FICCIÓN SÚBITA, Robert Shapard & James Thomas
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ROBERT SHAPARD & JAMES THOMAS, Ficción súbita, Anagrama, Barcelona, 1989 (1986), 283 páginas,
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En la Introducción (pp. 11-15) Robert Shepard anuncia que la mayoría de estos textos , de una a cinco páginas de extensión, han sido escritos en la década de los ochenta. La controversia generada en los autores por esta nueva manifestación literaria queda recogida en las secciones finales: La tradición (pp. 221-251), Hacia una forma nueva (pp. 252-262), Practicón (266-273) y Saltapáginas, instantáneas y rompenormas (pp. 268-273). En medio, los cuentos de esta antología subtitulada Relatos ultracortos norteamericanos: 70 relatos firmados por Bernard Malamud, Joyce Carol Oates, Tobias Wolff, Raymond Carver o John Updike.
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LEYENDO EL PERIODICO
A mí lo único que me apetece es leer el periódico, pero antes tenga que hacer la limpieza. Hay sangre por todas partes. A Duke y al resto de la familia menos yo y Timmy los mató anoche un conductor borracho que se estrelló en una cola de cine, y toda esta sangre no resulta fácil de limpiar. Como la mayor parte de las telas son fáciles de lavar, ni siquiera me molesto en leer la letra pequeña de la caja de Cheer. Ahora este jabón lo hacen de modo que dé resultado en cualquier situación. Luego levanto a Timmy y lo preparo para ir al colegio. Se come dos bollos y antes de que llegue al fondo de la calle y haya cogido ya el periódico, ya le oigo gritar a lo lejos. Alguien está metiéndole a rastras en un Datsun último modelo, color marrón claro, el tipo de camión que Duke, Dios le tenga en su gloria, siempre pensó que no valía para nada. Bueno, el hecho es que ya tengo el periódico en la mano y ahora precisamente tiene que llamar alguien a la puerta. Son tan pocos los que llaman a la puerta de atrás que en seguida me doy cuenta de que tiene que ser algo raro, y resulta que tengo razón. Es el sujeto ese que sale en el periódico porque se escapó ayer de la cárcel. Quiere saber si puede entrar en mi casa y violarme y cortarme todo a trocitos. Bueno, pues el hecho es que para cuando termina de hacer todo esto mi café ya se ha enfriado, de modo que me tengo que poner otra taza, y voy a sentarme de una vez cuando veo a Douglas, mi hermano de Dill, que sube por la calzada con su Scout azul, en fin, que sirvo dos tazas de café en vez de una. Douglas está un poco más azul esta mañana que hace una semana. Empezó a ponerse azul cosa de un año antes de que se descubriera que los ladrillos de su casa estaban hechos de veneno cáustico Clase Diez, o algo parecido. Ahora se ha construido un bonito anexo porque si no, él e Irene, Dios la tenga en su gloria, tendrían que haberse mudado. Pero esta mañana, por lo menos, veo que se ha puesto un sombrero extra para taparse el bulto que le había salido en el hombro, y eso, por lo menos, es una mejora. Dice que se ha enterado de lo de Duke y las tres chicas, y me pregunta:
—¿Qué es lo que ibais a ver todos juntos?
Apenas consigo oírle porque veo a tres mexicanos que están sacando el nuevo Thunderbird de Duke del prado contiguo a la calzada, y si no se andan con cuidado van a chocar con el buzón. No han chocado, y ya se van; ese coche tuvo siempre el color turquesa más bonito del mundo. Remuevo en mi café un poco más de Cremora y me vuelvo hacia mi hermano azul. Su ojo izquierdo está un poco peor, más saltón, y últimamente fosforece con más frecuencia. La Cremora esta, sabes, por mucho que la remueva siempre queda un poco flotando en el café.
A mí lo único que me apetece es leer el periódico, pero antes tenga que hacer la limpieza. Hay sangre por todas partes. A Duke y al resto de la familia menos yo y Timmy los mató anoche un conductor borracho que se estrelló en una cola de cine, y toda esta sangre no resulta fácil de limpiar. Como la mayor parte de las telas son fáciles de lavar, ni siquiera me molesto en leer la letra pequeña de la caja de Cheer. Ahora este jabón lo hacen de modo que dé resultado en cualquier situación. Luego levanto a Timmy y lo preparo para ir al colegio. Se come dos bollos y antes de que llegue al fondo de la calle y haya cogido ya el periódico, ya le oigo gritar a lo lejos. Alguien está metiéndole a rastras en un Datsun último modelo, color marrón claro, el tipo de camión que Duke, Dios le tenga en su gloria, siempre pensó que no valía para nada. Bueno, el hecho es que ya tengo el periódico en la mano y ahora precisamente tiene que llamar alguien a la puerta. Son tan pocos los que llaman a la puerta de atrás que en seguida me doy cuenta de que tiene que ser algo raro, y resulta que tengo razón. Es el sujeto ese que sale en el periódico porque se escapó ayer de la cárcel. Quiere saber si puede entrar en mi casa y violarme y cortarme todo a trocitos. Bueno, pues el hecho es que para cuando termina de hacer todo esto mi café ya se ha enfriado, de modo que me tengo que poner otra taza, y voy a sentarme de una vez cuando veo a Douglas, mi hermano de Dill, que sube por la calzada con su Scout azul, en fin, que sirvo dos tazas de café en vez de una. Douglas está un poco más azul esta mañana que hace una semana. Empezó a ponerse azul cosa de un año antes de que se descubriera que los ladrillos de su casa estaban hechos de veneno cáustico Clase Diez, o algo parecido. Ahora se ha construido un bonito anexo porque si no, él e Irene, Dios la tenga en su gloria, tendrían que haberse mudado. Pero esta mañana, por lo menos, veo que se ha puesto un sombrero extra para taparse el bulto que le había salido en el hombro, y eso, por lo menos, es una mejora. Dice que se ha enterado de lo de Duke y las tres chicas, y me pregunta:
—¿Qué es lo que ibais a ver todos juntos?
Apenas consigo oírle porque veo a tres mexicanos que están sacando el nuevo Thunderbird de Duke del prado contiguo a la calzada, y si no se andan con cuidado van a chocar con el buzón. No han chocado, y ya se van; ese coche tuvo siempre el color turquesa más bonito del mundo. Remuevo en mi café un poco más de Cremora y me vuelvo hacia mi hermano azul. Su ojo izquierdo está un poco peor, más saltón, y últimamente fosforece con más frecuencia. La Cremora esta, sabes, por mucho que la remueva siempre queda un poco flotando en el café.
RON CARLSON
A mí me ocurre exactamente lo mismo con los dedos gordos de los pies.
http://www.labocadelello.blogspot.com/