LA NAVIDAD SIGUE CONTANDO, Varios Autores
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VARIOS AUTORES, La Navidad sigue contando, Punto y Seguido, León, 2012, 132 páginas.
MEMORIA DEL MUSGO
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En érase una vez...más (pp. 7-9) Fernando Conde presenta este ramillete de relatos navideños felizmente acompañados de las ilustraciones de Alberto Sobrino, Penélope Pez, Carlos Sáez y tantos otros. Entre los muchos narradores el lector encontrará a Óscar Esquivias, Rubén Abella, Pablo Andrés Escapa, Esperanza Ortega o Carlos Murciano.
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Salíamos en grupo, alegres y revoltosos, a explorar la humedad
de las rocas en las cercanías del río, escogíamos las superficies
lisas, los fulgores verdes, y después, usando con sutileza navajas,
espátulas de albañilería o sucedáneos de dudosa invención,
procurábamos las mayores porciones intactas de musgo. Yo iba con
ellos, formaba parte del grupo y del bullicio, participaba de la
excitación y la alegría, del equívoco color de la inocencia, y
celebraba cada año la primicia común del musgo, su vastedad y sus
matices escarchados. Los demás ingredientes -el buey y la mula, el
chozo y el pastor, el perro y las ovejas- permanecían inmutables en
el tiempo, protegidos con paja o con serrín en cajas de madera o de
cartón. Sólo el tapiz del musgo, ajeno al artificio, se renovaba
siempre. Después, también, sólo el musgo se desvanecía, poco a
poco se apagaba el verdor y volvíamos a la monotonía escolar. No
importaba. Los alrededores pedregosos, la invitación del río y la
humedad sombría eran parte y preludio de la celebración. Así era
el ciclo, así el vigor del solsticio, así la claridad crucial del
frío. En ocasiones también se estropeaba el papel de plata, la
simulación de arroyos, gargantas o riachuelos, y entonces había que
emplazarlo porque al deteriorarse se anulaban los reflejos del
agua. Al contrario que el musgo, sin embargo, entonces no abundaba el
papel de plata, de modo que, tal vez por el prestigio del metal
precioso, pero más aún, según creo, por el misterio de su
artesanía, por la incógnita de su fabricación y quizás también
por tos productos de los que procedía, fue usurpando el sentido
primordial del musgo, relegando el musgo a su mediocridad rústica y
bucólica, y alcanzando con engaños y espejismos los privilegios de
la primogenitura. Era, pues, más difícil aportar papel de plata que
musgo, porque musgo había en proporciones naturales, pero papel de
plata sólo en mercancías de fábrica y en caprichos de la
industria, y el musgo pasó a ser secundario y el papel de plata
primordial, y el musgo servidumbre y el papel de plata aristocracia,
y, así como las golosas tentaciones de miel y almendras sobrepasaban
en aprecio a naranjas, los higos secos, los calbotes o las pasas de
también el papel de plata desplazó la hegemonía del musgo y
también terminamos todos despreciando el musgo y celebrando el papel de plata.
Y como sólo lo que se pierde permanece, recordamos después con
añoranza aquellos días de musgo y excursión, ajenos a las
heladas de diciembre en que se celebraban las matanzas y se recogían
las aceitunas, los mismos días en que la atmósfera con toda
transparencia los días felices del alción. Tal vez, por eso terminé
ideando en la doble distancia la hipótesis del musgo. Ahora que sólo
queda del musgo la memoria (pues también con el tiempo se volvió
artificial, de bazar o invernadero) y que esa memoria es, por tanto,
una condena, se abren paso al unísono intuición y certidumbre: que
se secó el musgo y se apagó para siempre su cándido esplendor. Bajo
él fermentan variantes de una melancolía que no sucumbe a las
burbujas ni a los cantos ni a los dulces de almendra y miel, clara
constatación de que no hemos alcanzado la bondad y de que hemos
perdido el paraíso, de que el río y las rocas han enmudecido, de que
todo es ya papel de plata: papel de plata y plata de papel.
Gonzalo Hidalgo Bayal
Ilustración: Verónica Navarro
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