MIL BOSQUES EN UNA BELLOTA, Valerie Miles

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VALERIE MILES, Mil bosques en una bellota, Duomo, Barcelona, 2012, 760 páginas.

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La editora Varelie Miles en el Prólogo (pp. 11-19) explica el origen del proyecto: emular This is my best (1945) de Whit Burnett, y, para ello, ofrecer al lector un libro en el que los autores más relevantes en español eligiesen aquella obra de la que se sintiesen más satisfechos. Además de recoger la explicación de la difícil elección (La tortura del Doctor Johnson), se señalan las influencias (En conversación con difuntos) y se valora su obra. Los veintiocho autores aparecen en orden cronológico: Aurora Venturini, Ramiro Pinilla, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio, Carlos Fuentes, Jorge Edwards, Juan Goytisolo, Juan Marsé, Sergio Pitol, José de la Colina, Esther Tusquets, Hebe Uhart, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Edgardo Cozarinsky, José María Merino, Ricardo Piglia, Eduardo Mendoza, Cristina Fernández Cubas, Elvio Gandolfo, Enrique Vila-Matas, Rafael Chirbes, Alberto Ruy Sánchez, Javier Marías, Abilio Estévez, Antonio Muñoz Molina, Horacio Castellanos Moya y Evelio Rosero.    
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JOSÉ DE LA COLINA [México, 1934]

LA BELLOTA


LA TORTURA DEL DOCTOR JOHNSON


   «Creo que en el cuento sin ficción de “La última música del Titanic” he querido mostrar que entre los más heroicos personajes del histórico naufragio estuvieron los humildes músicos de salón, a quienes se les encargó tocar melodías para tranquilizar pasajeros y ellos cumplieron hasta el final y perecieron todos con el barco. Eso siempre me ha conmovido particularmente en la historia del Titanic y, por otra parte, quizá he logrado en ese texto mi idea de prosa continua, no detenida o demorada en puntos y seguido o puntos y aparte, de modo de obtener una especie de narrativa fluida y «musical». Y aún más y fuera de lo meramente literario: soy de Santander, puerto de mar de España, donde naturalmente la noticia del gran naufragio tuvo gran repercusión, y mi padre, que entonces tenía seis años, me contaba en mi niñez sus recuerdos acerca del asunto, así que para mí lo del Titanic ha sido una leyenda “familiar” desde entonces, y cuando, en los años setenta, Mario Lavista, compositor y director de la revista Pauta, me pidió un texto de asunto musical, yo, que soy musicólatra pero poco sé aparte de dónde está el do en el piano, escribí y envié esa pieza, que, digamos, es mi texto-fetiche.»

EN CONVERSACIÓN CON DIFUNTOS

   «Creo que antes que nada el escritor dialoga consigo mismo o con su otro yo. Por otra parte, los escritores que más releo para aprenderles algo respecto a la textura y el ritmo de la prosa, van, en mi idioma, de Cervantes a fray Luis de Granada, a Azorín, a  Corpus Barga, a Ramón Gómez de la Serna, a Octavio Paz, y, de los de otras lenguas desde Conrad a William Faulkner a Marcel Proust, a Blaise Cendrars a Michel Leiris, a Italo Calvino... y otros.»



CODA

   Alejandro Rossi ha descrito su prosa como: «libre y a la vez de un oído perfecto, carente de jergas muertas) con mucha serpentina y muy rica en miradas laterales». Un estilo también laureado por Octavio Paz. Usted ha descrito su estilo como «la escritura madrepórica.»
   «Encontré esa idea de la escritura madrepórica en Blaise Cendrars. Con frecuencia escribo con una “técnica” que consiste en escribir una primera frase u oración y ampliarla, enriquecerla, con incisos informativos, narrativos, descriptivos y alguna vez imaginados o metafóricos, que ella misma me “invita” a incorporarle sin que se rompa la fluidez del párrafo con puntos y coma. El cuento elegido quiere ser un completo y siempre fluido párrafo narrativo (“madrepórico”) de 1.423 palabras.»
   Parece imposible separar las experiencias de una vida en el exilio, una niñez en Francia, Bélgica, Santo Domingo, Cuba y, finalmente, México, de una obra literaria como la suya. ¿Se puede referir a cómo ha influido esa experiencia en su literatura en su mirada del otro y en su prosa?
«Me pide aclarar algo que para mí queda misterioso pero es verdad que mi narrativa ocurre en una cierta variedad geográfica. Arriesgándome a sinoptizar demasiado e incurrir en “lo sublime" diré que suelo definirme como ateo, apátrida y ácrata, y que de la Historia y de “mi” historia me atraen los personajes solitarios marginales y a contracorriente de los demás. Por lo demás creo que exiliados somos todos (desde el vientre materno), aunque algunos, conscientemente o no, se autoengañen con alguna identidad nacional o social o política o de cualquier credo.»

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