EL TESTAMENTO DE AMOR DE PATRICIO JULVE, Antón Castro

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ANTÓN CASTRO, El testamento de amor de Patricio Julve, Xordica, Zaragoza, 2011, 208 páginas.

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Xordica reedita los relatos inspirados por el fotógrafo Patricio Julve.
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BILL MANLEY

A Julio Alejandro de Castro 

   Winston Churchill lo nombró lugarteniente de guerra y se sentaba con él, en los altos miradores de Londres, a estudiar estrategias, celadas en un matorral impensado o el cauteloso paso de una columna de soldados antes del asedio. En medio de la reyerta, se intercambiaban largas epístolas con planos de empalizadas, desembarcos y resoluciones a partidas de ajedrez que duraban más de tres meses. Fingían estar sitiados para inventar una fuga inverosímil, soñaban peligros de los que salían indemnes frente a un batallón de marinos por un largo playerío minado de dinamita. Y al final de cada carta, hablaban siempre de las mariposas: Bill Manley, incluso en los días más abmptos de bombardeos, tenía tiempo para explorar un campo de cieno, escalar un minarete coronado de yedras o adentrarse en un caserón siniestro donde revoloteaban las mariposas como en un edén olvidado de zarzamoras, mientras sus hombres tragaban polvo en el cielo cruzado de las trincheras.
   Algunos años después, Manley visitó Italia y en Lombardía, en una de esas tardes tórridas de verano, le sonrió una joven. Se acercó y vio su dentadura blanca, un vestido crema adornado de flores y tres claveles en el pelo. No le dijo nada o quizá se lo dijo todo, porque a los dos días se casaron en una ermita adornada de sarmientas, bajo una explosión insólita de mariposas de colores. Pasaron los años y el héroe de guerra apenas hizo otra cosa que cazar esos insectos alados y eligió España para sus hazañas. Viajó por Albarracín, por el Javalambre, por Cantavieja, por los montes escindidos de Mirambel. Un día se encontró con una pareja de nativos que buscaban una hermosa muestra, la pandoriana pandora. Manley, que jamás quiso hablar en otro idioma que no fuese el inglés, le indicó: «En un puente del Guadalaviar, de pretil bajo, cabe mismo de la ciudad amurallada de los Azagra, entre las nueve y las nueve y media de la mañana, encontrarán un ejemplar». Y así sucedió.
   De su estancia por España, Manley nos legó un bello libro: A field guide of butterflies and burnetts of Spain, donde había una revelación final: en un lugar innominado del Maestrazgo halló una variante insólita de la apatura ilia, tornasolada a los diversos ángulos de la luz y pigmentada de azul, y la bautizó con el nombre de Margarita, en recuerdo de su esposa, aquella muchacha lombarda de vestido crema y claveles en el cabello. Ése fue, al parecer, su testamento de amor antes de morirse en un accidente doméstico en la agreste ribera del Támesis.

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