EMILIO ARAGÓN,
30 cuentos y medio,
Odeón, Málaga, 2014, 160 páginas.
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Esta hermosa edición de los relatos de Emilio Aragón está acompañada de una lleve USB que permite el acceso al audiolibro y a otros extras multimedia.
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AMOR DESESPERADO
"Cada nota musical guarda en su seno toneladas de poesía y amor", dijo un sordo.
Me despertó aquella voz que interpretaba una composición mía, muy mía, tan mía que no la había registrado, Y no la había registrado porque no pensaba comercializarla. Posiblemente aquella canción fuese el tema de mi vida. La mejor y más sentida composición que había producido mi cerebro, o mi alma, o mi corazón, que de todo tenía un poco. Esa canción era todo lo que me quedó de la noche más feliz de mi vida. Una inolvidable noche que sólo podía volver a mí en forma de sublimes palabras y una música de inspiración celestial. Yo no la consideraba una canción, sino un recuerdo hecho verso con el alma.
Salté de la cama, en mi habitación del hotel, y abrí el balcón para ver quién cantaba esa canción con voz de ángel. Cuando quise asomarme ya era farde, la criatura había doblado la esquina y desaparecido de mi vista. Sólo pude captar una visión fugaz de lo que parecía ser una joven preciosa con una pequeña guitarra en sus manos. Me vestí con unos vaqueros y una camiseta de manga corta y, a pesar de que la mañana era fresca, salí a la calle en busca de la dueña de aquella voz.
Busqué en el entorno del hotel como un demente y pregunté a cuanta persona encontré en mi camino. Me estaba volviendo loco. Era imprescindible que yo encontrase a la dueña de aquella voz que interpretaba mi canción. Aquella canción sólo la improvisé una vez conforme iba construyéndose y lo hice bajito, directamente al oído de la mujer más bella de este mundo. Un ser especial y fuera de lo común que me dio todo cuanto puede ofrecer una mujer desinteresada y enamorada de mi otro yo. Se la dediqué a Minerva la única noche que la conocí, la amé y la perdí. Nadie había escuchado ni de mis labios volvió a salir jamás la melodía y la letra de aquella inspiración espontánea.
Ella admiró hasta el punto de la adoración mi música. mis letras, las inspiraciones con que el cielo me había dotado y que llenaban de ilusión su alma. Pero creo que en aquellas pocas horas que vivimos el uno para e! otro jamás fue capaz de admirar el aspecto estrictamente material de mi ser: mi cabello rojo, mis orejas de soplillo, mi parodia de nariz, la invasión de pecas que cubría todo mi cuerpo...
Recuerdo con pasión cómo temblaba en mis brazos mientras escucha la letra de aquel tema único e inolvidable. La pasión duró el tiempo que duró mi inspiración. Pero con el final de la canción despareció de mi vida para siempre jamás.
Ahora, muchos años después, cuando aquella noche sólo era el mejor de mis recuerdos, alguien cantaba el tema que sólo Minerva y yo conocíamos. Ese milagro merecía una aclaración que debía buscar para tranquilizar mi espíritu.
Busqué e indagué en todas las estaciones de metro y lugares donde los músicos callejeros ofrecen su arte. Pregunté y hasta ofrecí una compensación a quien me hiciera llegar información. Yo preguntaba por una joven que se acompañaba con una pequeña guitarra e interpretaba baladas y boleros. Nadie la había conocido. Nadie la había visto. Nadie podía ofrecerme información. Los músicos callejeros me recomendaron buscar en otras capitales del país, pues era tanta la competencia que los artistas de calle en Madrid, se mudaban de ciudad.
Dejé Madrid y busqué en Barcelona, Valencia, Sevilla. Empeñado en dar con aquella voz, visité París y Roma. Buscaba los lugares donde conseguían sobrevivir los músicos callejeros. Pregunté a cuanto policía municipal encontraba de servicio. Nadie me ofrecía información, por el contrario muchos me confundían y me enviaban a escuchar a mujeres mayores que se buscaban la vida de aquella manera.
Antes de rendirme, y porque me habían comentado que en Praga había mucho artista de calle, viajé a Praga. Allí, y en el puente de Carlos, paso inevitable de todo turista de la ciudad vieja a la ciudad pequeña sobre el Moldava. escuché no la canción, sino el tono de voz que había escuchado aquella mañana en el hotel de Madrid. La intérprete era una joven de aspecto gracioso y dotada de la belleza que imprime la juventud. Se acompañaba con una pequeña guitarra. Inmediatamente pensé que había logrado localizar algo más que a la intérprete de mi canción. Con los nervios alterados y un deseo desbocado por aclarar cómo mi canción había llegado a su conocimiento, tuve la paciencia de escuchar tres interpretaciones de tres preciosas canciones de su cosecha. Entonces me acerqué a ella por un costado y sólo dije: «¿Minerva?».
«Si». dijo ella dejando de cantar y observándome con curiosidad. Durante más de un minuto no retiró su mirada de mi rostro. Tenia que ser, pensaba yo. Esas orejas. Esa nariz. Ese cabello rojo. Las pecas... Sin embargo, los ojos, la mirada y los labios eran sin duda de Minerva. Aproveché su pausa para preguntarle:
—¿Tienes diecisiete años?
—Exactos —dijo ella intrigada.
—¿Conoces la canción "Amor desesperado"?
—Es mi favorita —dijo ella.
—¿Te importaría cantármela?
—Con mucho gusto —aceptó ella y, como si al cantar estuviese pensando en otra cosa. me interpretó mi obra maestra completa.
Su voz era preciosa y su manera de cantar, maravillosa. Cuando terminó la canción, todo ser que cruzaba por el puente de Carlos rodeaba a Minerva. El tráfico se había paralizado. Tras unos segundos de pausa. otorgaron un aplauso espontáneo. acompañado de una lluvia impresionante de monedas que Minerva agradeció sin dejar de observarme con aquella mirada curiosa.
—¿Fue tu madre quién te enseñó esa canción?
—No. Me la enseñó mi abuela. Mi madre falleció al nacer yo.
—Ya... Comprendo —dije apesadumbrado—. Ella siempre hizo lo que quiso. Era tanta mujer que no cabía en este mundo.
—Entonces le sucedía igual que a mí —dijo la joven con una preciosa sonrisa.
En ese preciso instante se acercó a ella un joven de unos veinte años con un violín y un arco en las manos. Se dieron un beso de saludo y comenzaron a interpretar un tema de moda que ella cantaba con gran personalidad mientras el joven la acompañaba.
Pensé que no valía la pena inmiscuirse en sus vidas. Saqué una tarjeta de la cartera y. tras escribir en el dorso: «A tu disposición siempre. Y no dejes de cantar "Amor desesperado"», dejé la tarjeta en el gorro que usaba como alcancia y, tras enviarle un beso con el gesto de mi mano, comencé a alejarme de ella. Su mirada me persiguió hasta perderme de vista.
Varios meses más tarde, mientras tomaba un café en uno de mis bares preferidos, escuché sorprendido por un gran aparato de radio, mi tema "Amor desesperado" interpretado por la joven Minerva. La anunciaban como la canción de más éxito y, por supuesto, la más vendida a nivel mundial. Y curiosamente la presentaban como ‘el tema de un autor desconocido’.
Nadie jamás podrá calcular la tremenda e indomable fuerza que puede contener una canción en la que el autor se ha vaciado, dejando en ella alma, corazón y vida. representada en una niña preciosa. Los caminos del amor los marca la música. Y la poesía siempre será su fiel compañera de viaje.