22 CARTAS EXTRAORDINARIAS DE ESCRITORES MUY REALES, María Negroni
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MARÍA NEGRONI, 22 cartas extraordinarias de escritores muy reales, Impedimenta, Madrid, 2016, 126 páginas.
Oona,
Tu mundo, lleno de bares y gente rica, me produce pavor. No logro entender qué puede atraerte de un medio tan vulgar. Y encima, esos tipos pretenciosos con los que te gusta codearte, esos sátrapas, más allá de toda redención, que siempre se las ingenian para vincular cada maldita cosa que sucede con sus pequeños egos. Vaya manga de cretinos. Y pensar que siempre me trataron con desprecio, como a un chico judío. Ellos que no tienen, ni tendrán jamás, una sola idea en la cabeza.
Siempre quise impresionarte, Oona, lo confieso. Hubiera hecho cualquier cosa por conseguir tu admiración, incluso asesinar. Por suerte, no lo hice. Al héroe inadaptado de mi futura novela, no le habría gustado. Además, un hecho tal me habría obligado a pasar el resto de mi vida dando explicaciones a gente deleznable. Prefiero parecer intempestivo, incluso quedarme mirando a los chicos que giran en la calesita, mientras paso revista a las delicias de este conmovedor planeta.
Puede ser que, como dices, esté loco (y ahora te esté escribiendo desde un psiquiátrico). También es posible que no tenga otro mundo que el jardín manchado de mi infancia y que pase el resto de mis sosteniendo que la mejor función del arte es no tener ninguna. No estaría mal: yo siempre preferí la condición desafiliada. Por lo demás, no quiero ser un pequeño Hemingway. Tengo, para eso, que publicar poco. Publicar, además, es un maldito engorro. El pobre tipo que lo hace se las tiene que ver, más temprano que tarde, con la casta de alacranes-con-orejas-de-lata que son los críticos.
Eso no me impedirá ganar dinero. Miles de personas van a leerme, me daré maña, ya verás. Y eso ocurrirá, te lo aseguro, sin que me vuelva un farsante como tus amigos.
¿Tendrás tiempo de venir algún día a visitarme a Nueva York? Me gustaría ver de nuevo tus ojos que miran, al mismo tiempo, a todas partes y a ninguna. Podríamos pasear por esta ciudad nerviosa, visitar el zoo de Central Park, recorrer el Museo de Ciencias Naturales y averiguar adónde van los patos del lago cuando llega el invierno y todo se vuelve tan horrible que es casi hermoso.
Sin duda, te idealicé como una chica sigilosa, además de frívola, sin ver que tenías tan buen corazón como una maldita loba.
Ahora sólo me resta esperar una amnesia romántica, una amnistía de mis errores amorosos. No puedo ya perder el tiempo. Tengo que escribir, tengo que enclaustrarme fuera del alcance de los observadores de pájaros. Si es necesario, construiré un bunker —o varios, uno adentro de otro— para que nadie pueda dejar huellas de neumáticos en mis rosales. Así me protegeré de los intrusos, nadie traspasará mi mundo suspendido adentro de un diorama, salvo mi perro Benny, porque a un Perro no tienes que explicarle, ni siquiera con monosílabos, que algunas veces un hombre necesita estar solo con su máquina de escribir.
Sé que vas a decir que tengo un problema con la raza humana. Puede ser. Mi problema es que cuando quise entrar a la raza humana, ya no quedaban hombres y el mundo me pareció un poco baldío. ¡Bah! ¡Por mí, se vaya todo al diablo!
Te deseo lo mejor, con amor y sordidez,
Salinger
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Edita Impedimenta este libro bellamente ilustrado por Jean-François Martin. En el Prólogo Negroni recuerda un dicho de Clarice Lispector: «Perderse es un encontrarse peligroso.» El lector puede guiarse teniendo como brújula estas epístolas.
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Westport,7 de julio de 1937
Oona,
Tu mundo, lleno de bares y gente rica, me produce pavor. No logro entender qué puede atraerte de un medio tan vulgar. Y encima, esos tipos pretenciosos con los que te gusta codearte, esos sátrapas, más allá de toda redención, que siempre se las ingenian para vincular cada maldita cosa que sucede con sus pequeños egos. Vaya manga de cretinos. Y pensar que siempre me trataron con desprecio, como a un chico judío. Ellos que no tienen, ni tendrán jamás, una sola idea en la cabeza.
Siempre quise impresionarte, Oona, lo confieso. Hubiera hecho cualquier cosa por conseguir tu admiración, incluso asesinar. Por suerte, no lo hice. Al héroe inadaptado de mi futura novela, no le habría gustado. Además, un hecho tal me habría obligado a pasar el resto de mi vida dando explicaciones a gente deleznable. Prefiero parecer intempestivo, incluso quedarme mirando a los chicos que giran en la calesita, mientras paso revista a las delicias de este conmovedor planeta.
Puede ser que, como dices, esté loco (y ahora te esté escribiendo desde un psiquiátrico). También es posible que no tenga otro mundo que el jardín manchado de mi infancia y que pase el resto de mis sosteniendo que la mejor función del arte es no tener ninguna. No estaría mal: yo siempre preferí la condición desafiliada. Por lo demás, no quiero ser un pequeño Hemingway. Tengo, para eso, que publicar poco. Publicar, además, es un maldito engorro. El pobre tipo que lo hace se las tiene que ver, más temprano que tarde, con la casta de alacranes-con-orejas-de-lata que son los críticos.
Eso no me impedirá ganar dinero. Miles de personas van a leerme, me daré maña, ya verás. Y eso ocurrirá, te lo aseguro, sin que me vuelva un farsante como tus amigos.
¿Tendrás tiempo de venir algún día a visitarme a Nueva York? Me gustaría ver de nuevo tus ojos que miran, al mismo tiempo, a todas partes y a ninguna. Podríamos pasear por esta ciudad nerviosa, visitar el zoo de Central Park, recorrer el Museo de Ciencias Naturales y averiguar adónde van los patos del lago cuando llega el invierno y todo se vuelve tan horrible que es casi hermoso.
Sin duda, te idealicé como una chica sigilosa, además de frívola, sin ver que tenías tan buen corazón como una maldita loba.
Ahora sólo me resta esperar una amnesia romántica, una amnistía de mis errores amorosos. No puedo ya perder el tiempo. Tengo que escribir, tengo que enclaustrarme fuera del alcance de los observadores de pájaros. Si es necesario, construiré un bunker —o varios, uno adentro de otro— para que nadie pueda dejar huellas de neumáticos en mis rosales. Así me protegeré de los intrusos, nadie traspasará mi mundo suspendido adentro de un diorama, salvo mi perro Benny, porque a un Perro no tienes que explicarle, ni siquiera con monosílabos, que algunas veces un hombre necesita estar solo con su máquina de escribir.
Sé que vas a decir que tengo un problema con la raza humana. Puede ser. Mi problema es que cuando quise entrar a la raza humana, ya no quedaban hombres y el mundo me pareció un poco baldío. ¡Bah! ¡Por mí, se vaya todo al diablo!
Te deseo lo mejor, con amor y sordidez,
Salinger
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