DIARIOS 2008-2010, Iñaki Uriarte

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IÑAKI URIARTE, Diarios 2008-2010, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2015, 128 páginas.

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A veces se echa en falta un poco más de agresividad en las críticas literarias que se publican en los periódicos y un poco menos en las conversaciones sobre los mismos libros.
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Las páginas que más me gusta leer son las que vuelven insignificantes las mías. Nunca habría podido pretender ser escritor. Tantos buenos libros me hubieran disuadido de ello.
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Dicen que en el origen de las religiones y de las filosofías se encuentra el miedo a la muerte. No hace falta tanto. En la muerte pensamos poco. Es el sufrimiento lo que cuenta. Lo que está por todas partes. El alivio de un dolor de muelas justificaría la existencia de cualquier religión o filosofía.
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Editar. Que alaben tu comida casera no significa que por ello te creas con la capacidad de poner un restaurante.
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A quienes menos conviene conocer en persona de todos los tipos de letras es a los poetas. La impresión de patraña suele ser hasta cómica.
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«Yo ya no leo. Solo releo». Parece una pedantería. Pero no lo es. A cierta edad uno, por lo menos yo, se da cuenta de que apenas recuerda nada de lo que leyó en otros tiempos. Y siente una especie de terror, y se pone a releer.
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Hay gente que tiene mucha facilidad para «ponerse en la piel del otro» y fastidiarlo mejor.
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La tranquilidad de ánimo, el bienestar psicológico, la felicidad, si se la quiere llamar de ese modo, no es un factor adaptativo en la evolución de nuestra especie. De lo contrario, no habríamos llegado hasta aquí tantos individuos casi siempre insatisfechos, enfadados, contrariados por la más mínima cosa. No habrían existido las religiones, ni las filosofías, ni las artes. Los linajes de seres felices no sirven de nada a la propagación de la vida y se extinguen.
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Siempre que alguien menosprecia la «literatura de evasión» pienso que está haciendo un elogio de la cárcel.

MUJERES CON GATO, Carlos Salem

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CARLOS SALEM, Mujeres con gato, Frida Ediciones, Madrid, 2016, 258 páginas.

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Subtitulado Todas mis jodidas historias de amor  recoge cuarenta y nueve relatos cortos.
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ANATOMÍA DE UN MILAGRO

   Sotanovsky es un triste opositor a Notaría, que vive esperando que ocurra algo que cambie su vida. Vive con su madre, que es inválida y se pasa el día frente al televisor, acariciando al perro. El perro también es inválido. Sotanovsky no soporta a su madre, pero sigue a su lado porque ella lo chantajea con la herencia que le dejará al morir. Madruga, estudia, y sueña. Inventa el rostro de ELLA, una mujer sin rostro, lee novelas que protagoniza en sueños, se masturba (esto no mostrarlo, sólo sugerirlo). Cada día, cuando cae la noche, sale a pasear por el barrio, pero llevando en brazos al perro inválido. El perro es un San Bernardo. Antes de pasar frente a cada portal, Soranovsky siente que se le acelera el corazón, porque desde allí puede salir el amor de su vida. Una noche, al llegar a la avenida, divisa en la otra acera la silueta de una mujer que sale de un portal. Y adivina que es ELLA. Cruza corriendo, entorpecido por el peso del perro, y es atropellado por un camión. Sotanovsky también queda inválido pero aprueba las oposiciones y ya es Notario. Su madre muere y le deja el perro en herencia. Pone un anuncio solicitando un ayudante y se presenta una mujer. Es ELLA. Sotanovsky la contrata para que los pasee a él y al perro, pero no le declara su amor. Una noche, al cruzar la avenida, ELLA reconoce en la otra acera una silueta: es ÉL, el amor de su vida, el hombre que ha esperado ver salir de un portal durante años. Corre a su encuentro y los atropella un camión. El mismo camión. Muere ELLA. Muere ÉL. Muere Sotanovsky. El perro aúlla lastimero y camina, ante el asombro de las vecinas que gritan que es un milagro. El camionero, de la impresión, queda inválido.

IRSE A MADRID Y OTRAS COLUMNAS, Manuel Jabois

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MANUEL JABOIS, Irse a Madrid y otras columnas, Pepitas de calabaza, Logroño, 2011, 188 páginas.

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Recoge este volumen una feliz selección de las crónicas periodísticas que Jabois confiesa haber comenzado «a escribir por la ambición provinciana de querer asomar la cabeza fuera para ver.»
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RESISTENCIA

   Durante unos años viví enfrente de un piso de prostitución de tapadillo. El verano del Mundial de Alemania los inmigrantes colgaron de las ventanas las banderas de sus países, y en el piso aquel una muchachita ató al tendal la verdeamarela y un sujetador rojo que retiró a medianoche. Uno de esos días, de madrugada, escuchamos la bronca de nuestros vecinos, y al rato salió a los gritos el hombre dando un portazo:
   —¡Y no me busques, que no me voy muy lejos!
Aquella pareja hacía el amor todas las tardes con una puntualidad escandalosa. A medida que se acercaba la noche iba dejando el sexo para empezar con la bronca. Los días de ese verano, como otros escuchan los grillos, yo escuchaba el apareamiento de la especie. Nacho Miras tiene en su blog una frase de José Luis Alvite: «El amor es algo muy resistente: se necesitan dos personas para acabar con él». Pero hay amores que exigen más. Un día, no sé por qué, esa pareja empezó a tener hijos. Calló de repente en la cama y también en la cocina. Una mañana los vimos subir las escaleras muy serios, casi en trance, acarreando bolsas del Froiz. Habían madurado. Todo lo turbio empezó a ser pequeñoburgués, y nos mudamos antes de que ella, como Julianne Moore en Las horas, quisiese llenarse el estómago de pastillas.

LOS REINOS DE PAPEL, Jesús Marchamalo

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JESÚS MARCHAMALO, Los reinos de papel, Siruela, Madrid, 2016, 222 páginas.

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Relata Marchamalo en En Vivir los libros (pp. 13-15) el origen de estas visitas a las bibliotecas de veinte autores, (de la A de Bernardo Atxaga a la V de Manuel Vicent pasando por la L de Elvira Lindo o la S de Marta Sanz) propiciadas por la Fundación Miguel Delibes y publicadas en El Norte de Castilla. Gustavo Martín Garzo en La biblioteca de Sherezade  (pp. 17-19) nos recuerda que la historia de la biblioteca personal se confunde con la «propia vida».
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Ignacio Martínez de Pisón: Libros y ventanales

   Recuerda, no sin cierta añoranza, que durante años imperó en su biblioteca un cierto caos apacible y desorganizado en el que los libros campaban a sus anchas y encajaban al azar en los estantes, sin más orden que ese imprevisible, caprichoso y accidental dictado por la sucesión de las lecturas.
   Cada libro quedaba así al lado del que se había leído antes, mezclados el ensayo y la novela, la poesía y la historia, en una suerte de escaparate, de biografía lectora expuesta al escrutinio —curioso, indagador— de las visitas.
   Pero un día, su mujer, María José, hizo un curso de biblioteconomía y decidió someter a aquellos libros, un poco cimarrones, al rigor del orden alfabético. Y fue cuando sobrevino la catástrofe, cuenta.
Porque los libros, es sabido, se resisten empecinadamente a ser clasificados con esa laxitud desesperante, y a cada uno que llega hay que buscarle un hueco que no existe, en su sitio preciso, moviendo los demás como se mueven, infructuosamente, las seis caras de los cubos de Rubik.
   Así, hay ahora en su biblioteca una zona ordenada, impoluta, intachable. Y otra que anda un poco todavía sin hacer, diríase que en construcción, deconstruida, esperando un turno que no llega.
   Junto a la pared, unas cajas. Porque en una obra reciente se recuperaron dos amplios ventanales, luminosos como una revelación, justo en el mismo sitio que ocupaban sendas estanterías: los libros de la o, la pe y la ese —Shakespeare y Saramago, por ejemplo, Orwell y Saint-Exupéry, los pobres—, que andan hoy expatriados y están ahí en las cajas, pacientes, a la espera.
   Comenta, y es verdad, la artística belleza, casi decorativa, de las casas con libros. Un telón de lomos coloristas alineados con esa estética apacible de los estancos.
   Y allí, a la vista, dibujada con rastros de papel y de pintura, la frontera precisa entre ambos mundos: las estanterías nuevas, modelo Billy, de Ikea, regulables, de un blanco nuclear casi arrogante, justo al lado de los viejos estantes de pino, que han ido oscureciendo con el tiempo y en los que ha encontrado refugio, siquiera provisional, ese ejército sutil de cachivaches —fundas de gafas, mecheros, cables de ordenador, inhaladores— que van posándose, al acaso, delante de los libros.
   Cuenta Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), y es cierto, que las estanterías, al menos esas Billy, regulables, tienen mucho más fondo del que precisa el lomo de los libros y se acaban llenando de una quincallería emocional indefinible: piedras, fotos, postales y pequeños objetos que llegan de los viajes, o regalos, y que andan por allí como en suspenso. Porque prevalece en la casa, confiesa, la voluntad tal vez inexpresada de preservar las cosas, mantenerlas, dejarlas que encuentren su acomodo. «El problema, cuando decides deshacerte de algo, es que es irremediable», comenta. «De modo que muchas veces dilatar la decisión, aplazarla, te permite quedarte con cosas que, de otro modo, ya no estarían en casa».
   Así, quedan en esta biblioteca rastros de eso que denomina, muy gráfico, «el testimonio de la época analógica»: viejas enciclopedias —la Británica, la del cine, heredada de casa de sus padres— y los coleccionables de los Beatles, el de la Transición, o los atlas que regalaban en fascículos los periódicos, y que guarda desde hace años sin encuadernar siquiera, esperando el momento de tirarlos.
   Algún número desparejado de Cuadernos Americanos comprado en el mercado de Sant Antoni, donde los fue encontrando semana tras semana, y que le hicieron concebir la idea insólita de recuperarlos todos y conseguir recomponer la colección; y ahí, también, algunos de la revista Poesía, un libro de Botero, otro sobre los sitios de Zaragoza y un catálogo de Eugeni Forcano, el fotógrafo, del que ha ido sacando las imágenes de cubierta de sus últimos libros: un chaval, traje, corbata y calcetines blancos, con un limpiabotas junto a una boca de metro, para El día de mañana; o esa joven con algo de belleza recatada, devota y luminosa, observada por un rostro perturbador, para El tiempo de las mujeres. España, dice, dejó de ser fotogénica con el desarrollo, y se pregunta mirando la foto: ¿qué habrá sido de esta mujer?, que es la pregunta de la que surge, siempre, la literatura.
   Y recuerda lo que llama «el comunismo cristiano» que imperaba en casa de sus padres; segundo de cinco hermanos, allí solo estrenaban el mayor y la pequeña, Natalia, que al ser la única chica disfrutaba también del privilegio. El resto heredaba los libros que, como la ropa, pasaban de un hermano al siguiente: Verne, Tintín, los Cinco, y también Pulgarcito y DDT y Tiovivo. Y ese salto, de repente, sin red, a la literatura de mayores que le arrojó, prácticamente, en brazos de Martín Vigil. «De adolescente piensas mucho en si lo que estás leyendo es o no de mayores y es curioso, La isla del tesoro te parece lectura para niños, y Martín Vigil, por ejemplo, piensas que forma parte de ese vasto mundo de la literatura de adultos. Así que lo leí mucho y me parecía un buen escritor. Luego leí a Valle-Inclán, un libro que me llevé de casa de mi abuelo con el que empecé a vivir la convicción, con catorce o quince años, de que en la literatura de adultos había libros que eran mejores y peores».
   Y llegamos a la parte ordenada. Así, en la A, Amis —Martin y Kingsley— y Ajar, Émile, el seudónimo que ideó Romain Gary, por supuesto en la G, y con el que ganó dos veces el Goncourt. En la C, Chandler y Cortázar; en la D, Dos Passos, Doctorow, Durruti, y en la B, Baroja, en esas ediciones, exquisitas, de Caro Raggio, al lado de Barral; dos ejemplares de Figuración y fuga de la misma edición, pero que por esos caprichos editoriales tienen dos camisas distintas. Me cuenta que estaba estudiando y por la radio leyeron un poema de ese libro. Ese que comienza:

   Porque conocía el nombre de los peces,
   aun de los más raros,
   y el de los caladeros, y las señas
   de las lejanas rocas submarinas...

   
Lo aprendió de memoria y tuvo ese deslumbramiento, la impresión prodigiosa de descubrir en las palabras de siempre nuevos significados, nuevas maneras de nombrar, de decir.
   En la A, también, su amigo Atxaga, tapado por una vieja foto que salió en El Periódico en la que Pisón posa junto a su hijo Diego y que a lo largo del tiempo se ha ido poniendo reiterada y fatalmente azul.
   Y también Vila-Matas y Mendoza y Melville, y la pila de libros de lecturas urgentes, inmediatas, escondida detrás de la puerta, donde están, no se puede decir desde cuándo, James Salter, Némirovsky, Harpo Marx y Mi infancia y juventud, de Ramón y Cajal, en Austral, y dos tomos, en inglés, arriba, tal vez recién llegados, de Alice Munro.
   Faltan sus propios libros. Apenas media balda en una pequeña estantería en su cuarto. «Al final ocupas un huequecito así», afirma. «Tanto trabajo y tanto darle vueltas pan escribir este puñadito de libros, no mucho más de una esquina», dice con esa lúcida, tal vez inevitable melancolía, mientras Charly, el perro con el que casi no se habla, y que es única y exclusivamente de su hijo (recalca), le mira a medias con indiferencia, a medias también un poco con desdén. Ese de los perros que han decidido que tampoco quieren hablar con uno.

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JOHN LANCHESTER, Novela familiar, Anagrama.

«Es uno de los libros que más me ha impresionado, la historia de una mujer que cambia su biografía por la de una de sus hermanas; una familia cuya historia se sustenta en la mentira».
IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN, Carreteras secundarias, Anagrama.

«Carreteras secundarias es el libro con el que me hago mayor. Después de madurar como escritor en público con otros libros, esta es la primera novela en la que sabía qué escritor quería ser».

MIGUEL DELIBES, Viejas historias y cuentos completos, Menoscuarto.

«Hay un cuento suyo que siempre me gustó y que recogí en la antología Partes de guerra. Se titula El refugio y aporta la mirada de unos niños que bajan a un refugio durante un bombardeo, y cómo ven la guerra desde su singular, infantil, punto de vista».

50 RAZONES PARA AMAR A SHAKESPEARE, William Shakespeare

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WILLIAM SHAKESPEARE, 50 razones para amar a Shakespeare, Plataforma, Barcelona, 2016, 136 páginas.

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Francisco García Lorenzana confiesa en la Presentación (pp. 9-13) que «extraer solo algunas perlas de sabiduría» de la vasta obra de Shakespeare es «un reto condenado al fracaso». El tomo presenta las citas organizadas temáticamente: desde la A de admiración (p. 21) a la V de virtud (p. 133).
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El verdadero objeto del ambicioso es puramente la sombra de un sueño.
Hamlet
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Si no recuerdas ni la más mínima locura que has cometido por amor, es que nunca has amado.
A vuestro gusto
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El curso del amor verdadero no es nunca suave.
Sueño de una noche de verano
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Es mayor dolor sufrir las penas del amor que las conocidas injurias del odio.
Sonetos
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El tiempo va con muletas hasta que el amor ha cumplido con todos sus ritos.
Mucho ruido y pocas nueces
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Los cobardes muere muchas veces antes de morir, pero los valientes solo saborean una vez la muerte.
Julio César
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La piedad, como un recién nacido desnudo, cabalga sobre la tormenta.
Macbeth
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Las maldades que cometen los hombres, les sobrevive; las bondades con frecuencia se entierran con sus huesos.
Julio César
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El orgullo se devora a sí mismo. El orgullo es su propio espejo, su propia trompeta, su propia crónica; quien se enorgullece de una proeza la devora al alabarse.
Troilo y Crésida
 

DE BUEN HUMOR, José Santugini

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JOSÉ SANTUGINI, De buen humor, Pepitas de calabaza, Logroño, 2012, 260 páginas.

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Reivindica Santiago Aguilar en Santuginízate (pp. 7-11) la figura literaria de José Santugini, más conocido por su faceta de guionista al servicio de Rafael Gil, Egdar Neville o Ladislao Vajda. Esta antología de relatos publicados en revistas como Buen Humor, Blanco y Negro o Cinegramas, servirá para recuperar a uno de los humoristas de la «otra generación del 27».
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UN EPISODIO ROMÁNTICO

   Ella era rubia, muy bella y y silbaba deliciosamente. Yo era un entusiasta del pelo claro, un rendido admirador de la belleza femenina y sabía imitar a la perfección el ladrido de toda clase de perros. Habíamos nacido el uno para el otro, como dicen en las novelas de amor.
   La conocí en el gabinete de espera de un célebre especialista en enfermedades mentales y nos amamos desde el primer momento. Se cruzaron nuestras miradas, a las miradas siguieron los gestos y a los gestos las palabras. Cuando agotamos estas, que fue pronto, tomamos a la mímica. Ella me guiñó el ojo izquierdo, después el derecho, luego cerró los dos y, por último, hizo sonar sus manos en alegres castañetas, como si se dispusiera a bailar una danza regional... Al mismo tiempo, sus labios plegados dejaban salir un tenue dulce silbido. Confieso que en aquel instante mi indecisión, mi duda, fue horrible. ¿Qué actitud adoptar?... Había que corresponder de algún modo a aquellas pruebas de confianza y de afecto que ella me daba, y no sabía cómo. Tras de dar vueltas a mi cerebro buscando una solución, me decidí a ladrar. El ladrido fue tan perfecto que ella rió mucho y los demás concurrentes me aplaudieron con entusiasmo. Y ya, embriagado por el éxito, abandoné mi asiento, me puse a cuatro patas sobre el suelo y, a saltitos y sin dejar de ladrar, me aproximé a ella.
   —La amo a usted —dije cuando estuve muy cerca.
   Y oí su voz que me respondía temblando:
  —Yo también le amo... Voy a seguir silbando y usted me contestará como si fuera un perro, ¿quiere?... ¡Resulta muy divertido!
   ¡Habíamos nacido el uno para el otro!

   Algún tiempo más tarde, cuando ella se cansó de emitir silbidos y yo de ladrar, decidimos casarnos... Nos casamos.
   Era tan grande el cariño que sentíamos el uno para el otro, que la palabra resultaba efímera para expresarlo. Ella, comprendiéndolo así, tuvo una feliz ocurrencia: la de escribir sus sentimientos en vez de pronunciarlos.
   Se pasaba el día escribiendo, con una bella letra picuda, dulces palabras de amor: «Me siento completamente feliz». «Cada día que pasa te amo más». «Soy tuya, toda tuya»...
   De este modo, el pensamiento era más duradero y más real que si hubiera sido encomendado a la voz.
   Cuando agotó todo el papel que poseíamos, decidió, después de una pequeña duda, transcribir su pasión en las blancas paredes de nuestra casa, que, dado su gran cariño, viéronse pronto ennegrecidas por los admirables trazos caligráficos de la amada.
   El comedor fue la primera estancia que se llenó con los primores de su letra. «Te quiero más que ayer», podía leerse infinidad de veces en las cuatro paredes.
   La sala tuvo igual suerte que el comedor, que el dormitorio, que la cocina y que mi despacho: «Te idolatro». «No puedo vivir sin ti». «Eres mi único y verdadero amor».
   Cuando solo quedaba inmune, nítido, el pasillo, surgió aquella desavenencia que deshizo nuestra felicidad... Fue aquel día en que, sin duda iluminado por un espíritu maléfico, le advertí.
   —Creo que vamos a tener necesidad de blanquear la casa. Las visitas se ríen de nosotros.
   Jamás lo hubiera dicho. Ella me miró unos instantes, con fiereza, y repuso mascando las palabras: —¡Está bien! Ya no me quieres, lo comprendo. No me quieres y por eso tratas de borrar las huellas de mi amor. ¡Qué miserable es tu conducta!... ¿No sabes que los egipcios grababan en las fachadas, en los muros, su historia, la narración de los hechos más gloriosos y que los árabes bendecían y elogiaban a Aláh del mismo modo?... ¿Acaso ignoras que yo, al imitarlos, no hago sino escribir también la más grande historia de amor y ensalzarte a ti como si fueras una divinidad?... ¡Ah, soy muy desgraciada!...
   No quiso escucharme. Sorda a mis súplicas, cogió un lápiz y, en las nítidas paredes del pasillo, fue escribiendo sus últimas y terribles impresiones: «¡Te odio! ¡Te aborrezco! ¡Soy muy desgraciada!».
   Dos horas más tarde, el pasillo había corrido igual suerte que el resto de la casa. Abrió la puerta del piso y prosiguió su trabajo por la escalera: «¡Te odio! ¡Te aborrezco! ¡Soy muy desgraciada!». Los letreros se sucedían rápidos y muy pronto se encontró en el portal.
   Cuando hubo llenado este, salió a la calle y principió a escribir en la fachada de nuestra casa; después, en la de la casa próxima.
   La perdí de vista cuando, escribiendo, escribiendo, traspuso la esquina... No la he vuelto a ver. Para vengarme de ella he mandado blanquear la casa y ahora soy yo el que la está llenando con una sola palabra: Es esta: «¡Estúpida! ¡Estúpida!».
   Pero mi vida está deshecha...

Buen Humor, número 224, 14 de marzo de 1926

22 CARTAS EXTRAORDINARIAS DE ESCRITORES MUY REALES, María Negroni

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MARÍA NEGRONI, 22 cartas extraordinarias de escritores muy reales, Impedimenta, Madrid, 2016, 126 páginas.

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Edita Impedimenta este libro bellamente ilustrado por Jean-François Martin. En el Prólogo Negroni recuerda un dicho de Clarice Lispector: «Perderse es un encontrarse peligroso.» El lector puede guiarse teniendo como brújula estas epístolas.
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 Westport,7 de julio de 1937

Oona,

Tu mundo, lleno de bares y gente rica, me produce pavor. No logro entender qué puede atraerte de un medio tan vulgar. Y encima, esos tipos pretenciosos con los que te gusta codearte, esos sátrapas, más allá de toda redención, que siempre se las ingenian para vincular cada maldita cosa que sucede con sus pequeños egos. Vaya manga de cretinos. Y pensar que siempre me trataron con desprecio, como a un chico judío. Ellos que no tienen, ni tendrán jamás, una sola idea en la cabeza.

Siempre quise impresionarte, Oona, lo confieso. Hubiera hecho cualquier cosa por conseguir tu admiración, incluso asesinar. Por suerte, no lo hice. Al héroe inadaptado de mi futura novela, no le habría gustado. Además, un hecho tal me habría obligado a pasar el resto de mi vida dando explicaciones a gente deleznable. Prefiero parecer intempestivo, incluso quedarme mirando a los chicos que giran en la calesita, mientras paso revista a las delicias de este conmovedor planeta.

Puede ser que, como dices, esté loco (y ahora te esté escribiendo desde un psiquiátrico). También es posible que no tenga otro mundo que el jardín manchado de mi infancia y que pase el resto de mis sosteniendo que la mejor función del arte es no tener ninguna. No estaría mal: yo siempre preferí la condición desafiliada. Por lo demás, no quiero ser un pequeño Hemingway. Tengo, para eso, que publicar poco. Publicar, además, es un maldito engorro. El pobre tipo que lo hace se las tiene que ver, más temprano que tarde, con la casta de alacranes-con-orejas-de-lata que son los críticos.

Eso no me impedirá ganar dinero. Miles de personas van a leerme, me daré maña, ya verás. Y eso ocurrirá, te lo aseguro, sin que me vuelva un farsante como tus amigos.

¿Tendrás tiempo de venir algún día a visitarme a Nueva York? Me gustaría ver de nuevo tus ojos que miran, al mismo tiempo, a todas partes y a ninguna. Podríamos pasear por esta ciudad nerviosa, visitar el zoo de Central Park, recorrer el Museo de Ciencias Naturales y averiguar adónde van los patos del lago cuando llega el invierno y todo se vuelve tan horrible que es casi hermoso.

Sin duda, te idealicé como una chica sigilosa, además de frívola, sin ver que tenías tan buen corazón como una maldita loba.

Ahora sólo me resta esperar una amnesia romántica, una amnistía de mis errores amorosos. No puedo ya perder el tiempo. Tengo que escribir, tengo que enclaustrarme fuera del alcance de los observadores de pájaros. Si es necesario, construiré un bunker —o varios, uno adentro de otro— para que nadie pueda dejar huellas de neumáticos en mis rosales. Así me protegeré de los intrusos, nadie traspasará mi mundo suspendido adentro de un diorama, salvo mi perro Benny, porque a un Perro no tienes que explicarle, ni siquiera con monosílabos, que algunas veces un hombre necesita estar solo con su máquina de escribir.

Sé que vas a decir que tengo un problema con la raza humana. Puede ser. Mi problema es que cuando quise entrar a la raza humana, ya no quedaban hombres y el mundo me pareció un poco baldío. ¡Bah! ¡Por mí, se vaya todo al diablo!

Te deseo lo mejor, con amor y sordidez,

Salinger



LAS RAZONES DEL VIENTO, José Iniesta

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JOSÉ INIESTA, Las razones del viento, Renacimiento, Sevilla, 2016, 76 páginas.

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SIN RESPUESTA

¿Adónde van los días en su vuelo?

¿Adónde,
                por el aire,
                                  lo que somos?

PARAPENSARES, Miguel Agudo Orozco

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MIGUEL AGUDO OROZCOParapensares, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2017, 68 páginas.

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Soy 70% agua y 30% náufrago.
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Morderse el labio también es comerse la cabeza.
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Vida = salud partida por el tiempo.
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Los curas nacen por inseminarización.
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Aviso a optimistas: donde hay una solución, hay un problema.
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Los epitafios son para quienes no se callan ni muertos.
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Ando pensando, es decir, reflexiono las piernas.
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A quien, tras confiarle un secreto, diga: “Soy una tumba”, deberías preguntarle si cree en la resurrección.

FULGORES BREVES DE LARGO INSOMNIO, Edilberto Aldán

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EDILBERTO ALDÁN, Fulgores breves de largo insomnio, Ficticia, México D.F., 2013, 82 páginas.

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ARTISTA

   Entonces dijo: Hagámoslo a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
   No encontrando espejo alguno, modeló a ciegas.

LA GUIRNALDA DE AFRODITA, André Ferdinand Herold

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ANDRÉ FERDINAND HEROLD, La guirnalda de Afrodita, Alberto Corazón, Madrid, 1979, 190 páginas.

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Traduce al castellano esta Colección de epigramas amorosos de la antología griega (editada por Ferdinand Herold) Enrique Fernández Latour. En Sobre una flor —erótica— de la «Palatina» (pp. 7-10) Luis Antonio de Villena afirma: «el epigrama revela deliciosamente el trajín de una sociedad urbana, regida por una moral de amplia tolerancia ética, (el helenismo pagano), donde el hedonismo y el sexo no son vedada clausura, sino abierto placer».
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EL AMOR VENDIDO

   ¡Que sea vendido! Aún duerme sobre el seno de su madre, ¡qué importa! ¡Preciso es que sea vendido! ¿Para qué alimentar este niño audaz? Tiene alas, sus uñas hacen ya ásperos rasguños, es caprichoso, llora y de pronto se echa a reír. Es porfiado, hablador, indiscreto, salvaje. Ni su madre logra domesticarlo: es un monstruo. Será, pues, vendido.
   ¿Hay algún mercader que quiera comprar un niño? Bienvenido será si, sobre todo, embarca para un país lejano.
   Pero he aquí que el niño suplica y, mira tú, se llena de lágrimas. Anda, no te venderá aún; tranquilízate. Sé el compañero de Zenófila.

CUANDO LA VIDA SE PONE PERRA, Miguel Torija

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MIGUEL TORIJA, Cuando la vida se pone perra, Urania Ediciones, Castellón, 2013, 100 páginas.

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VIERNES EN EL CAFÉ NACIÓN

   “No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.” Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café Nación. Habla sola, ajena al auditorio de sombras que, al otro lado de los ventanales, desafían al frío armadas con la cálida esperanza de que tampoco hoy Doña Rosa recuerde que no es viernes. Mientras habla, arrastra torpemente las sillas y las mesas vacías componiendo una coreografía enternecedora, que da como resultado una maraña tan indescifrable como su monólogo. “Volverán aquellos tiempos, si nos unimos, si no tenemos miedo, volverán” continúa diciendo.
   En la calle, la luz del amanecer comienza a dibujar en las sombras rostros famélicos uniformados con vivaces ojos que, insistentemente, buscan entre la bruma el reloj del campanario. “Falta poco” se escucha justo antes de que, desde el campanario, lleguen ocho tañidos melancólicos. Doña Rosa, al oír las campanas, se acerca a la puerta y la abre. Lanza una mirada desconcertada hacia la docena de indigentes que se han agolpado ante la puerta. Todos le sonríen tensos mientras saca del bolsillo del delantal dos carteles magnéticos. Intenta leerlos pero a las letras les cuesta descubrir el camino correcto entre la lengua y el paladar. Solo algunas palabras suenan diáfanas: “horario, almuerzo, té, bollería, gratis, hoy viernes”. Las dos últimas parecen inquietarle y las repite “hoy viernes”, “hoy viernes”. Finalmente, da un último vistazo a los dos carteles, se decide por uno de ellos y lo acerca al marco de la puerta para que quede allí adherido. La expectación termina con un sonoro alivio. Hoy vuelve a ser viernes en el Café Nación.

EL DIABLO SE ESCONDE EN LOS DETALLES, Yurena González Herrera

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YURENA GONZÁLEZ HERRERA, El diablo se esconde en los detalles, Escritura entre las nubes,  Santa Cruz de Tenerife, 2016, 72 páginas.

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MONSTRUOS JUNTO A LA CAMA

   Yo la miro por encima de la manta, tapada hasta la nariz. Ella espera, balanceándose en la mecedora. La madrugada es testigo de nuestro duelo: el mío con el sueño, el suyo con mi vigilia.

NANOMORALIA, Vicente Luis Mora

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VICENTE LUIS MORA, Nanomoralia, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2017, 84 páginas.

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El yo es la interfaz entre el cuerpo y el mundo.
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El muerto que tú ves no es muerto porque tú lo veas; es muerto porque no te ve.
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Desde lejos parecía que él la abrazaba, pero en realidad la utilizaba como escudo humano.
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Un best-seller es un libro que nadie quiere leer, sino haber leído.
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El aburrimiento hace extraños compañeros de mano.
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Escribir bien sin publicar es algo hermoso y terrible a la vez, como un violinista que ejecuta su mejor solo en la cima de una montaña desierta.
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Las neuronas son esas ramas de árbol que ves en sueños.
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Los espejos nos maravillan porque nos brindan un mundo sin peso, gravitación o aspereza.
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Soledad es lo que sientes cuando, tras hacer una llamada de necesidad en un teléfono público, te sobra saldo y no se te ocurre a quién llamar.

ATLAS DE LOS LUGARES MALDITOS, Olivier Le Carrer

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OLIVIER LE CARRER, Atlas de los lugares malditos, GeoPlaneta, Barcelona, 2015, 136 páginas.

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En Los riesgos del viaje (pp. 6-7) se revela la utilidad de este libro; en él «el inocente turista hallará la información necesaria para evitar quedar atrapado en un lugar imposible». 
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138° 37' E - 35° 28' N

AOKIGAHARA: EL BOSQUE DE LOS SUICIDAS


¿Puede ser una vegetación impenetrable más perjudicial para la salud que una zambullida en agua fría? La cuestión merece meditarse, pero la impresionante mortalidad constatada en el inquietante «océano de árboles» de Aokigahara no tiene nada que envidiar a la del famoso Golden Gate de San Francisco, hasta aquí referencia mundial de los candidatos al suicidio. Las autoridades locales —es decir la prefectura de Yamanashi— estiman en un centenar el número de personas que vienen cada año a poner fin a sus días en este sombrío bosque situado a los pies del fotogénico monte Fuji, y la cifra tal vez se quede corta, ya que, a diferencia del puente californiano, donde el salto fatal pocas veces se hace sin testigos, aquí es imposible llevar una contabilidad de los desgraciados que se internan en la bóveda vegetal y no vuelven a aparecer. Solo los cuerpos hallados durante las batidas anuales organizadas por voluntarios entran en las estadísticas. A los desesperados se añaden por otro lado los infortunados o los imprudentes, que entran para impregnase de la atmósfera de este lugar misterioso... y después: son incapaces de encontrar la salida. Y no es que el bosque tenga unas dimensiones gigantescas: apenas ocupa 3000 hectáreas, es decir, a vuelo de pájaro, una distancia de 2 kilómetros para atravesar su lado más ancho. Pero los caminos son escasos, la luz, tenue debido a la densidad de la vegetación, y el suelo, irregular, cubierto de un musgo espeso que disimula profundos socavones, hacen difícil la progresión. También se dice que las brújulas se vuelven locas, que el GPS no funciona y que ninguna comunicación telefónica pasa bajo los árboles. Se habla de la famosa novela de Seicho Matsumoto, Nami no tou (La torre de las olas), publicada en 1960, que habría hecho famoso el lugar porque dos amantes se suicidan en él, afirmando que no hay mejor lugar para poner fin a sus vidas... Pero la gente de la región sabe muy bien que la muerte merodea por aquí desde hace mucho tiempo, que los jurei —los fantasmas de los desaparecidos que vagan por el mundo a la espera de encontrar el paraíso— son habituales en Aokigahara. ¿Acaso el bosque no conoce desde hace más de un siglo la práctica del ubasute, la tradición consistente en que las personas ancianas se retiren ellas mismas a un lugar aislado para morir, a fin de no ser una carga para sus familias? El ubasute en principio ya no forma parte de los usos y costumbres, pero, a pesar de los carteles disuasorios colocados en las entradas del bosque y de la acción preventiva de los equipos de voluntarios de Yamanashi, la atracción morbosa de Aokigahara sigue siendo muy fuerte.

DE FUSILAMIENTOS, Julio Torri

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JULIO TORRI, De fusilamientos, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1984, 180 páginas.

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ESTAMPA

   El día fue caluroso. Se comienza a llenar de opalina sombra la hondonada, por cuyo fondo discurren ondas brillantes y tersas. Los árboles extienden espesas copas sobre la grama. En rústicos bancos están repartidas algunas parejas, las cabezas inclinadas, las caras graves y felices, perdidas las miradas en el tramonto. No se escuchan las palabras que murmuran los labios, pero se adivinan apasionadas y dulces, de las que levantan hondas resonancias en el espíritu. Ponen las girándulas su amarilla nota en el cielo verdemar, color de alma de Novalis. Los astros arden entre el follaje. Un niño juega con su perro. De las aguas asciende frescor perfumado que orea las frentes y extasía nuestros sentidos, penetrándolos con su caricia clara. Lucen al escondite las luciérnagas.
   Fuera del cuadro un melancólico, la cara negra de sombra bajo el puntiagudo sombrerillo, herido de amorosas penas tasca desdenes y medita en insolubles enigmas. La tarde divina armoniza sus querellosas preocupaciones.

ESTÉTICA UNISEX, Marco Aurelio Chavezmaya

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MARCO AURELIO CHAVEZMAYA, Estética unisex. Antología personalFondo Editorial Estado de México, México D.F., 2014, 260 páginas.

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ALTÍSIMA SEÑORA

   Te conocí temprano, cuando fuimos al panteón a enterrar a mi hermanita en una caja de zapatos. Te llevaste a mi abuelo Diego, el taumaturgo, y yo no pude beber, salvo en retrato, la dulzura verde de sus ojos claros. Se fue contigo mi abuela Lucina, la noble, una noche, entre el aullido desamparado de sus hijos. Y yo me refugié en un juego de niños para no mirarte a la cara. Advertí tu sombra al pie del lecho en el que mi otra abuela, Cointa, la firme, la pétrea, imploraba por un pedazo de aire, un brevísimo trozo de oxígeno que tú no quisiste darle ni a cambio de todas las lágrimas presentes y futuras. Y más tarde, mi abuelo Tomás te mentó la madre corajudo y musical porque sentía cercana su derrota. Pero de él sí conocí las últimas notas de su bohemia, el último pizzicato de un vals largamente añejado. Años antes o después, soldado a mi cama de hospital, te reencontré. Acudías puntual con tu vestido blanco y tu cofia a hurgar mi vientre con el ácido nuclear de tu mano descarnada. 
   Desde entonces te he mirado siete veces al rostro. Y he cantado “Todavía no me muero”, con el vaso y el verso en alto, murmurando tu oscuro nombre: perra, flaquita, incansable, puta, hedionda, blanca, inextinguible, altísima señora. 
   Y aquí estoy, al pie de mi palabra, esperándote, como siempre.

DEL REINO DEL DEMONIO, Pedro Rangel Mora

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PEDRO RANGEL MORA, Del reino del demonio, Ediciones Actual-ULA, Caracas, 2010, 122 páginas.

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NOCHES DE PERRO

   Soñé con unas agujas de reloj persiguiéndome. Corría desesperado evadiendo el segundero, saltando el minutero, pisando la aguja chica. Al día siguiente cambié el reloj por uno digital, y esa noche me soñé caminando, trotando, corriendo sobre los números al rotar, sin poder parar, jadeante, desesperado. 

EL GUARDIÁN DEL MUSEO, Julio Miranda

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JULIO MIRANDA, El guardián del museo, Monte Ávila, Caracas, 1992, 96 páginas.

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VIDA DE PERROS

   Somos pobres. Nunca hemos podido tener un perro. ¡Y nos gustan tanto! Por eso decidimos turnarnos: cada uno haría de perro un día entero.
   Al principio nos dio un poco de vergüenza, sobre todo a mis padres. Lo imitaban muy mal. Algún ladrido y mucho olfatear. Yo era el que más gozaba, orinando donde quería.
   Pero se convirtió en una fiesta. Esperábamos que nos tocara, nerviosos. La noche antes ya se nos escapaba algún grrrr, algún guau. Mamá no se ocupaba de la casa. Papá no iba al trabajo. Yo me salvaba de la escuela. Y ellos se divertían más que yo, saltándose las reglas, mordiéndose y lamiéndose y rascándose y montándose encima y revolcándose, aunque a los dos no les tocara ser perro. Les decía que era trampa. Me mandaban al cuarto.
   La casa está hecha un asco. A papá lo botaron. Yo tengo que ir a clases todas las mañanas y luego las tareas. «Otro día haces de perro», me dicen, «otro día», riéndose.
   No es justo.

POLVO EN LOS OBJETOS, Mateo Nicolau de las Moras

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MATEO NICOLAU DE LAS MORAS, Polvo en los objetos. Relatos y microrrelatos, 2015, 90 páginas.

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UN SUEÑO DE ARENA

   El pequeño Pablo se ha ido a dormir un poco preocupado, ha visto discutir a su padre por teléfono, le ha escuchado asustado y enfadado así que luego ha tenido un mal sueño. Estaba en un desierto y no había nadie excepto él, mirara donde mirara no se veía nada, sólo cielo y arena. De repente se formó un gran remolino bajo sus pies, uno enorme donde se caía y daba vueltas. El remolino se levantó convirtiéndose en un gran tornado, uno colosal, él estaba en la parte más alta donde fue cogiendo forma una cabeza monstruosa, ciclópea con la cara de su padre. Ésta gritaba con una potencia descomunal, lloraba arena y bramaba un dolor insoportable, Pablo sufría porque quería ayudarle pero no podía hacer nada ya que sólo era un grano de arena en medio de aquella tormenta.  

TRAZADO: UN ATLAS LITERARIO, Andrew DeGraff & Daniel Harmon

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ANDREW DeGRAFF & DANIEL HARMON, Trazado: Un atlas literario, Impedimenta, Madrid, 2016, 126 páginas.

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En la Introducción (pp. 9-13) el ilustrador Andrew DeGraff explica el proceso de selección de las diecinueve obras sobre las que trazó sus mapas. En este caso, los textos que escribe Daniel Harmon sobre, por ejemlpo, Esperando a Godot, Informe para una academia, Orgullo y prejuicio, Moby Dick o Robinson Crusoe son el complemento al trabajo visual de DeGraff.
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INTELIGENCIA INFINITA


Basado en La biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges, 1941.



El infierno ha sido imaginado de infinitas amaneras, pero, en todas ellas —de La epopeya de Gilgamesh al Infierno, de Dante—, se ha descrito siempre como un paisaje, un lugar.

Borges nos lo presenta así: «El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales. (...) una tras otra interminablemente». Ese sentido del peso geográfico permite que «La biblioteca de Babel» funcione como ensayo filosófico a la vez que como una breve crónica de horror existencial.

Aunque la historia se narra al estilo de un manual, su ritmo resulta emocionante, pues nos va revelando la verdadera naturaleza del mundo capa por capa. Primero encontramos la celda individual («... galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas»); luego, el mundo cognoscible para un bibliotecario («Me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací»); y, finalmente, alcanzamos la visión que Dios tiene de este universo entero («La Biblioteca es total..., registra todas las posibles combinaciones») Todo parece muy simple y directo, pero la complejidad y la paradoja inundan el relato de principio a fin. La celda original resulta bastante difícil de imaginar y, a pesar de su increíble tamaño, este universo es, a una escala humana, claustrofóbico («Hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie»). Pero estos detalles no nos allanan el camino a la comprensión. La propia infinitud se nos presenta repleta de contradicciones. Y, en pocas paginas, Borges cambia constantemente nuestra perspectiva, nos lleva al límite de las cosas y nos desconcierta por completo. Al igual que los bibliotecarios de su relato, la mente humana se tambalea sobre el precipicio cuando se pregunta por el infinito.

Conforme desenreda las implicaciones de su biblioteca, Borges va revelando su faceta de filósofo. Pero, también, y por encima de todo, es escritor, y, como tal, a medida que la historia se acerca a su fin, cambia el centro del relato de manera que las espeluznantes profundidades de su particular universo se expanden para apoderarse de los temores emocionales del autor. Este mundo contiene todos los libros y, por lo tanto, nos recuerda que cualquier libro que un autor pueda escribir tiene una importancia evanescente. Hasta el volumen más precioso y sabio acaba colocado en un anaquel, y contiene, como todos los demás, una serie repetida de emes, ees y uves. Nuestro narrador no pierde la esperanza de que exista un orden que lo gobierne todo, pero ese sueño es un arma de doble filo, pues ese mismo orden establece también que su cuerpo caiga libre sobre su tumba en el «aire insondable». En cierro modo, este mapa requiere de poca imaginación. Las palabras de Borges ya han creado su mundo, pero aun cuando este permanece confinado entre cuatro muros, resulta peligrosamente fácil llegar a sumergirse en el abismo que sugiere. El hombre, el bibliotecario imperfecto, nunca puede descansar del todo en estas páginas.

Este mapa, además, carece de flechas, pues, como lectores, nos encontramos en todas partes y en ninguna.



EL FINAL ESTÁ CERCA, Eduardo Cruz Acillona

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EDUARDO CRUZ ACILLONA, El final está cerca, Círculo Rojo, El Ejido, 2013, 112 páginas.

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Aun a sabiendas del destino que le esperaba, el cántaro no podía dejar de ir a la fuente en los brazos de aquella mujer.

MIRAR DE REOJO, Sergio García Clemente

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SERGIO GARCÍA CLEMENTE, Mirar de reojo, Cuadernos del Vigía, Granada, 2017, 56 páginas.

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"Irónicos, desengañados y lúcidos, los aforismos de Mirar de reojo son certeros y dan que pensar" destaca Ramón Eder acerca de este segundo libro de uno de los aforistas españoles más recomendables de la actualidad.
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Hay pocos placeres distintos al alivio.
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Las ideologías son el sudario de las ideas.
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Cuando un imbécil te da la espalda te ofrece su mejor cara.
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Basta un gesto sensual de la vida para que la tristeza nos sea infiel.
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Hazte cada vez más pequeño. No dejes espacio a la herida.
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Disfrazar de escepticismo la interesada ambigüedad.
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La madurez parece consistir en ir apagando los fuegos que nos hacían hervir la sangre.
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Todo culpable tiene el atenuante de sus heridas invisibles.
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El silencio también puede ser una trinchera.
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Los espejismos nos reflejan mejor que los espejos.
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El que ama nunca se limita a sobrevivir.

#ELSUEÑODELAMARIPOSA, Juan Romagnoli

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JUAN ROMAGNOLI, #ElSueñodelaMariposa, Macedonia, Morón, 2013, 190 páginas.

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Con ilustraciones de Juan Luis López Anaya.

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Ya escribí el mensaje y lo encerré en una botella. Sólo me falta un mar.

MINIFICCIONES, Marcos Rodríguez Leija

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MARCOS RODRÍGUEZ LEIJA, Minificciones, Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2002, 64 páginas.

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DESPERTAR

   Begoña cayó dormida y soñó con una ciudad hermosa, llena de aves blancas que surcaban un cielo azul como el inmenso mar. Soñó que había grandes palacios donde vivían reyes que cabalgaban unicornios mágicos, capaces de pintar el arco iris con su largo cuerno.
   Begoña despertó entre la oscuridad de un cuarto apestoso a mierda. La puerta principal se abrió de nuevo. Su padre se acercó otra vez desnudo a ella. 

FILATELIA, Aitor Francos

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AITOR FRANCOS, Filatelia, Renacimiento, Sevilla, 2017, 72 páginas.

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José Cereijo en Aprender a mirar (pp. 7-12) señala que la pretensión del haijin es «desnudar a lo real del disfraz, del camuflaje que el hábito le impone». Francos consigue con sus versos educar la mirada del lector, que hallará en este libro una suerte de caleidoscopio, con el que acercarse a las múltiples caras con las que lo real se pasea ante nuestros ojos y, sólo algunos, como él, estrangulada la rutina, son capaces de ver.
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La lejanía

se posa en la mirada
del gavilán.

PURO CUENTO, Alberto Gálvez Olaechea

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ALBERTO GÁLVEZ OLAECHEA, Puro cuento, Fauno, Lima, 2012, 96 páginas.

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VISITA

   Tic-tac, tic-tac, minuto 1, entrada veloz al locutorio, en la oscuridad cada quien busca a su familia, los gritos se suceden hasta que encontramos el cubículo correcto. Las mamás o las esposas entran arrastrando inmensos costalillos.
   Tic-tac, tic-tac, minuto 5, en la semipenumbra del locutorio tratamos de descifrar los rostros y desenredar las palabras anudadas en la garganta.
   Tic-tac, tic-tac, minuto 10, intercambiamos los informes, los litigios, el abogado, la salud de los hijos y la abuela, los problemas y los pequeños dramas familiares.
   Tic-tac, tic-tac, minuto 20, mutuas recomendaciones, intercambio de bendiciones y encargos para el próximo mes. Salen los trabajos, entran los materiales.
   Minuto 30, ruido de silbatos y gritos: "¡Señores, la visita ha terminado!". Apenas hay lugar para una lágrima. El siguiente grupo espera, amontonado y ansioso, por su media hora.

BREVIARIO MÍNIMO, Diego Muñoz Valenzuela

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DIEGO MUÑOZ VALENZUELA, Breviario mínimo, Liberaliza Ediciones, Santiago de Chile, 2011, 50 páginas.

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Las ilustraciones de Luisa Rivera acompañan a cada uno de los veinte microrrelatos de este volumen.
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DEMONIOS VAGOS

   Era un demonio tan pequeño como horrible. Lo encontré vagabundeando entre mis libros, de modo que me sentí autorizado para atraparlo y meterlo en un frasco. Emitió un espantoso hedor a azufre: saltó, bramó, expelió fuego por su pequeña y perversa boca. Me divertí contemplándolo: era un demonio muy temible, solo que demasiado pequeño. Enfureció hasta el paroxismo cuando le anuncié que iba a convertirlo en amuleto. Estrellaba su menudo cuerpo escarlata contra las paredes transparentes con empecinamiento notable. Terminó extenuado.
   Después de varias semanas, luce más tranquilo. Quizás resignado. Insiste mediante señas en que desatornille la tapa del frasco, pero no. Desconfío de él. Suelto, no hay demonio manso. Eso decía mi abuela. 

333 MICRO-BIOS, Edgar Allan García

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EDGAR ALLAN GARCÍA, 333 micro-bios, Alicia Rosell Servicios Editoriales, Bilbao, 2011, 160 páginas.
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43

   Nada más romper nuestro noviazgo, vino a llevarse una que otra cosilla que yo suponía que me las había regalado pero que, por lo visto, me las había dado solo mientras estuviera con ella. Se llevó entonces el telescopio con el que ella solía espiar las estrellas, el iPod que me dio en mi cumpleaños y que contenía todas sus canciones preferidas, los electrodos para su dolor de espaldas que me regaló en la última navidad, las tres novelas sobre vampiros que a ella tanto le gustan, el cachorro de cocker spaniel al que bautizó con mi segundo nombre y, tras buscar y rebuscar por toda la casa, terminó por llevarme a mí también que, según ella, no era bueno que me quedara tan solo, pero sobre todo, tan sin ella.

DE ANTIFÁBULAS Y FICCIONES, Alberto Sánchez Argüello

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VIOLENCIA

   El perro se desquitaba con el gato, el gato con el ratón, el ratón con la pulga. Todos entraron en shock cuando la pulga entró con dinamita.

HISTORIAS DE NUEVA YORK, O. Henry

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O. HENRY, Historias de Nueva York, Nórdica, Madrid, 2012, 184 páginas.

DESPUÉS DE VEINTE AÑOS

   El policía de ronda subió por la avenida majestuosamente. La majestuosidad era habitual y no de exhibición, porque espectadores había pocos. Aún no eran las diez de la noche, pero frías ráfagas de viento con sabor a lluvia casi habían despoblado ya las calles.
   Comprobando puertas mientras hacía su recorrido, haciendo girar la porra con muchos movimientos diestros e intrincados, girándose de vez en cuando para lanzar su mirada vigilante por la pacífica avenida, el policía, con su figura fornida y su ligero balanceo, componía una excelente imagen de un guardián de la ley. El vecindario era de los que se acuestan temprano. De cuando en cuando podrías ver las luces de una cigarrería o de una cafetería de las que están abiertas toda la noche; pero la mayoría de las puertas pertenecía a locales de negocios que hacía mucho que habían cerrado.
   Cuando iba por la mitad de una cierta manzana, el policía aminoró de pronto el paso. En la entrada de una ferretería a oscuras había un hombre apoyado, con un cigarro apagado en la boca. Cuando el policía llegó hasta él, el hombre habló rápidamente.
   —No pasa nada, agente —dijo, en un tono tranquilizador—. Solo estoy esperando a un amigo. Nos citamos aquí hoy hace veinte años. Le suena un poco raro, ¿verdad? Bueno, le explicaré por si quiere usted cerciorarse de que no hay problema. Hace todo ese tiempo había un restaurante aquí, donde está ahora esta tienda... el restaurante de «Big Joe» Brady.
   —Hasta hace cinco años —dijo el policía—. Lo echaron abajo entonces.
   El hombre de la entrada de la ferretería rascó una cerilla y encendió el cigarro. La luz mostró un rostro pálido de mandíbula cuadrada y ojos penetrantes, con una pequeña cicatriz blanca cerca de la ceja derecha. Su alfiler de corbata era un diamante grande, en una posición extraña.
   —Hace esta noche veinte años —dijo el hombre—yo cené aquí en «Big Joe» Brady con Jimmy Wells, mi mejor amigo y el mejor tipo del mundo. Él y yo nos criamos juntos aquí en Nueva York, como dos hermanos, siempre unidos. Yo tenía dieciocho y Jimmy veinte, y a la mañana siguiente yo debía salir hacia el Oeste para hacer fortuna. A Jimmy no había manera de sacarle de Nueva York; él pensaba que era el único lugar del mundo. Pues bien, esa noche quedamos en que nos encontraríamos aquí de nuevo exactamente veinte años después de aquella fecha y aquella hora, fuesen cuales fuesen las condiciones en que estuviésemos o de lo lejos que pudiésemos tener que venir. Consideramos que en veinte años cada uno de nosotros debería tener su vida resuelta y su suerte decidida, fuesen cuales fuesen.
   —Eso parece muy interesante —dijo el policía—. Pero es mucho tiempo entre encuentros, me parece a mí. ¿No ha sabido de su amigo desde que se fue?
   —Bueno, sí, durante un tiempo nos escribimos —dijo el otro—. Pero al cabo de un año o dos nos perdimos la pista uno a otro. En fin, el Oeste es un sitio muy grande, y yo andaba corriendo mucho de aquí para allá. Pero sé que Jimmy vendrá a encontrarse conmigo si está vivo, pues fue siempre el amigo más fiel e inquebrantable del mundo. Es imposible que se le haya olvidado. Yo he recorrido más de mil seiscientos kilómetros para estar aquí, en esta puerta, esta noche, y merece la pena si mi viejo amigo aparece.
   El hombre que esperaba sacó un reloj excelente, con las tapas tachonadas de pequeños diamantes.
   —Faltan tres minutos para las diez —proclamó—. Fue exactamente a las diez cuando nos separamos aquí, en la puerta del restaurante.
   —Le fue muy bien en el Oeste, ¿no? —preguntó el policía.
   —¡Puede apostar que sí! Ojalá a Jimmy le haya ido la mitad de bien. Aunque, bueno como era, solo pensaba en el trabajo. Yo he tenido que vérmelas con tipos muy listos para hacerme rico. En Nueva York uno cae en la rutina. Hace falta el Oeste para que uno espabile.
   El policía hizo girar la porra y dio unos pasos.
   —Seguiré mi camino. Espero que su amigo aparezca sin novedad. ¿Se irá enseguida si no aparece a la hora?
   —¡Por supuesto que no! —dijo el otro—. Le daré media hora por lo menos. Si Jimmy aún sigue en este mundo, estará aquí a esa hora. Adiós, agente.
   —Buenas noches, señor —dijo el policía, y continuó su ronda, tanteando puertas.
   Estaba cayendo por entonces una llovizna fina y fría, y el viento había pasado de las ráfagas inseguras a un soplo constante y firme. Los pocos transeúntes que pasaban por aquella manzana aceleraban el paso, lúgubre y silenciosamente, el cuello del abrigo subido, las manos en los bolsillos. Y en la puerta de la ferretería el hombre que había recorrido más de mil seiscientos kilómetros para acudir a una cita, incierta casi hasta el absurdo, con el amigo de su juventud, fumaba su cigarro y esperaba.
   Esperó unos veinte minutos, y luego un hombre alto de abrigo largo, con el cuello subido hasta las orejas, cruzó presuroso desde el otro lado de la calle. Fue derecho hasta el hombre que esperaba.
   —¿Eres tú, Bob? —preguntó, dubitativamente.
   —¿Eres tú, Jimmy Wells? —exclamó el hombre de la puerta.
   —¡Bendito sea Dios! —exclamó el recién llegado, cogiendo ambas manos del otro con las suyas—. Eres Bob, no hay duda. Estaba seguro de que te encontraría aquí si todavía seguías en este mundo. ¡Bien, bien, bien!... veinte años es mucho tiempo. El viejo restaurante ha desaparecido, Bob; ojalá siguiese aún aquí, para que pudiésemos cenar en él otra vez. ¿Cómo te ha tratado el Oeste, viejo amigo?
   —Estupendamente; me ha dado todo lo que le pedí. Has cambiado mucho, Jimmy. Nunca creí que pudieses llegar a crecer varios centímetros más.
   —Bueno, sí, crecí un poco después de los veinte.
   —¿Y te va bien en Nueva York, Jimmy?
   —Moderadamente. Tengo un puesto en uno de los departamentos de la ciudad. Ven, Bob; iremos a un sitio que conozco y hablaremos largo y tendido sobre los viejos tiempos.
   Los dos hombres se pusieron en marcha calle arriba cogidos del brazo. El del Oeste, su egolatría ampliada por el éxito, empezó a delinear la historia de su carrera. El otro, sumergido en su abrigo, escuchaba con interés.
   En la esquina había una botica, brillaba con luces eléctricas. Cuando llegaron a aquella claridad se volvieron los dos simultáneamente para mirar al otro a la cara.
   El hombre del Oeste se detuvo de pronto y retiró el brazo.
   —Tú no eres Jimmy Wells —le soltó—. Veinte años es mucho tiempo, pero no suficiente para cambiar la nariz de un hombre de aguileña a chata.
   —A veces cambia a un hombre bueno en uno malo —dijo el otro—. Llevas diez minutos detenido, «Silky» Bob. Chicago pensó que podrías haberte dejado caer por nuestro territorio y dice que quiere tener una charla contigo. Tómalo con calma, ¿quieres? Eso es más razonable. Ahora, antes de que vayamos a la comisaría, hay una nota que me pidieron que te entregara. Puedes leerla aquí, en el escaparate. Es del patrullero Wells.
   El hombre del Oeste desplegó el trocito de papel que le entregó el otro. Su mano era firme cuando empezó a leer, pero temblaba un poco cuando terminó. Era una nota bastante breve.
Bob: Estuve a tiempo en el lugar que acordamos. Cuando encendiste una cerilla para prender el cigarro vi que era la cara del hombre que buscaban en Chicago. Yo mismo no podía, ya sabes, así que fui a buscar a un detective de paisano para que hiciera él el trabajo.
JIMMY