EL PERFUME DEL CARDAMOMO, Andrés Ibáñez
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ANDRÉS IBÁÑEZ El perfume del cardamomo, Impedimenta, Madrid, 2008, 160 páginas.
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En Amar al zorro (pp. 7-12) Félix Romeo destaca que "El conflicto entre razón y misterio está muy presente en El perfume del cardamomo", versión completa del libro de cuentos que ganó en el 2003 el Premio NH de relatos inéditos. En Unas palabras para después de la lectura (pp.147-152) es el propio Ibáñez el que traza los vínculos de sus cuentos con la literatura china.
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EL ARTE DEL DISIMULO
Un hombre llega a un hotel en una pequeña localidad de montaña y pide una habitación para pasar la noche. Está muy cansado, ya que lleva todo el día viajando, de modo que sube, se tumba en la cama y se queda dormido. De pronto, en mitad de la noche, se despierta y descubre que hay alguien en la habitación, una figura oscura e informe que está fisgoneando en su equipaje. ¿Será un ladrón?, se dice muerto de miedo. Como en su hatillo no lleva nada de valor, prefiere hacerse el dormido a arriesgarse a que el otro le corte el cuello. De modo que permanece allí inmóvil y temblando, y ve cómo el otro finalmente se carga su hatillo al hombro y sale de la habitación.
El hombre suspira y vuelve a dormirse. Ha perdido un hatillo en el que solo había unas pocas ropas viejas, pero ha salvado la vida. Su dinero, su pipa y sus gafas las tiene con él, bien metidas debajo de la almohada. La vida a cambio de un hatillo, se dice, no parece tan mal negocio. Luego se dice que lo que pasa en realidad es que es un cobarde.
Este hombre se parece a una muchacha está recogiendo ciruelas en un huerto. Se trata de un huerto construido en la ladera de una montaña y formado por una serie sucesiva de escalones. En cada escalón crece una única y larga hilera de árboles, y la muchacha va llenando la cesta que lleva en el regazo con las ciruelas de las ramas más bajas. Cuando ve ciruelas maduras en las ramas más altas, se dice: «Están demasiado pasadas y picadas de insectos, ésas ya no se pueden comer».
Esta muchacha se parece a la zorra, que ve el reflejo de la luna en el agua y se abalanza al lago en mitad de la noche. Y cuando se encuentra con que lo que había tomado por una gran sandía pálida no era más que un poco de luz y de agua fría, se dice a sí misma: «Bueno, de todas formas no tengo hambre».
Este hombre, esta muchacha y esta zorra se parecen al grillo, que canta de forma incesante en las noches de estío y que calla temeroso en cuanto siente la proximidad de alguien que se acerca.
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EL ARTE DEL DISIMULO
Un hombre llega a un hotel en una pequeña localidad de montaña y pide una habitación para pasar la noche. Está muy cansado, ya que lleva todo el día viajando, de modo que sube, se tumba en la cama y se queda dormido. De pronto, en mitad de la noche, se despierta y descubre que hay alguien en la habitación, una figura oscura e informe que está fisgoneando en su equipaje. ¿Será un ladrón?, se dice muerto de miedo. Como en su hatillo no lleva nada de valor, prefiere hacerse el dormido a arriesgarse a que el otro le corte el cuello. De modo que permanece allí inmóvil y temblando, y ve cómo el otro finalmente se carga su hatillo al hombro y sale de la habitación.
El hombre suspira y vuelve a dormirse. Ha perdido un hatillo en el que solo había unas pocas ropas viejas, pero ha salvado la vida. Su dinero, su pipa y sus gafas las tiene con él, bien metidas debajo de la almohada. La vida a cambio de un hatillo, se dice, no parece tan mal negocio. Luego se dice que lo que pasa en realidad es que es un cobarde.
Este hombre se parece a una muchacha está recogiendo ciruelas en un huerto. Se trata de un huerto construido en la ladera de una montaña y formado por una serie sucesiva de escalones. En cada escalón crece una única y larga hilera de árboles, y la muchacha va llenando la cesta que lleva en el regazo con las ciruelas de las ramas más bajas. Cuando ve ciruelas maduras en las ramas más altas, se dice: «Están demasiado pasadas y picadas de insectos, ésas ya no se pueden comer».
Esta muchacha se parece a la zorra, que ve el reflejo de la luna en el agua y se abalanza al lago en mitad de la noche. Y cuando se encuentra con que lo que había tomado por una gran sandía pálida no era más que un poco de luz y de agua fría, se dice a sí misma: «Bueno, de todas formas no tengo hambre».
Este hombre, esta muchacha y esta zorra se parecen al grillo, que canta de forma incesante en las noches de estío y que calla temeroso en cuanto siente la proximidad de alguien que se acerca.
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