HORMONAUTAS, Paz Monserrat Revillo
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PAZ MONSERRAT REVILLO, Hormonautas, Nazarí, Granada, 2015, 134 páginas.
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HIPÓTESIS
Para paliar la falta de mujeres en la Australia repleta de convictos de 1840, cuatro mil huérfanas fueron sacadas de los orfanatos de Irlanda y enviadas como sirvientas a la tierra de los canguros y las ovejas. De esta manera, se limpiaban los orfanatos irlandeses y de paso se contribuía a la repoblación de la tierra más esquiva y lejana del planeta.
Las que consiguieron sobrevivir a los largos meses de travesía insalubre desembarcaron indomables y hambrientas en las costas de un mundo aún por crear. En cuanto posaron sus pies en la escalerilla del barco y se sintieron observadas por centenares de ojos sedientos, supieron de una sola vez y con rotundidad cuál era su misión para con la historia: dar placer al máximo número posible de hombres, abarcar lo inabarcable, intentar remediar y compensar la inquietante proporción de una hembra por cada ocho varones en esa isla que parecía un continente.
Ellas eran bravas, una raza de supervivientes, y se pusieron manos a la obra. No sólo sirvieron con dedicación a sus señores, proporcionándoles solaz y muchos bastardos, sino que, libres de las imposiciones de la religión y la familia, tuvieron tiempo para atender a los otros siete caballeros faltos de cariño que les tocaban en el reparto.
Ninguna feminista ha elogiado nunca el papel crucial de estas heroínas en la construcción de una nación. Un linaje de mujeres que, aprovechando la vulnerabilidad que la testosterona crea en los hombres, fueron las pioneras del amor libre y de la promiscuidad practicada sin complejos, con la alegría que produce el deber cumplido. Esas jóvenes irlandesas, algunas de ellas todavía unas niñas, hicieron de su obligación un arte y fornicaron con valentía con todo tipo de hombres rudos y difíciles, sin saber nunca si le estaban prestando su cuerpo a un auténtico asesino, a un simple disidente político o, en el peor de los casos, a un inglés.
Trabajaron sin desmayo, cumplieron con su propósito de proporcionar alivio a los constructores de un continente y trajeron al mundo miles de criaturas, como era su obligación. Esos niños tenían la fortaleza y la osadía que solo poseen los hijos del placer y de la impureza. Y así, mezclando la rebeldía de sus padres con el arrojo de sus madres, se convirtieron en resistentes granjeros y, más adelante, en pragmáticos tecnólogos.
Pero toda esa generación de niños asumió un déficit que aún hoy no se ha podido subsanar, un vacío que jamás se podrá llenar y en el cual nadie pensó en su momento. Y es que fue la única generación entera en la historia que no conoció a sus abuelos. Nunca nadie les contó cuentos, pues sus madres estaban siempre muy ocupadas mientras eran pequeños. Y cuando, por fin, la edad las liberó de sus deberes demográficos y pudieron dedicarse a cuidar de sus nietos, ellas no supieron cómo transmitirles el sosiego y la calidez que emana de las auténticas abuelas cuando escenifican historias, susurran secretos o cantan nanas antiguas. No sabían cómo hacerlo, ellas habían sido criadas por monjas.
El tronco por el cual se transmite la savia de las narraciones que fluyen de abuelos a nietos se había cortado de cuajo a la altura de aquel barco lleno de hijas sin padres; las lluvias irlandesas disolvieron las historias, los cuentos, las canciones…
Tengo una sospecha. La formularé en forma de hipótesis: el hecho de que la literatura australiana sea tan escasa (probad si no, preguntad entre vuestros conocidos a cuántos escritores australianos son capaces de citar) es debido a esa generación de niños sin abuelos, sin historias que contar a sus nietos y a los nietos de sus nietos.
No me explico cómo todavía a nadie se le ha ocurrido hacer una investigación seria para comprobar esta hipótesis.
Muchas gracias por recuperar en vuestro blog uno de los cuentos de mi libro Hormonautas. Este relato está relacionado con la hormona Testosterona, en este caso no necesita demasiada explicación científica la elección. Un saludo agradecido
Paz
Dicen que Australia es la isla-continente de los hombres solos. Por tanto, la "civilización" europea no suprimió la barbarie; la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara.Bueno, eso aseguró Voltaire, quien puso su granito de testosterona.
Es una hipótesis, digo yo.
Saludos desde Buga - Colombia
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