CUENTOS DE LOS SABIOS DE LA INDIA, Martine Quentric-Sèguy

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MARTINE QUENTRIC-SÈGUY, Cuentos de los sabios de la India, Sígueme, Salamanca, 2002, 224 páginas.
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En la Introducción (pp. 11-13) a estos cuarenta y tres relatos "A orillas del Ganges"  se puede leer: "A los hindúes se les proponen diversos caminos [...] para alcanzar la sabiduría. Uno de ellos recibe el nombre de Vedanta. Los cuentos de este libro reflejan la sabiduría de las cuatro cualificaciones preliminares para incorporarse a este camino".
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EL PAPAGAYO

     En una jaula grande y hermosa vivía un magnífico papagayo.
   Fue comprado en un mercado persa por su dueño, un comerciante de Cachemira. Toda la familia estaba orgullosa del papagayo, que hablaba admirablemente bien. El amo, su esposa y sus hijos lo querían y lo apreciaban mucho, presumían de él y siempre estaba presente en sus fiestas.
   El papagayo, sin embargo, desconocía la felicidad. Estaba prisionero en su jaula de oro, lejos de los suyos. Trató de explicar lo desgraciado que era, pero le respondieron llevándole manjares excelentes y esos extraños juguetes que les gustan a los humanos. Le atendieron con caricias y palabras bonitas, pero nadie le abrió la jaula.  Él no pensaba más que en liberarse pero no sabía cómo. Se había hecho amigo de un adolescente, esclavo y desgraciado como él ya que el amo lo había comprado a sus padres.
   El comerciante tenía que hacer un viaje a Persia y unos días antes el secretario del amo cayó enfermo y decidieron a toda prisa que el adolescente acompañara a su patrón. Entonces el papagayo llamó su atención y le pidió que se acercara a la jaula todo lo posible y con gran sigilo murmuró:
   —Cuando estés allí, en Persia, ve, te lo ruego, al bosque y cuéntales a los míos dónde vivo. Háblales de mi tristeza, descríbeles mi jaula y pídeles consejo y auxilio. A la vuelta, prométeme que me dirás su respuesta, cualquiera que sea, tú que sufres una suerte parecida a la mía, sabrás comprenderme.
   El adolescente asintió con la cabeza.
   —Sí, iré, te lo prometo. ¡A mí me gustaría tanto poder enviar noticias y recibirlas de los míos!
   El viaje fue largo. El joven, que desconocía el mundo, se emocionó y se apasionó al descubrir sus bellezas. Sin embargo, no olvidó la promesa que había hecho al papagayo. En cuanto pudo, fue a un bosque, levantó la cabeza hacia la copa de los árboles y el arco iris de plumas, y contó las desgracias del hermano lejano e intentó comprender los consejos que los suyos podrían darle. Tres papagayos cayeron muertos a sus pies. Él se sobresaltó.
   —La emoción —se dijo— y sin duda, la pena han matado a estos tres ancianos papagayos.
   Pero no recibió ningún consejo que transmitir, nada más que noticias del bosque.
   A su regreso a Persia, el adolescente fue a contarle al papagayo su visita a los grandes árboles y le comunicó las noticias oídas.
   —Temo entristecerte —añadió—, pero debo decirte que, en cuanto hablé de ti, murieron tres ancianos papagayos.
   —¿Murieron? ¿Cómo ocurrió?— Dijo el papagayo.
   —Les hablé de ti, les di noticias tuyas, les pregunté si tenían algún consejo que darte, y los tres papagayos cayeron muertos al suelo al instante. Probablemente por la conmoción del duelo, nadie ofreció consejos. Los tuyos no supieron confiarme más ninguna noticia.
   —¡Muchísimas gracias! Veo que has cumplido escrupulosamente tu misión. ¡No te desanimes, ama la libertad y la libertad te amará!
   En cuanto se marchó el adolescente, el papagayo cayó de su percha en la jaula con el pico abierto, los ojos cerrados y las patas replegadas sobre su vientre multicolor boca arriba.
   Un sirviente que lo descubrió en este estado llamó al amo, el cual acudió corriendo, tomó al papagayo entre sus manos, sopló sobre sus plumas y vertió algunas gotas de agua en su pico. No consiguió nada, el papagayo no dio ningún signo de vida. Entonces el amo llorando, lo depositó en un montón de hojas dispuestas para ser quemadas junto con el papagayo con grandes honores, mientras murmuraba una oración fúnebre.
   Apenas había tocado el papagayo las hojas cuando, en el mismo instante en que las manos de su amo se abrieron, batió las alas y salió volando, llevado por el viento que soplaba hacia Persia.

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