SUEÑOS, Robert Walser

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ROBERT WALSER, Sueños, Siruela, Madrid, 2012, 368 páginas.

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Sueños abarca una selección de fragmentos y relatos inéditos escritos por Walser durante la estancia en su ciudad natal, Biel, entre 1913 y 1920.
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DOS MUJERES

   Una joven delicada y bonita llamada Olga admiraba a un hombre, un tipo extraordinario demasiado vanidoso y pagado de sí mismo como para no dejarse admirar. Si la joven hubiera sido sagaz e ingeniosa, pronto le habría llamado la atención la impasibilidad con la que el objeto de su admiración toleraba precisamente esa tierna admiración, y habría podido contemplar el derroche de orgullo masculino. Mas por desgracia ella carecía del don del ingenio, y de la lucidez y la virtud para formarse su propia opinión, de modo que rechazó una serie de proposiciones honradas y sinceras para decantarse por un tipo raro, orgulloso y frío. Ella se creía autorizada, más aún, casi obligada, a despreciar a los hombres formales, porque su adorado carecía de formalidad, cualidad a sus ojos admirable e insigne. ¡Singular ceguera! Él era un mozo grosero, un actor que interpretaba teatro porque los ademanes corrientes le eran ajenos, y por el contrario cualquier comportamiento y porte extraño le resultaba familiar. En resumen, que embelesó a un ser tierno y tímido con una rudeza efectista, a una joven inexperta con una masculinidad desmedida. Qué teatral era la barba de capitán de bandidos que adornaba su rostro, siempre de una palidez novelesca, y con qué orgullo llevaba una bata de artista de terciopelo. Su sombrero era la expresión del arrojo, y era un as haciendo rodar los ojos y gesticulando; suponiendo que pueda existir grandeza en esas cosas tan vacías, tan banales. Un buen día, cuando por fin la señora Inteligencia le abrió suavemente los ojos, la pobre muchacha se vio traicionada en sus hermosos pensamientos y sentimientos. Vio un engaño tan descomunal que creyó poder tocarlo con la mano. Esto no habría constituido una gran desgracia si no hubiera tenido que decirse que había desaprovechado la mejor época de su vida. Cuando consiguió aclararse, había envejecido. «No merecía la pena», suspiró ella agachando su decepcionada cabecita.
   Permíteme, querido lector, mostrarte a un hombre que, si no me equivoco, escribía a su mujer, cuando era su novia, las cartas más nobles y tiernas, como si fuera un verdadero y prodigoso admirador de la feminidad. Sin embargo, después, cuando la hermosa dsposada y dulce novia se convirtió en su esposa, el trato que le dio fue radicalmente distinto. Le asignó por así decirlo el humilde rinconcito de ama de casa que le correspondía, según la tradicional y típica opinión de su digno marido. Mientras él con toda su excelencia y superioridad se situaba sobre el más alto pedestal interno  externo, rebajaba a su consorte a la espléndida condición de criada sumisa, con la cual creía sin duda alguna demostrar que era un genuino hombre alemán, error tan abundante como la arena del mar. ¿Qué había sido de la fragancia y del eco de la adoración? ¿Dónde estaba ahora la poesía de la caballerosidad hacia las mujeres débiles, delicadas? El señor leía, endiosado, su periódico favorito y, tras la comida copiosa, excelente y adormecedora de la mente, se echaba una siestecita deliciosa y loable. Su atractiva mujer pronto devino en una vieja boba, descendió peldaño a peldaño en la estima del antaño ardiente adorador, a quein veía preferir con alegría y genuino espíritu alemán la taberna con su parroquia grosera a la conversación que ella le ofrecía, y tenía que decirse encima que lo mejor era callar ante tamañas humillaciones. ¿No es el destino de bastantes mujeres que creyeron hacer una buena boda cuando se convirtieron en esposas de hombres finos y cultos?

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