CUENTOS AFRICANOS PARA DORMIR EL MIEDO, Ernesto Rodríguez Abad
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ERNESTO RODRÍGUEZ ABAD, Cuentos africanos para dormir el miedo, Factoría de cuentos, Tenerife, 2010, 88 páginas.
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EL VIEJO QUE ASUSTABA AL MIEDO
El niño se acercó, curioso, al anciano. Le habían dicho que era el
viejo más sabio del continente africano. Se pasaba los días sentado bajo
el gran baobab que daba sombra a la sabana. El árbol era su trono y,
él, el rey de las tierras calientes y secas.
El niño tenía los ojos grandes y brillantes como pelotas de cristal negro, el pelo rizado y la piel oscura como una hermosa noche. Siempre en su mirada asomaba una pregunta. Quería conocer el mundo, quería saber cómo era África.
El anciano tenía palabras incrustadas en las arrugas, las manos se habían acostumbrado a tejer historias, la voz sabía volar como los pájaros, brillar como las estrellas, escurrirse entre las sombras como los peces de colores.
Le contó, al muchacho que quería saberlo todo, que la única forma de conocer África y el mundo era oír todos los cuentos y todas las leyendas. Las palabras que viajan desde los tiempos remotos dentro de las historias dicen más de lo que significan.
Ellas están escritas con hilos de la noche.
—¿Y cómo descubriré los cuentos?
¿Quién me contará las leyendas? —se apresuró a decir el muchacho de la mirada ansiosa.
El viejo sonrió. En aquella sonrisa había misterios, sabidurías que venían del pasado, magia de otros mundos.
Llenó la vasija de barro negruzco que siempre lo acompañaba con un puñado de tierra y piedrecillas. Luego, levantó el recipiente por encima de su cabeza y volcó la tierra. Se mezcló en el aire y cayó entre las yerbas y las hojas secas. El niño lo escuchaba en silencio. Estudiaba todos los movimientos y acciones del viejo. Sabía que el gesto, la acción y la palabra tenían un significado mágico. Más tarde la llenó de agua y pidió al muchacho que lo acompañase hasta el río. Volcó el líquido sobre el torbellino de aguas corrientes.
—Escucha como la tierra se mezcla con el viento. Escucha las palabras que dicen las aguas al arrastrar otras aguas. Estaba muy serio. Sabía que tenía que hacer comprender al muchacho lo importante que es aprender lo que la tierra nos quiere contar.
—Todo el mundo en África sabe que sólo hay que escuchar a la tierra. Los cuentos están en ella—las palabras del viejo parecían quedarse prendidas a las ramas del gran baobab.
En los cuentos se encierran secretos. Cada palabra sirve para algo más que para decirla y dejarla volar al viento. Las palabras pueden matar a las personas o pueden acariciar los oídos en las frías noches.
Si maltratamos la naturaleza, se pierden los relatos.
Es la tierra la que cuenta, pues las historias nacieron en ella, por eso decimos que en África se cuentan cuentos para dormir el miedo.
El niño tenía los ojos grandes y brillantes como pelotas de cristal negro, el pelo rizado y la piel oscura como una hermosa noche. Siempre en su mirada asomaba una pregunta. Quería conocer el mundo, quería saber cómo era África.
El anciano tenía palabras incrustadas en las arrugas, las manos se habían acostumbrado a tejer historias, la voz sabía volar como los pájaros, brillar como las estrellas, escurrirse entre las sombras como los peces de colores.
Le contó, al muchacho que quería saberlo todo, que la única forma de conocer África y el mundo era oír todos los cuentos y todas las leyendas. Las palabras que viajan desde los tiempos remotos dentro de las historias dicen más de lo que significan.
Ellas están escritas con hilos de la noche.
—¿Y cómo descubriré los cuentos?
¿Quién me contará las leyendas? —se apresuró a decir el muchacho de la mirada ansiosa.
El viejo sonrió. En aquella sonrisa había misterios, sabidurías que venían del pasado, magia de otros mundos.
Llenó la vasija de barro negruzco que siempre lo acompañaba con un puñado de tierra y piedrecillas. Luego, levantó el recipiente por encima de su cabeza y volcó la tierra. Se mezcló en el aire y cayó entre las yerbas y las hojas secas. El niño lo escuchaba en silencio. Estudiaba todos los movimientos y acciones del viejo. Sabía que el gesto, la acción y la palabra tenían un significado mágico. Más tarde la llenó de agua y pidió al muchacho que lo acompañase hasta el río. Volcó el líquido sobre el torbellino de aguas corrientes.
—Escucha como la tierra se mezcla con el viento. Escucha las palabras que dicen las aguas al arrastrar otras aguas. Estaba muy serio. Sabía que tenía que hacer comprender al muchacho lo importante que es aprender lo que la tierra nos quiere contar.
—Todo el mundo en África sabe que sólo hay que escuchar a la tierra. Los cuentos están en ella—las palabras del viejo parecían quedarse prendidas a las ramas del gran baobab.
En los cuentos se encierran secretos. Cada palabra sirve para algo más que para decirla y dejarla volar al viento. Las palabras pueden matar a las personas o pueden acariciar los oídos en las frías noches.
Si maltratamos la naturaleza, se pierden los relatos.
Es la tierra la que cuenta, pues las historias nacieron en ella, por eso decimos que en África se cuentan cuentos para dormir el miedo.
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