CUENTOS REUNIDOS, Clarice Lispector

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CLARICE LISPECTOR, Cuentos reunidos, Alfaguara, Madrid, 2002, 532 páginas.

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Miguel Cossío Woodward en De Clarice (pp. 11-29) señala que el los cuentos de Lispector "hay, ciertamente, el vuelo ensayśitico, la figuración poética, el golpe chato de la realidad cotidiana, la historia interrumpida que podría continuar, como la vida, más allá de la anécdota".
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EL MUERTO EN EL MAR DE URCA

   Yo estaba en el apartamento de doña Lourdes, cos­turera, probándome mi vestido pintado por Olly, y doña Lourdes dijo: murió un hombre en el mar, mire a los bom­beros. Miré y sólo vi el mar que debía estar muy salado, mar azul, casas blancas. ¿Y el muerto?
   El muerto en salmuera. ¡No quiero morir!, grité para mí misma, muda dentro de mi vestido. El vestido es amarillo y azul. ¿Y yo? Muerta de calor, no muerta en el mar azul.
   Voy a contar un secreto: mi vestido es lindo y no quiero morir. El viernes el vestido estará en casa, el sábado me lo pondré. Sin muerte, sólo mar azul. ¿Existen las nubes amarillas? Existen doradas. Yo no tengo historia. ¿El muer­to la tiene? Sí: fue a bañarse al mar de Urca, el bobo, y murió; ¿quién lo mandó? Yo me baño en el mar con cuida­do, no soy tonta, y sólo voy a Urca para probarme el vestido. Y tres blusas. S. fue conmigo. Ella es minuciosa en la prue­ba. ¿Y el muerto? ¿Minuciosamente muerto?
   Voy a contar una historia: era una vez un muchacho joven a quien le gustaba bañarse en el mar. Por eso, fue una mañana de miércoles a Urca. En Urca, en las piedras de Urca, está lleno de ratones, por eso yo no voy. Pero el joven no les prestaba atención a los ratones. Ni los ratones le prestaban atención a él. Al caserío blanco de Urca, a eso no le pres­taba atención. Y había una mujer probándose un vestido y que llegó demasiado tarde: el joven ya estaba muerto. Sala­do. ¿Había pirañas en el mar? Hice como que no entendía. No entiendo la muerte. ¿Un joven muerto?
   Muerto por bobo que era. Sólo se debe ir a Urca para probarse un vestido alegre. La mujer, que soy yo, sólo quie­re alegría. Pero yo me inclino frente a la muerte. Que ven­drá, vendrá, vendrá. ¿Cuándo? Ahí está, puede venir en cual­quier momento. Pero yo, que estaba probándome un vesti­do al calor de la mañana, pedí una prueba de Dios. Y sentí una cosa intensísima, un perfume demasiado intenso a ro­sas. Entonces, tuve la prueba. Dos pruebas: de Dios y del vestido.
   Sólo se debe morir de muerte natural, nunca por un desastre, nunca por ahogo en el mar. Yo pido protección para los míos, que son muchos. Y la protección, estoy segu­ra, vendrá.
   Pero ¿y el joven? ¿Y su historia? Es posible que fuera estudiante. Nunca lo sabré. Me quedé sólo mirando el mar y el caserío. Doña Lourdes, imperturbable, preguntando si ajustaba más la cintura. Yo le dije que sí, que la cintura tiene que verse apretada. Pero estaba atónita. Atónita en mi precioso vestido.

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