VIAJES Y VIAJEROS, Virginia Woolf

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VIRGINIA WOOLF, Viajes y viajeros, Plaza y Janés, Barcelona, 2001, 204 páginas.

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Marta Pesarrodona en La otra Virginia Woolf recuerda que la obra de Woolf no gozó de una buena difusión en vida. Recoge este volumen ensayos dedicados al viaje.
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VIAJES POR ESPAÑA (1905)

   Antes de emprender un viaje, el tema de qué guía elegir surge por sí solo de forma natural. Lo que necesitas no es, en conjunto, algo sencillo y, aunque muchas manifiestan que van a suministrártelo, pocas encuentras, cuando se las pone a prueba, que lo consigan. Una Baedeker te asegura el hotel y el monto de la propina que se espera que des al camarero, pero nadie sospecha de una Baedeker que sea un crítico de arte. El asterisco con el que te dirige hacia el mejor cuadro y las alabanzas que señala que debes invertir, parecen una solución demasiado simple a las dificultades de la crítica. Aunque la consultes subrepticiamente, a menudo acabas dependiendo sólo de ella. Como generaciones de viajeros agradecidos pueden atestiguarlo, se trata de una necesidad, aunque apenas de un lujo. Nadie piensa en leerla por placer, porque quizá sea el más impersonal de los libros, e incluso a los turistas les gusta que los traten como a seres humanos. Proporciona datos en abundancia, pero espera que el lector saque sus propias conclusiones. Así, cuando el viajero acaba por escoger se encuentra con que las guías se dividen en dos clases, y ninguna de ellas le procura de forma total y compacta lo que él quiere. Libros de la clase que tenemos ante nosotros rechazan, si no desprecian, el nombre de guía. Cuando Sterne se inventó el título de «Viaje sentimental», no que creó un tipo de libro que parece ser más popular cuanto más viajamos y más sentimentales acabamos siendo. Su intención es procurar lo que Baedeker ignora; pero como su intención es más ambiciosa, así su éxito rara vez es tan completo. Los viajes sentimentales que lo consiguen se encuentran entre los libros más deliciosos de la lengua; Sterne lo consiguió, y también Borrow, y lord Dufferin, y Mr. Henry James. Pero la lista, si contamos a los rivales, no es muy larga. Los suyos son libros que podemos leer casi con el mismo placer en el país del que hablan que sentados a miles de kilómetros sin ninguna perspectiva de ver nunca tal lugar, excepto con la imaginación. Deben su éxito no sólo a la rareza de las cosas que vieron o a las aventuras con que toparon en el viaje, sino a su facultad de ver e interpretar esa visión para los otros. Un libro de semejantes características es tanto una guía de la mente del hombre que lo escribió como lo es de cualquier región determinada de la superficie de la tierra. Al mismo tiempo, se mantiene el equilibrio; no se permite que el sentimiento reemplace al hecho, aunque lo coloree profundamente. La Biblia en España, por ejemplo, es tanto un claro retrato de Borrow como de España, pero resultaría difícil decir dónde acaba España y dónde empieza Borrow. Una amalgama de esta guisa reclama un raro genio literario, y no es una dura crítica a los escritores que nos precedieron si decimos que el secreto no es suyo.
   El señor Thirlmere nos ofrece dos sustanciosos volúmenes de Letters of Catalonia, en los que hay considerablemente más información sobre el señor Thirlmere que sobre Cataluña. Deducimos que Cataluña es un lugar que, como muchos otros, posee crepúsculos y estrellas y mosquitos y catedrales. El senor Thirlmere tiene muchas cosas agradables que decir sobre todos estos temas, y dan lugar a reflexiones que nos llevan en muchas direcciones que no figuran en el mapa de España. El sentimiento es totalmente desproporcionado respecto del viaje. Sin embargo, es justo admitir que se nos advierte previamente de que se tratarán muchos temas, «tales como crepúsculos, el ingenio de los campesinos, Alemania, política, y así sucesivamente»; y cuando llega a la página ochocientas, el señor Thirlmere se sorprende ingenuamente al comprobar que raramente le ha parecido necesario aludir a Cataluña. En consecuencia, el libro consiste en una variada colección de meditaciones, datos y opiniones personales que esconden detrás de un velo movedizo cualquier posible perfil definitivo de Cataluña. El viajero aún precisará de su Murray, pero los dos grandes volúmenes, aunque no reclaman nada en especial de los viajeros, puede leerlos con agrado cualquiera a quien le guste la lectura ligera de carácter variado. El valor del libro aumenta gracias a muchas reproducciones excelentes de pinturas y fotografías de España, destacando en este aspecto los dibujos de Mr. Frank Brangwyn.
   El volumen de Mr. Somerset Maugham, The Land of the Blessed Virgin, es delgado y reticente. En él se escribe sobre Andalucía y, por decirlo de alguna manera, se hace una versión cuidadosa del país. El autor selecciona ciertas escenas que han quedado en su pensamiento como típicas e ilustrativas del país que tan bien conoce, y que no son necesariamente las que prescribe una guía. En su obra también prepondera el elemento personal: en más de un caso se contenta con dejar que surja una impresión, como una relación permanente que fue coloreada por hechos de significado puramente personal. Pero posee un dominio total de su pluma, y aquí y allí consigue imágenes que son auténticas en sí mismas y, no obstante, sólo podía haberlas visto una persona. «¡Ay, las cosas bonitas que yo he visto y que otros hombres no han visto!», exclama, y tiene un sincero deseo de encontrar la palabra justa para la belleza que él sinceramente quiere y que, en consecuencia, le interesa más que toda peculiaridad del individuo que la observa. Por lo tanto, su libro, aun cuando el deseo esté más allá del poder de satisfacerlo, es valioso tanto para el viajero como para el lector que sigue en la butaca de su estudio.

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