TRAZADO: UN ATLAS LITERARIO, Andrew DeGraff & Daniel Harmon
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ANDREW DeGRAFF &
DANIEL HARMON, Trazado: Un atlas literario, Impedimenta, Madrid, 2016, 126 páginas.
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En la Introducción (pp. 9-13) el ilustrador Andrew DeGraff explica el proceso de selección de las diecinueve obras sobre las que trazó sus mapas. En este caso, los textos que escribe Daniel Harmon sobre, por ejemlpo, Esperando a Godot, Informe para una academia, Orgullo y prejuicio, Moby Dick o Robinson Crusoe son el complemento al trabajo visual de DeGraff.
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INTELIGENCIA INFINITA
Basado en La biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges, 1941.
El infierno ha sido imaginado de infinitas amaneras, pero, en todas ellas —de La epopeya de Gilgamesh al Infierno, de Dante—, se ha descrito siempre como un paisaje, un lugar.
Borges nos lo presenta así: «El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales. (...) una tras otra interminablemente». Ese sentido del peso geográfico permite que «La biblioteca de Babel» funcione como ensayo filosófico a la vez que como una breve crónica de horror existencial.
Aunque la historia se narra al estilo de un manual, su ritmo resulta emocionante, pues nos va revelando la verdadera naturaleza del mundo capa por capa. Primero encontramos la celda individual («... galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas»); luego, el mundo cognoscible para un bibliotecario («Me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací»); y, finalmente, alcanzamos la visión que Dios tiene de este universo entero («La Biblioteca es total..., registra todas las posibles combinaciones») Todo parece muy simple y directo, pero la complejidad y la paradoja inundan el relato de principio a fin. La celda original resulta bastante difícil de imaginar y, a pesar de su increíble tamaño, este universo es, a una escala humana, claustrofóbico («Hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie»). Pero estos detalles no nos allanan el camino a la comprensión. La propia infinitud se nos presenta repleta de contradicciones. Y, en pocas paginas, Borges cambia constantemente nuestra perspectiva, nos lleva al límite de las cosas y nos desconcierta por completo. Al igual que los bibliotecarios de su relato, la mente humana se tambalea sobre el precipicio cuando se pregunta por el infinito.
Conforme desenreda las implicaciones de su biblioteca, Borges va revelando su faceta de filósofo. Pero, también, y por encima de todo, es escritor, y, como tal, a medida que la historia se acerca a su fin, cambia el centro del relato de manera que las espeluznantes profundidades de su particular universo se expanden para apoderarse de los temores emocionales del autor. Este mundo contiene todos los libros y, por lo tanto, nos recuerda que cualquier libro que un autor pueda escribir tiene una importancia evanescente. Hasta el volumen más precioso y sabio acaba colocado en un anaquel, y contiene, como todos los demás, una serie repetida de emes, ees y uves. Nuestro narrador no pierde la esperanza de que exista un orden que lo gobierne todo, pero ese sueño es un arma de doble filo, pues ese mismo orden establece también que su cuerpo caiga libre sobre su tumba en el «aire insondable». En cierro modo, este mapa requiere de poca imaginación. Las palabras de Borges ya han creado su mundo, pero aun cuando este permanece confinado entre cuatro muros, resulta peligrosamente fácil llegar a sumergirse en el abismo que sugiere. El hombre, el bibliotecario imperfecto, nunca puede descansar del todo en estas páginas.
Este mapa, además, carece de flechas, pues, como lectores, nos encontramos en todas partes y en ninguna.
Basado en La biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges, 1941.
El infierno ha sido imaginado de infinitas amaneras, pero, en todas ellas —de La epopeya de Gilgamesh al Infierno, de Dante—, se ha descrito siempre como un paisaje, un lugar.
Borges nos lo presenta así: «El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales. (...) una tras otra interminablemente». Ese sentido del peso geográfico permite que «La biblioteca de Babel» funcione como ensayo filosófico a la vez que como una breve crónica de horror existencial.
Aunque la historia se narra al estilo de un manual, su ritmo resulta emocionante, pues nos va revelando la verdadera naturaleza del mundo capa por capa. Primero encontramos la celda individual («... galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas»); luego, el mundo cognoscible para un bibliotecario («Me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací»); y, finalmente, alcanzamos la visión que Dios tiene de este universo entero («La Biblioteca es total..., registra todas las posibles combinaciones») Todo parece muy simple y directo, pero la complejidad y la paradoja inundan el relato de principio a fin. La celda original resulta bastante difícil de imaginar y, a pesar de su increíble tamaño, este universo es, a una escala humana, claustrofóbico («Hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie»). Pero estos detalles no nos allanan el camino a la comprensión. La propia infinitud se nos presenta repleta de contradicciones. Y, en pocas paginas, Borges cambia constantemente nuestra perspectiva, nos lleva al límite de las cosas y nos desconcierta por completo. Al igual que los bibliotecarios de su relato, la mente humana se tambalea sobre el precipicio cuando se pregunta por el infinito.
Conforme desenreda las implicaciones de su biblioteca, Borges va revelando su faceta de filósofo. Pero, también, y por encima de todo, es escritor, y, como tal, a medida que la historia se acerca a su fin, cambia el centro del relato de manera que las espeluznantes profundidades de su particular universo se expanden para apoderarse de los temores emocionales del autor. Este mundo contiene todos los libros y, por lo tanto, nos recuerda que cualquier libro que un autor pueda escribir tiene una importancia evanescente. Hasta el volumen más precioso y sabio acaba colocado en un anaquel, y contiene, como todos los demás, una serie repetida de emes, ees y uves. Nuestro narrador no pierde la esperanza de que exista un orden que lo gobierne todo, pero ese sueño es un arma de doble filo, pues ese mismo orden establece también que su cuerpo caiga libre sobre su tumba en el «aire insondable». En cierro modo, este mapa requiere de poca imaginación. Las palabras de Borges ya han creado su mundo, pero aun cuando este permanece confinado entre cuatro muros, resulta peligrosamente fácil llegar a sumergirse en el abismo que sugiere. El hombre, el bibliotecario imperfecto, nunca puede descansar del todo en estas páginas.
Este mapa, además, carece de flechas, pues, como lectores, nos encontramos en todas partes y en ninguna.
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