dejó en su lugar.
   Tan astutamente lo hizo todo que ni el marido, ni los vecinos..., nadie reparó en el engaño. Sólo la vieja nodriza se dio cuenta, pero tenía miedo de decirlo.
   Desde aquel mismo día, en cuanto el bebé tenía hambre, la nodriza lo lleva­ba al bosque y cantaba:
      
¡Arys del campo! El pequeño llora,
el pequeño llora: comer y beber desea.

   Arys del campo llegaba corriendo, dejaba su piel bajo un tronco, cogía al niño, le alimentaba, se ponía después la piel nuevamente, e iba al bosque.
   «¿Adónde irá la nodriza con el bebé?», pensó el padre. Se puso a vigilarla. Vio me Arys del campo llegaba corriendo, se quitaba la piel y le daba de comer al pequeñuelo.
   El se acercó cautelosamente, cogió la piel y le prendió fuego.
   —¡Ah, huele a quemado! ¡Mi piel está ardiendo! —dijo Arys.
   —No creo. Debe ser que los leñadores están quemando rastrojo —dijo la nodriza.
   La piel se quemó, Arys recuperó su forma anterior y le contó todo a su espo­so. Enseguida se reunió la gente, cogieron a la bruja y las quemaron a ella y a su hija.

EL BESUGO ME DA HIPO Y OTRAS HISTORIAS, Jesse Einsberg

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JESSE EINSBERG, El besugo me da hipo y otras historias, Reservoir Books, Barcelona, 2016, 264 páginas.

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Publica Reservoir Books el primer libro del actor norteamericano Jesse Einsberg. agradecerá el lector el sentido del humor que despliega en estos refrescantes relatos cortos.
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MASGOUF

   Anoche fui con mamá a un nuevo restaurante llamado Masgouf. Dijo que era un restaurante iraquí y que como somos gente de mentalidad abierta, teníamos que ir y apoyarlo. Me pareció raro porque el hermano de Matt está en el ejército en el Irak de verdad yen su coche pone APOYA A LAS TROPAS. Así que me dio la sensación de que estábamos apoyando al restaurante, en lugar de al her­mano de Matt.
   Mamá me dijo que todas las mujeres de su club de lectura habían ido a ese restaurante, pero yo no entendía por qué nosotros también teníamos que ir. Tampoco en­tiendo por qué mamá va al club de lectura, porque no lee ningún libro y la víspera de las reuniones del club no para de decir <(joder» y me pide que me mcta en la Wiki­pedia. Luego me pide que le lea el resumen de la trama y le describa los personajes principales mientras ella pasa el aspirador, cosa nada fácil porque el aspirador hace mu­cho ruido y tengo que seguirla por toda la casa leyendo en voz alta con el ordenador en las manos.
   El primer detalle extraño en el que me fijé cuando entré en Masgouf es que mucha de la gente que comía allí llevaba grandes máscaras negras que les tapaba toda la cara menos los ojos. Mamá me dijo algo decepcionada que esperaba que hubiera más gente «parecida a noso­tros)>. Pero yo le dije que no sabíamos cómo eran porque ocultaban la cara con las máscaras. Entonces mamá me dio una colleja, que es lo que hace cuando hablo dema­siado alto o demasiado bajo o cuando me  río.
   Después de mirar la carta mamá dijo entre dientes:
   «Joder, todo es seco». No estoy seguro de qué quería de­cir, pero creo que tenía algo que ver con el vino, porque cada vez que mamá abre una carta, lo primero que hace es mirar los vinos y soltar un suspiro de alivio.
   Mamá dijo que pediría por los dos y que compartiría­mos la cena, que es lo que hace cuando cree que la comi­da no estará buena. Cuando la camarera se acercó para tomar nota, mamá la miró como si fiera alguien sin ho­gar y preguntó:
   —¿De dónde eres? —Cuando la mujer contestó: «De Irak», mamá dijo—: Oh, qué bonito. ¿Y de qué ciudad?
   —De Bagdad —respondió entonces la mujer.
   —Ay —exclamó mamá, como si la camarera estuviera llorando, pero no estaba llorando, sino sonriendo.
   Así que miré a la camarera y le sonreí de oreja a oreja para demostrarle que no siempre estaba de parte de mi madre, pero al yerme sonriendo, la mujer puso una cara rara, como si pensara que me estaba burlando de ella, y no era verdad. Entonces mamá me dio una patada por debajo de la mesa, la pierna me dolió toda la noche y un poco a la mañana siguiente, que es hoy.
   Lo primero que la camarera nos trajo fue un extraño montón de arroz en un plato y un gran cuenco de puré de berenjena espeso en una salsa roja. Al verla a mamá le entraron náuseas, pero sonrió a la mujer y dijo:
   —Vaya. ¡Qué tradicional! ¡Estoy deseando hincarle el diente!
   Yo sabía que mentía porque, cuando la camarera se alejó, mamá le dio un bocadito con los dientes de delan­te y se le ensancharon los agujeros de la nariz, como si tuviera ganas de vomitar allí mismo.
   —Creo que te gustará, tesoro. ¿Por qué no lo pruebas?—dijo, y entonces supe que no le había gustado. Luego echó la berenjena en el arroz y lo esparció todo por el plato para que pareciera que nos lo habíamos comido.
   La camarera volvió a la mesa con el otro plato, que era un kebab de pollo con patatas fritas. Las patatas fritas sabían a patatas fritas, aunque no tenían ketchup, y el kebab de pollo sabía a pollo normal y corriente. Cuando mamá y yo comprobamos que tenía un sabor normal y corriente, nos miramos aliviados, como si fuéramos el hermano de Matt y acabáramos de regresar de Irak.
   En el camino de vuelta a casa, mamá llamó a todas las mujeres de su club de lectura para contarles que había­mos ido a Masgouf. Mintió al decirles lo agradable que era pasar un rato a solas conmigo y lo interesante que era ver a las iraquíes con sus máscaras negras, y que no había pensado en la nueva novia de papá ni una sola vez du­rante nuestra divertida y deliciosa cena. Cuando mamá miente no se limita a decir lo que no quiere decir, sino que dice lo contrario de lo que quiere decir. Probable­mente la mayoría de los niños se enfadarían con su ma­dre si mintiera tanto, pero, no sé por qué, yo solo sentía tristeza por ella.
   Cuando llegamos a casa le leí a mamá el resumen de la trama de Cumbres borrascosas, mientras ella pasaba el aspirador en ropa interior. Luego ella dijo que le dolía un poco la barriga y yo pensé que a mí también me dolía. Así que los dos fuimos directos cada uno a nuestro cuar­to de baño, y yo tardé mucho en salir. Por eso le doy a Masgouf 129 estrellas de 2.000.