BREVIARIO DEL BUS, Luis Pousa
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LUIS POUSA, Breviario del bus, Rey Lear, Madrid, 2013, 120 páginas.
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Preceden a los 25 trayectos en el [auto] bus, las Siete notas breviarias (pp. 9-14) que firma Enrique Vila-Matas. En la cuarta, escribe: "Para Pousa el mejor vehículo para ver pasar el largometraje de lo cotidiano es el autobús porque el coche desbarata la visión del conductor".
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EL TRANVÍA DE LAS SEIS Y CUARTO
Mario Benedetti, santo laico de las izquierdas latinoamericanas y europeas, dedicó uno de sus claros y hermosos poemas al tranvía de 1929, el vehículo en que cada mañana (a las seis y cuarto, hora extremadamente cruel si es de partida y no de regreso) se embarcaba para asistir a sus clases en la Deutsche Schule de la calle Soriano. Los versos de marras tienen, ya digo, esa claridad casi prosaica que exhiben los poemas de un Bukowski, por ejemplo. Benedetti, que habitaba en unas coordenadas vitales y mentales muy diferentes a las del gran bebedor (y follador) californiano, escribe unos versos limpios, nítidos, casi líquidos, en los que destila episodios de su vida sin mayores coheterías, trazando sobre el papel unas palabras diáfanas y rotundas con la misma (aparente) facilidad con que los grandes futbolistas dibujan sus quiebros con el balón cosido a la zurda. Así nos cuenta Benedetti que en aquel tranvía 36 rojo de la Comercial, a aquella hora “para gente estoica”, sólo viajaban el escolar de nueve años, rumbo a su Colegio Alemán, y “un viejo bajito y honorable siempre de traje oscuro y con barba canosa que leía su diario y jamás me miraba”. Mario descubre luego, gracias a su padre, que aquel señor bajito y honorable era el poeta nacional Juan Zorrilla de San Martín, con lo cual, deducimos con cierto pasmo y asombro que en el habitáculo se incumplían todas las leyes de la estadística (si es que la estadística tiene alguna ley, claro), porque en aquel tranvía colorado se daba la circunstancia de que viajaba prácticamente la historia entera de la poesía uruguaya.
Pasados los años, el adolescente Benedetti, de visita en la casa museo Zorrilla siente “ganas retroactivas de hablarle/ de sentarme con él/ en el tranvía de las seis y cuarto”.
Lo que quiere en el fondo Benedetti, claro, es subirse de nuevo a lomos de su infancia, aunque solo sea en forma de tranvía:
Y se arrepiente, como nos sucede en el fondo a todos, por esas preguntas nunca hechas.
Mario Benedetti, santo laico de las izquierdas latinoamericanas y europeas, dedicó uno de sus claros y hermosos poemas al tranvía de 1929, el vehículo en que cada mañana (a las seis y cuarto, hora extremadamente cruel si es de partida y no de regreso) se embarcaba para asistir a sus clases en la Deutsche Schule de la calle Soriano. Los versos de marras tienen, ya digo, esa claridad casi prosaica que exhiben los poemas de un Bukowski, por ejemplo. Benedetti, que habitaba en unas coordenadas vitales y mentales muy diferentes a las del gran bebedor (y follador) californiano, escribe unos versos limpios, nítidos, casi líquidos, en los que destila episodios de su vida sin mayores coheterías, trazando sobre el papel unas palabras diáfanas y rotundas con la misma (aparente) facilidad con que los grandes futbolistas dibujan sus quiebros con el balón cosido a la zurda. Así nos cuenta Benedetti que en aquel tranvía 36 rojo de la Comercial, a aquella hora “para gente estoica”, sólo viajaban el escolar de nueve años, rumbo a su Colegio Alemán, y “un viejo bajito y honorable siempre de traje oscuro y con barba canosa que leía su diario y jamás me miraba”. Mario descubre luego, gracias a su padre, que aquel señor bajito y honorable era el poeta nacional Juan Zorrilla de San Martín, con lo cual, deducimos con cierto pasmo y asombro que en el habitáculo se incumplían todas las leyes de la estadística (si es que la estadística tiene alguna ley, claro), porque en aquel tranvía colorado se daba la circunstancia de que viajaba prácticamente la historia entera de la poesía uruguaya.
Pasados los años, el adolescente Benedetti, de visita en la casa museo Zorrilla siente “ganas retroactivas de hablarle/ de sentarme con él/ en el tranvía de las seis y cuarto”.
Lo que quiere en el fondo Benedetti, claro, es subirse de nuevo a lomos de su infancia, aunque solo sea en forma de tranvía:
“el tranvía sigue galopando en la niebla
con él viejo y yo niño
con él solo y yo solo
pero nunca he sabido qué hacía tan temprano
en el tramo penúltimo de su cándida gloria”.
Y se arrepiente, como nos sucede en el fondo a todos, por esas preguntas nunca hechas.
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