ELEFANTIASIS, Raúl Ariza
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Flanqueados por las ilustraciones de Carmen Puchol, los 50 microrrelatos de Elefantiasis se erigen, en palabras de Francisco Machuca en el Prólogo: Crepúsculo cotidiano (pp. 9-13), como "una estupenda colección de cuentos sobre un retrato cáustico de una sociedad decadente", a través de la "verdad amarga del desencanto en donde se percibe el silencio que hay en todas las soledades".
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EL LADRIDO DE LOS PERROS «Cuando estoy contigo, los perros dejan de ladrar.»
Se lo ha dicho tan despacio, que como ella andaba buscando afanosamente el sueño tras los suspiros hambrientos del sexo, no ha llegado a oírlo. No ha llegado a oírlo pero, sin embargo, le ha contestado con un símiamor que ha sonado a una sonrisa.
Cuando la ha sabido dormida, se ha levantado de la cama con mucho cuidado y se ha sentado frente a la ventana del dormitorio, tratando de hacerse amigo de esa estúpida felicidad que se empeña en mantenerle despierto. A través de los jirones de luz que filtra la persiana, ha mirado a Lucía y ha admirado incrédulo su contorno desnudo, sin ni siquiera atreverse a sentirse agradecido. Cómo se pudo fijar en un tipo tan mediocre y descreído como él, sigue siendo un maravilloso misterio. No acaba de creerse del todo cómo un haz de luz tan hermoso como ella, ha podido entra en su vida iluminando sus míseras y remotas oquedades.
Cuando la ha sabido dormida, se ha levantado de la cama con mucho cuidado y se ha sentado frente a la ventana del dormitorio, tratando de hacerse amigo de esa estúpida felicidad que se empeña en mantenerle despierto. A través de los jirones de luz que filtra la persiana, ha mirado a Lucía y ha admirado incrédulo su contorno desnudo, sin ni siquiera atreverse a sentirse agradecido. Cómo se pudo fijar en un tipo tan mediocre y descreído como él, sigue siendo un maravilloso misterio. No acaba de creerse del todo cómo un haz de luz tan hermoso como ella, ha podido entra en su vida iluminando sus míseras y remotas oquedades.
Un rato más tarde se ha metido en el baño tratando de nuevo de no despertarla. Ha abierto el agua del grifo, se ha quedado un instante absorto viéndola caer, y se ha dado una ducha ligera. Más tarde, empapado y desnudo, mientras espera sentado en el retrete a que el agua se le seque por sí sola, repasa una vez más las marcas que el fracaso acumulado le ha ido dejando en su cuerpo. Lo hace, al igual que todas las noches en las que la sencilla hermosura de Lucía le discute su condición de desgraciado, siguiendo fielmente las pautas de una flagelante letanía. Primero se toca la cicatriz del hombro, y recuerda a un padre violento. Después se mira en el espejo la tristeza de los ojos y adivina a una madre sumisa. Y por último, observando el temblor de sus manos, recuerda una infancia repletita de noches encerrado en su habitación, mientras oye allá afuera el aterrador ladrido de los perros.
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