MOMENTOS DE INADVERTIDA INFELICIDAD, Francesco Piccolo
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FRANCESCO PICCOLO, Momentos de inadvertida infelicidad, Anagrama, Barcelona, 2016, 168 páginas.
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El lector no encontrará hasta la página 91 una referencia al anverso de este libro. Serán momentos desdichados "Todas las veces que me dirán: era mejor Momentos de inadvertida felicidad." Es cierto que son más frecuentes en esta segunda entrega los relatos de mayor extensión, pero ello no mitiga el provecho: Piccolo mantiene el ingenio al expresar con sutileza su benevolente sátira costumbrista.
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Cuando me viene a la cabeza una idea que me parece buenísima, tan buena que me confío, no voy a poder olvidarla. Luego, al cabo de un rato, se desvanece, ya no la recuerdo. De lo único que me acuerdo es de que era una buena idea, pero ya ni siquiera sé de qué iba.
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Algunos trabajadores de atención al cliente me llaman para hacerme una oferta comercial, pero no son lo bastante insistentes. Les digo que estoy trabajando, ellos se desaniman de inmediato y cuelgan. Me gustaría que fueran más combativos, me gustaría que insistieran, que intentaran convencerme de la bondad de su oferta, que fueran realmente molestos, como tienen que ser. Obviamente, de todas formas al final diría que no.
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Cuando jugamos un partido, o un juego de competición, o un concurso, suelo dejar que gane mi hijo. Pero algunas veces no, sobre todo cuando lo veo demasiado competitivo. Sé que no le gusta perder, y por eso es necesario que a veces pierda. Y yo le hago perder. El intenta —como le he enseñado— aceptar la derrota, pero se nota que lo hace por mí, y que por dentro no la ha aceptado. Sé que lo estoy haciendo bien, que eso es justo, que lo hago por él.
Pero lo siento. Me siento triste después. Así que no lo resisto y le digo: ¿jugamos la revancha?
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Hago un regalo. Digo: si no te gusta puedes cambiarlo. Me responde: pero ¿qué dices?, me gusta muchísimo, es mi color favorito, ¿cómo lo has adivinado?
Y al día siguiente va a cambiarlo.
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Cada uno de nosotros está formado por un equilibrio finísimo de todas las cosas, buenas y malas; y he aprendido que —como los palillos del Mikado— si extrajera lo que menos me gusta de la persona a la que amo, también saldría lo que más me gusta.
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