EL HOMBRE DE LA PENUMBRA, Guillermo Samperio
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Además de la entrevista Diálogo con Guillermo Samperio (pp. 7-18), José Balza firma una presentación para esta primera antología publicada en Venezuela del «cuentista de la mirada, que entiende un mundo para que nosotros podamos desplazarnos dentro de él».
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Todas las
mañanas compro el periódico y todas las mañanas, al leerlo, me
mancho los dedos con tinta. Nunca me ha importado ensuciármelos con
tal de estar al día en las noticias. Pero esta mañana sentí un
gran malestar apenas toqué el periódico. Creí que solamente se
trataba de uno de mis acostumbrados mareos. Pagué el importe del
diario y regresé a mi casa. Mi esposa había salido de compras. Me
acomodé en mi sillón favorito, encendí un cigarro y me puse a leer
la primera página. Luego de enterarme de que un jet se había
desplomado, volví a sentirme mal; vi mis dedos y los encontré más
tiznados que de costumbre. Con un dolor de cabeza terrible, fui al
baño, me lavé las manos con toda calma y, ya tranquilo, regresé al
sillón. Cuando iba a tomar mi cigarro, descubrí que una mancha
negra cubría mis dedos. De inmediato retorné al baño, me tallé
con zacate, piedra pómez y, finalmente, me lavé con blanqueador;
pero el intento fue inútil, porque la mancha creció y me invadió
hasta los codos. Ahora, más preocupado que molesto, llamé al doctor
y me recomendó que lo mejor era que tomara unas vacaciones, o que
durmiera. Después, llamé a las oficinas del periódico para elevar
mi más rotunda protesta; me contestó una voz de mujer, que
solamente me insultó y me trató de loco. En el momento en que
hablaba por teléfono, me di cuenta de que, en realidad, no se
trataba de una mancha, sino de un número infinito de letras
pequeñísimas, apeñuzcadas, como una inquieta multitud de hormigas
negras. Cuando colgué, las letritas habían avanzado ya hasta mi
cintura. Asustado, corrí hacia la puerta de entrada; pero, antes de
poder abrirla, me flaquearon las piernas y caí estrepitosamente.
Tirado bocarriba descubrí que, además de la gran cantidad de
letras-hormiga que ahora ocupaban todo mi cuerpo, había una que otra
fotografía. Así estuve durante varias horas hasta que escuché que
abrían la puerta. Me costó trabajo hilar la idea, pero al fin pensé
que había llegado mi salvación. Entró mi esposa, me levantó del
suelo, me cargó bajo el brazo, se acomodó en mi sillón favorito,
me hojeó despreocupadamente y se puso a leer.
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