ABECEDARIO, Czeslaw Milosz

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CZESLAW MISLOSZ, Abecedario, Turner, Madrid, 2003, 352 páginas.

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RIMBAUD, Jean Arthur (1854-1891).

    Fue la eterna preocupación de su madre y de toda su familia. Huía de casa, vagabundeaba, bebía, golfeaba, casi se moría de hambre, escribía poemas-mani­fiesto contra la sociedad, la religión, la moral y la literatura. A la edad de 19 años decidió terminar con todo. A partir de ese momento los literatos parisinos, que querían encontrarlo para prestarle ayuda, le perdieron la pista. Después de recorrer Euro­pa, donde probó todo tipo de empresas, se fue a África. Se dedi­có al comercio de armas, de oro y de marfil en Abisinia, condujo caravanas por los rincones más inexpugnables del Continente Negro. Se hizo rico y se construyó un palacio en Harare, también participó en las intrigas políticas locales. Por lo tanto llevaba la vida de uno de esos aventureros blancos en África que Joseph Conrad describió en El corazón de las tinieblas, una existencia como la de Kurtz, el agente de una empresa comercial belga.
   Murió a los treinta y tantos años de edad (debido a una pier­na gangrenada), ignorante de que, gracias a la publicación de Una temporada en el infierno y de otros manuscritos que había dejado en casa, su fama estaba creciendo en París. Al final se recono­ció su genio y se convirtió en el principal mito literario del siglo XX.
   En las primeras décadas del siglo XX había tres personajes que rivalizaban entre sí por las atenciones especiales de los círculos artísticos y literarios de Europa. Se trataba de Walt Whitman, “el viejo gigante”, poco conocido aún pero accesible ya a través de algunas traducciones; Oscar Wilde, “Antinoo tocado con una boina de terciopelo”, el modelo de esteta y homosexual; y, final­mente, Arthur Rimbaud, el personaje que simbolizaba todo lo salvaje, desmelenado, rebelde y, por lo visto también, lo ani­mal. Rimbaud era ya un viejo conocido del grupo Polonia Joven; de hecho, Miriam-Przesmycki había publicado en su revista Chi­mera una traducción de su poema “El barco ebrio”. La buena sociedad contaba chismes en los cafés sobre las excentricidades del poeta francés que, al parecer, descubrió que cada vocal tie­ne su propio color. El refinado Józef Weyssenhoff (el autor de Pod­fihipskz) se burlaba de lo moderne en un poema que debe de ser del año 1911, y en el que hablaba de una isla donde un gorila se enteraba de que se podía percibir “el color en el sonido y el olor en la palabra”; cito de memoria las exclamaciones del simio:

Al escuchar las palabras de Rimbaud
siento escalofríos en mis patas traseras.
  
    Pero el interés por la poesía de Rimbaud se agotó con la gene­ración de los poetas de Skamander. En el año l916 Jaroslaw Iwas­zkiewicz y Mieczyslaw Rytard tradujeron en Kiev sus Iluminaciones. Iwaszkiewicz adoptó la nueva forma del poema en prosa en su Kassidas. Su “Oración a Arthur Rimbaud” supone casi una sesión espiritista, una invocación a su espíritu. Pronto se unen a la nómi­na de traductores de Rimbaud Julian Tuwim y Antoni Sionims­ki. Se podría decir que el joven Tuwim pasó del influjo de Whitman al de Rimbaud.
   La energía de la palabra, la sensualidad del idioma y la exu­berancia del color son los signos del cambio que se produce en la lengua polaca después de la impotencia lingüística de lo moder­no. La poesía polaca, y también la poesía en otras lenguas, le debe mucho a Rimbaud. En este aspecto su influencia ha sido más dura­dera que la de Whitman o, sin duda, que la de Wilde.
   No obstante, no es su contribución a la innovación artística lo que alimenta la leyenda de Rimbaud sino, sobre todo, su rebe­lión contra las formas establecidas de conducta, contra su pro­pia familia burguesa y no sólo contra ella, sino también contra la sociedad en general. Vivió como un pionero que formó un modelo que se repetiría durante décadas después de su muerte. ¿Acaso la rebelión de la juventud estadounidense en los años sesenta no es como una multiplicación de rebeliones individua­les similares a las de Baudelaire y Rimbaud? Y similares son tam­bién las aventuras posteriores de esta generación. El mismo Rimbaud consideró sus inquietudes juveniles y sus desespera­ciones como propias de un adolescente y se inclinó después por cosas serias, es decir, por el dinero y la política. La elección que hizo la generación de los yuppies fue similar.
   A Rimbaud lo elogiaron primero unos cuantos literatos fran­ceses que empezaron a hablar y a escribir sobre su persona, has­ta que la fama de su apellido llegó a las bohemias artísticas de otros países y más tarde a un público más amplio. Más o menos lo que les ocurrió a sus coetáneos, Cézanne y Van Gogh, que en la pintura significan lo mismo que Rimbaud en la poesía. No obstante, estos últimos son mundialmente conocidos, ya que sus pinturas se venden por millones de dólares en el mercado inter­nacional.
   Para que alrededor de un nombre se forje una leyenda hace fal­ta que su cumplan varias condiciones. Cualquier cosa que ocu­rría en Francia atraía la atención del mundo entero, y en toda Europa se solían leer revistas y libros franceses. Tras el declinar del latín, el francés se convirtió en el idioma que era necesario conocer. Con toda seguridad, en muchos otros países aparecían poetas desmelenados y rebeldes que, sin embargo, consiguie­ron una fama local. También había que esperar a que llegase el momento adecuado, que en este caso fue la época en la que aumentaron las desgracias del capitalismo y se propagaron los sueños revolucionarios. No se sabe si Rimbaud luchó en las barri­cadas de la Comuna de París, pero el hecho de que se comente que fue así resulta significativo.
   Quizá las sociedades humanas necesiten nombres-abreviatu­ra, nombres-época. En Polonia fueron los poetas románticos los que suministraron este tipo de nombres; así, por ejemplo, Mic­kiewícz, el juicio de los Filómatas, la vigilia de los antepasados crecieron en una unidad mítica. Es imposible evitar la pregunta sobre qué va a suceder con los nombres-abreviatura en la cultu­ra de las imágenes en movimiento, que se aprovecha como un parásito de todos los logros humanos (el arte pop, el posmoder­nismo). Es probable que crezca su utilidad como signos, mien­tras que se van a quedar vacíos de contenido. La biografía de Rimbaud, un poeta que quería alcanzar lo inexpresable, aun­que fuera mediante “un relajamiento de todos los sentidos”, que enmudeció y se hizo un comerciante aventurero, será el tema favorito de futuros guiones de televisión.

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