ETCÉTERA, Luis Alberto de Cuenca

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LUIS ALBERTO DE CUENCA, Etcétera, Renacimiento, Sevilla, 1993, 124 páginas.

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Subtitulado (1990-1992), divide sus contenidos en cuatro secciones: Mi tiempo, La literatura, Nombres propios e Imágenes.  
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DINOSAURIOS

   Antonio Fernández Ferrer ha publicado un libro muy divertido, titulado La mano de la hormiga. A primera vista, cualquiera diría que se trata de una monografía entomológica, pero el subtítulo nos informa del contenido real de la obra: Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas. En la antología de A. F. F. figura un cuento de Augusto Monterroso, el escritor guatemalteco afincado en México. El relato, brevisimo, dice: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí..."
   El cuento de Monterroso presupone un sueño con dinosaurio, algo que, créanme, resulta entrañable. Si hay unos animales que, a partir de su constatación paleontológica a finales del siglo XVIII, ejercen un auténtico poder de fascinación sobre el hombre, ésos son los dinosaurios. Se extinguieron hace sesenta y cinco millones de años y, sin embargo, siguen vivos y coleando en la imaginación de la gente. No hay más que comprobar el éxito que tienen entre los niños, su proliferación en la iconografía de felpa y de peluche y, desde luego, la abrumadora bibliografía juvenil que existe sobre el tema. 
   El cuento que lee todas las noches mi hija Inés antes de dormirse (leer es un decir, porque tiene cuatro años) se titula Tengo sueño, lo cual puede sonar a manipulación por parte de sus padres. Es evidente que preferimos que sea ése el libro elegido, y no, por ejemplo, Tengo ganas de jugar a la pelota o Tengo ganas de tocar el tambor, pero no es menos evidente que lo que a Inés le gusta de Tengo sueño no es su capacidad "‘behaviorista" de cerrarle los ojos con presteza, sino una ilustración en la que la protagonista se ve sumida en una horrible pesadilla con dinosaurio. Después de ver al espantoso tyrannosaurus que obsesiona a la niña del cuento, mi hija pide agua por última vez y se encomienda dócilmente a Morfeo.
   Pensar en dinosaurios relaja mucho más que contar ovejas, se lo aseguro. Si quieren dormir bien, evoquen la silueta de un diplodocus del Jurásico paciendo amablemente en las copas, repletas de piñas y de hojas, del bosque de coníferas que constituye su palacio. O la de ese enorme lagarto alado que los zoólogos llaman pterodactylus, sobrevolando con membranosa elegancia las islas arboladas que constituían el norte de Europa hace ciento veinte millones de años. O la del mucho más reciente triceratops, con su pequeño cuerno en el hocico y sus dos grandes cuernos sobre los ojos, ramoneando apaciblemente en un rincón herboso de lo que ahora es el Canadá. 
   Y si tienen la suerte que Monterroso otorga al personaje de su relato, o sea, si despiertan y el dinosaurio de sus sueños —a ser posible, herbívoro— continúa a su lado, enfrente de su cama, con la minúscula cabeza olisqueando sus sábanas y el gigantesco cuerpo reposando sobre los destrozados tabiques de su casa, invítenlo a desayunar, que en España no habrá vergüenza, pero hay comida para todos.

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