BRUJAS Y HECHIZOS, Benjamin Lacombe & Sébastien Perez

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BENJAMIN LACOMBE & SÉBASTIEN PEREZ, Brujas y hechizos, Edelvives, Zaragoza, 2009, 78 páginas.
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Publicado como apéndice de Genealogía de una bruja contiene, además de Recetas y sortilegios (p. 70), las semblanzas de Lilith, Isis, Medusa Yama Uba, Gretchen, Juana, Lisa, Malvina, Leonora, Mary y Anny, Mambo, Olga y Lisbeth.
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YAMA UBA [656-953]



Yama Uba recordará siempre la noche en que unos hombres entraron en la cabaña en la que vivía con su madre; nunca olvidará los gritos, las súplicas, las lágrimas y aquella sangre. Por la mañana, la niña, junto al cadáver de su madre, descubrió que estaba sola en el mundo. Yama Uba lloró durante días y con sus gemidos atrajo a las fieras salvajes. Se acercaron lobos hambrientos, que mostraban sus afilados colmillos, dispuestos a devorar a aquella presa fácil. Pero cuando los predadores entraron en la cabaña sólo encontraron una lobezna. Yama Uba los había engañado; sus poderes se habían revelado con la llegada de aquel peligro. Podía transformarse en lo que quisiera. Así que Yama Uba creció explotando su don para defenderse o para acercarse a las presas de las que se alimentaba.
Cuando creció, la bruja se puso el kimono rojo de su madre e hizo del bosque su propio reino. Una tarde de estío, cuando Yama Uba rezaba en el altar que había construido para su madre, vio un hombre que se parecía a aquellos que la habían separado para siempre de su madre. Un escalofrío de rabia le recorrió el cuerpo. La joven se transformó en una ninfa de embaucadora belleza y, sin decir palabra, atrajo al hombre hasta la cabaña y allí lo devoró. Desde entonces, fueron muchos los hombres que cayeron en las trampas que les tendía Yama Uba para apagar su sed de venganza. Y, cuando se adentraban en el bosque hombres más avispados, Yama Uba se transformaba en anciana para enternecerlos. Los devoraba uno tras otro pero, por muchas víctimas que hiciera, no lograba calmar su apetito.
Una mañana, mientras saboreaba a un incauto viajero, oyó unos gemidos procedentes de la carreta del hombre. Se acercó y vio un niño que tendría la misma edad que ella cuando mataron a su madre. El chiquillo la miró desde detrás de sus lágrimas. Ella se enterneció y decidió criar a aquel niño como si fuera su hijo. A partir de aquel día, Yama Uba no volvió a devorar a nadie. Se sentía en paz y sabía que a su hijo Kintaro le esperaba una vida fabulosa.
La bruja tuvo una vida plena y elevó a Kintaro al rango de héroe. Una tarde invernal, Yama Uba cerró los ojos para siempre cerca del altar de su madre, feliz de reunirse con ella.
 

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