HAIKU-DÔ, Vicente Haya

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VICENTE HAYA, Haiku-dô, Kairós, Barcelona, 2008, 216 páginas.
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En el Prólogo: El origen de este libro (pp. 9-16), subtitulado El haiku como camino espiritual, Vicente Haya, editor, comentarista y traductor (en colaboración con Akiko Yamada), escribe: "Los maestros del haiku nos enseñan que el poeta debe eliminarse de su poesía para que los versos capten la esencia dinámica de la realidad". Cierra este libro subtitulado El haiku como camino espiritual, contiene propuestas didácticas. Las caligrafías son de Nagamatsu Kazue.
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水 に浮く柄杓の上の春の雪

Mizu ni uku hishaku no ue no haru no yuki


Sobre un cazo votivo 
que flota en el agua, 
la nieve de primavera

MICROCUENTO INESPERADO I, José O. Álvarez

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JOSÉ O. ÁLVAREZ, Microcuento inesperado Volumen I, Literart, Bogotá, 1995, 136 páginas.

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En el Prólogo (pp. 9-11) el profesor José O. Álvarez explica el proyecto educativo del que son fruto estos relatos escritos individual o colectivamente por sus alumnos.
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LA DESLUMBRADA

   La oscuridad era mi amiga. Negro era mi universo. Desconocía los amaneceres. Un día, mi amiga la noche, me presentó a su hermano el día. Él penetró mis ojos y los llenó de luz.
   Desde entonces vivo deslumbrada.
Silvana Pachón

DEL NATURAL, Rafael Barrett

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RAFAEL BARRETT, Del natural, Ronsel, Barcelona, 2004, 152 páginas.

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"Aunque se ha escrito bastante sobre Barrett, sigue siendo un perfecto desconocido en España". Carlos Meneses contribuye a paliar el descuido general con una completa introducción (pp. 9-23) que recoge la breve pero intensa trayectoria vital y literaria de Barrett (Torrelavega, 1876 - Arcachon, 1910), un prolífico cuentista que si bien emprende "un largo camino desde el fondo del romanticismo", atraviesa el modernismo llegando a transgredir "esos límites y [juguetear] vagamente con el despertar de los ismos".

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LA MADRE

   Una larga noche de invierno. Y la mujer gritaba sin cesar, retorciendo su cuerpo flaco, mordiendo las sábanas sucias. Una vieja vecina de buhardilla se obstinaba en hacerla tragar de un vino espeso y azul. La llama del quinqué moría lentamente.
   El papel de los muros, podrido por el agua, se despegaba en grandes harapos que oscilaban al soplo nocturno. Junto a la ventana dormía la máquina de coser, con la labor prendida aún entre los dientes. La luz se extinguió, y la mujer, bajo los dedos temblorosos de la vieja, siguió gritando en la sombra.
   Parió de madrugada. Ahora un extraño y hondo bienestar la invadía. Las lágrimas caían dulcemente de sus ojos entornados. Estaba sola con su hijo. Porque aquel paquetito de carne blanda y cálida, pegado a su piel, era su hijo...
   Amanecía. Un fulgor lívido vino a manchar la miserable estancia. Afuera, la tristeza del viento y de la lluvia. La mujer miró al niño que lanzaba su gemido nuevo y abría y acercaba la boca, la roja boca, ancha ventosa sedienta de vida y de dolor. Y entonces la madre sintió una inmensa ternura subir a su garganta. En vez de dar el seno a su hijo, le dio las manos, sus secas manos de obrera; agarró el cuello frágil y apretó. Apretó generosamente, amorosamente, implacablemente. Apretó hasta el fin.

LA ERA DE LA BREVEDAD, Irene Andres-Suárez & Antonio Rivas

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IRENE ANDRES-SUÁREZ & ANTONIO RIVAS, La era de la brevedad. El microrrelato hispánico, Menoscuarto, Palencia, 2008, 616 páginas.

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Irene Andres-Suárez y Antonio Rivas son los editores de estas actas del IV Congreso Internacional de Minificción celebrado por la Universidad de Neuchâtel (Suiza) en noviembre de 2006. Contiene además de los trabajos teóricos una sección en la que se manifiestan los creadores. 
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ÍNDICE

PRÓLOGO [11]

I. Estado de la cuestión. [11]
II. Una asignatura pendiente: la nomenclatura [16]

TEORÍA

DAVID LAGMANOVICH, Minificción corpus y canon [25]
DAVID ROAS, El microrrelato y la teoría de los géneros [47]
DOMINGO RÓDENAS DE MOYA, El microrrelato en la estética de la brevedad del Arte Nuevo [77]
JUAN ARMANDO EPPLE, Orígenes de la minificción [123]
ANA CASAS, Lo fantástico en el microrrelato español (1980-2006) [137]             
LAURA POLLASTRI, La figura del relator en el microrrelato hispanoamericano [159]
FRANCISCA NOGUEROL, Minificción e imagen: cuando la descripción gana la partida [183]  
LAURO ZAVALA, La minificción audiovisual: hacia un nuevo paradigma en los estudios de la minificcion [207] 
YVETTE SÁNCHEZ, Juego de dimensiones [231] 
BASILIO PUJANTE CASCALES, Minificción y título [245] 
DORIAN OCCHIUZZI, Kitsch en miniatura [261] 
       
ENSAYOS SOBRE EL MICRORRELATO HISPÁNICO
       
TERESA GÓMEZ TRUEBA, Juan Ramón Jiménez y el arte de descontar el cuento [275] 
ANTONIO RIVAS, La poética del absurdo en los “Caprichos" de Ramón Gómez de la Serna [301] 
MARTA ÁLVAREZ, Los siete cuentos de otoño de Alvaro Cunqueiro: la impensable contencion de un fabulador [317] 
ITZÍAR LÓPEZ GUIL, Los niños tontos de Ana María Matute: la brevedad como estrategia de manipulación discursiva  [331]
FERNANDO VALLS, Fulgores en un espejo oscuro: Las cajas de cosas de José Jiménez Lozano [347]
IRENE ANDRES-SUÁREZ, El universo iconotextual de José María Merino: Cuentos del libro de la noche  [371]
VIOLETA ROJO, Nuevas (y viejas) tendencias breves: dieciocho venezolanos en la minificción  [397]
GRACIELA TOMASSINI, La microficción como texto ergódico. Acerca de la Biblioteca Fabularia y otros laberintos  [409]
STELLA MARIS COLOMBO, Periplo, de Juan de Filloy: una experiencia precursora en el horizonte de la minificción  [425]
GABRIELA ESPINOSA, La pasión por la letra en la escritura breve  [439]
JACQUELINE HEUER, En “el vientre de la ballena": microrrelatos de hoy en la revista Quimera  [455]
RAMIRO OVIEDO, Los raudos espejos del desencanto (guiños entre el microcuento español e hispanoamericano)  [469]
       
       
TESTIMONIO DE ESCRITORES
            
JUAN PEDRO APARICIO, Poética cuántica   [491]
RAÚL BRASCA, Microficción: el juego de lo aparente  [497]
LUIS BRITTO GARCÍA, Los géneros leves  [513]
LUIS MATEO DÍEZ, Ideas, medidas, historias  [531]
GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN, Escribir relatos  [537]
JOSÉ MARÍA MERINO, La glorieta miniatura (veinticinco pasos) [547]
JULIA OTXOA, Literatura de la brevedad. Nuevas representaciones contemporáneas  [559]
GUILLERMO SAMPERIO, El halcón de la ficción breve lee páginas clásicas  [569]
ANA MARÍA SHUA, Esas feroces criaturas  [581]
JAVIER TOMEO, A propósito de mis Historias mínimas  [587]
LUISA VALENZUELA, Salpicón de reflexiones personales  [591]

OCNOS, Luis Cernuda

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LUIS CERNUDA, Ocnos, Huerga y Fierro, Madrid, 2002, 166 páginas.

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De este conjunto de prosas escrito por Cernuda "desde la nostalgia de su tierra", dice lo siguiente Francisco Brines en su Prólogo (pp. 9-16), donde rebosa un cálido lirismo próximo al de las páginas que lo suceden: "Es un libro de recobrado amor; un libro de resurrección, por la palabra, de la edad borrada, el tiempo mítico en el que tiempo del existir se transforma en espacio y la eternidad acostumbra a encarnar en el tiempo".

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EL MAESTRO

   Lo fue mío en clase de retórica, y era bajo, rechoncho, con gafas idénticas a las que lleva Schubert en sus retratos, avanzando por los claustros a un paso corto y pausado, breviario en mano o descansada ésta en los bolsillos del manteo, el bonete derribado bien atrás sobre la cabeza grande, de pelo gris y fuerte. Casi siempre silencioso, o si emparejado con otro profesor acompasando la voz, que tenía un tanto recia y campanuda, las más de las veces solo en su celda, donde había algunos libros profanos mezclados a los religiosos, y desde la cual veía en primavera cubrirse de hoja verde y fruto oscuro un moral que escalaba la pared del patinillo lóbrego adonde abría su ventana.
   Un día intentó en clase leernos unos versos, trasluciendo su voz el entusiasmo emocionado, y debió serle duro comprender las burlas, veladas primero, descubiertas y malignas después, de los alumnos —porque admiraba la poesía y su arte, con resabio académico como es natural. Fue él quien intentó hacerme recitar alguna vez, aunque un pudor más fuerte que mi complacencia enfriaba mi elocución; él quien me hizo escribir mis primeros versos, corrigiéndolos luego y dándome como precepto estético el que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico.
   Me puso a la cabeza de la clase, distinción que ya tempranamente comencé a pagar con cierta impopularidad entre mis compañeros, y antes de los exámenes, como comprendiese mi timidez y desconfianza en mí mismo, me dijo: «Ve a la capilla y reza. Eso te dará valor».
   Ya en la universidad, egoístamente, dejé de frecuentarlo. Una mañana de otoño áureo y hondo, en mi camino hacia la temprana clase primera, vi un pobre entierro solitario doblar la esquina, el muro de ladrillos rojos, por mí olvidado, del colegio: era el suyo. Fue el corazón quien sin aprenderlo de otros me lo dijo. Debió morir solo. No sé si pudo sostener en algo los últimos días de su vida.

YO MATARÉ MONSTRUOS POR TI, Víctor Balcells Matas

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VÍCTOR BALCELLS MATAS, Yo mataré monstruos por ti, Delirio, Salamanca, 2010, 144 páginas.

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PIZARNIK
A Cristina

Y tú me hablabas de las cebollas que teníamos que comprar, de lo caro que era el autobús hasta Barcelona; y tú me hablabas de la suciedad de los mendigos, tan inconstitucional, de esa manía que tenían en las tiendas de abusar del aire acondicionado. Y yo sólo te hablé una vez, citando a Pizarnik. Cómo decir con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome, te dije. Y en ese momento una chica que caminaba delante de nosotros se giró y me dijo: ¡Es un verso de Pizarnik!; y sin decir nada más siguió caminando y tomó otra calle, a la derecha o a la izquierda, no lo sé, pero quizá hubiera sido importante prestar atención a ese detalle, saber hacia dónde fue, pienso ahora, cuando levanto la cabeza –hubiera sido importante– y te veo tumbada en el sofá, sabiendo que quizá no me odies, pero que yo ya te doy igual. 

CONTRASOMBRAS, Medardo Fraile

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MEDARDO FRAILE, Contrasombras, Pre-Textos, Valencia, 1998, 124 páginas.

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OBITUARIO
        
   En Casal de Lavas, chiquita comunidad rural entre Sololá y San Mateo, donde residía con sus hijos, nueras nietos y bisnietos, falleció la centenaria señora gutemalteca doña Gabina Flores, que alcanzó gran renombre al crear en la niñez la letra más cantada del Universo mientras embalaba bananas en la United Fruit Company.
   Bien sabido es por todos que los altavoces alentaban a las trabajadoras de los pabellones de embalaje con canciones Populares Yanquis, que escuchaban o no escuchaban, pero nunca entendían. En una de esas mañanas, Gabinita Flores una escuincla entonces de once años escasos suplió rebelde la letra en ingles de las melodías y cantó la musica con un la, la, la, tenaz y entusiasta. El la, la, la, prendió como epidemia en las demás mujeres y aquel año de 1905 aumentó el embalaje del coto bananero en un cuarenta por ciento con relación a otros años, y la niña recibió un dólar de premio. Es fama que tenía voz y estilo y que, hasta poco antes de su muerte, entonaba las canciones gringas con la misma letra que ella inventó.
   Desde aquel año de 1905, ignorar una letra cantada no ha vuelto a ser obstáculo para que los pueblos hagan de su voz un instrumento vivo de la música
        

SENTIDO SIN ALGUNO, Agustín Martínez Valderrama

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AGUSTÍN MARTÍNEZ VALDERRAMA, Sentido sin alguno, Talentura, Madrid, 2012.

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NÁUFRAGOS CON PIES DE PIEDRA

A Edward John Smith, capitán del Titanic

   ¿El mar o la mar? Los marineros y los poetas suelen decir la mar. Yo no soy marinero, ni poeta, pero siempre digo la mar. Dicen que en Southampton también hay mar. Y marineros. Y poetas. Pero allí se dice the sea. Sólo the sea. The sea a secas. Será la costumbre. Lo que no varía es la cadencia. La cadencia con la que la mar se traga a los náufragos con pies de piedra. Aquí y en Southampton. Aunque allí se empeñen en decir todo el rato the sea. Sólo the sea. The sea a secas. Pero eso ya se dijo antes. Mucho antes. Casi al principio. También que en Southampton hay mar. Y marineros. Y poetas. Lo que no se dijo es que apenas hay árboles. Será para que no se cuelguen los poetas. 

CIEN FICTIMÍNIMOS, Alfonso Pedraza

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ALFONSO PEDRAZA, Cien fictimínimos, Ficticia, México, 2012, 119 páginas.

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Alfonso Pedraza edita en estas páginas los mejores microrrelatos presentados durante los diez últimos años, a El Taller de la Marina. La selección (de entre veinticinco mil trabajos) correspondió a los propios Ciudadanos de Ficticia. El resultado: textos de cuarenta y siete autores nacidos en México, España, Argentina, Colombia y Francia.
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JUSTICIA

   Dado que todas las pistas conducían a él, se entregó a la policía. Ya cometería el crimen cuando saliera de prisión.

JOSÉ LUIS SANDIN

CUENTOS DE LOS ABORÍGENES AUSTRALIANOS, Annelienne Löffler

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ANNELIENNE LÖFFLER, Cuentos de los aborígenes australianos, Océano, Barcelona, 2001, 250 páginas.

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En la Introducción (pp. 13-26), la editora Annelienne Löffler advierte: "Las narraciones que aparecen aquí corresponden todavía a la tradición oral anterior a la aparición de la cultura europea y a la tradición narrativa aborigen menos falsificada".
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AMOR PROHIBIDO
        
        
   Jurumu, su esposa Narina y el hermano de ella, Kilpuruni, vivían juntos en el mismo campamento. Kilpuruni no estaba casado y deseaba tener una mujer, de modo que un día empezó a desear a su propia hermana. Narina había ido al bosque para recolectar comida. Kilpuruni siguió sus huellas y cuando la encontró le pidió que le diera algo de comer. Narina le ofreció carne de oposum, pero él la rechazó diciendo que ese tipo de carne no le gustaba. Entonces ella le ofreció miel, pero también la rechazó.
   Después de que Narina le ofreciera otros alimentos y después de que él los rechazara, Kilpuruni admitió que no era comida lo que quería, sino que era a ella a quien deseaba. Narina rechazó horrorizada todas las tentativas de aproximación de Kilpuruni y le advirtió que el amor entre hermanos era imposible, pero él la acosó tanto con adulaciones, palabras y gestos que ella terminó por ceder a sus exigencias y cumplió sus deseos.
   Tras lo sucedido, ella tenía tales remordimientos que regresó arrepentida al campamento y le contó a su marido lo que había sucedido. Jurumuru se puso totalmente fuera de sí y la castigó allí mismo; sin embargo a su cuñado no le hizo ningún comentario, puesto que esperaba encontrar una ocasión más propicia para vengarse de él.
   Un día, los dos hombres salieron de expedición en busca de alimentos y subieron a un eucalipto para recolectar algo de miel. En ese momento Jurumu le señaló a su cuñado un nido de abejas que se encontraba en el extremo de una de las ramas y le pidió que lo descolgara. En el momneto en que Kilpuruni trepaba cuidadosamente por la parte inferior de la rama, Jurumu la cortó y Kilpuruni cayó del árbol. La pesada rama cayó sobre Kilpuruni antes que éste tuviera tiempo de incorporarse y lo aplastó contra el suelo. Kilpuruni se transformó en un lagarto. Narina, su hermana se convirtió en una cacatúa negra, y el vengativo Jurumu, transfromado en águila, remontó el vuelo hacia las alturas desde donde todavía hoy vigila al lagarto, quien una vez sedujo a su mujer.

NEORRABIOSO, Batania

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BATANIA, Neorrabioso. Poemas y pintadas, La Baragaña, Palma de Mallorca, 2012, 162 páginas.

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"Neorrabioso es la propuesta de tiempo de Batania, un tiempo de rompan filas", explica Alberto Basterrechea (identidad real que en estas páginas no se explicita) en las Aclaraciones previas a una colección de poemas y pintadas, extraídas generalmente de sus versos. "Seleccionadas entre un total de 433 que han decorado / lucido / manchado las paredes de Madrid desde mediados de 2008", las 36 pintadas reproducidas en el libro construyen una original forma literaria que apuntala, desde una enigmática y atractiva sencillez,  un excepcional compromiso con la sociedad y con el arte.

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INTUICIONES Y DELIRIOS, David Roas

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DAVID ROAS, Intuiciones y delirios, Micrópolis, Lima, 2012, 60 páginas.

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REVOLUCIONARIO DEL SIGLO XXI (Epitafio)

   Incapaz para la acción, su vida fue un continuo sopor, salpicado de siestas y breves cabezadas, sólo interrumpido por las horas del sueño nocturno.

CUENTOS DE LOS SABIOS DE LA INDIA, Martine Quentric-Sèguy

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MARTINE QUENTRIC-SÈGUY, Cuentos de los sabios de la India, Sígueme, Salamanca, 2002, 224 páginas.
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En la Introducción (pp. 11-13) a estos cuarenta y tres relatos "A orillas del Ganges"  se puede leer: "A los hindúes se les proponen diversos caminos [...] para alcanzar la sabiduría. Uno de ellos recibe el nombre de Vedanta. Los cuentos de este libro reflejan la sabiduría de las cuatro cualificaciones preliminares para incorporarse a este camino".
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EL PAPAGAYO

     En una jaula grande y hermosa vivía un magnífico papagayo.
   Fue comprado en un mercado persa por su dueño, un comerciante de Cachemira. Toda la familia estaba orgullosa del papagayo, que hablaba admirablemente bien. El amo, su esposa y sus hijos lo querían y lo apreciaban mucho, presumían de él y siempre estaba presente en sus fiestas.
   El papagayo, sin embargo, desconocía la felicidad. Estaba prisionero en su jaula de oro, lejos de los suyos. Trató de explicar lo desgraciado que era, pero le respondieron llevándole manjares excelentes y esos extraños juguetes que les gustan a los humanos. Le atendieron con caricias y palabras bonitas, pero nadie le abrió la jaula.  Él no pensaba más que en liberarse pero no sabía cómo. Se había hecho amigo de un adolescente, esclavo y desgraciado como él ya que el amo lo había comprado a sus padres.
   El comerciante tenía que hacer un viaje a Persia y unos días antes el secretario del amo cayó enfermo y decidieron a toda prisa que el adolescente acompañara a su patrón. Entonces el papagayo llamó su atención y le pidió que se acercara a la jaula todo lo posible y con gran sigilo murmuró:
   —Cuando estés allí, en Persia, ve, te lo ruego, al bosque y cuéntales a los míos dónde vivo. Háblales de mi tristeza, descríbeles mi jaula y pídeles consejo y auxilio. A la vuelta, prométeme que me dirás su respuesta, cualquiera que sea, tú que sufres una suerte parecida a la mía, sabrás comprenderme.
   El adolescente asintió con la cabeza.
   —Sí, iré, te lo prometo. ¡A mí me gustaría tanto poder enviar noticias y recibirlas de los míos!
   El viaje fue largo. El joven, que desconocía el mundo, se emocionó y se apasionó al descubrir sus bellezas. Sin embargo, no olvidó la promesa que había hecho al papagayo. En cuanto pudo, fue a un bosque, levantó la cabeza hacia la copa de los árboles y el arco iris de plumas, y contó las desgracias del hermano lejano e intentó comprender los consejos que los suyos podrían darle. Tres papagayos cayeron muertos a sus pies. Él se sobresaltó.
   —La emoción —se dijo— y sin duda, la pena han matado a estos tres ancianos papagayos.
   Pero no recibió ningún consejo que transmitir, nada más que noticias del bosque.
   A su regreso a Persia, el adolescente fue a contarle al papagayo su visita a los grandes árboles y le comunicó las noticias oídas.
   —Temo entristecerte —añadió—, pero debo decirte que, en cuanto hablé de ti, murieron tres ancianos papagayos.
   —¿Murieron? ¿Cómo ocurrió?— Dijo el papagayo.
   —Les hablé de ti, les di noticias tuyas, les pregunté si tenían algún consejo que darte, y los tres papagayos cayeron muertos al suelo al instante. Probablemente por la conmoción del duelo, nadie ofreció consejos. Los tuyos no supieron confiarme más ninguna noticia.
   —¡Muchísimas gracias! Veo que has cumplido escrupulosamente tu misión. ¡No te desanimes, ama la libertad y la libertad te amará!
   En cuanto se marchó el adolescente, el papagayo cayó de su percha en la jaula con el pico abierto, los ojos cerrados y las patas replegadas sobre su vientre multicolor boca arriba.
   Un sirviente que lo descubrió en este estado llamó al amo, el cual acudió corriendo, tomó al papagayo entre sus manos, sopló sobre sus plumas y vertió algunas gotas de agua en su pico. No consiguió nada, el papagayo no dio ningún signo de vida. Entonces el amo llorando, lo depositó en un montón de hojas dispuestas para ser quemadas junto con el papagayo con grandes honores, mientras murmuraba una oración fúnebre.
   Apenas había tocado el papagayo las hojas cuando, en el mismo instante en que las manos de su amo se abrieron, batió las alas y salió volando, llevado por el viento que soplaba hacia Persia.

RULETA RUSA Y OTROS CUENTOS, Pere Calders

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PERE CALDERS, Ruleta rusa y otros cuentos, Anagrama, Barcelona, 1984, 292 páginas.

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Le corresponde presentar a José María Castellet esta colección de narraciones de Calders, que incluye, en las cinco últimas páginas, dieciocho microrrelatos.
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VENIMOS DEL POLVO
        
   Excavaron enfrente de su casa. No querían decirle si hacían una piscina o la base de una glorieta. «Se trata de una sorpresa», respondían a cada una de sus preguntas. Y lo fue, porque cuando completaron las medidas le dieron aquello que se llama cristiana sepultura.

NUEVO CUENTO LATINOAMERICANO, Julio Ortega (editor)

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JULIO ORTEGA (editor), Nuevo cuento latinoamericano, Mare Nostrum, Madrid, 2009, 304 páginas.

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Ya desde su monterrosiano comienzo ("Cuando la novela latinoamericana despertó, el cuento ya estaba allí"), el Prólogo de Julio Ortega, responsable también de la selección de textos, constituye una esmerada apología del género breve en general, y del latinoamericano en particular: "Por eso, por su creatividad, rebeldía y capacidad de habla, el cuento latinoamericano es una forma de salud colectiva, de bienestar de la lengua. Y de horizonte abierto a la aventura de leer como si se tratara de la cultura de morar en el lenguaje que, imaginativamente, compartimos."

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NUNCA NADIE

   La puerta del ascensor se abrió como por ochentava vez. Estaba mirándome el dedo chiquito. Lo tenía rojo porque se me resbaló una maleta de la mano esa mañana. Ella parecía una bailarina de ballet. Lo que más me atrajo fue su cuello. Tenía el mentón pegado al pecho y su nuca sobresalía sobre todas las cosas del mundo. Justo después del tin que suena cuando llega el ascensor, oí cómo tomaba aire casi en un suspiro, levantaba la cabeza, se reincorporaba y salía. Quise creer que venía hacia mí con su pelo mojado en una moña y la cara recién lavada. Nunca supe si era huésped del hotel, pero en todo caso no se había registrado durante mi turno. Olvidé mi dedo meñique y me la grabé toda en la cabeza, por si salía muy rápido y no volvía a verla. Tenía un pantalón de sudadera delgadito y un saco gris de capucha.
   Era cierto que venía hacia mí. Cuando estuvo cerca noté que tenía los ojos encharcados. Sus lágrimas se resistían a salir y seguro no podía enfocar bien, porque parecían una piscina a punto de desbordarse. Entonces tuvo que pedirme que le consiguiera un taxi y su voz, una voz honda y grave, se quebró de tristeza. Nunca he sentido que alguien me necesitara tanto. Fue a tumbarse en un sofá del lobby, muy cerca de donde yo llamaba el taxi. Sus lágrimas empezaron a salir en un silencio mustio que no fui capaz de romper. Habría podido preguntarle si estaba bien, pero hacerle esa pregunta a  alguien tan triste era francamente tonto. Lo que necesitaba de mí era un taxi, nada más. Empecé a dar los datos y entonces me preguntaron que a nombre de quién el servicio. Tapé el auricular con una mano y le pregunté con mucha prudencia: «Su nombre, señorita». Ella miraba hacia ninguna parte y no se dio cuenta de que le hablaba. Seguía llorando, sin gemir, sin moverse, casi sin parpadear. Ni siquiera se limpiaba las lágrimas, solo las dejaba caer y de vez en cuando se chupaba los pómulos como haciendo un puchero muy sutil. Me pareció inútil volver a preguntar, así que le inventé un nombre a la operadora. Luego me acerqué y le dije que en cinco minutos llegaba el servicio. Ella salió de su ensimismamiento por un segundo y me dijo gracias como si le hubiera salvado la vida.
   Pasó una eternidad mientras llegaba el taxi. Era tan hermosa y lloraba tanto que no podía quitarle los ojos de encima, así que la miraba de reojo para que no se sintiera observada. Alcancé a imaginarme todas las historias posibles, pero ninguna encajaba en su tristeza. Si la hubiera dejado un amante —pensaba— no lloraría sin taparse la cara, las mujeres tienen una dignidad de hierro. Si le hubieran avisado de que alguien había muerto, estaría desesperada. Si le doliera algo, su cara se contorsionaría, pero tampoco.
   De repente supe que no necesitaba saber qué le pasaba para acompañarla en su dolor. Lo que había surgido como un morbo del más ramplón iba convirtiéndose poco a poco en una solidaridad sin condiciones. Me hubiera gustado acercarme, sentarme a su lado y consentirle el pelo empapado. A lo mejor cogerle una mano y llevar su cabeza a mi pecho para luego decirle que todo iba a estar bien. Pero me encontraba ahí, paralizado ante su llanto, queriendo callar a gritos al pianista del bar, que tocaba cualquier cursilería desagradable que ella no merecía, y sabía perfectamente que nada iba a estar bien para ella esa noche.
   Cuando el taxi llegó le avisé con una mueca. Ella se paró del sofá y, antes de desaparecer para siempre en el Chevrolet amarillo que la esperaba en la puerta, volvió a decirme gracias desde el fondo de su corazón, con la voz aún más quebrada y ronca. Nunca nadie me había necesitado tanto.
   

Margarita Posada

LA VIDA EN EL ESPEJO RETROVISOR Y OTROS CUENTOS PORTÁTILES, Rogelio Guedea

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ROGELIO GUEDEA, La vida en el espejo retrovisor y otros cuentos portátiles, Lectorum, México D.F., 2012, 176 páginas.

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LA VIDA EN EL ESPEJO RETROVISOR

   Aquella tarde volvimos del centro  comercial, a donde habíamos ido a comprar una bomba de aire para la  bicicleta de mi hijo. De paso, aproveché para ataviarla también con un  pequeño portaequipaje, un bote de agua, un cubre asiento y un espejo  retrovisor. Era la tarde y caía una lluvia casi imperceptible cuando  empecé a ponerle los perifollos. Primero el portaequipaje, luego el  cubre asiento, después el bote de agua y por último el espejo  retrovisor. Como no podía ajustarlo en la medida correcta, le llamé a mi  hijo para que montara la bicicleta y lo colocara a su altura. Subió y  dio una vuelta, intentando darle la posición exacta. Lo intentó de  nuevo, y nada. Creo que le quedaba más bajo de lo normal, lo que lo  hacía inclinarse más de la cuenta. Entonces le dije que viniera para  reacomodar la bisagra. Como mi hijo me notó ya un poco desesperado (cosa  que cada vez es más frecuente en mí), antes de bajarse de la bicicleta  me dijo: papá, pero si el retrovisor no importa tanto. Lo que importa es  ver bien hacia delante, ¿no? Apenas lo dijo, plac, sentí que una ráfaga  de luz me atravesaba de orilla a orilla. No tuve más remedio que pensar  en la vida y en cuánto a veces nos empeñamos en mirar sólo hacia atrás,  esas desgracias que nos siguen como los perros falderos a sus dueños, y  cuan poco nos enfocamos a ver el camino que se nos abre, límpido, a  cada paso. Tienes razón, dije a mi hijo, y empecé a desmontar el  retrovisor. Ahora verás hacia adelante y, sólo en los cruces de calle,  girarás un poco la cabeza para cerciorarte de que no viene carro, ¿sale?  Sale, me dijo mi hijo con una sonrisa que aún no sabía todo lo que, esa  tarde de lluvia, me había enseñado.

AUTOPISTA, Jaume Perich

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JAUME PERICH, Autopista, Crítica, Barcelona, 2012, 192 páginas.

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Publicado originalmente en 1970 como una parodia de la obra Camino de Escrivà de Balaguer, como explica Antonio Fraguas Forges en el Prefacio (pp. 7-8), mantiene en la actualidad la misma mordacidad que elogiaba Luis Carandell en el Prólogo a la primera edición (pp. 9-13), también incluido. El diseño editorial dispone el libro en doce secciones, que toman su título de cada signo del zodíaco.
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FAUNA
Las jirafas no tienen el cuello largo, sino el cuerpo corto.
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LOS NIÑOS
El llanto de un niño es lo más enternecedor del mundo la primera media hora.
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GENTE AFORTUNADA
Federico Pastichet tuvo mucha suerte. Condenado a cinco penas de muerte, fue indultado de cuatro.
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LA FAMILIA
La familia es una de las dos cosas grandes de este mundo. La otra es soportarla.
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AVISO
Se vusca mecanfograf ha urgente.
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SOBRE EL PELO
La caída del pelo solo es peligrosa si es desde un quinto piso y detrás sigue usted.
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EL PATITO FEO
Érase una vez un patito feo que leyó el cuento de Andersen, y quedó muy contento al pensar que el día de mañana llegaría a ser un cisne. El muy imbécil no sabía que era un pato.
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ERRORES
Todo el mundo puede equivocarse más de una vez, menos los buscadores de setas.
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GEOMETRÍA
La parábola es la única figura geométrica que tiene moraleja.
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INTELIGENTÍSIMA DEFINICIÓN DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO
La sociedad de consumo es como un "tiovivo": Se nos monta en un coche, se nos hace ir pagando y no llegamos a ninguna parte.
***
ERROR DE LA NATURALEZA
Uno de los más graves errores de la naturaleza es la terrible desproporción que existe entre el tiempo que pasamos muertos y el tiempo que pasamos vivos.

EL FÚTBOL A SOL Y A SOMBRA, Eduardo Galeano

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EDUARDO GALEANO, El fútbol a sol y sombra, Siglo XXI, Madrid, 1995, 304 páginas.

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En Confesión del autor (p. 7) Galeano se confiesa: "Como todos los uruguayos, quise ser jugador de fútbol. Yo jugaba muy bien, era una maravilla, pero sólo de noche, mientras dormía".
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GOL DE PUSKAS
        
   Fue en 1961. El Real Madrid enfrentaba, en su cancha al Atlético de Madrid.
   No bien comenzó el partido, Ferenc Puskas metió un gol bis, como había hecho Zizinho en el Mundial del 5O. El atacante húngaro del Real Madrid ejecutó una falta, al borde del área, y la pelota entró. Pero el árbitro se acercó a Puskas, que festejaba con ios brazos en alto:
   —Lo lamento —se disculpó—, pero yo no había pitado.
   Y Puskas volvió a tirar. Disparó de zurda, como antes, y la pelota hizo exactamente el mismo recorrido: pasó como bola de cañón sobre las mismas cabezas de los mismos jugadores de la barrera y se coló, como el gol anulado, por el ángulo izquierdo de la meta de Madinabeytia, que saltó igual que antes y no pudo, como antes, ni rozarla.

CUENTOS DE LOS SABIOS TAOÍSTAS, Pascal Fauliot

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PASCAL FAULIOT, Cuentos de los sabios taoístas, Paidós, Barcelona, 2007, 275 páginas.

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Henri Gougaud comienza así su Sabiduría de los cuentos: modo de empleo (pp. 5-7): "Éste no es un libro para ser leído, sino para ser frecuentado, como un amigo íntimo, secreto".
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ANTÍDOTO
        
   La suegra y su nuera vivían bajo el mismo techo. Desde el principio, las dos mujeres no podían soportarse. Con el tiempo, acabaron por detestarse. La vieja, de carácter muy desabrido, hacía uso de sus prerrogativas de anciana y tiranizaba a su hija política. La espiaba sin cesar, acechando la más mínima ocasión para hacerle reproches: la limpieza estaba mal hecha, la sopa no lo bastante caliente, el arroz demasiado cocido, iba maquillada como una prostituta, ¡de todo le decía! El marido, cobarde como la mayoría de los hombres en esta situación, se cuidaba mucho de tomar partido.
   La vida de la joven se había vuelto intolerable y sentía un odio sin límites por su verdugo de suegra. Decidió hacerla desaparecer con discreción, recurriendo a la magia o al veneno. Una de sus amigas de la infancia, en quien tenía plena confianza; le aconsejó que fuera a consultar a una anciana muy sabia en materia de plantas medicinales, drogas y sortilegios. Vivía en una cabaña de ramas, a algunos li del pueblo, en el fondo de un estrecho valle.
   La solitaria llevaba un vestido de paja de arroz trenzado. Una abundante melena plateada escondía la mayor parte de su rostro. Sin manifestar la menor emoción, escuchó la siniestra demanda. Cerró los ojos largo tiempo y por fin contestó:
   —En materia de veneno, hay que ser prudente, no precipitar en absoluto las cosas. Conviene emplear pequeñas dosis para no dejar huellas, no atraer las sospechas. Voy a darte una mezcla de hierbas tóxicas que actúan muy lentamente. Para activar su efecto, deberás masajear a tu suegra dos veces al día. Pero, para que acepte ese tratamiento, primero echarás diez gotas de esta preparación en su comida. Estará enferma unos días. Cuando el médico del pueblo la haya auscultado sin encontrar remedio alguno, manda a buscarme. Entonces daré mi prescripción.
   La chamana le entregó un frasco y le reclamó una considerable suma de dinero a cambio de sus servicios.
   El plan se desarrolló como estaba previsto. La anciana de la montaña fue llamada junto a la cabecera de la suegra. Prescribió una tisana y masajes dos veces al día durante un mes. Enseñó a la nuera cómo darlos.
   Por la virtud de los masajes cotidianos, la suegra se distendió, y su carácter mejoró. Las dos mujeres se acercaron, sus energías se armonizaron. Al cabo de quince días, se habían vuelto como madre e hija, unidas por un verdadero afecto. A la nuera le asaltaron los remordimientos. El veneno administrado desde hacía dos se manas tal vez hubiera obrado ya de forma irreversible. Corrió hasta la cabaña de la maga para pedirle un antídoto.
   La anciana levantó la maraña de su cabellera con los peines de sus dedos, mostrando así un rostro iluminado por una magnífica sonrisa.
   —No te preocupes, hija mía, la tisana es inofensiva. Incluso es beneficiosa. Todo se ha desarrollado tal como yo lo había previsto. La práctica del Tao nos enseña a transformar lo negativo en positivo.
   Fue como una revelación para la joven. A partir de ese día volvió a visitar con frecuencia a la anciana de la montaña para seguir sus huellas por los senderos de la sabiduría. Luego la sucedió como médico de los cuerpos y de las almas.

NO-CASAS, Jesús Gascón Bernal

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JESÚS GASCÓN BERNAL, No-Casas. Viaje a través de las utopías, Editorial Intangible, Valencia, 2011, 150 páginas.

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EL ORIGEN DE LA CASA

¿Hay algo más bello y más ingenuo que una casa concebida exclusivamente para ser feliz?


   En las conversaciones con los que sueñan, sobre el origen de la casa, he podido conocer algunas de sus creencias sobre este tema.
   Abusando de mi ingenuidad, o de mi ignorancia, me han contado como cuando nuestros antepasados cavernarios descubrieron su parte espiritual, su alma, levantaron algunos muros en el interior de la cueva o bajo la roca extraplomada que les servía de refugio, y con ellos compartimentaron sus diferentes necesidades cada vez más complejas. Estos primeros anacoretas, a mitad de camino entre el mundo terrestre y el del más allá, trataron de unificar los conceptos de protección y de contemplación de las estrellas. Me dicen los utópicos que, en un principio, estos muros llegaban hasta la cubierta del irregular techo de piedra que los protegía, y sus escasas habitaciones eran cerradas, pero el mágico bosque que había sobre la roca y que hundía sus raíces encima de la cueva, elevó la montaña y la separó de su incipiente arquitectura para que sus místicos habitantes, que ya soñaban con volar, tuviesen una predisposición adecuada para iniciar el vuelo. Éste, según ellos, es el nacimiento de la casa descubierta, cuyo origen se sitúa en la intersección de ambos mundos. Posteriormente, cuando el hombre perdió la capacidad de elevarse, aprendieron a construir los tejados.
   Otros, por el contrario, me han asegurado que la primera casa se construyó de forma casual. En los remotos tiempos en que el hombre vivía en contacto pleno con la naturaleza, existían unos árboles llamados domusarias, hoy desaparecidos, cuya enorme densidad de hojas hacía que sus ramas llegaran hasta el suelo, conformado un volumen tan tupido que era imposible cobijarse bajo ellos. Un alud sepultó algunos de estos árboles, y bajo el barro, que con el paso del tiempo se fue endureciendo, los hombres vieron como por algunos agujeros, a los que llamaron puertas, entraron los xilófagos y otros animales devoradores de hojas. En la siguiente estación, cuando los insectos abandonaron su despensa, descubrieron en su interior un gran espacio de sorprendente belleza, cuya forma abovedada se apoyaba en el pelado tronco y algunas de las antiguas ramas. Y lo habitaron. Según ellos nació así, a la vez, la casa y el poblado. Luego, a medida que fueron incrementando sus habilidades, aprendieron a construir estas estructuras que la naturaleza les había proporcionado.
   
   —Esto explica —dicen— por qué las primeras casas disponían siempre de un palo de madera en su centro.

OBRAS, Epicuro

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EPICURO, Obras, Tecnos, Madrid, 2005 (1991), 184 páginas.

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Los aforismos de las Máximas capitales y las Exhortaciones del Gnomonologio Vaticano consituyen un molde que Epicuro, de modo eficaz, empleó para forjar su filosofía, desmenuzada ampliamente en la presente edición a través del Estudio preliminar de Montserrat Jufresa.

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La muerte no tiene ninguna relación con nosotros, pues lo que se ha disuelto no tiene capacidad de sentir, y lo que es insensible no significa nada para nosotros.
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Si rechazas todas las sensaciones, no tendrás nada, cuando razones, para juzgarlas, ni siquiera aquellas que consideres falsas.
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Lo justo según la naturaleza es símbolo de lo conveniente para  no causar ni recibir mutuamente daño.
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Aquel que se olvida del bien pasado es ya un viejo hoy.
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No tenemos tanta necesidad de la ayuda de los amigos, cuanto de la seguridad de su ayuda.
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Todos abandonan la vida como si acabaran de nacer.
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Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco.

CUENTOS DE LA CÁBILA, Antonio Pereira

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ANTONIO PEREIRA, Cuentos de la Cábila, Edilesa, León, 2000, 152 páginas.

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Antón Díez es el ilustrador de esta notable colección de relatos sustentada en recuerdos de la infancia del autor.
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ALCALDE DE BARRIO

   A los siete años de mi edad vino la República y en mi casa vi la preocupación porque mi padre era monárquico y, además, alcalde de barrio. Él se quejaba de la indiferencia del ejército y de la Guardia Civil:
   —¡Si el general Cavalcanti hubiera querido!
   Yo estaba encantado de que todo fuera a cambiar, y si era para ver revoluciones, mejor.
   Pero todas las mañanas había que levantarse para ir a la escuela, todos los días lavarse y enseñar que te habías lavado bien las orejas, y lo único que cambiaba eran los símbolos.
   Los sellos de correos los estampillaban sobre la cara del Rey. En la escuela quitaron el retrato de Alfonso XIII y pusieron el de don Niceto Alcalá Zamora. En casa, cuando ya se vio que no nos fusilaban ni nada, se entró en la angustia por los colores de la bandera. Cuando el Cristo y otras fiestas religiosas, se adornaba el balcón con las colgaduras rojo y gualda, y ahora mi madre decidió que no íbamos a entrar por aquel horrible color morado, mejor una colcha bordada, que hasta había señoras de la plaza que ponían un mantón de Manila.
   Pero la tienda era un establecimiento públioc, no cabían alternativas. Los fabricantes de palas (La Basconia, Patricio Echevarría) tenían un consorcio y les ponían a esas herramientas la marca Nacional, con los colores oficiales en el mango. Había existencias antiguas con sólo el rojo y el amarillo, y mi padre tuvo que pasar el trago de ir enmendando con tinta morada la franja que antes fuera legal y ahora se consideraba sediciosa: una pala, otra pala, todas las palas de la marca Nacional.
   Un día volvía yo tan campante del colegio y noté una cosa rara al acercarem a casa, tardé algo en caer, como cuando ves a uno que siempre ha gastado bigote y se lo quita. Sobre el revoque de la fachada, junto a la puerta, estaba la señal que deja una placa cuando lleva allí muchos años y de pronto la arrancan. La placa desaparecida, rectangular, pequeña, decía ALCALDE DE BARRIO.
   Era el símbolo de un cargo gratuito que no daba más que pejigueras, quizá levantarse de noche para dirimir una pelea entre borrachos.
   La placa se la llevaron a un republicano que vivía cerca, en el Portazgo. Entré en la tienda y no vi que mi padre estuviera disgustado, sólo más viejo.

EL FIN DE LA RAZA BLANCA, Eugenia Rico

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EUGENIA RICO, El fin de la raza blanca, Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 101 páginas.

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Tres de las catorce narraciones son microrrelatos.
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LA CUCHARILLA

   Él recorre mi piel con la cucharilla del café.
   Me ha vendado los ojos.
   Acabo de contarle mi vida. Es su turno.
   Me ha vendado los ojos para que imagine mejor lo que va a contarme y me ha atado para que le demuestre que creo ciegamente en él, que sé que no es un asesino, que estoy segura de que no va hacerme daño.
   Pero yo no lo sé, por eso tiemblo cuando recorre mi cuerpo con un cuchillo y me dice que es la cucharilla del café.

EL CUADERNO FRANCÉS, Ramón Eder

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RAMÓN EDER, El cuaderno francés, Huacanamo, Barcelona, 2012, 64 páginas.

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La vida es una ficción basada en hechos reales.
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Cometemos siempre los mismos errores, lo cual nos da una especie de extraña coherencia.
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Solucionados los problemas básicos, el problema de la vida es cómo pasar las tardes.
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Con lentitud exasperante cambió de opinión como quien se deja barba.
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Si uno se descuida la melancolía se le puede espesar como una mayonesa.
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Hay frases que sin decir una verdad suenan como si la dijeran.
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El chocolate nos produce la efímera sensación de que el mundo está bien.
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Característico de una época explosiva es el fragmento.
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Cuando nos caemos es como si se oyeran unas risas enlatadas.

99 CUARTETOS DE WANG WEI Y SU CÍRCULO, Wang Wei

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WANG WEI, 99 cuartetos de Wang Wei y su círculo, Pre-Textos, Valencia, 2000, 248 páginas.
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En la extensa y documentada Presentación (pp. 11-28) de esta edición bilingüe, Anne-Hélène Suaréz, editora y traductora, no solo sitúa a Wang Wei en su época (Siglo VIII), sino también describe pormenorizadamente la retórica y poética de los juejus de los que dice que "es posible que el género inspirara más tarde los rubayat persas o el haiku japonés". 
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EL PARQUE DE LOS MAGNOLIOS

Otoñal, el monte recoge la última luz.
Fugaz, la bandada sigue al primer pájaro.
Un instante se muestra el brillante verdor.
La neblina del ocaso no tiene donde morar.




BAJO LLUVIA AJENA, Juan Gelman & Carlos Alonso

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JUAN GELMAN, Bajo la lluvia ajena, Libros del Zorro Rojo, Madrid, 2009, 72 páginas.


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Subtitulado Notas al pie de una derrota, componen el libro los aguafuertes de Carlos Alonso y las impresiones de Gelman sobre el exilio. Cierra el Prefacio (pp. 5-7) Alejandro García Schnetzer con una sentencia del escritor: "...lo opuesto del olvido es la verdad, no la memoria".
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XIV
        
   Llego temprano a todas partes. Veo cómo vacían las escuelas de los cadáveres nocturnos del saber y tiran creolina en los rincones para tapar los olores de la ciencia. Llego temprano al hospital, cuando cambian los muertos de las sabanas. Llego temprano a vos, amor, cuando a luz de tu secreto reís sin darte cuenta,
   No estoy llegando temprano por equivocación, miedo o valor. Los militares mean la noche marxista-leninista y he llegado temprano a este exilio de mí. Temprano escucho el pájaro cantar, la pájara sufrir, y temprano saldré de mi vida.

13-05-1980

¿PUEDEN SUCEDER TALES COSAS?, Ambrose Bierce

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AMBROSE BIERCE, ¿Pueden suceder tales cosas? Cuentos fantásticos completos, Valdemar, Madrid, 2005, 448 páginas.

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UNA NOCHE DE VERANO


   —El hecho de que Henry Armstrong fuese enterrado no significa ni probaba, en su opinión, que estuviera muerto: siempre fue un hombre difícil de convencer. 
   Sólo admitía estar enterrado, cosa de la que le ofrecían testimonio sus sentidos. Su posición —yaciente de espaldas, con las manos cruzadas a la altura del estómago y atadas con algo que podía haber roto facilmente sin que se alterase su situación—, así como el estricto confinamiento de su persona, la absoluta oscuridad y el profundo silencio, todo eso era lo propio de un cadáver, una evidencia imposible de rebatir que él aceptaba sin cavilar. 
   Pero la muerte, no, eso no lo aceptaba, sólo que estaba enfermo. Tenía, a fin de cuentas, esa apatía propia del inválido, algo que no le hacía sentir bien por cuanto era para él una especie de mala suerte, una cosa que le había tocado en un infausto reparto. No era un filósofo, sólo un hombre común hecho a los lugares comunes, por lo que esa su apatía venía a resultar en una especie de indiferencia patológica: el órgano que, según lo que se temía, lo había dejado postrado. Así que, sin aprensiones especiales ni temores a propósito de su futuro inmediato, se creía dormido y todo era paz para Henry Armstrong. 
   Pero había de acontecer algo. Era una oscura noche de verano en la que de repente apareció en el cielo, a baja altura, una nube luminosa que venía cargada de tormenta. Esa breve pero intensa iluminación se había dejado ver con una distinción rara, desvelando bajo su luz los monumentos funerarios y las tumbas con sus lápidas, que parecían tremolar, y hasta bailar, bajo aquella luminosidad extraordinaria y elegante. No era una de esas noches en las que cualquier suceso extraordinario puede asombrar a quienes son testigos del mismo, por lo que aquellos tres hombres que estaban allí, empleándose en la profanación de la sepultura de Henry Armstrong, se sentían razonablemente seguros. 
   Dos de ellos eran jóvenes estudiantes de una Facultad de Medicina que estaba a varias millas de distancia; el otro era un negro gigantesco al que llamaban Jess. Jess trabajaba en el cementerio desde hacía muchos años, en calidad de algo así como un chico para todo, y se complacía muy especialmente pensando y diciendo que conocía a todas las almas allí enterradas. De lo que hacía allí en aquel momento puede dar cuenta el hecho de que a esas horas nadie acudiría a visitarle al cementerio, por lo que Jess podría entregarse a tratos difícles de hacer ante testigos. 
   Extramuros del cementerio había un caballo con un furgón, a la espera. 
   Excavar no era un trabajo muy duro para ellos; la tierra que pocas horas antes había caído sobre el ataúd de Henry Armstrong ofrecía poca resistencia y resultaba fácil removerla. Remover el ataúd, o lo que es igual, abrirlo, fue un poco más difícil, pero allí estaba Jess, quien se empleó con todas sus fuerzas, que eran muchas, para hacer eso, y para después sacar el cuerpo vestido con un pantalón negro y una camisa blanca. Mas justo en ese momento el aire se llenó de algo parecido a una llamarada, se dejó sentir un gran trueno que parecía ir a reducir a cenizas el mundo, y Henry Armstrong se puso en pie por sí mismo, tranquilamente. Aquellos tres hombres, incapaces de articular un grito, experimentaron no obstante un terror absoluto y echaron a correr, cada uno en una dirección. Dos de ellos, por nada del mundo hubieran sido capaces de volver sobre sus pasos. Pero Jess estaba hecho de otra pasta. 
   A la mañana siguiente, a hora temprana, los dos jóvenes estudiantes se reunieron en la Facultad de Medicina, pálidos, con los rostros deformados por la ansiedad y el miedo, con el terror sufrido durante su aventura corriéndoles aún por la sangre. 
   —¿Te fijaste en aquello? —dijo uno. 
   —¡Dios, claro que sí! ¿Qué vamos ha hacer ahora?
   Después salieron a pasear alrededor del edifico de la Facultad, donde un poco más allá vieron un caballo que tiraba de un furgón, detenido frente a la sala de disección. 
   Entraron allí mecánicamente. A pesar de la oscuridad de la sala distinguieron al negro Jess, que estaba sentado en una silla. Jess se levantó con gesto agrio, todo ojos y todo dientes. 
   —Estoy esperando a que me paguéis —dijo. 
   Un poco más allá, desnudo sobre una gran mesa, yacía el cuerpo de Henry Armstrong, con la cabeza ensangrentada y llena de barro, a consecuencia de los golpes recibidos con una pala. 

RELATOS COMPLETOS, Virginia Woolf

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VIRGINIA WOOLF, Relatos completos, Alianza, Madrid, 1994, 424 páginas.

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Susan Dick, responsable de una edición que traduce Catalina Martínez Muñoz, resalta en sus palabras introductorias la novedad de reunir por primera vez en un solo volumen los relatos de Virginia Woolf, de forma que "leerlos tal y como aquí se ofrecen, en orden cronológico, es seguir de cerca la asombrosa evolución del talento de su autora".
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EL BALNEARIO

   Como todas las ciudades costeras, estaba impregnada de olor a pescado. Las jugueterías aparecían repletas de conchas esmaltadas, duras, aunque frágiles. Incluso los habitantes del lugar tenían cierta apariencia de molusco... un aspecto insignificante, como si alguien hubiese sacado el auténtico animal con la punta de un alfiler y sólo quedase el caparazón. Los ancianos del paseo eran moluscos. Sus polainas, sus pantalones de montar, sus catalejos parecían convertirlos en juguetes. Era tan poco cierto que ellos hubiesen sido alguna vez auténticos marineros o auténticos deportistas como que las conchas pegadas en los marcos de las fotografías y los espejos hubiesen yacido alguna vez en las profundidades del mar. También las mujeres, con sus pantalones, sus zapatos de tacón, sus bolsos de rafia y sus collares de perlas, parecían caparazones de auténticas mujeres que salen de mañana a hacer la compra.
   A la una en punto esta frágil población de moluscos esmaltados se congregó en el restaurante. El restaurante olía a pescado, tenía el olor de un barco de pesca que ha sacado sus redes cargadas de arenques. El consumo de pescado en este comedor ha debido de ser enorme. El olor invadía incluso la habitación con el rótulo «Señoras» situada en el primer piso. Esta habitación constaba sólo de dos compartimentos divididos por una puerta. A un lado de la puerta se aliviaban las necesidades de la naturaleza; y al otro, frente al tocador y el espejo, la naturaleza quedaba sometida por el arte. Tres muchachas procedían a ejecutar esta segunda fase del ritual cotidiano. Ejercían su derecho a mejorar la naturaleza, a sojuzgarla con sus polveras y sus pintalabios rojos. Mientras hacían esto, charlaban. Pero su conversación se vio interrumpida por la llegada de una ola; luego la ola se retiró y se oyó decir a una de ellas:
   —Nunca me preocupé por ella... es tonta de remate... A Bert nunca le han gustado las mujeres mayores... ¿Lo has visto desde que volvió?... Sus ojos... son tan azules... Como estanques... Los de Gert también... Los dos tienen los mismos ojos... Puedes hundirte en ellos... Los dos tienen los mismos dientes... Tiene unos dientes tan blancos, tan bonitos... Gert también... Pero los tiene un poco torcidos... cuando sonríe...
   El agua borboteó. Las olas derramaron su espuma y se retiraron. A continuación se oyó decir: «Debería tener más cuidado. Si le sorprenden haciendo eso le harán un consejo de guerra...» En ese momento se oyó correr el agua en el compartimento contiguo. La marea parece estar subiendo y bajando eternamente en el balneario. Descubre a estos pececillos; los cubre de agua. Se retira, y aquí están de nuevo los peces, despidiendo un intenso y extraño olor a pescado que parece inundar por completo el balneario.
   Pero de noche la ciudad se vuelve etérea. Un blanco resplandor ilumina el horizonte. Hay aros y diademas en las calles. La ciudad queda sumergida bajo el agua. Y sólo se distingue su esqueleto de bombillas de colores. 

LOS NIÑOS TONTOS, Ana María Matute

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ANA MARÍA MATUTE, Los niños tontos, Destino, Barcelona, 1971, 68 páginas.

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Ésta es la primera edición en Destino, la segunda tras la original de 1956 en la madrileña Arión. Cuenta con las ilustraciones de José María Prim.
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EL INCENDIO

El niño cogió los lápices color naranja, el lápiz de color amarillo, y aquel por una punta azul y la otra rojo. Fué con ellos a la esquina, y se tendió en el suelo. La esquina era blanca, a veces la mitad negra, la mitad verde. Era la esquina de la casa, y todos los sábados la encalaban. El niño tenía los ojos irritados de tanto blanco, de tanto sol cortando su mirada con filos de cuchillo. Los lápices del niño eran naranja, rojo, amarillo y azul. El niño prendió fuego a la esquina com sus colores. Sus lápices -sobre todo aquel de color amarillo, tan largo- se prendieron de los postigos y las contraventanas, verdes, y todo crujía, brillaba, se trenzaba. Se desmigó sobre su cabeza, en una hermosa lluvia de ceniza, que le abrasó.

CASA DE MUÑECAS, Patricia Esteban Erlés

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PATRICIA ESTEBAN ERLÉS, Casa de muñecas, Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 184 páginas.

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Las magníficas ilustraciones de Sara Morante habitan bajo el mismo techo y comparten sin roces espacio y genialidad con unos microrrelatos que construyen, desde la belleza del horror y la sensualidad de la muerte, un juguete literario que solamente conoce el mecanismo de deleitar.

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TRES GATOS NEGROS

   A la loca la seguían siempre tres gatos negros como las moras. Cuando nos la tropezábamos en la plaza, mi madre hacía la señal de la cruz con disimulo y yo me daba la vuelta para mirarla. Ella solía caminar sin zapatos, con el filo de un camisón blanco asomando por debajo del abrigo que olía a sangre. Un día se le quemó la casa con ella dentro. La vimos bailar de habitación en habitación, hecha un manojo de llamas. A lo que llegaron los bomberos no quedaban ni sus huesos. Yo pregunté por los gatos, sus tres gatos negros. ¿Qué gatos? La loca vivió siempre sola, ni sombra tenía, me interrumpió mi madre. Al parecer, ella no los vio nunca pasear por el pueblo, como si fueran sus dueños. Tampoco los ve ahora, tumbados sobre el edredón de mi cama, tentándome para que salga de noche a caminar descalza.

MIRADAS Y LETRAS I

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Miradas y letras I en el Camino de la Lengua Castellana, Fundación Lengua Castellana, Logroño, 2010, 168 páginas.

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Se recogen en este volumen las fotografías y los relatos de la primera edición de los certámenes fotográfico y literario convocados por la Fundación Lengua Castellana.
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CAPÍTULO INÉDITO

   Durante mucho tiempo Santo Domingo de Silos vivió en paz y armonía. Pero cuenta la historia que un día el pueblo contrajo el mal del olvido. Sus habitantes comenzaron a extrañar el significado de las cosas. Conscientes del infortunio, resolvieron anotar en los objetos su nombre, uso y costumbre. Sin embargo, también descuidaron leer, escribir y hablar. Y lentamente olvidaron sus vidas.

   Pronto se extendieron los rumores del encantamiento. Éstos llegaron a oídos del rey, que ordenó a su ejército partir hasta Silos. Pero los soldados nunca regresaron. Dice entonces la leyenda que perdida toda esperanza, un hada se reveló en sueños de un caballero.Y le suplicó su favor. A cambio, prometió ser musa de su historia e inmortalizar su nombre en el libro más grande jamás escrito. Durante el camino imaginó el caballero la manera de deshacer el embrujo. Mientras, su escudero, confiaba en hallar vino donde saciar su sed. Y así, entre anhelos y ensoñaciones que distraían el miedo, alcanzaron al anochecer las puertas de Silos. Recorrió el caballero el pueblo en busca del malvado encantador. Pero únicamente halló tristeza y melancolía.Y él mismo sucumbió también al mal. Entretanto, su escudero se escondió en una bodega. Cuando amaneció anduvo tras su amo. Mas sólo descubrió un hidalgo de su misma apariencia y figura. Entonces pensó darle de beber algo de vino. El caballero recobró el juicio, si bien no recordó nada de lo acontecido. Aunque feliz quiso volver a probar aquel ungüento mágico. Y mandó repartirlo entre los habitantes del pueblo. Fue así, como se despertó la nostalgia de los hombres, resucitaron sus recuerdos y el hidalgo recuperó su condición de caballero andante y loco soñador.

   El hada cumplió su promesa y atendiendo las andanzas del caballero, mandó escribir sus gestas. Mas no logró rescatar del olvido, este capítulo de la historia, donde tuvo lugar una de las más insólitas aventuras que en el libro se cuentan.Y que trata del extraño encantamiento que en Santo Domingo de Silos padeció Don Quijote de la Mancha, con otros sucesos dignos de felice recordación.

 CÉSAR MANSO ARROYO