RES PÚBLICA, Ignacio Ramonet
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IGNACIO RAMONET, Res Pública, La Voz de Galicia, A Coruña, 2003, 220 páginas.
GALLEGOS EN LA GUERRA
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Ramón Chao presenta esta recopilación de artículos de su colega y amigo Ramonet, de quien dice que en Tánger «adquirió esa serena convicción de que todas las culturas son relativas y que ninguna es superior a otra».
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GALLEGOS EN LA GUERRA
Hace mañana 66 años, empezó la guerra civil española. Nuestra gran tragedia del siglo XX. En Galicia triunfó la rebelión militar y se impuso el nuevo orden castrense-católico-falangista. Como en tantos otros lugares, muchas familias de Redondela se fracturaron, se desgarraron en función de las ideas de cada uno de sus miembros. Los horrores fueron incontables. Un manto de luto recubrió nuestra villa inundada por una marea de lágrimas. Un tío mío, Ventura, seminarista en Tui, se alistó voluntario en la Legión a los 17 años y lo mataron en la primera batalla, cerca de Guadalajara. Otro de mis tíos, Braulio, comunista, para huir de la represión, se escondió en el trasfondo de un armario en casa de su madre, hasta que una noche, unos falangistas lo descubrieron y se lo llevaron de paseíllo al borde de una cuneta para matarlo a palos.
Pero la tragedia más común fue la de esas decenas de miles de jóvenes gallegos de izquierda alistados a la fuerza en el ejército del bando nacional y obligados a hacer la guerra, muy a pesar suyo, contra la República. Fue el caso de mi padre.
El 18 de julio de 1936 tenía apenas 18 años y militaba en las Juventudes Socialistas, cuyo dirigente nacional era entonces Santiago Carrillo. La represión se abatió sobre Redondela como un huracán de terror: republicanos detenidos, galleguistas encarcelados, masones perseguidos, sindicalistas golpeados, comunistas asesinados... Mi padre, con una quincena de otros chavales de izquierda y dos escopetas de caza, se echó al monte. Con la idea de resistir hasta la derrota de la insurrección militar. Pero pasaron las semanas y el golpe de Estado fracasado se convertía en guerra civil de larga duración. Ninguno de los jóvenes alzados tenía una gran experiencia del monte. Tampoco poseían el equipamiento adecuado, ni contactos con los muchos otros grupos que, por toda Galicia, habían hecho lo mismo aisladamente. A medida que fueron pasando las semanas, la lluvia, el hambre, las noches en el suelo sin dormir, la añoranza de las familias fueron mermando los ánimos. Un campesino amedrentado probablemente los denunció, y una mañana, al alba, la Guardia Civil los detuvo y los desarmó.
Empezó entonces el calvario. Encerrados en las celdas de la casa cuartel, estos jóvenes antifascistas fueron insultados, humillados, golpeados y torturados durante semanas. Nada pudieron los llantos y las protestas de las madres. Algunas noches, para divertirse, los señoritos falangistas venían a darles puñetazos a esos proletarios rojos, amenazándoles con el paseíllo. Finalmente se decidió el castigo. Todos serían alistados en el ejército del bando nacional, en batallones disciplinarios de zapadores y enviados inmediatamente al frente.
A finales de septiembre de 1936, en plena noche, con otros jóvenes gallegos, llegaba mi padre a Belchite, en el frente de Aragón, en medio de un infierno de explosiones, metralla y gritos, a cavar trincheras en primera línea de niego. Con las balas silbando sobre su cabeza y las manos pronto enllagadas. Su posición se hallaba a escasos metros de la línea republicana. Enfrente estaban los catalanes del PSUC y del POUM que acudieron a defenderla República, los anarquistas de Durruti. Y también los primeros voluntarios extranjeros, entre ellos el inglés John Comford, biznieto de CharlesDarwin, y más tarde el propio George Orwell.
También había gallegos, naturalmente, entre los republicanos del frente de Belchite. Emigrados en Cataluña, obreros antifascistas que se habían incorporado a las columnas
revolucionarias. Cuando amainaban los bombardeos, antes de despuntar la madrugada, de trinchera a trinchera, los gallegos de los dos frentes se llamaban: «¿E ti de dónde eres?». «Eu son de Redondela, ¿e ti?». «De Vilalba». Los republicanos mandaban noticias para sus familias. Se lanzaban cigarrillos.
De Jaca a Teruel, pasando por Huesca, Daroca y Leciñena, y por toda la sierra de Alcubierre, mi padre se pasó gran parte de la guerra condenado a cavar trincheras en aquel terrible frente de Aragón. Hasta que, en plena batalla del Ebro, la metralla de un obús le mordió la espalda y lo mandó a retaguardia.
Con 85 años hoy, y la memoria perdida, mi padre vivió siempre culpabilizado por no haber hecho la guerra con los suyos, los demócratas republicanos. Es también el gran drama de miles de gallegos que, contra sus ideas y su gente, tuvieron que hacer la guerra con Franco a la fuerza. Es hora de que reclamemos desagravio y de que rindamos homenaje a todos esos gallegos combatientes involuntarios, obligados a guerrear en un bando que no era el suyo.
17-VII-2002
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