PALABRAS EN LA NIEVE [UN FILANDÓN], Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez & José Maria Merino
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JUAN PEDRO APARICIO, LUIS MATEO DÍEZ & JOSÉ MARÍA MERINO, Palabras en la nieve [Un filandón], Rey Lear, Madrid, 2007, 128 páginas.
*****CARTA SIN RESPUESTA
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LA MOSCA
Bajo la luz del flexo la mosca se quedó quieta.
Alargué con cuidado el dedo índice de la mano derecha.
Poco antes de aplastarla se oyó un grito, después el golpe del cuerpo que caía.
En seguida llamaron a la puerta de mi habitación.
—La he matado—dijo mi vecino.
—Yo también—musité para mí sin comprenderle.
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AGUJERO NEGRO
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Sabino Ordás en el Prólogo (pp. 13-18) presenta, atinadamente, el "filandón" (de filum: "reuniones nocturnas en que las mujeres hilaban, mientras los asistentes contaban historias") como un feliz antecedente de las veladas literarias.
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Una amiga había comentado ante el espejo: “Nadie me llama guapa, así que yo me lo digo muchas veces a mí misma para animarme”. A Sofía, que nunca había recibido una carta de amor, se le ocurrió enviarse una, escrita por ella misma, pero firmada por un inventado Roberto Sastre que vivía en Villalba. Para más verismo, tomó el tren de cercanías y echó la carta en un buzón de esa localidad. Y de esa manera recibió muchas cartas, casi una a la semana. Había que ver con qué ilusión abría el sobre y leía las dos o tres cuartillas manuscritas, con una letra recta, firme, que no se doblegaba a derecha ni a izquierda.
A veces, Roberto y ella tenían discusiones y hasta pequeños enfados, como pasa con todas las parejas de enamorados. Roberto se empeñaba en que fueran a Marbella una semana y ella le ponía excusas, por más que lo estuviera deseando. Le decía que no estaba segura de que compartir habitación durante siete días fuese una buena idea. Procuraba no obstante ser muy suave y persuasiva porque no quería perderle ni que se enfadara, pero Roberto tenía que comprender que llevaban muy poco tiempo de relaciones como para convivir así una semana.
En esas estaban cuando la última carta de Roberto no llegó. Esperó una semana, diez días, un mes, reclamó a Correos pero definitivamente la carta no llegó. Se sintió muy ofendida por el silencio. “¿Qué se habrá creído este?” –le llegó a decir a una amiga.
Y nunca más le volvió a escribir, que ella no se iba a rebajar.
A veces, Roberto y ella tenían discusiones y hasta pequeños enfados, como pasa con todas las parejas de enamorados. Roberto se empeñaba en que fueran a Marbella una semana y ella le ponía excusas, por más que lo estuviera deseando. Le decía que no estaba segura de que compartir habitación durante siete días fuese una buena idea. Procuraba no obstante ser muy suave y persuasiva porque no quería perderle ni que se enfadara, pero Roberto tenía que comprender que llevaban muy poco tiempo de relaciones como para convivir así una semana.
En esas estaban cuando la última carta de Roberto no llegó. Esperó una semana, diez días, un mes, reclamó a Correos pero definitivamente la carta no llegó. Se sintió muy ofendida por el silencio. “¿Qué se habrá creído este?” –le llegó a decir a una amiga.
Y nunca más le volvió a escribir, que ella no se iba a rebajar.
JUAN PEDRO APARICIO
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LA MOSCA
Bajo la luz del flexo la mosca se quedó quieta.
Alargué con cuidado el dedo índice de la mano derecha.
Poco antes de aplastarla se oyó un grito, después el golpe del cuerpo que caía.
En seguida llamaron a la puerta de mi habitación.
—La he matado—dijo mi vecino.
—Yo también—musité para mí sin comprenderle.
LUIS MATEO DÍEZ
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AGUJERO NEGRO
El hombre pasea por la playa solitaria y encuentra, depositada en la orilla por las olas, una botella de cristal negro, con una señal muy extraña impresa en su tapón. Mientras lo desenrosca, el hombre piensa en sus lecturas de niño: el genio cautivo, los mensajes de náufragos. Abierta, la botella inicia una violentísima inhalación que aspira todo lo que la rodea, el hombre, la playa, las montañas, los pueblos, el mar, los veleros, las islas, el cielo, las nubes, el planeta, el sistema solar, la Vía Láctea, las galaxias. En pocos instantes, el universo entero ha quedado encerrado dentro de la botella. El movimiento ha sido tan brusco que se me ha caído la pluma de la mano y han quedado descolocados todos mis papeles. Recupero la pluma, ordeno los folios, empiezo a escribir otra vez la historia del hombre que pasea por la playa solitaria.
JOSÉ MARÍA MERINO
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