EL LIBRO DE LOS GIGANTES, FANTASMAS Y DUENDES, John Mattews

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JOHN MATTHEWS, El libro de los gigantes, fantasmas y duendes, Brosquil, Valencia, 2003, 80 páginas.
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Subtitulado Relatos tradicionales de todo el mundo, está profusamente ilustrado por Giovanni Manna.
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EL DUENDE, EL TENDERO Y EL ESTUDIANTE

[Un Relato Danés]

   Había una vez un tendero que tenía un duende viviendo en su sótano. Este duende permanecía allí porque cada Navidad el tendero le dejaba un platito con galletas y mermelada, que eran los dulces favoritos del duendecillo. Todo el mundo sabe que si le das a un duende aquello que le gusta, será amigo tuyo para siempre.
   En el ático de la casa del tendero vivía un pobre estudiante, tan pobre que no tenía nada en el mundo. Un día el chico bajó a comprar un poco de pan y queso al tendero. Al salir de la tienda se dio cuenta de que el queso estaba envuelto en una página arrancada de un viejo libro.
   —¡Es la poesía más hermosa que he leído! —exclamó—. ¿Cómo podéis usarla para envolver el queso?
   —Ah, el libro, está ahí. Me lo dio una anciana a cambio de un poco de café. Si te interesa, te lo vendo por dos peniques.
   El estudiante dudó un momento, pero pensó...
   —Sería una pena estropear así el libro, además puedo comerme el pan sin queso —y añadió dirigiéndose al tendero—. Puede que seáis un buen comerciante, pero sabéis tan poco de poesía como ese barril lleno de galletas.
   Resulta que el duende se encontraba escuchando por allí cerca, y se enfadó con el estudiante por haber dicho que el tendero, que le regalaba dulces, no sabía nada de poesía.
   Así que aquella noche, cuando el tendero cerró la tienda, el duende subió del sótano y le preguntó al barril de galletas:
   —¿Es verdad que no sabes nada de poesía?
   —Eso no es cierto —replicó el barril—. El tendero a menudo guarda en mi interior viejos periódicos que yo voy ojeando. De ahí que he leído bastante poesía.
   El duendecillo siguió preguntando a más objetos de la tienda si sabían algo de poesía. Preguntó a la balanza, a la picadora de carne e incluso al molinillo de café, y casi todos ellos habían leído mucha poesía.
   —¿Ah sí? ¡Pues pienso decirle al estudiante que el tendero sí entiende de poesía!
   Y se dirigió de puntillas al ático. Pero por debajo de la puerta del estudiante se escapaba una luz brillante. El duende ojeó a través de la cerradura y en el interior vio al chico con el viejo libro del tendero.
   ¡Pero estaba ocurriendo algo extraordinario! Del interior del libro escapaba una luz que daba forma a un enorme árbol, un árbol en flor, y cada flor tenía la carita de una niña.Y también tenía frutos, ¡y los frutos brillaban como estrellas! La más hermosa música jamás escuchada envolvía suavemente la habitación, procedente también del árbol.
   El duende nunca había visto nada tan maravilloso, y tan emocionado se sentía que terminó llorando en la puerta hasta que la luz se apagó y el estudiante se fue a dormir. Incluso entonces se escuchaba una nana de fondo.
   —Increíble. Creo que me vendré a vivir con el estudiante.
   Pero luego pensó un poco y consideró que el estudiante no podía darle galletas y mermelada en Navidad, así que deslizó de nuevo hasta el sótano. Pero noche tras noche subía al ático a escuchar aquella música y a atisbar por el hueco de la cerradura el hermoso árbol de luz.
   Una noche se oyó un fuerte golpe en la puerta de la tienda y alguien gritó “¡Fuego, fuego!” Todo el mundo se despertó sobresaltado y corrió a salvar sus objetos más preciados. El tendero se dirigió hacia el dinero, su esposa hacia las joyas, pero el duende subió veloz hacia el ático. El estudiante estaba asomado a la ventana, pasmado ante las casas que ardían al otro lado. El duende no tenía ninguna duda sobre lo que debía salvar: el libro.
   Estaba allí, sobre la mesa. El duende lo cogió y lo escondió bajo su gorro rojo. Después saltó por la chimenea y se sentó en el tejado mientras veía arder las casas del otro lado.
   Pronto llegaron los bomberos y en breve extinguieron el incendio. La casa del tendero estaba intacta. En silencio volvió a bajar hasta la habitación del estudiante y dejó de nuevo el libro sobre la mesa. Cuando regresó al sótano meditó sobre lo ocurrido y tomó una decisión.
   —Pasaré la mitad del año con el estudiante y la otra mitad con el tendero, porque a pesar de lo mucho que me fascina el árbol mágico, y a pesar de la música tan deliciosa que se escucha, la pura realidad es que soy incapaz de renunciar a las galletas y la mermelada.

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