CUENTOS Y LEYENDAS DE LAS ISLAS FEROE, Venceslaus Ulricus Hammershaimb

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VENCESLAUS ULRICUS HAMMERSHAIMB, Cuentos y leyendas de las islas Feroe, Miraguano, Madrid, 2018, 168 páginas.

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 Mariano González Campo señala que este libro del pastor luterano e insigne folklorista «ofrece una deliciosa selección de relatos polulars de una de las culturas europeas más desconocidas hasta la fecha».
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LA MUJER FOCA

   Las focas descendían antaño de la gente que se suicidaba arrojándose al mar. Una vez al año, y en la decimotercera noche, se desprenden de su piel y entonces se asemejan a otras personas. Les divierte bailar y jugar como los humanos en las rocas que hay en las playas y en el interior de sus guaridas.
   Cuenta la historia que un muchacho de una granja al sur de Mikladalur había oído que las focas se reunían en la decimotercera noche en una guarida cerca del poblado. Se dirigió allí una tarde para comprobar si era cierto o no lo que se contaba al respecto. Se escondió bajo una piedra que había delante de la guarida. Tras la puesta de sol vio que un montón de focas venían hacia allí nadando. Cuando hubieron llegado a la costa, se quitaron la piel y las colocaron en la roca que había en la playa. Se parecían en verdad al resto de la gente. El muchacho de Mikladalur se divertía observando aquello desde debajo de la piedra donde estaba escondido.
   Entonces vio que una muchacha hermosísima se quitaba la piel de foca y enseguida se enamoró de ella. Se percató de que ella había colocado su piel cerca de él. El muchacho se dirigió entonces furtivamente hacia allí, cogió la piel y volvió a esconderse bajo la piedra. Las focas bailaron y se divirtieron durante toda la noche, pero cuando comenzó a amanecer volvieron a ponerse las pieles. Sin embargo, la muchacha foca que ya hemos mencionado no encontró su piel y se puso a buscarla disgustada y lamentándose penosamente porque ya había transcurrido la noche y estaba a punto de amanecer. Pero antes de que saliera el sol, olió la piel que había junto al muchacho de Mikladalur y así pudo ir hacia donde él estaba a buscarla. Le rogó humildemente y con palabras amables que le devolviera la piel, pero él no quiso escucharla y subió por el camino en dirección a su casa. Ella tuvo que seguirle tras la piel que él llevaba consigo. Él la acogió en su casa y vivieron juntos como cualquier matrimonio, pero él siempre tenía que llevar cuidado para que ella no tuviera acceso a la piel. La escondió en un arcón que cerró bien y cuya llave siempre llevaba encima.
   Un día salió a pescar, y cuando se encontraba en el mar tirando de un pez que había picado, rozó con la mano el cinturón del que solía colgar la llave. Entonces se sobresaltó porque enseguida se percató de que se habla olvidado la llave en casa. Comenzó a gritar con pena y amargura: “¡Hoy me quedaré sin mujer!” Todos se pusieron a remar de regreso lo más rápidamente que pudieron. Cuando el de Mikladalur entró en su casa, vio que la mujer había desaparecido, pero los niños que ambos tenían estaban allí tranquilamente. A fin de que nada les causara daño mientras permanecían solos, la mujer había encendido el fuego del hogar y había guardado bajo llave los cuchillos y todo lo que estuviera afilado. Cuando hubo hecho eso, bajó corriendo a la playa, se puso la piel y se arrojó al mar.
   Encontró la llave cuando el hombre se había ido a pescar, abrió el arcón, vio que allí estaba la piel y no pudo controlarse más. De ahí viene la expresión “perder el control como la foca que ve su piel”. Justo en el momento en que se adentró corriendo en el mar, emergió a su lado una foca macho que anteriormente había depositado su amor en ella y ambos se alejaron nadando de allí.
   Durante todos aquellos años él había permanecido allí esperando a su foca. Cuando los niños que tuvo con él de Mikladalur bajaban a la playa, veían una foca que permanecía frente a la costa contemplándolos y todos pensaban que se trataba de su madre. Así transcurrieron muchos años sin nada que contar sobre el campesino de la granja situada al sur, ni de los niños que tuvo con la foca. Sin embargo, una vez que los de Mikladalur tenían intención de ir a una guarida para matar focas, la noche anterior se le apareció en sueños al campesino la mujer foca, quien le dijo que si iba a la guarida con los demás tenía que saber que no debían matar a la foca macho que se hallara delante de la guarida puesto que se trataría de su esposo, y que debían perdonarle la vida a dos crías de foca que se encontraran en el interior de la guarida puesto que se trataría de sus hijos. También le dijo de qué color eran. Pero el campesino no prestó atención al sueño, se dirigió a la guarida con los demás hombres de Mikladalur y mataron a todas las focas que había dentro.
   En el reparto, el campesino obtuvo la foca macho entera y las extremidades delanteras y traseras de las crías. Para la cena cocinaron la cabeza y las extremidades, y cuando se hubieron servido la comida, se oyó un estruendo y mucho estrépito y entonces entró en la cocina la mujer foca en forma de repugnante trol, olfateó la cesta y gritó con mal humor: “Aquí está mi marido con la nariz hacia arriba, la mano de Hárekur y el pie de Frídrikur. Ha habido y tendrá que haber venganza contra los de Mikladalur. Algunos perecerán en el mar y otros caerán por acantilados y oscuras pendientes, y así será! hasta que hayan muerto tantos que podrían agarrarse de las manos y abarcar toda la isla de Kalsoy”. Cuando hubo dicho esto, se volvió a marchar con mucho alboroto y estruendo y no se la vio más. Por desgracia, no ha sido infrecuente tener noticias de infortunios en Mikladalur: hombres que caen por acantilados cuando han ido allí a cazar aves o a capturarlas con red, o cuando han ido a la montaña a recoger las ovejas. Aún no se ha completado el número de muertos que podrían abarcar la isla de Kalsoy.
   Cerca de Skálavík, en la isla de Sandoy, hay una guarida que se llama Bláfellskúti y sobre ella existe la misma historia que ya hemos narrado aquí. Tróndur y Niklas —padre e hijo— fueron los primeros que establecieron su vivienda en la aldea de Hamar. Demmus (o Nikodemus), hijo de Niklas, se dirigió en la decimotercera noche a la guarida, cogió la piel de la que una hermosa foca se había desprendido furtivamente, regresó a casa con la piel de la foca y ésta le persiguió (otros dicen que el padre de Demmus se llevó a la mujer foca a su casa). Guardó la piel en un arcón bajo llave y portaba la llave en la pretina del pantalón. Un día estaba pescando y, dado que se había puesto otros pantalones, no se acordó de colgar la llave en ellos, de modo que se quedó sin mujer. Cuando regresó a casa, la mujer se hallaba con forma de foca junto a un escollo que había a las afueras del poblado. En Skálavík hay gente que se considera descendiente de la mujer foca.

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