¿SON DE ALGUNA UTILIDAD LOS CUÑADOS?, Rafael Azcona

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RAFAEL AZCONA, ¿Son de alguna utilidad los cuñados, Pepitas de calabaza & Fulgencio Pimentel, Logroño, 2014, 508 páginas.

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Bernardo Sánchez Salas anota en el prólogo de este libro subtitulado Todo Rafael Azcona en "La Codorniz": "En el compendio de este volumen 1956-1958 se agudiza más, si cabe, el esperpento, que es un método de dolor distanciado, de deshumanización terapéutica". 
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EL DESPERTADOR  (CUENTO NO APTO PARA DILIGENTES)

   Mi anciana tía me ha regalado un despertador. Es un aparato precioso, con sus agujas fosforescentes, sus manivelas doradas su campanilla tronitonante.
   Yo tenía ganas de tener un despertador; no hay nada como un despertador para despertarse a la hora que es debido. Estoy muy contento y ya llevo varios días —varias noches, mejor dicho— haciendo pruebas con el aparato, Porque sucede que el despertador además de servir para despertarse sirve también para no dormirse: su tictac obsesionante le mantiene a uno en vela de manera encantadora. Naturalmente yo he tratado de acostumbrarme al tictac ese. He probado a obturarme los oídos con algodón hidrófilo, pero me ha servido de nada: la vibración del pequeño reloj sacude la mesa de noche, los tableros de la cama e incluso mi osamenta. Parece mentira, pero es así. Y yo no puedo dormir si mi osamenta hace tictac.
   Posteriormente he envuelto el despertador en una manta que he quitado de mi cama. Creí haber acertado, pues al principio el silencio me ha hecho concebir muchas esperanzas de conciliar el reparador sueño; lo malo ha sido cuando también la manta ha empezado a vibrar. Es curioso que una manta vibre, pero la manta vibra y transmite las vibraciones a todos los muebles que me rodean.
   Después de la manta he probado otro remedio: he colocado despertador en la cocina. Y, cosa curiosa, el tictac, recorriendo el pasillo, atravesando puertas y salvando obstáculos de toda índole, me ha llegado ahora con resonancias extrañas; me ha costado horrores descubrir que vibraba también la chapa de la cocina.
   Lo último que he hecho ha sido introducir el despertador en un cubo de agua, depositando este en un balcón: a mis oídos ha llegado el tictac del agua, de los cristales de las contraventanas y aún de los hierros del balcón.
   Ahora voy a probar a no darle cuerda al eficaz aparato. Espero que así podré dormir. Lo malo va a ser por la mañana, cuando no toque la alegre campanilla: estoy seguro de que mi anciana tía se va a disgustar bastante cuando lo sepa.

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