DE BUEN HUMOR, José Santugini

0



JOSÉ SANTUGINI, De buen humor, Pepitas de calabaza, Logroño, 2012, 260 páginas.

**********
Reivindica Santiago Aguilar en Santuginízate (pp. 7-11) la figura literaria de José Santugini, más conocido por su faceta de guionista al servicio de Rafael Gil, Egdar Neville o Ladislao Vajda. Esta antología de relatos publicados en revistas como Buen Humor, Blanco y Negro o Cinegramas, servirá para recuperar a uno de los humoristas de la «otra generación del 27».
**********

UN EPISODIO ROMÁNTICO

   Ella era rubia, muy bella y y silbaba deliciosamente. Yo era un entusiasta del pelo claro, un rendido admirador de la belleza femenina y sabía imitar a la perfección el ladrido de toda clase de perros. Habíamos nacido el uno para el otro, como dicen en las novelas de amor.
   La conocí en el gabinete de espera de un célebre especialista en enfermedades mentales y nos amamos desde el primer momento. Se cruzaron nuestras miradas, a las miradas siguieron los gestos y a los gestos las palabras. Cuando agotamos estas, que fue pronto, tomamos a la mímica. Ella me guiñó el ojo izquierdo, después el derecho, luego cerró los dos y, por último, hizo sonar sus manos en alegres castañetas, como si se dispusiera a bailar una danza regional... Al mismo tiempo, sus labios plegados dejaban salir un tenue dulce silbido. Confieso que en aquel instante mi indecisión, mi duda, fue horrible. ¿Qué actitud adoptar?... Había que corresponder de algún modo a aquellas pruebas de confianza y de afecto que ella me daba, y no sabía cómo. Tras de dar vueltas a mi cerebro buscando una solución, me decidí a ladrar. El ladrido fue tan perfecto que ella rió mucho y los demás concurrentes me aplaudieron con entusiasmo. Y ya, embriagado por el éxito, abandoné mi asiento, me puse a cuatro patas sobre el suelo y, a saltitos y sin dejar de ladrar, me aproximé a ella.
   —La amo a usted —dije cuando estuve muy cerca.
   Y oí su voz que me respondía temblando:
  —Yo también le amo... Voy a seguir silbando y usted me contestará como si fuera un perro, ¿quiere?... ¡Resulta muy divertido!
   ¡Habíamos nacido el uno para el otro!

   Algún tiempo más tarde, cuando ella se cansó de emitir silbidos y yo de ladrar, decidimos casarnos... Nos casamos.
   Era tan grande el cariño que sentíamos el uno para el otro, que la palabra resultaba efímera para expresarlo. Ella, comprendiéndolo así, tuvo una feliz ocurrencia: la de escribir sus sentimientos en vez de pronunciarlos.
   Se pasaba el día escribiendo, con una bella letra picuda, dulces palabras de amor: «Me siento completamente feliz». «Cada día que pasa te amo más». «Soy tuya, toda tuya»...
   De este modo, el pensamiento era más duradero y más real que si hubiera sido encomendado a la voz.
   Cuando agotó todo el papel que poseíamos, decidió, después de una pequeña duda, transcribir su pasión en las blancas paredes de nuestra casa, que, dado su gran cariño, viéronse pronto ennegrecidas por los admirables trazos caligráficos de la amada.
   El comedor fue la primera estancia que se llenó con los primores de su letra. «Te quiero más que ayer», podía leerse infinidad de veces en las cuatro paredes.
   La sala tuvo igual suerte que el comedor, que el dormitorio, que la cocina y que mi despacho: «Te idolatro». «No puedo vivir sin ti». «Eres mi único y verdadero amor».
   Cuando solo quedaba inmune, nítido, el pasillo, surgió aquella desavenencia que deshizo nuestra felicidad... Fue aquel día en que, sin duda iluminado por un espíritu maléfico, le advertí.
   —Creo que vamos a tener necesidad de blanquear la casa. Las visitas se ríen de nosotros.
   Jamás lo hubiera dicho. Ella me miró unos instantes, con fiereza, y repuso mascando las palabras: —¡Está bien! Ya no me quieres, lo comprendo. No me quieres y por eso tratas de borrar las huellas de mi amor. ¡Qué miserable es tu conducta!... ¿No sabes que los egipcios grababan en las fachadas, en los muros, su historia, la narración de los hechos más gloriosos y que los árabes bendecían y elogiaban a Aláh del mismo modo?... ¿Acaso ignoras que yo, al imitarlos, no hago sino escribir también la más grande historia de amor y ensalzarte a ti como si fueras una divinidad?... ¡Ah, soy muy desgraciada!...
   No quiso escucharme. Sorda a mis súplicas, cogió un lápiz y, en las nítidas paredes del pasillo, fue escribiendo sus últimas y terribles impresiones: «¡Te odio! ¡Te aborrezco! ¡Soy muy desgraciada!».
   Dos horas más tarde, el pasillo había corrido igual suerte que el resto de la casa. Abrió la puerta del piso y prosiguió su trabajo por la escalera: «¡Te odio! ¡Te aborrezco! ¡Soy muy desgraciada!». Los letreros se sucedían rápidos y muy pronto se encontró en el portal.
   Cuando hubo llenado este, salió a la calle y principió a escribir en la fachada de nuestra casa; después, en la de la casa próxima.
   La perdí de vista cuando, escribiendo, escribiendo, traspuso la esquina... No la he vuelto a ver. Para vengarme de ella he mandado blanquear la casa y ahora soy yo el que la está llenando con una sola palabra: Es esta: «¡Estúpida! ¡Estúpida!».
   Pero mi vida está deshecha...

Buen Humor, número 224, 14 de marzo de 1926

0 comentarios en "DE BUEN HUMOR, José Santugini"