A FAVOR DEL PLACER, Manuel Vicent

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MANUEL VICENT, A favor del placer, El País Aguilar, Madrid, 1993, 264 páginas.

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GOLIAT

   Del campamento de los filisteos salió un hombre bastardo llamado Goliat, cuya estatura alcanzaba seis codos y un palmo, equivalentes a casi tres metros de altura. Traía en la cabeza un morrión de bronce e iba vestido con una coraza escamada, calzaba inmensas botas también de bronce y además usaba un gran escudo para protegerse los hombros. El astil de su lanza tenía el grueso de un enjullo de telar. Este gigante, encaramado en un risco, desafió a las huestes de Israel con bravatas de muerte. Frente a él estaba David, pastor nacido en Belén, un joven desvalido, aunque de gallarda presencia, hábil en tañer el arpa y en el manejo de la honda. El combate entre ellos parecía desigual. David escogió del torrente cinco guijarros bien lisos, los guardó en el zurrón y desde el valle subió al monte en busca del filisteo, que le esperaba en lo alto de una breña cubierto de metales. Mientras aquel bravucón se deshacía en amenazas, el pequeño pastor de ojos azules tomó la honda y con ella lanzó una piedra, la cual fue directa a incrustarse en la testa del gigante, quedando éste derribado. Entonces David se abatió sobre él, y después de segarle el cuello, llevó la cabeza de Goliat, triunfalmente, a Jerusalén. Según la historia, así sucedieron las cosas; pero la historia miente. Las cosas sucedieron al revés. Goliat no era filisteo, sino judío. Este coloso, adornado con toda la maquinaria de guerra, se paseaba por tierras de Jehová repartiendo culatazos a los palestinos con suprema ignominia. En cierta ocasión, el gigante se hallaba en el filo de un terraplén, y hasta allí llegó un humilde muchacho armado sólo con un tirachinas. Este nuevo David se atrevió a arrojar a Goliat  un miserable pedrusco que rebotó en su admirable coraza. El gigante montó en cólera, y dando cuatro zancadas, alcanzó en seguida al agresor. Le fijó con la bota el gaznate contra el suelo de Abraham y, sin pensarlo nada, le partió los brazos con una roca. Los huesos del pequeño David saltaron como piñones. Luego el gigante le arreó dos patadas en los riñones y soltó una carcajada.

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