CUANDO LA VIDA SE PONE PERRA, Miguel Torija
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VIERNES EN EL CAFÉ NACIÓN
“No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo
único importante.” Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café
Nación. Habla sola, ajena al auditorio de sombras que, al otro lado de
los ventanales, desafían al frío armadas con la cálida esperanza de que
tampoco hoy Doña Rosa recuerde que no es viernes. Mientras habla,
arrastra torpemente las sillas y las mesas vacías componiendo una
coreografía enternecedora, que da como resultado una maraña tan
indescifrable como su monólogo. “Volverán aquellos tiempos, si nos
unimos, si no tenemos miedo, volverán” continúa diciendo.
En la calle, la luz del amanecer comienza a dibujar en las
sombras rostros famélicos uniformados con vivaces ojos que,
insistentemente, buscan entre la bruma el reloj del campanario. “Falta
poco” se escucha justo antes de que, desde el campanario, lleguen ocho
tañidos melancólicos. Doña Rosa, al oír las campanas, se acerca a la
puerta y la abre. Lanza una mirada desconcertada hacia la docena de
indigentes que se han agolpado ante la puerta. Todos le sonríen tensos
mientras saca del bolsillo del delantal dos carteles magnéticos. Intenta
leerlos pero a las letras les cuesta descubrir el camino correcto entre
la lengua y el paladar. Solo algunas palabras suenan diáfanas:
“horario, almuerzo, té, bollería, gratis, hoy viernes”. Las dos últimas
parecen inquietarle y las repite “hoy viernes”, “hoy viernes”.
Finalmente, da un último vistazo a los dos carteles, se decide por uno
de ellos y lo acerca al marco de la puerta para que quede allí adherido.
La expectación termina con un sonoro alivio. Hoy vuelve a ser viernes
en el Café Nación.
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