EL NIÑO QUE DIBUJABA GATOS Y OTROS CUENTOS JAPONESES, Lafcadio Hearn

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LAFCADIO HEARN, El niño que dibujaba gatos y otros cuentos japoneses, Ediciones del Viento, A Coruña, 2004, 260 páginas.

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Los veintitrés relatos, procedentes de Japanes fairy tales (1918) y The boy who drew cats (1963), cuentan con las bellas ilustraciones de Mariana Riestra.
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EL VIEJO Y LOS DEMONIOS

   Hace mucho tiempo había un viejo que tenía un bulto en la mejilla derecha. Un día subió a la montaña para cortar leña, cuando de repente empezó a llover y a soplar el viento de tal forma que, al ver que era imposible regresar a casa, y muy asustado. se refugió en el hueco de un viejo árbol.
   Allí acurrucado e incapaz de conciliar el sueño, oyó un confuso sonido de varias voces que se iban acercando hacia donde él estaba. Se dijo a sí mismo: «¡Qué raro! Creía que era el único que estaba en la montaña, sin embargo oigo voces de más gente». Se atrevió a asomarse y vio una muchedumbre de extraños seres. Algunos eran rojos vestidos de verde; otros eran negros vestidos de rojo; algunos tenían un solo ojo; otros no tenían boca; la verdad es que era difícil describir su rara apariencia.
   Encendieron un fuego que dio tanta luz como si fuera de día. Se sentaron en dos filas cruzadas y comenzaron a beber vino y divertirse como si fueran humanos. Se pasaron las copas de vino tantas veces que algunos se emborracharon mucho. Uno de los jóvenes demonios se levantó y comenzó a cantar una alegre tonada y a bailar, e igual hicieron muchos otros; algunos bailaban muy bien, otros fatal. Uno dijo:
   —Lo estamos pasando inusualmente bien esta noche, pero me gustaría ver algo nuevo.
   El viejo, perdiendo el miedo, pensó que le gustaría bailar y diciendo:
   «Que sea lo que sea, si muero por ello, por lo menos habré bailado», se arrastró fuera del hueco del árbol, y con su gorra cayéndole sobre la nariz y el hacha en el cinturón, comenzó a bailar.
   Los demonios saltaron sorprendidos exclamando: «¿Quién es éste?» Y como el viejo bailaba adelante y atrás, balanceándose y haciendo contorsiones a un lado y otro, hacía reír y disfrutar a todos, que dijeron:
   —Qué bien baila este viejo. Tienes que venir siempre y unirte a nuestras fiestas; pero tememos que no vuelvas, así que debes prometernos que lo harás.
   Los demonios se reunieron a deliberar, y pensando que el bulto de su cara era señal de riqueza, demandaron que se lo entregara. El viejo replicó:
   —He tenido este bulto durante muchos años y no me separaré de él si no es por una buena razón; pero podéis quedároslo, o un ojo, o la nariz, si es vuestro deseo.
   Así que los demonios lo agarraron, retorciéndolo y tirando de él, y se lo sacaron sin hacerle el menor daño, y lo guardaron como señal de que cumpliría su promesa de regresar. Cuando comenzó a amanecer y los pájaros empezaron a cantar, los demonios desaparecieron apresuradamente.
   El hombre se acarició la cara y la notó suave y sin rastro del bulto. Se olvidó de cortar la leña y corrió hacia su casa. Su mujer, al verlo, exclamó sorprendida:
   —¿Qué te ha sucedido?
   Y él le narró lo acontecido.
   Entre los vecinos había otro viejo que tenía un bulto en la mejilla izquierda. Al oír cómo el viejo se había librado de su bulto, tomó la determinación de hacer lo mismo para ver si él se libraba también del suyo. Así que fue y se metió dentro del hueco del árbol a esperar la llegada de los demonios. Y tal como le dijeron, los demonios llegaron. Se sentaron, bebieron vino y se divirtieron como la otra vez. El viejo asustado y tembloroso salió del hueco del árbol. Los demonios le dieron la bienvenida diciendo:
   —El viejo ha vuelto, veamos cómo baila.
   Pero este viejo era torpe y no bailaba tan bien como el otro. Y los demonios le gritaron:
   —Bailas mal, y cada vez peor, te devolveremos el bulto que tomamos como prenda de tu promesa.
   Y diciendo esto, uno de los demonios trajo el bulto y se lo colocó en la otra mejilla; por lo que el viejo volvió a casa con un bulto en cada mejilla.


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