RELATOS DE YÁSMINA POLINA, Leon Tolstói
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LEON TOLSTÓI, Relatos de Yásmina Polina, Rey Lear, Madrid, 2010, 152 páginas.
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Sara Gutiérrez ofrece una nueva traducción de estos cuentos escritos por Tokstói entre 1871 y 1875, para enseñar a leer y a escribir a los niños de su escuela de Yásnaia Poliana.
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ALDEANO Y LOS PEPINOS [FÁBULA]
Érase una vez un aldeano que fue a robar pepinos a un huerto. Se arrastró hasta los pepinos y pensó: «Veamos, me llevo un saco de pepinos y los vendo, y con el dinero me compro una gallina. La gallina me pone huevos, los empolla, y cría muchos pollitos. Alimento los pollitos, los vendo, y compro un lechón, y se convierte en una cerda; me pare la cerda lechones. Vendo los lechones y compro una yegua; me pare una potrada. Crío los potros, y los vendo; compro una casa y planto un huerto. Planto un huerto y siembro pepinos. Pero no dejaré que me los roben, mantendré firme la guardia. Contrataré vigilantes, los pondré a vigilar los pepinos, y yo mismo daré una vuelta por allí de vez en cuando y les gritaré: “¡Eh vosotros, ni se os ocurra bajar la guardia!”». De tal manera se ensimismó el aldeano, que se olvidó completamente de que estaba en un huerto ajeno y gritó con todas sus fuerzas. Los guardias que le oyeron, saltaron sobre él y le zurraron de lo lindo.
Érase una vez un aldeano que fue a robar pepinos a un huerto. Se arrastró hasta los pepinos y pensó: «Veamos, me llevo un saco de pepinos y los vendo, y con el dinero me compro una gallina. La gallina me pone huevos, los empolla, y cría muchos pollitos. Alimento los pollitos, los vendo, y compro un lechón, y se convierte en una cerda; me pare la cerda lechones. Vendo los lechones y compro una yegua; me pare una potrada. Crío los potros, y los vendo; compro una casa y planto un huerto. Planto un huerto y siembro pepinos. Pero no dejaré que me los roben, mantendré firme la guardia. Contrataré vigilantes, los pondré a vigilar los pepinos, y yo mismo daré una vuelta por allí de vez en cuando y les gritaré: “¡Eh vosotros, ni se os ocurra bajar la guardia!”». De tal manera se ensimismó el aldeano, que se olvidó completamente de que estaba en un huerto ajeno y gritó con todas sus fuerzas. Los guardias que le oyeron, saltaron sobre él y le zurraron de lo lindo.
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