EL PAÍS DEL HUMO, Sara Gallardo
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SARA GALLARDO, El país del humo, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977, 232 páginas.
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AGNUS DEI
Yo, la hermana Catalina, tuve que abrir la puerta a la niña oveja. La traían del sur. De pena, quedé muda.
A mí me la encargaron. Frotando con aceite sus rodillas, pues no caminaba con los pies, la acostumbré a mi Olor. Traté de acostumbrarla. Cantar a los niños de la enfermería me es posible, pero ella no entendía de canciones. Reviví sus años como si fueran míos. Aparecieron en mi memoria intemperie, tierra, vellones. Debí cortar la masa de abrojo que era su cabello.
Los niños del asilo miraban mi ventana cuando salían al patio.
Dormí con ella, que sufría. Una pieza, Una cama ¿qué le eran?
Quizá se lo advirtieron; una noche la Hermana Superiora me sorprendió balando.
—Se la entregué para volverla humana —dijo.—..., ¿no estará usted volviéndose una oveja?
Oh sí, quise decir, no lo bastante.
Di en rogar:
—Cordero de Dios, ten piedad.
La tuvo. Ella no sonrió nunca. Mi triunfo —triste—..... fueron sus lágrimas una vez.
Y murió.
Fue en setiembre, 1911.
Yo, la hermana Catalina, tuve que abrir la puerta a la niña oveja. La traían del sur. De pena, quedé muda.
A mí me la encargaron. Frotando con aceite sus rodillas, pues no caminaba con los pies, la acostumbré a mi Olor. Traté de acostumbrarla. Cantar a los niños de la enfermería me es posible, pero ella no entendía de canciones. Reviví sus años como si fueran míos. Aparecieron en mi memoria intemperie, tierra, vellones. Debí cortar la masa de abrojo que era su cabello.
Los niños del asilo miraban mi ventana cuando salían al patio.
Dormí con ella, que sufría. Una pieza, Una cama ¿qué le eran?
Quizá se lo advirtieron; una noche la Hermana Superiora me sorprendió balando.
—Se la entregué para volverla humana —dijo.—..., ¿no estará usted volviéndose una oveja?
Oh sí, quise decir, no lo bastante.
Di en rogar:
—Cordero de Dios, ten piedad.
La tuvo. Ella no sonrió nunca. Mi triunfo —triste—..... fueron sus lágrimas una vez.
Y murió.
Fue en setiembre, 1911.
Ciega, inválida, casi de un siglo, decenas de criaturas pueblan mis pensamientos. Nunca crecieron, para mí. Me acompañan, las acompaño en un tiempo suspenso. Cuando el Señor me llame las llevaré conmigo. Sólo espero una cosa. Su saludo. En la puerta sagrada su sonrisa, que busqué inútilmente. Su saludo antes de morir, aquel balido.
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