SIEMPRE GILA, MIguel Gila

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MIGUEL GILA, Siempre Gila, Aguilar, Madrid, 2001, 162 páginas.
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Abre este volumen subtitulado Antología de sus mejores monólogos un prólogo de Pedro Ruiz, Siempre Gila (pp.11-13) en el que leemos: "Gila es la vida mofándose de su soberbia. La pedantería sin pantalón con raya. El absurdo convertido en lógica".
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EL MATRIMONIO Y SUS DESVENTAJAS

   Nunca les digo a las mujeres solteras que no se casen, pero que se hagan a la idea de que el matrimonio no es lo que parece, que el matrimonio cambia. Que al principio de estar casados, el marido, en cuanto caen cuatro gotas, empieza: «Cuidado, mi amor, el charquito. Por aquí, mi vida». Y cuando pasan unos años de casados: «¡Hala! Ya te has vuelto a meter en otro charco. Mira cómo me has puesto. ¡Si es que caminas como las vacas! ¡Con esos pies que son dos lenguados!».
   Y recién casados: «¡Qué lunar, mi vida, qué lunar! Me tiene loco». Y cuando pasan los años: «¡Ponte pa’allá con la verruga!».
   Y al principio de casados: «Que gusto, mi vida, que te duermas con tu cabecita aquí en mi brazo!». Y cuando pasa el tiempo: «¡Quita el cabezón, que se me duerme el brazo!».
   Lo del cabezón yo lo he estado analizando y no es porque las mujeres tengan la cabeza gorda, lo que pasa es que cuando llegan a cierta edad se la llenan de canutos de esos, y ya no sabes si tienes mujer o una central eléctrica, porque qué acostarse tienen la mayoría de las mujeres. Se meten en el cuarto de baño, y entre lo que se quitan y lo que se ponen..., tienen un salir..., que estás en la cama leyendo y aparece, y un susto. Dice: «Soy yo, soy yo». Con esas cremas que se dan, la hidratante, la humectante, la limpiadora, la estirante, y crema, y crema, y crema, que a media noche le vas a dar un pellizco y se te va de la cama al suelo. Ya no sabes si te has casado con una mujer o con un chorizo en manteca. ¡Cómo resbalan!
   ¡Y cómo conducen! ¡Bien, pero raro! A ver si me explico. Conducen despacito y prudentes, pero pa’allá, lo de los lados y lo de atrás les importa un carajo, y la amiga aquí, chu chu chu chu, dándole a la húmeda, y es la que le grita de repente: «¡A la derecha!». Y dos coches, un motorista, tres ancianas por los aires. Y en medio de ese desparramo, la amiga que le dice: «Dale al intermitente».
   Yo creo que lo del intermitente no lo tienen muy claro. Esto lo cuento por experiencia. Un día le digo a mi mujer: «Ponte detrás y dime si funciona el intermitente». Se bajó, se puso detrás y dijo: «Ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora no».
   Pero mi mujer lo del intermitente lo ha resuelto muy bien. ¿Saben ustedes qué hace? Lo pone al salir de casa. Dice: «Yo lo llevo puesto, así cuando quiera torcer...». Una noche veníamos de viaje y conducía ella, con esos ojos de despavorida que pone, que siempre que la miro, me digo: «¿Qué habrá visto?» Bueno, pues venía conduciendo ella y era una de esas noches oscuras, negras, que no se ve nada. Cruzamos un pueblo, pasamos el peaje y se metió en la autopista, pero por el carril contrario. Y mi mujer gritándoles a todos: «¡Que van mal, que van mal!». Empezó a llover y dijo: «Voy a dar al limpiaparabrisas», pero se equivocó de palanquita y apagó las luces, y yo tirando cerillas por la ventanilla, para que nos vieran los que venían de frente. Salimos de la autopista, entramos en una carretera comarcal, y nos encontramos un rebaño cruzando. Y me dice: «Dame el manual, que quiero saber cuál es el pedal del freno». Le echó una ojeada al manual y apretó el acelerador. Veintiséis ovejas muertas. Y el pastor y el perro se salvaron porque dieron un salto olímpico.
   Levantó el pie del acelerador y frenó. ¡A fondo!  Saqué la cabeza por el parabrisas. Diecisiete puntos en la frente. Desde entonces, cuando ella conduce, yo me pongo el cinturón de seguridad, el casco y un chaleco salvavidas.
   De todas maneras, al menos para mí, las mujeres son imprescindibles. Donde esté una mujer hermosa, que se quite un señor con barba. Es posible que yo esté chapado y a la antigua; pero yo no me casaría con un señor que se llamara don Mariano, por muy de moda que esté.
   El matrimonio es muy bonito y hay que cuidarlo. La luna de miel, después vienen los hijos, que son la alegría de la casa. Bueno, hasta cierto punto, porque cuando son pequeños, lloran... y la que se organiza. El marido dice: «Que está llorando el niño». Y la mujer: «Bueno, ¿y qué quieres que haga?». Y el marido: «Que le des la teta». Y la mujer: «¿Y cómo le voy a dar la teta, si no me la sueltas?», porque aunque pasen los años, el hombre siempre le tiene cariño a la teta.
   Yo conocí al hijo de un millonario que tuvo nodriza hasta que le llamaron a filas.
   El problema con los hijos es cuando son mayores. Yo tengo amigos que tienen hijos mayores y están desesperados. «No sé qué hacer, porque fíjate que mis hijos vienen a casa a las siete de la mañana, y algunos días no aparecen y ni llaman por telefono, y no vivo, y no te digo mi mujer». Yo creo que esto pasa porque se ha perdido el diálogo de los padres con los hijos.  Y digo esto porque cuando yo tenía diecisiete años, mi padre me decía: «Hijo, siéntate, que quiero hablar contigo». Me sentaba y me decía con ternura: «El día que vengas a casa después de las once de la noche, te doy una patada en la cabeza que te la reviento». ¡Y le entendía! ¡Había diálogo! Es una pena, pero se está perdiendo el concepto de la familia.


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