ZIBALDONE DE PENSAMIENTOS, Giacomo Leopardi

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GIACOMO LEOPARDI, Zibaldone de pensamientos, Tusquets, Barcleona, 1990, 312 páginas.

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En Una lectura del Zibaldone (pp. 9-32) Rafael Argullol destaca el afán de Leopardi de evitar elementos autobiográficos: «La intimidad debe permanecer, en cierta manera, camuflada, enquistada en el organismo conceptual que quiere penetrar en el cuerpo universal de la existencia».
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Vida tranquila de los animales en los bosques, países desiertos y desconocidos, etc., donde no deja de cumplirse enteramente el curso de su vida, con sus vicisitudes, actos, muerte, sucesión de las generaciones, etc., porque ningún hombre lo contempla o lo perturba ni ellos se enteran de lo que sucede en el mundo, porque lo que creemos que existe en el mundo pertenece sólo a los hombres.
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   La naturaleza prohíbe el suicidio. ¿Qué naturaleza? ¿La que tenemos ahora? Nuestra naturaleza actual es totalmente distinta de la que teníamos. Comparémonos con las naciones naturales y veamos si puede considerar-se que esos hombres pertenecen a la misma raza que nosotros. Comparémonos con nosotros mismos cuando éramos niños y obtendremos el mismo resultado. El hábito es una segunda naturaleza, sobre todo un hábito tan arraigado, tan prolongado, e iniciado a tan tierna edad, como es el hábito (compuesto de otros infinitos, y muy variados, hábitos) que nos hace ser tan distintos de los hombres naturales, o conformes a la primitiva naturaleza del hombre, y a la naturaleza general de los seres terrestres. Baste con decir que por más esfuerzos que hiciéramos para volver al estado natural no lo lograríamos, ni en lo físico, que no lo toleraría en modo alguno, ni, suponiendo que en lo físico y externamente fuese posible, tampoco en lo moral e internamente; lo que equivale a lo mismo, puesto que ya no podemos participar de la felicidad reservada naturalmente al hombre porque nuestro interior, que es nuestra parte principal, no puede volver a ser como era, por ningún medio o arte. ¿Qué pinta, pues, en este asunto del suicidio, y en cualquier otra cosa relacionada con nosotros, la ley o la inclinación de una naturaleza que no sólo no es nuestra, sino que, aun cuando lo deseáramos y procurásemos por todos los medios, no podría serlo nunca? Lo importante, pues, es averiguar cuál es la inclinación y el deseo de esa segunda naturaleza, que es realmente nuestra y actual. Y ésta, en lugar de oponerse al suicidio, no puede dejar de aconsejarlo, y anhelarlo intensamente: porque también ella odia sobre todo la infelicidad, y siente que sólo puede huir de ella a través de la muerte, y no soporta que la demora de ésta prolongue sus sufrimientos. Por tanto, nuestra verdadera naturaleza, que difiere en todo de la de los hombres de la época de Adán, permite, e incluso exige, el suicidio. Si nuestra naturaleza fuese la primitiva naturaleza humana, no seríamos infelices, y eso en forma inevitable, irremediable; y en lugar de desear la muerte la aborreceríamos. 
(29 de abril de 1822)
   Nuestra naturaleza actual es prácticamente la razón. Que también detesta la infelicidad. Y no hay razonamiento humano capaz de disuadir del suicidio, es decir, de la idea de que más vale no ser que ser infeliz. Y en todo lo demás nos atenemos a la razón, y pensamos que si obrásemos de otra manera estaríamos faltando a nuestro deber de hombres.

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