BIODISCOGRAFÍAS, Iban Zaldua

0


IBAN ZALDUA, Biodiscografías, Páginas de Espuma, Madrid, 2015,

**********
Las ilustraciones de Alaitz Alberdi acompañan, en la misma tonalidad de acierto, a los relatos de Iban Zaldua y sus melancólicas cuerdas con armónicos de humor y de memoria.

**********
EN LA TIENDA DE VINILOS DE SEGUNDA MANO

The Chameleons
Script of the Bridge
Stalik, 1983.

   Lo he visto al pasar por la calle Avinyó de Barcelona, en un escaparate estrecho. En la carpeta del disco, sujeta con un clip, una tarjeta de cartón: «Grupo after-punk de los ochenta. Excelente estado». He entrado a preguntar.
   Confirmando mis previsiones, el precio me ha parecido exagerado, pero aun así sé que voy a comprármelo: Script of the Bridge, el primer disco de The Chameleons.
   Los perdedores tienen un aura que los hace atrayentes, al menos para algunas personas; no resulta fácil de explicar. A The Chameleons, no sé exactamente por qué, se les veía desde el principio y lo cierto es que luego siguieron paso por paso el manual del perdedor estándar —variedad música pop—: después de dos discos independientes, firmaron con una multinacional, publicaron su disco más comercial —el que más vendieron—, su mánager murió inesperadamente y, a consecuencia de ello, cuando estaban a punto de lograrlo, decidieron deshacer el grupo. Los siguientes proyectos de los miembros del grupo, ni que decir tiene, apenas tuvieron repercusión, y el habitual disco-nostálgico-de-reunión de principios del siglo XXI pasó sin pena ni gloria, así como las periódicas giras-karaoke con todos o alguno de los componentes. Hoy día, aparte de los fans de entonces, pocos se acuerda de The Chameleons, si no es para recordar la enorme influencia que han ejercido sobre algunos grupos actuales —Interpol, por ejemplo, sigo punto por punto su manual de estilo—.
   Yo también los tenía un tanto olvidados. Pero lo he recordado todo al instante: aquel primer elepé de The Chameleons, y Jasone. Porque fue a Jasone a quien le regalé una copia de Script of the Bridge.
   De hecho, es en esta tienda de la calle Avinyó donde compro el que va a ser el primer disco original de The Chameleons que he poseído nunca: de joven no solía tener mucho dinero y, como pude, grabé todos sus elepé —lo mismo que los de otros muchos grupos— en cintas de casete. Aquel que —interesadamente— compré para Jasone, por ejemplo, me lo grabé en cuanto llegué a casa y, después de envolverlo en papel de regalo, se lo entregué.
   Me costó lo mío escoger aquel disco. Al entrar en Xaribari, la tienda de música, tenía tres en mente: el primero de The Smiths, el Reckoning de R.E.M y el de The Chameleons; al final, después de tres cuartos de hora de ir de una cubeta a otra, pensándomelo, me decidí por Script of the Bridge, porque era el más triste e inquietante, y porque sabía que la respuesta de Jasone a la carta que iba a introducir en la carpeta antes de envolver el disco en papel de regalo iba a ser un no. O, lo que es peor, que nunca la respondería, como he mencionado antes, los perdedores tienen, para mí, un aura especial, y no podía imaginar para mi fracaso una banda sonora más adecuada que la de aquellas canciones lentas y depresivas de The Chameleons. Bueno, lo escogí por eso, y porque era el disco más largo de los tres de los tres entre anduve dudando: por el mismo precio, más minutos.
   Se confirmaron mis peores expectativas: Jasone, cruelmente, no dio ninguna respuesta a mí carta. Luego cumplimos dieciocho años, y ella se marchó de la ciudad a seguir sus estudios de piano, a Barcelona precisamente, y de allí a Gran Bretaña, donde le perdí la pista. Y yo me quedé con la cinta grabada de aquel disco de The Chameleons.
   Pero ahora tengo en mis manos el original que, aunque usado —hago un cálculo rápido—, he pagado más caro, en proporción, que aquel que compré en 1984; ahora puedo permitírmelo. En cuanto he vuelto a casa de mi viaje a Barcelona, lo he sacado de su funda, lo he puesto en el viejo tocadiscos y, primero, escucho los veintiocho minutos de su cara A y, a continuación, los veintinueve de su cara B. El de la tienda tenía razón: está nuevo, sin manchas ni rastros de polvo, como sí nadie lo hubiera hecho sonar jamás.
Después, he quitado el vinilo del plato, lo he metido en su funda de plástico y he intentado introducirlo en su carpeta de cartón, pero se atasca, y compruebo que tropieza una y otra vez con algo en su ínteríor. Dejo el vinilo a un lado, meto la mano en la carpeta y ahí está el sobre. «Para Jasone», con la temblorosa letra con la que escribía entonces. Pero perfectamente legible en el sobre, que sigue cerrado, después de todos estos años.

0 comentarios en "BIODISCOGRAFÍAS, Iban Zaldua"