REUNIÓN, Santiago Caneda Lowry
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SANTIAGO CANADA LOWRY, Reunión, Monty 4, A Coruña, 2013, 80 páginas.
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Las historias que se encuentran en Reunión gravitan alrededor de unas coordenadas literarias y artísticas bien definidas, pero que son sólo brújula para la huella de unas palabras que trasladan el lienzo al plano de lo auténtico y la originalidad. Así, Magritte, Duchamp, Cortázar o Juarroz son algunas de las referencias que con total acierto ilumina Xavier Seoane en las páginas del prólogo: "En un siglo en buena parte presidido por Freud, Kafka y Beckett, el autor de Reunión sabe convocar no pocas patologías de lo contemporáneo (...) haciendo despertar una evidente extrañeza en el lector, un juego entre lo real y lo irreal matizado por el sabor de un mate amargo." A través de las lentes de lo absurdo, del extrañamiento o de la ironía, los ojos agradecidos del lector podrán degustar los destellos de un horizonte bañado, además, por las ilustraciones de Santiago Caneda, reconocido artista y padre del escritor.
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ASÍ
¿Lo viste? Es bastante sencillo y prácticamente imperceptible. Es su forma de suceder, todo se cierra sobre esta espiral incansable. Y surge como puede surgir cualquier otra cosa; surge de los encuentros, de los accidentes. Surge como una sorpresa sin sorprendernos. Es la naturalidad, es humilde, no nos exige nada, pero su surgimiento es una deuda impagable.
Uno, por ejemplo, puede estar paseando, y algo, sin más, lo atrapa, lo atraviesa. Aparece casi como una desaparición, ¿alguna vez intentaste recordar un olor? Es de los recuerdos más difíciles de evocar, porque uno puede retenerlo o retomarlo sólo en su inexorable desaparición. Intentalo, tratá de evocar el sándalo. Notás ese principio, tan de sándalo pero también tan de tantísimas otras cosas, y fijate que a poco que te digo sándalo, ya estamos pensando en cosas que no tienen que ver con lo sándalo del olor, pero que en realidad son parte de su esencia, porque ese sándalo huele a habitación a oscuras, a elefante, a curry, a buda; y así con un infinito que parecía estar despojado del olor. Pero el olor a sándalo, ¿dónde quedó? Lo único que nos queda es una duda razonable: el olor a sándalo paseó por nuestra nariz, de eso estamos seguros, pero desapareció sin permitirnos disfrutarlo un poco más, y sabemos que lo hemos vuelto a oler sólo por esta duda, porque el preguntarnos por la validez de su evocación es más que suficiente para construirnos una certeza existencial.
Así es que como te atraviesa una idea, un cuento, este mismo texto, un enamoramiento o su contrario. Se planta ante tus ojos, tus oídos y, desatándose, ya no te suelta. Y siempre le acompaña un temor a la pérdida, a no poder contener ese olor, ese cuento como un recuerdo que uno quiere seguir disfrutando. Y se va soltando, lo sentimos perder su fuerza; la idea se nos va de las manos y nos embarga un vacío triste, por no haber podido contener eso que llegó que de la nada y se fue como si nada. Nos queda la certeza de saber que pasó por nosotros, nos queda un regusto su presencia. Y con la humildad y naturalidad que la caracteriza, la vida nos devuelve a la tierra, nuestra vista dibuja ahora las figuras, los colores. Volvemos a nuestro paseo.
Y a veces pasa que la idea se desvanece, y seguimos paseando, saludamos a los conocidos, sonreímos a los bebés, nos pasamos un buen rato mirando el cielo, sus gaviotas, sus nubes y la luz desangrándose en miles de tonos violáceos, y vemos esa primera estrella, la luna tímida y blanca como una nube en el cielo violeta. Y dimos nuestro paseo, hemos cenado bien, hemos cambiado el café por una valeriana para dormir relajados y hasta tarde. Entonces nos encontramos en la cama, con los ojos cerrados y un sabor dulce en la boca, mezcla de valeriana y menta; y recordamos el cielo, el pájaro, el sol perdiéndose por el oeste. Y en todo este atravesamiento, como un cine mental, vuelve algo conocido, es una esencia, un fuerte olor a sándalo, y trae forma de pregunta, tenía que ver con la memoria, con estos momentos, con el olor de una idea. ¿Cómo puede salvarse una idea?
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