ESCALERAS EN EL LIMBO, Agustín Cerezales
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AGUSTÍN CEREZALES, Escaleras en el limbo, Lumen, Barcelona, 1991, 212 páginas.
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Entre una mayoría de narraciones cortas, el lector encontrará algunos microrrelatos.
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DUELO
Se caló la visera y embrazó la adarga. Al otro lado de los ralos campos amarillos aguardaba un silencio azul. Y en lo alto de la torre del castillo ondeaba el pañuelo de la Dama.
Unos pocos labriegos sorprendidos se habían quedado a esperar el lance, curiosos. Por fin apareció el plumaje florido del retador, luego la cabeza del jinete y la del negro caballo piafante, y por último el centauro al completo, que se detuvo en la linde de los trigales.
Sopló una leve brisa, intermitente, y luego el aire se desplomó de nuevo, anunciando un día más de calor sin misericordia.
Los dos caballeros se estudiaron en la distancia, y sin saludarse, como movidos por un resorte único y secreto, emprendieron el galope el uno contra el otro, dibujando la ilusión imposible de un espejo.
Al llegar al punto del choque, con ojival ensalmo, ambos levantaron las tiesas varas: el lance había sido nulo.
Siguieron los dos unos pasos más allá. Frenaron sus caballos para volver grupas y reiniciar el protocolo. Pero súbitamente, como guiados otra vez por una misma lectura, trocaron la voluntad: a la siniestra de cada uno, un cuervo había alzado el vuelo.
Ninguno de los dos volvió la vista atrás. Ambos abandonaban el campo a galope apenas contenido, mordiendo la vergüenza estropajosa que los atenazaba. Los penachos de colores se perdieron por las opuestas lindes, tensa la recta del horizonte.
En el Castillo de la Viuda Deseada, la Dama se hizo de piedra. Y en una silente, transparente menstruación del alma, empezó a destilar un aljofarado manantial de lágrimas: allí quedó ondeando el pañuelo su despecho, brisa varada a orillas del infortunio. Pero aquel lance sin testigos tan sólo un mísero puñado de labriegos no había de pasar nunca a la Historia. Tan sólo a la leyenda.
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