INTRÉPIDAS, Cristina Pujol Buhigas
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CRISTINA PUJOL BUHIGAS, Intrépidas, Pastel de luna, Galapagar, 2018, 60 páginas.
ALEXANDRA DAVID NEEL: LA SEMBRADORA DE ESTRELLAS
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Rena Ortega ilustra Los excepcionales viajes de 25 exploradoras: desde Egeria [siglo IV] hasta Lynne Cox [1957], pasasndo por Marianne North, Isabella Bird, Kay Cottee o Junko Tabei.
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ALEXANDRA DAVID NEEL: LA SEMBRADORA DE ESTRELLAS
No quedaba nada que comer y el frío era insoportable. Sentían que Lhasa estaba ya cerca. Yongden hizo una sopa usando el cuero de sus botas. Era 25 de diciembre de 1923, y esa fue su única comida de Navidad. Un viaje que iba a durar tres meses les había llevado tres años.
A principios de 1924 vieron los tejados dorados del Potala entre las montañas. Habían burlado a las autoridades inglesas y chinas que bloqueaban el paso a los extranjeros. Alexandra, con cincuenta y cinco años, había cumplido su destino. Fueron los días más felices de su vida.
«La sembradora de estrellas» o «lámpara de sabiduría», como fue rebautizada por los monjes budistas, nació en París en 1868. Una mujer que fue criada entre lazos y encajes, presentada en sociedad ante los reyes de Bélgica, consiguió conocer al dalái lama, ser íntima amiga del maharajá de Sikkim, entrar en Nepal en una caravana de elefantes y sobrevivir a temperaturas bajo cero gracias a la fuerza de su mente.
Para Alexandra la mayor aventura era vivir, y rompió con todo para conseguirlo. Siempre había sentido la necesidad de escapar y buscar respuestas. En una visita al Museo Guimet en París vio una estatua de Buda y entendió cuál era su camino.
Alexandra ya había intentado entrar en el Tíbet en 1916, pero fue detenida. Ahora se lo pondría más difícil a las autoridades. Era 1920 y estaba en Kumbum, Mongolia. Desde su ventana veía las caravanas partir hacía Lhasa. «¡Síguelos, es tu destino!», le gritaba su corazón. Partió en secreto, viajando por caminos remotos, evitando poblaciones y simulando ser tibetana.
Yongden, su compañero espiritual, su hijo adoptivo, caminaba junto a ella. Cuando se encontraron, él tenía catorce y ella cuarenta y tres años, pero sus almas se reconocieron y nunca más se separaron. El viaje no habría tenido éxito sin él, entraron en Lhasa de la mano.
Alexandra murió en 1989 con ciento un años. «Lámpara de sabiduría» se apagó de pronto, días antes había renovado su pasaporte y pedido prestados decenas de libros en la biblioteca. Yongden, fallecido años antes, la acompañó también en su última aventura: las cenizas de ambos fueron entregadas a las aguas del Ganges.
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