TRATADO DE CULINARIA PARA MUJERES TRISTES, Héctor Abad Faciolince

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HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, Tratado de culinaria para mujeres tristes, Alfaguara, Madrid, 1998, 144 páginas.
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   Convéncete, te ruego, no hay afrodisíacos. No busques el deseo por medios de la gula o de la magia. Algunos ignorantes han soltado el embuste de frutos de pasión. Patraña es esta que tiene origen claro y mueve a risa. Fruto de la pasión o pasiflora llamaron los botánicos a algunas plantas rastreras que se enredan y trepan. Su flor se suponía que mostraba los estigmas de la pasión de Cristo: la lanza, el cáliz, la corona, los  clavos... De la de Cristo, piensa, que poco o nada tiene que ver con la pasión que buscan los consumidores de afrodisíacos, no ansiosos de martirio sino de desenfreno. Créeme, la pasión viene sola o no viene. Si no llega espontánea no la fuerces con pócimas. O surge sin esfuerzo o no valía la pena.
   No es cierto, sin embargo, que no se pueda hacer con la comida algo que favorezca los placeres del tálamo. Excitar los sentidos, todos los sentidos, es útil para hacerlos participar —una vez avivados— en el rito del abrazo. Se sabe que después del deseo sexual otra apetencia domina de segunda nuestra urgencia y es el deseo de saciar el hambre. Para desatar el apetito sexual nada mejor que apagar antes las ganas de comer. Come con apetito y observa el apetito de tu amigo, sin olvidar las palabras de una sabia matrona florentina: «Desganados en la mesa, desganados en la cama».
   Aviva todos los sentidos: la vista, con partes estratégicas tapadas y descubiertas de tu cuerpo; con una combinación armoniosa de colores en el plato. El tacto: deja que la piel roce la piel y que los dedos partan la corteza del pan. El olfato: no ocultes del todo tus olores naturales y prepara la nariz del otro con olores deleitosos de comida. El oído con música rítmica y palabras escogidas. Para el gusto prepara esta receta:
   Pelas trece langostinos grandes y pones a hervir las cáscaras en un buen caldo con cebollas y apios y un trozo de pescado. Fríes cebolla y ajo en aceite y mantequilla; luego le echas el caldo reducido a esta mezcla; lo adensas con una cucharada de harina de trigo; le das mejor sabor con una copa de brandy. Añades allí los langostinos enteros y dejas sólo que su color pase a un naranja intenso. Aparte cueces en agua con sal doscientos gramos de pasta corta. Al momento de mezclar la pasta con la salsa, añades pimienta y crema de leche. Este plato avivará sus sentidos hasta el colmo. Si lo acompañas con una botella de champaña muy seca, el resultado casi, casi es infalible.

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