CUENTOS DE LOS TRES HEMISFERIOS, Lord Dunsany
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LORD DUNSANY, Cuentos de los tres hemisferios, Espuela de Plata, Sevilla, 2011, 140 páginas.
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Componen la edición de este libro dos secciones: los tres relatos largos incluidos en Más allá del mundo conocido y los once relatos cortos recogidos en Cuentos de los tres hemisferios. Como señala en el Prólogo (pp. 9-12) Luis Alberto de Cuenca, a pesar de que algunos de estos relatos ya habían sido publicados anteriormente, ésta puede ser considerada la primera traducción íntegra de la obra. De trasladar al español este libro que vio la luz en Londres en 1919 se encarga Victoria León Varela.
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LOS DONES DE LOS DIOSES
Hubo una vez un
hombre que quiso pedir un deseo a los dioses. Pues la paz imperaba en el mundo
y todas las cosas resultaban igualmente monótonas, había llegado a sentirse en
el fondo cansado de la paz, y por ello echaba de menos las tiendas de campaña y
los campos de batalla. Así, pues, pidió un deseo a los dioses antiguos, y presentándose
ante ellos, hablo así:
“Dioses antiguos,
reina la paz hasta en los rincones más remotos de esta tierra en la que habito,
y estamos ya demasiado cansados de la paz. Por eso, oh dioses antiguos,
concedednos la guerra!”
Y los dioses,
atendiendo a su ruego, le concedieron la guerra. El hombre partió blandiendo su
espada, y desde ese momento bastaba mirarla para que la guerra estallara por
doquier. Pero entonces el hombre empezó a recordar las pequeñas cosas que había
conocido antes, los días serenos del pasado, y cada noche sobre la dura tierra,
soñaba con la paz. Las cosas habituales empezaron a volverse a sus ojos cada
vez más queridas, aquellas cosas monótonas pero serenas de los tiempos de la
paz, y recordando estas cosas, comenzó a lamentar la guerra y, una vez más,
pidió un deseo a los dioses antiguos. Y presentándose ante ellos, habló así:
“Oh dioses
antiguos, lo cierto es que el hombre
prefiere los tiempos de paz. Así, pues llevaos vuestra guerra y concedédnosla,
pues de todos vuestros dones no hay ninguno más deseable”.
El hombre regresó
entonces a la morada de la paz. Sin embargo nuevamente no tardó en cansarse de
ella, de todas las cosas que ya le eran conocidas y su monotonía. Y añorando de
nuevo las tiendas de campaña, se presentó ante los dioses y dijo así:
“Dioses antiguos no
deseamos vuestra paz, pues la paz no hace sino llenar de tedio nuestros días, y
el hombre está mejor en la guerra”.
Y los dioses
volvieron a concederle la guerra. De nuevo se oyeron tambores, se vio el humo
de las hogueras, el viento azotó la tierra asolada, volvió a escucharse el
sonido de los caballos que se dirigen al combate, y ardieron las ciudades y
todas las cosas que los trotamundos conocen. Entonces los pensamientos del
hombre regresaron a las costumbres de la paz. Y de nuevo añoró la hierba sobre
los prados la luz en los viejos torreones, el sol encendiendo los jardines, las
flores en los bosques, el sueño y los senderos en calma de la paz.
Y el hombre una vez
más se presentó ante los dioses antiguos y volvió a implorarles:
“Dioses antiguos,
el mundo y yo estamos cansados de la guerra y añoramos las viejas costumbres y
los senderos en calma de la paz”’.
Y los dioses se
llevaron la guerra y le concedieron la paz. Pero, cierto día, el hombre celebró
consejo y conversó largamente consigo mismo hasta concluir: “Mis deseos, que
los dioses conceden, no son precisamente deseables, y si un día los dioses me
concedieran uno de ellos y jamás accedieran a revocarlo, que es algo que los
dioses suelen hacer, yo sería juzgado con severidad por mi deseo. Mis deseos
son peligrosos, y por lo tanto no debo formularlos más”.
De modo que
resolvió enviar a los dioses una carta anónima que decía lo siguiente:
“Oh dioses
antiguos, este hombre que hasta en cuatro ocasiones os ha perturbado con sus
deseos, pidiendo a veces la paz y a veces la guerra, es un hombre que no muestra
respeto por los dioses, que los denuesta cuando no atienden a sus ruegos y
únicamente los alaba en los días santos y en las horas señaladas en que los
dioses escuchan sus plegarias. Así, pues, no concedáis más deseos a este impío”.
Los días de paz
fueron sucediéndose y de la tierra volvió a surgir, como la niebla en otoño de
los campos arados durante generaciones, el sabor de la monotonía. Entonces el
hombre se presentó una buena mañana de nuevo ante los dioses y rogó:
“Oh dioses
antiguos, concedednos una sola guerra más para que pueda volver a los campos de
batalla y a las fronteras disputables por última vez”.
Y los dioses le
respondieron: «No hemos oído buenas cosas de ti. Tu mal proceder ha llegado
hasta nosotros. Por ello nunca volveremos a cumplir tus deseos».
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